miércoles, 31 de julio de 2019

MANUSCRITOS DE LO EXTREMO



Consuelo y milagro

Rosa Montero

















¿Qué habría sido de la humanidad sin el alfabeto y la capacidad que nos confiere para comunicarnos a distancia y registrar y reinventar la realidad?

Hace algunos meses, en una cena con amigos, alguien preguntó cuál nos parecía el mayor invento de la historia. La electricidad, la imprenta, la microelectrónica, empezaron a enumerar. Yo dije: el alfabeto. Porque ¿qué habría sido de la humanidad sin esa capacidad para comunicarnos a distancia, para almacenar datos, para compartirlos, para registrar la realidad, para reinventarla y embellecerla a través de la palabra escrita?

El primer alfabeto lo crearon los trabajadores semitas en Egipto hace 4.000 años. Ese protoalfabeto fue desarrollado después por los fenicios y refinado por los romanos: las manchitas de tinta que hoy depositamos alegremente sobre el papel tienen detrás una larga historia. Aprender a escribir es algo formidable. Es una de esas cosas dificilísimas que hacemos sin darnos cuenta de su complejidad (otra es andar). Y la escritura está tan íntimamente relacionada con lo que somos, es algo tan personal y tan ligado a todos los rasgos y accidentes de nuestra vida, que no hay dos letras iguales. El prestigioso Laboratorio del Servicio Postal de Estados Unidos realizó un estudio durante varios años sobre 500 parejas de gemelos y mellizos, y descubrió que, pese a compartir genes y biografías, la letra de los hermanos no se parecía más entre sí que la de cualquier pareja de individuos. La escritura es tan única como una huella digital, pero, a diferencia de ésta, se ve alterada por las circunstancias (como, por ejemplo, una noche sin dormir) y puede cambiar mucho a lo largo de los años. 

Nuestra letra es un espejo de nuestra existencia.






Pensaba en todo esto en París, hace unas semanas, mientras visitaba una preciosa exposición de la Biblioteca Nacional de Francia: Manuscrits de l’extrême, Manuscritos de lo extremo, una colección de textos redactados en circunstancias críticas. Divididos en cuatro apartados (Prisión, Pasión, Posesión y Peligro), la muestra exponía diarios de duelo, verdaderos sollozos atrapados por la punta de la pluma; billetes amorosos con dibujos obscenos que parecían temblar de deseo; textos agónicos y apresurados escritos en la tenebrosa antesala de la ejecución; diminutas tiras de papel cubiertas con una letra microscópica, sólo visible con lupa, anotadas clandestina y heroicamente desde la indefensión del prisionero. Había autores famosos y otros anónimos, pero todos los mensajes nacían de la urgencia más absoluta, casi diría de la necesidad de expresarse o morir. La escritura como salvación hasta de lo insalvable.








Algunos de los textos redactados en la cárcel estaban hechos con la propia sangre y sobre pedazos de camisas, porque no disponían de otra cosa: si se exponían a tanto para garrapatear esas palabras ansiosas, ¡qué importante tenía que ser para ellos! Me impresionó un pequeño libro de horas de María Antonieta; en una hoja en blanco había una nota fechada a las 4.30 del 16 de octubre de 1793, es decir, del día en que iba a ser guillotinada a los 37 años de edad: “Dios mío, tened piedad de mí, mis ojos no tienen más lágrimas para llorar por vosotros, mis pobres niños. Adiós, adiós”, escribió en francés. Y después, la firma, grande, entintada, temblorosa. Un último mensaje para sus hijos que escondió entre las páginas de su librito de rezos.







Me estremecieron especialmente los textos de enfermos mentales, abigarrados, alienígenas, heridos por el negro terror del dolor psíquico. Y también una impactante frase escrita a toda prisa bajo el asiento de una silla de madera utilizada en los interrogatorios de la Gestapo: “Con todo el afecto a mis camaradas femeninas y masculinos que me han precedido y que me seguirán en esta célula. Que conserven su fe. Que Dios evite este calvario a mi amada novia”. Imagino al miembro de la Resistencia  anónimo o anónima que garabateó estas palabras entre torturas y se me encoge el ánimo. Y al mismo tiempo, ¡qué hermosa, qué conmovedora esa esperanza en la escritura como instrumento de supervivencia! Más allá de la muerte y del infierno en vida están el consuelo y el milagro de la palabra. En el tranquilo placer de las lecturas de este agosto, pensaré en el poder que nos otorga la escritura. 




























