lunes, 30 de enero de 2017

POEMA



Hubiera


Consuelo Tomás Fitzgerald










Hubiera podido amarle sin costumbre
amarle sin seguro como siempre
al revés y sin raíces
amarle sin querer llegar al fondo amarle porque sí
sin esperanza en lo oscuro
amarle sólo con el cuerpo en la penumbra
con la piel despierta cobrada de rocío
amarle sin fantasía y sin sueños
desde mi orilla solitaria y en silencio
amarle sin pena ni gloria
sin salir de mí (triste burbuja)
amarle por azar por es acaso
sin tocar sin mirar sin descubrir
amarle así impersonalmente cabeza fría
amarle solamente con la carne y el instinto
sin llevarme su nombre en las horas intermedias
sin recordarle siquiera durante la ausencia
sin espera sin sorpresa sin color sin desaire

Yo hubiera podido amarle desamándole
Pero le amé como se debe
como ama una mujer de corazón abierto
o una mariposa que se lanza al infinito.

















lunes, 23 de enero de 2017

POEMA




Sencillos Deseos 
Gioconda Belli









                    
Hoy quisiera tus dedos escribiéndome historias en el pelo 

y quisiera besos en la espalda
acurrucos
que me dijeras las más grandes verdades
o las más grandes mentiras
que me dijeras por ejemplo
que soy la mujer más linda del mundo
que me querés mucho
cosas así
tan sencillas
tan repetidas,
que me delinearas el rostro
y me quedaras viendo a los ojos
como si tu vida entera dependiera de que los míos sonrieran
alborotando todas las gaviotas en la espuma.
Cosas quiero como que andes mi cuerpo
camino arbolado y oloroso,
que seas la primera lluvia del invierno
dejándote caer despacio
y luego en aguacero.
Cosas quiero como una gran ola de ternura
deshaciéndome
un ruido de caracol
un cardumen de peces en la boca
algo de eso
frágil y desnudo
como una flor a punto de entregarse a la primera luz de la mañana
o simplemente una semilla, un árbol
un poco de hierba
una caricia que me haga olvidar
el paso del tiempo
la guerra
los peligros de la muerte.
  













jueves, 19 de enero de 2017

LAS SIETE MARAVILLAS



Las siete maravillas susurran sus viejos secretos

Jacinto Antón










En estos tiempos de listas es bueno recordar una de las más famosas de la humanidad, la madre de todas las listas: las siete maravillas del mundo antiguo. Hubo un tiempo en que nadie que se considerara culto podía dejar de enumerarlas, como no podía ignorar los doce trabajos de Hércules o los nombres de las musas. O tempora! De ellas, de las maravillas, esos siete magníficos del ingenio humano —cinco edificios y dos estatuas gigantescas—, solo queda una en pie, la Gran Pirámide, y muy distinta de lo que fue; a las otras seis, el coloso de Rodas, los jardines colgantes de Babilonia, el templo de Artemisa en Éfeso (en cuyo interior se veneraba el ídolo de ébano de la diosa recubierto de mamas —o escrotos de toros—), el mausoleo de Halicarnaso, el Zeus de Olimpia y el faro de Alejandría las ha barrido, despiadado, el viento de la Historia. Uno de los más populares expertos en la antigüedad, el arqueólogo y escritor Valerio Manfredi, autor de Aléxandros, de Odiseo, y de muchos otros títulos de éxito, nos lleva ahora en su último libro, Las maravillas del mundo antiguo (Grijalbo), en un viaje a través de los siglos a visitar esos monumentos en todo su esplendor y a conocer cómo fueron construidos y cómo se disolvieron la mayoría en el polvo del tiempo.