martes, 30 de julio de 2019

EL MODELO NEGRO



La cultura francesa reexamina su pasado

Álex Vicente







'Portrait de Madeleine' (1800), originalmente 'Portrait d’une negresse'








El Museo de Orsay cambia los títulos de cuadros con ecos racistas en plena reflexión crítica sobre el pasado colonial

Francia reexamina su turbio pasado colonial a través de distintas iniciativas vinculadas al sector cultural. La principal tuvo lugar en el Museo de Orsay, donde una  exposición, El modelo negro, pasó revista a la representación de hombres y mujeres de color a lo largo de la historia del arte. Durante los preparativos, el centro tomó la decisión de cambiar los títulos que tuvieran ecos racistas. "Por ejemplo, todas las obras que incluían palabras como nègre o négresse, que en francés actual se consideran peyorativas", señala la comisaria, Isolde Pludermacher. "Nos parecía impensable colgar esas obras con los títulos originales. Dejarlos así también hubiera transmitido un mensaje", añade. Aun así, el museo decidió mantenerlos en las cartelas para recordar el contexto histórico en que las obras fueron creadas (y evitar posibles críticas por un exceso de corrección política).

Entre los cuadros afectados por el cambio se encuentra Retrato de Madeleine -originalmente, Portrait d'une négresse-, firmado por Marie-Guillemine Benoist en 1800, medio siglo antes de la abolición del esclavismo. El lienzo adquirió una fama repentina cuando Beyoncé le dio un lugar protagonista en su vídeo rodado en 2018 en el Louvre. En un país donde el ideal republicano de igualdad impide el reconocimiento de las minorías étnicas, se trata de una pequeña revolución. "Ese retraso se explica por la noción francesa de la ciudadanía, que ignora las características individuales, al considerar que suponen un peligro para la unidad de la nación", explica el historiador Pap Ndiaye, especialista en la cuestión negra y comisario científico de la muestra. "A menudo, esa concepción tan abstracta ha servido para camuflar el racismo. Y el arraigo del marxismo en Francia ha provocado que las discriminaciones se estudien desde el punto de vista de la clase social, pero no del género o de los grupos etnorraciales".

La situación empieza a cambiar. A menudo, de la mano de académicos y comisarios formados en el mundo anglosajón, donde estos asuntos no son un tabú. "Las cuestiones de raza y género, tal como son tratadas en Estados Unidos, encuentran un espacio cada vez mayor en Francia", admite Pludermacher. "Tal vez la configuración actual de la sociedad francesa explique la necesidad de proyectos como este".

En realidad, el tono de su muestra no fue particularmente militante. Su ambición no es descolonizar el arte, sino más bien devolver la dignidad a modelos en los que pocos historiadores habían reparado hasta hoy. Al lado de cada cuadro, el Museo de Orsay ha colgado una cartela dedicada a esos anónimos. El Retrato de Joseph, de Géricault, permite trazar la vida de uno de sus protagonistas, un haitiano localizado en una compañía de acróbatas que también posó para La balsa de la medusa, antes de ser contratado por la Escuela de Bellas Artes de París como modelo en nómina. 


Olympia.  Édouard Manet  (1863 )












En la siguiente sala aparece Laure, la misteriosa modelo negra que posaba junto a la Olympia de Manet, a la que el pintor confirió el papel arquetípico de la sirvienta, pero dándole casi el mismo protagonismo que a su escandalosa musa
La exposición coincidió con otros movimientos observados en los últimos meses. A finales de marzo, una representación de Las suplicantes de Esquilo fue anulada tras la protesta de manifestantes que denunciaban el uso de máscaras y maquillaje de color negro por parte de actores blancos (lo que los estadounidenses llaman blackface). En abril, una petición exigió a la Asamblea Nacional que retirase de sus pasillos una obra del pintor francés Hervé Di Rosa que retoma la iconografía de las caricaturas coloniales. "Se está produciendo una puesta en duda del universalismo chovinista. Se reconoce que la sociedad francesa no es solo blanca y cristiana", considera Ndiaye. "Hay situaciones excesivas, como toda llamada a la censura, pero tal vez sea el precio a pagar por años de silencio. La olla a presión ha explotado porque, durante demasiado tiempo, estas cuestiones no han sido tratadas".












Dos volúmenes de reciente publicación se inscriben en la misma reflexión crítica: Sexe, race et colonies, obra colectiva que reexamina el imaginario del colonialismo, y L’art et la race, de la historiadora del arte Anne Lafont, que hace dos años que dirige la EHESS, la escuela de ciencias sociales más importante del país. Es la primera mujer negra que llega al cargo. Sin embargo, como recuerda Ndiaye, estas posiciones son minoritarias y suscitan la violencia de “grupos ultra-conservadores y de extrema derecha” que se creen desposeídos de sus privilegios. 






 






Lo demuestran los insultos racistas que sucedieron a la nominación de la nueva portavoz del Gobierno francés, Sibeth Ndiaye, nacida en Senegal, que fue criticada por su manera de hablar, vestirse y peinarse. Las mismas que recibió, hace dos siglos, el escritor Alejandro Dumas, nieto de un marqués blanco y de una esclava negra, como recuerdan las cruentas caricaturas recogidas en las salas del Museo de Orsay. 
































lunes, 29 de julio de 2019

POEMA




Virus

Cristina Peri Rossi 


























Un virus ha entrado en mi ordenador
a través de un e-mail
igual que ocurre con una epidemia
o pandemonia.
No deja de ser extraño
que el amor de un mensaje
destruya mi sistema informático.
Me lo merezco
por permitir que el amor viaje por cable
en lugar de viajar por mi piel.

























viernes, 26 de julio de 2019

AUTORRETRATO




Linda McCartney

Fotógrafo


















La gente es un poco ciega, no ven la vida. Siendo un fotógrafo veo de ella cada centímetro. 

Pelear por quién es mejor Dios no tiene nada que ver con el amor o la espiritualidad. Tal vez sea culpa. Estamos reprimidos y pasamos nuestro tiempo tratando de descubrir quiénes somos. 

La cosa más impactante que he aprendido es sobre el abuso, el abuso infantil, el abuso de animales, el abuso a todas las criaturas vivientes. Hay un mundo de pequeños Hitlers por ahí. Mataderos, vivisecciones y experimentación con animales sin motivo alguno. Afortunadamente, las personas más jóvenes son cada vez más conscientes.

























jueves, 25 de julio de 2019

LA ULTIMA CENA EN POMPEYA



Lirón al horno y otras delicias romanas.







Una cena, con las palabras "Póngase cómodos"; 'Estoy cantando'; '¡Ve a por ello!' Fotografía: Museo Archeologico Nazionale di Napoli







Lirón relleno con bellotas y castañas y luego horneado,  sazonado con miel y semillas de amapola, fue unas de las delicias más populares de la antigua Roma. Los romanos también adoraban platos como el conejo relleno de higos, gallo en salsa de granada y terrinas y mousses moldeados. 

Una familia rica que se reclina, no se sienta para su comida,  puede comenzar con aperitivos de caracoles, huevos o pescado antes de un plato principal de cabra o cerdo y luego terminar con un postre, principalmente frutas como manzanas, ciruelas, uvas, cerezas, dátiles e higos...Todo condimentado generosamente con salsas varias,  acompañado de cantidades gigantescas de vino.


Un gallo comiendo una granada. Fotografía: Parco Archeologico di Pompei


El romance romano con la comida y la bebida se explora en una gran exposición en el Museo Ashmolean de Oxford, que se inaugurará hoy jueves. Titulada Last Supper in Pompeii, el espectáculo incluye alrededor de 300 objetos prestados por Nápoles y Pompeya, muchos de los cuales nunca han salido antes de Italia. 

Para Paul Roberts, curador de la exposición, organizar la exposición es el cumplimiento de un sueño que ha tenido desde 1976, cuando visitó Pompeya por primera vez con su madre. "Me sorprendió porque pensé que los romanos eran gladiadores, emperadores y personas que estaban en mis libros latinos y, de repente, en Pompeya, había gente real".
 ¿Qué mejor manera, dijo Roberts, para que nos conectemos con los antiguos romanos como personas comunes y corrientes que a través de la comida y la bebida?

La exposición incluye alimentos reales carbonizados por la erupción del Vesubio en el año 79 dC. Muestra lo que comían y bebían los habitantes de Pompeya, por qué disfrutarlos era tan importante y cómo hacían sus comidas.

Por ejemplo, la vida del lirón finalizaba en un gran jarra de terracota, un glirarium, en el que se depositaba al roedor y se lo engordaba  alimentándolo con bellotas y castañas a través de agujeros a los costados del recipiente.