También a descubrir muchos de sus secretos: la enorme estatua crisoelefantina (de oro y marfil) de Zeus que se adoraba en el templo del padre de los dioses en Olimpia —y en uno de cuyos dedos talló su autor, Fidias, ¡una declaración de amor a un jovencito!— era en su interior como una falla, una maraña de tablones ensamblados con cuerdas y brea por la que correteaban los ratones; el coloso de Rodas fue desde el principio un gigante inestable y condenado nacido de los celos de un discípulo, Cares de Lindo, por su maestro, Lisipo; lo realmente maravilloso del faro de Alejandría estaba no en sus mayúsculas dimensiones sino en el mecanismo giratorio de su luz y sus espejos, apoteosis de la catóptrica, la ciencia de la refracción de la luz; el inmenso templo de Artemisa en Éfeso disponía de un sistema antisísmico (el primero del que se tiene noticia en un edificio), consistente en un estrato de carbón troceado y lana de oveja sobre el que se colocaron los cimientos; la tumba del rey Mausolo (de ahí “mausoleo”, sinónimo de tumba monumental) constaba de varios ciclos escultóricos asombrosos y la columnata rematada por una pirámide sobre la que se asentaba una cuadriga en la que estaban representados el más bien poco humilde soberano y su reina, Artemisia, parecía flotar en el cielo; la pirámide de Keops —que durante 38 siglos fue el edificio más alto del planeta— era, con su deslumbrante revestimiento de piedra calcárea, muchísimo más impresionante que la construcción que podemos ver ahora.
 En cuanto a los jardines babilonios, la maravilla “más evanescente, la más fantasmagórica, inútilmente buscada y perseguida”, Manfredi señala que su secreto permanece sin resolverse: nadie sabe cómo eran en realidad. ¿Por qué esta revisitación de las maravillas? “Se me ocurrió mientras diseñaba un proyecto de restauración para el inmenso templo G de Selinunte, en Sicilia”, explica el especialista italiano. “Mi proyecto chocó con la mentalidad académica que defiende dejar las ruinas como están, aunque ello suponga que se vayan degradando hasta desaparecer; eso me hizo reflexionar sobre la suerte de los siete grandes monumentos de la antigüedad”. Manfredi apunta que la lista de los siete, que se atribuye a Filón de Bizancio, es arbitraria y solo una de las que debían circular en la época helenística. Otras listas podrían haber incluido más o menos maravillas. Pero la que ha prevalecido no deja de tener su coherencia. “Todas esas siete maravillas formaban parte de las grandes civilizaciones que conquistó Alejandro Magno, eso es lo que tienen en común, y el significar todas ellas un desafío a lo imposible”, recalca el escritor.

Las siete maravillas (haciendo un poco la vista gorda con los jardines, que seguramente desaparecieron antes) coexistieron un periodo breve: del 300 al 227 antes de Cristo, cuando se derrumbó el coloso. Manfredi subraya que se las seleccionó por lo que tenían de desafío a la naturaleza, de retos tecnológicos en una época, la helenística, que valoraba la capacidad del ser humano de realizar cosas verdaderamente grandiosas. En ese sentido la lista es heredera del espíritu que animó el Museo y la Biblioteca de Alejandría, de “una edad fantástica, increíble, osada”, y de “una civilización que creó la conciencia de que no hay nada imposible”. De ahí, dice, venimos nosotros y nuestras nuevas maravillas modernas: los rascacielos más altos, los puentes más vertiginosos, los túneles más largos.

A Manfredi no le sorprende que en la vieja lista no esté, por ejemplo, el Partenón. “Es un edificio de una perfección absoluta, pero lo que iba a la lista era lo imposible. El Zeus, del tamaño de una casa de cuatro pisos, es imposible, lo es el coloso de Rodas con sus 33 metros y dedos que no podía abrazar un hombre corpulento, el bosque de columnas de 18 metros del templo de Artemisa, la Gran Pirámide…”. Manfredi (no en balde Valerio Massimo) tiene los arrestos de añadir a la lista una octava maravilla, de su cosecha, la tumba de Antíoco I de Comagene (descendiente de Alejandro y de Darío I). “Es un divertimento, un juego, me lo pidió el editor. Esa construcción en Anatolia que emplea toda una montaña, el monte Nemrut, cuya sombra podía cubrir todo el reino era sin duda alguna, nadie que la conozca me lo negará, una maravilla”.

En la desaparición de parte de las viejas maravillas paganas jugó un papel destructor nuestra civilización cristiana, de manera muy similar, recuerda Manfredi, a la de la feroz iconoclastia del ISIS que tanto nos indigna.




QUÉ FUE DE ELLAS

Los jardines colgantes. Ni rastro.

El mausoleo de Halicarnaso. Elementos reutilizados en construcciones posteriores. Algunos fragmentos en el British Museum de Londres.

El coloso de Rodas. No queda “nada de nada”. Los restos del gran bronce los compró al peso un comerciante de Edesa y los fundió. Hace unos años saltó la noticia de que había aparecido un puño bajo el agua: era una roca arañada por una draga.