Un glirarium, o  frasco de engorde 

 Evidentemente, eran deliciosos y se consumían en grandes cantidades. "Yo no he comido uno", dijo Roberts. "Pero  aparentemente saben como una mezcla entre conejo y pollo".


 Mosaico en el piso de la Casa de las Vestales en Pompeya de un esqueleto con jarras de vino. 
Fotografía: Museo Archeologico Nazionale di Napoli


El espectáculo incluye objetos de colecciones de Italia, incluido un sorprendente mosaico de un esqueleto sonriente que decoró el piso de un comedor en la Casa de las Vestales. Es literalmente la muerte en la fiesta.  "Mientras estás cenando, te recuerda que este es el epítome de la vida:  amigos, familiares, conocidos de negocios".  Afortunadamente, el esqueleto lleva jarras de vino en cada mano, lo que indica que al menos habrá vino en la vida futura. Sin embargo, el mensaje principal es al parecer...  " hay que aprovechar el día... carpe diem ".





 La última cena en Pompeya es en el Museo Ashmolean de Arte y Arqueología, Oxford, del 25 de julio al 12 de enero.
























miércoles, 24 de julio de 2019

LOS TRABAJADORES CHINOS OLVIDADOS



'Olvidados por la sociedad' 

Nadja Sayej













 Cómo los inmigrantes chinos construyeron el ferrocarril transcontinental de Estados Unidos.


Cuando se  piensa del primer ferrocarril transcontinental de Estados Unidos, rara vez  los inmigrantes chinos vienen a la mente. Pero en una nueva exposición en el Museo Nacional de Historia Americana en Washington, se presenta una revisión vital.

Trabajadores olvidados: los migrantes chinos y la construcción del ferrocarril transcontinental, retroceden las capas para ver quién más debería ser conmemorado durante el reciente 150 aniversario de la finalización del ese ferrocarril, un logro que generalmente se celebra con fotos de locomotoras antiguas, hombres de aspecto exitoso en trajes y trabajadores anónimos .











Pero esta exposición toma un rumbo diferente, rastreando a los trabajadores chinos olvidados que construyeron el tramo occidental del ferrocarril a través de las montañas de Sierra Nevada, conectando el ferrocarril Union Pacific y Central Pacific en 1869.





"Los historiadores siempre han sabido y escrito sobre los trabajadores chinos, pero la sociedad lo ha olvidado", dijo Peter Liebhold, quien co-curó la exhibición con Sam Vong. “Hemos olvidado la contribución de estos trabajadores y, de hecho, olvidamos la contribución de todos los trabajadores. Tendemos a centrarnos en el logro de unos pocos y no en las historias de la persona promedio de todos los días ".




Se cuenta la historia de los trabajadores chinos a través de los mapas antiguos, detallando en el que trabajaban, sus materiales de trabajo - de sombreros cónicos a picos de minero - y fotos, que muestran las tiendas de campaña que vivían, sus condiciones de trabajo y su estilo de vida nómada.





"Los artefactos a la vista están destinados a ayudar a los visitantes a comprender cómo los trabajadores olvidados tuvieron que soportar condiciones peligrosas e injustas, además de un trabajo agotador", dijo Leibhold. "El 150 aniversario no solo consiste en completar un ferrocarril, sino en los trabajadores involucrados".

Desde 1863 y 1869, aproximadamente 15.000 trabajadores chinos ayudaron a construir el ferrocarril transcontinental. Se les pagaba menos que a los trabajadores estadounidenses y vivían en tiendas de campaña, mientras que los trabajadores blancos recibían alojamiento en vagones de tren .


Estos trabajadores conformaron la mayor parte de la fuerza laboral entre aproximadamente 700 millas de vías ferroviarias entre Sacramento, California y Promontory, Utah. Durante el siglo XIX, más de 2.5 millones de ciudadanos chinos abandonaron su país y fueron contratados desde 1864 después de que una escasez de mano de obra amenazara la terminación del ferrocarril.
El trabajo fue agotador, ya que el ferrocarril fue construido en su totalidad por trabajadores manuales que solían palear 20 libras de roca más de 400 veces al día. Tuvieron que enfrentar condiciones de trabajo peligrosas: explosiones accidentales, avalanchas de nieve y rocas, que mataron a cientos de trabajadores, sin mencionar el clima frío.
"Todos los trabajadores en el ferrocarril eran 'otros'", dijo Liebhold. “En el oeste, había trabajadores chinos, en el este había trabajadores irlandeses y mormones en el centro. Todos estos grupos están fuera de la corriente principal clásica estadounidense ".