El Zeus de Olimpia. Desaparecido completamente. Según alguna fuente sobrevivió hasta el siglo V en Constantinopla. Que estuviera revestido de oro y marfil lo hacía especialmente proclive al reciclaje.

El faro de Alejandría. Restos desperdigados en el mar donde se precipitó por un terremoto. Algunos elementos han sido recuperados.

El templo de Artemisa. Destruido. Trozos en el British Museum.

La Gran Pirámide. Ahí está, viendo pasar el tiempo (que, es sabido, la teme). Sin su piel resplandeciente pero impresionante todavía. La única maravilla que sobrevive.








El País. España







lunes, 16 de enero de 2017

POEMA




Vi(d)as Cruzadas
 Virginia Cantó














Crecí cerca de las vías del tren
quizás por eso aprendí temprano
que el cuerpo y la prisa viajan
en el mismo vagón de cercanías
ticando el mismo ticket
de raíl apresurado, oxidando
las muñecas de los hombres
las tibias atropelladas
de un siempre llegar tarde en los relojes.
Los trenes, como los hombres,
tienen las venas de acero
y palpitan carbones en las noches
como el rumor compás del pecho de mi madre
acunando mi cuerpo ferroso;
siderúrgico;
destetado
amamantando el gozo inoxidable
de estar siempre yéndose,
estático y marchado
en vagones que poco dicen de uno mismo
siempre recién llegados
para rompernos las nucas de viajeros urgentes.
















 (de Fe de erratas, Editorial Biblioteca Nueva, 2010.)





















viernes, 13 de enero de 2017

VIDA NUEVA





Año Nuevo, vida nueva

Martín Caparrós











Las referencias clásicas se pierden: pocos relacionarán el título de esta columna con aquel libro de Dante Alighieri que convirtió a Beatrice en una de las mujeres mejor cantadas del último milenio, y al toscano en un idioma que con el tiempo llamarían italiano. Muchos –­yo, sin ir más lejos– pensaremos más bien en la frase pavota: “Año nuevo, vida nueva”. Y algunos nos reiremos.

Empieza uno de esos ciclos perfectamente ilusorios que antaño acordamos llamar años, así que en estos días celebramos una de nuestras supersticiones más tozudas: que el 31 algo se acabó y ahora empezará otra cosa. Pensándolo un momento nadie diría que lo cree; sin pensarlo, todos lo creemos. Así son las creencias: por no pensar, por aceptar lo que le cuentan, uno sigue conductas que le harían gracia si las examinara.
El resultado, en cualquier caso, es simpático, medio salvaje, primitivo. Cada fin de año volvemos al tiempo de aquellos hombres que, a fuerza de ver que el sol y la luna y las estaciones se iban y volvían, imaginaban que el tiempo era una rueda que giraba y giraba para llegar siempre al mismo sitio: el ciclo empezaba y sólo terminaba para volver a empezar, otra y otra vez, siempre igual a sí mismo, siempre ligeramente diferente. Era un alivio.

Y era una idea posible. A lo largo del tiempo, distintas culturas imaginaron el tiempo de formas muy distintas. Pero la globalización occidental también llegó a la temporalidad. Ahora sólo sabemos pensar un tiempo que “avanza”, progresivo y lineal, hacia el futuro, y nunca vuelve. (Para compensar este despojo, el futuro se prometía globalmente mejor que el pasado: lo llamaron progreso. Tantos creyeron tanto en él que ahora, lógicamente, muchos descreen: que esas mejoras trajeron desastres, dicen, que la técnica ha devastado la Tierra, y es cierto. Pero hay datos indudables: vivimos el doble que hace mil años, por ejemplo, nos curamos las muelas, leemos y escribimos).

El tiempo de la modernidad se quedó con el mundo; ya no sabemos imaginar ningún otro. Salvo, faltaba más, esta semana: cada fin de año volvemos a actuar aquella idea del eterno retorno, y repetimos palabras, muecas, despedidas de ese tiempo “que termina”, esperanzas para el “que está por empezar”.
Un mito nunca es gran cosa sin sus ritos: lo bueno es que resulta tan fácil entregarse a ellos. La vida suele ser sucesión de rituales, pero estos días se nota más: el protocolo es más preciso. Todo está guionado con esmero: es cómodo. El ritual hace, deshace, habla por nosotros, y nosotros gozosamente nos dejamos: son esos momentos en que lo que hacemos no necesita ninguna reflexión, porque está avalado por la seguridad de que, durante siglos, millones y millones han hecho lo mismo. Y así, nos hundimos en los lugares comunes tan orondos, con esa sonrisita de paz y amor y compras.