La exposición presenta un par de palillos de un siglo de antigüedad, así como latas de té y salsa de soja. La compañía ferroviaria proporcionaba alojamiento y comida a los trabajadores blancos, pero los trabajadores chinos tenían que encontrar sus propias comidas, que a menudo les traían los comerciantes locales.
También hay picos y palas de mineros, sombreros cónicos, así como fotos de los campamentos donde los trabajadores vivían en Nevada en 1869. También hay fotos de los nativos americanos, muchos de los cuales protestaron contra la construcción del ferrocarril. en 1869, que desplazó a los lakota, shoshone, cheyenne y otras comunidades.

Los trabajadores chinos fueron educados y organizados; 3.000 trabajadores se declararon en huelga en 1867 para exigir salarios iguales, ya que a los trabajadores blancos se les pagaba el doble. "No tuvieron éxito porque estaban en el medio de la nada", dijo Liebhold. “El ferrocarril les impidió obtener comida". 
Una foto reveladora a la vista es una foto de los miembros de la junta directiva de Union Pacific sentados en un vagón de tren de clase ejecutiva desde 1869. Al pagarles a los trabajadores un salario bajo, pudieron evadir millones de dólares de la construcción y hacerse ricos.
"La construcción de ferrocarriles a menudo es rentable, pero operarlas no es necesariamente, si nos fijamos en la historia de los ferrocarriles en los Estados Unidos", dijo Liebhold. “Condenar totalmente a los empresarios es un desafío porque se arriesgaron a recaudar dinero para construir un ferrocarril que era astronómicamente difícil. Mucha gente no creía que fuera posible ".


Hay una foto de 1869 que muestra cómo la compañía conmemoró el último pico martillado para completar el ferrocarril, sin embargo, solo un trabajador chino está en la foto. Muchos de los trabajadores quedaron fuera.
Esta historia aún podría ser una que resuene con la América de hoy. "No hay duda de que esta es una historia sobre el trabajo de los inmigrantes", dijo. “Los trabajadores chinos no eran ciudadanos, no se les permitía convertirse en ciudadanos." Desde la década de 1850 hasta 1882, fueron tolerados en los EE. UU., Pero no aceptados como iguales.
"Luego, estaba la Ley de Exclusión China, que prohibía que los inmigrantes ingresaran a los Estados Unidos, a menos que usted fuera diplomático o empresario", dijo Liebhold. "Siempre eres bienvenido si eres rico, entonces puedes entrar".






Trabajadores olvidados: los inmigrantes chinos y la construcción del ferrocarril transcontinental se exhibe en el Museo Nacional de Historia Americana en Washington hasta la primavera de 2020






















martes, 23 de julio de 2019

LAS MADRES OCULTAS DE LA FOTOGRAFÍA VICTORIANA.




La dama desaparece: las madres ocultas de la fotografía victoriana
















¿Por qué hay un bulto de tamaño humano en la parte posterior de estos retratos de bebés?  Las mujeres  que hicieron todo lo posible para que sus hijos se quedaran quietos 


Los bebés pueden ser maravillosamente fotogénicos, pero de alguna manera no se adaptan  del todo el negocio de la fotografía. El flash los hace sobresaltar,  se retuercen, lloran,  parpadean. Los apoyas con cojines, y segundos más tarde, están boca abajo mordiéndose los dedos de los pies. Se durmieron, babean.

Y si ahora es malo, fue peor entonces. Ahora tenemos cámaras para grabar hasta el último gorgoteo, pero para los victorianos fue mucho más complicado. Una madre del siglo XIX tenía que vestir al bebé con un vestido  almidonado, y quizás junto a sus hermanos transportarlo al estudio del fotógrafo más cercano lo más temprano posible en la mañana, subir varios tramos de escaleras, organizar el grupo familiar en el contexto del estudio, hacer que todos permanezcan completamente quietos durante 30 segundos aproximadamente, gastar una buena cantidad de dinero y luego esperen varios días para que se terminen las copias, antes de enviarlas a familiares y amigos  o pegarlas en álbumes.






















El principal problema fue la duración de la exposición. A pesar de lo brillante que fuera el estudio del fotógrafo, una imagen tardaba medio minuto en registrarse en el colodión húmedo. Conseguir que un adulto se siente completamente quieto durante medio minuto es un desafío, pero lograr que un bebé que está despierto lo haga es casi imposible. El fotógrafo podría colocar a una persona con la edad suficiente para sentarse en una silla colocando una abrazadera de cabeza estilo silla eléctrica detrás de ellos, pero la única forma de fotografiar a un bebé es que la madre lo sostenga.






Los resultados fueron a menudo extraordinarios, como muestra una colección de estas fotografías, llamada La Madre Oculta. Si bien hay muchos retratos victorianos en el estudio de grupos familiares, hay muchos en los que las madres están ocultas: sostienen a los bebés en su lugar mientras se hacen pasar por sillas, sofás o telones de estudio. Querían una foto del bebé, y esta era la mejor manera de lograrlo. A veces, las figuras son obvias, de pie al lado de una silla y esperando ser recortadas más tarde; a veces, realmente aparecen como un par de cortinas o como manos sin cuerpo. Para un espectador del siglo XXI, las imágenes son extrañas: todos estos niños sonrientes  enmarcados por lo que parece ser una Parca, o por una sucesión interminable de figuras en alfombras y burka de chintz.










Las imágenes en el libro de Linda Fregni The Hidden Mother  son conmovedoras y ligeramente macabras. Una serie ha descubierto a las madres, pero sus rostros se han borrado para dejar nada más que una brecha ennegrecida. En otros, los bebés que sostienen parecen estar muertos: un par de fotografías más pequeñas muestran a los bebés con ojos hundidos. 
Hasta la década de 1880 y el advenimiento de la fotografía de mercado masivo, la mayoría de las personas solo pueden tener una instantánea tomada una vez en la vida. Dado que muchos niños murieron en la infancia, el único recuerdo que podrían tener los padres sería la única fotografía póstuma de su bebé apoyada para que pareciera simplemente dormida.








Incluso si ninguno de los bebés en estos retratos está muerto, hay un escalofrío en las imágenes que se deriva del proceso fotográfico en sí. Hasta que las placas secas de gelatina estuvieron disponibles, la mayoría de los fotógrafos usaron colodión húmedo. Esto permitió tiempos de exposición mucho más cortos que los calotipos o daguerrotipos (segundos en lugar de minutos), pero las placas tuvieron que ser expuestas y luego procesadas en 15 minutos. Aunque las imágenes resultantes podrían estar bien definidas, hicieron que todo se viera fantasmal. Los blancos no son blancos, sino una especie de beige que se avecina, y las figuras oscuras de las mujeres que están detrás hacen parecer que tanto el bebé como la madre están flotando entre un mundo y otro.









Mark Osterman es un historiador que ha sido pionero en la reactivación de técnicas fotográficas antiguas desde sus estudios en Rochester, Nueva York. "Hubo muchos fotógrafos que se especializaron en bebés y personas mayores", dice. "Las personas mayores pueden ser inestables y de mal humor y difíciles de tratar, al igual que los bebés. Así que los fotógrafos tenían que tener mucha luz y paciencia. Es posible que necesiten de 18 a 30 segundos para obtener un claro negativo".







Muchos de esos fotógrafos también eran mujeres. Para la década de 1860, la fotografía se había convertido en una de las pocas profesiones consideradas respetables para las mujeres de clase media: entre 1861 y 1871, la cantidad de fotógrafas se cuadruplicó. Al igual que sus homólogos masculinos, se convirtieron en expertos para mantener a los bebés estables por medios justos o no. Algunos utilizaban animales para captar su atención, manteniendo monos mascotas o aves enjauladas en su estudio, mientras que otros recurrían a la química recreativa. Una revista sugirió que una dosis de opio "impediría de manera efectiva a los asistentes a ser conscientes de sí mismos, de la cámara o de cualquier otra cosa".









Las imágenes son conmovedoras por todo tipo de razones, pero en parte porque muy pocas muestran a alguno de los bebés sonriendo. La sonrisa de un bebé es demasiado móvil para exposiciones tan largas, por lo que, como sucede con los pasaportes modernos, los fotógrafos de estudio exigieron que sus sujetos permanezcan con la cara seria, mirando al espectador con la misma expresión de sabiduría impasible que tienen todos los bebés. Es solo cuando miras más allá de ellos a estos fondos llenos de formas humanas que tanto los bebés como sus madres ocultas saltan del pasado y vuelven a la vida.