Es una opción. Dicen que la revolución pasó de moda, los rencores se arman y disparan, para el reino de los cielos falta mucho, Trump acecha y en algo hay que creer. Así que durante estos días entre paréntesis nos llenamos de buenas intenciones e imaginamos que, por pura magia calendaria, vamos a ser distintos. La autoficción, esta semana, se llama Vida Nueva. El Dante, en el octavo círculo, se ríe a carcajadas.






El País.España 










lunes, 9 de enero de 2017

POEMA




Penitencia

Kate Tempest














Lo que no sabes es que
he escrito este poema cien veces,
lo he garabateado sobre incontables menús para llevar y
propaganda para raves de mierda
con el único bolígrafo que encuentro siempre,
siempre un boli turquesa en miniatura.
He encontrado trozos de papel en los bolsillos
y les he prendido fuego en quince alféizares diferentes.
Y he observado al viento llevarse las cenizas
y devolvérmelas cada vez que
lo escribo, y me imagino entregándotelo,
y me asusta tanto que vayas a negar con la cabeza
y a decir que no puedes confiar en una sola palabra de lo que te digo
que lo arrugo hasta encogerlo
y lo meto bajo el respaldo en los asientos del bus
entre las colillas.















martes, 3 de enero de 2017

EMPEZAR




Empezar

Leila Guerriero













¿Qué es un fin? ¿Qué es un principio? “Cuando el niño era niño” —decía la voz del poeta en la película Der Himmel über Berlin, de Wim Wenders— “no tenía opinión sobre nada, / no tenía ninguna costumbre, / se sentaba en cuclillas, / tenía un remolino en el cabello / y no ponía caras cuando lo fotografiaban”. He vuelto —solo para escribir— al departamento donde todo comenzó. Al sitio donde viví con una planta de jazmines como toda compañía. Aquí, hace años, mirando a través de esta ventana por la que ahora miro, en un febrero de infierno, con paro de metro y calor de cuarenta grados, en jornadas que iban de las siete de la mañana hasta las doce de la noche apenas interrumpidas por siestas crucifijas de veinte minutos, escribí un libro, el primero. Aquí, antes de eso, me hice periodista tecleando con jactancia en una Lettera portátil que aún conservo. Aquí canté a gritos, con amigos salvajes, canciones que hablaban de nosotros: de nuestra soledad y nuestro tedio. Ahora no hay nada, salvo el aroma de las casas cuando están vacías durante mucho tiempo: un olor al fondo de la vida, el olor seco que dejaría el mar si se retirara del mundo. Puedo contar los objetos que traje: un cepillo de dientes, un dentífrico, un jabón, una toalla, un vaso, un tenedor, un escritorio, una silla, la computadora. No hay adornos, ni libros, ni lavarropas, ni cortinas, ni alfombras, ni cama. No tengo nada porque nada me hace falta para lo que tengo que hacer: mi tarea no necesita de adornos. Estoy sola con ese animal caprichoso, esa fuerza que me ha traído de regreso. La escritura, mi patria tirana. Aquí, después de haber estado en tantas partes, y con tantos, permanezco, espero. Dejar atrás es, ahora, la forma de ganarlo todo. Regresar, la única forma de seguir adelante. Aquí, donde todo comenzó, escribo. Empiezo. Allá vamos. (Qué curiosidad).













lunes, 2 de enero de 2017

POEMA



Mi amor es así...

Gioconda Belli












Mi amor es así,
como este aguacero,
rebotando contra el pavimento,
pintando de verde el campo,
tapa-cielos,
tenaz,
mójalo todo,
Se me riega por dentro
y lo siento latir en la yema de los dedos
cuando quiero tocarte
y no te tengo cerca.
Como este aguacero, amor,
me vuelvo un montón de agua entre tus brazos
ando desbocada por tu cauce
me hago arroyo
en el pelo de tu pecho.
Así como esta lluvia,
me desbordo en palabras
para contarte todos mis quehaceres,
para meterte en todos los rincones de mi día,
en todos los aleros de mis horas.
Salto desde tus brazos,
como la lluvia que se derrama de los techos
y me duele la carne de querer prolongarte
de querer florecer la semilla en mi vientre
y darte un hijo hermoso y vital
como este invierno.