miércoles, 29 de marzo de 2017

PRIVACIDAD




EE UU aprueba una ley que permite a los proveedores de Internet vender datos de usuarios

La normativa contempla que se comercialicen los historiales de búsqueda y localización de los

consumidores
 

















El Congreso de Estados Unidos ha eliminado las garantías de privacidad en Internet. La Cámara de Representantes ratificó este martes una ley impulsada por el Senado y que permite a los proveedores de conexión a la Red comercializar los historiales de búsqueda de los usuarios. La aprobación del texto supone un triunfo para las grandes empresas de telecomunicaciones y cuenta con el respaldo de la Casa Blanca. Se espera que el presidente Donald Trump la selle en los próximos días. La normativa ha salido adelante con 215 votos a favor, todos ellos republicanos, y 205 en contra, los de todos los representantes demócratas junto a 13 republicanos. Se espera que el presidente Trump firme el texto en los próximos días, por lo que sumará una regulación más a la lista de regulaciones de la era Obama que elimina con su firma.

Los republicanos han argumentado que este paso era necesario para eliminar regulaciones previas que consideran excesivas, pero no han sometido la legislación a debate ni han celebrado audiencias en los comités correspondientes al sector ni han recibido el testimonio de expertos. El texto, que augura una mayor desregulación del sector de las telecomunicaciones en EE UU, ha sido aprobado en menos de un mes. El presidente republicano está a punto de sellar una importante victoria a las compañías que proveen la conexión a Internet en Estados Unidos, como Comcast o Verizon. Éstas han rechazado todos los intentos de la Administración Obama para proteger la privacidad de los usuarios, así como el principio de la neutralidad en la red, que prohíbe la discriminación entre los consumidores por parte de estas empresas. La regulación en cuestión fue aprobada el pasado mes de octubre por la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) y exigía a los proveedores de conexión a Internet que obtengan el permiso de los usuarios para vender sus datos, desde el historial de búsqueda hasta las aplicaciones que descargan en sus dispositivos o si navegan por Internet desde un ordenador o una tableta.
Los republicanos han aprobado una ley que deshace esas condiciones y va un paso más allá, al prohibir a la agencia reguladora que vuelva a imponer restricciones similares. En cuanto entre en vigor, las compañías podrán vender a los anunciantes los datos de los usuarios —su historial de búsqueda, su localización o el tiempo que pasa navegando en una página concreta—, sin su consentimiento. Hasta este momento, los proveedores de Internet sólo podían comercializar esa información si recibían permiso de los clientes. Las regulaciones de Obama también obligaban a las compañías a especificar a los consumidores qué tipo de datos recaban sobre ellos y con quién los comparten. Las empresas también debían informar en el caso de que sus datos estuvieran en peligro y necesitaban un permiso especial para registrar datos específicos como los historiales de navegación. La ley aprobada este martes establece que los datos se podrán vender por defecto, salvo que el consumidor pida expresamente que no sea así. Sus principales detractores aseguran que supone el fin de las protecciones establecidas hasta ahora. “Los datos de los usuarios pertenecen a los consumidores, no a los proveedores, y nunca deberían ser vendidos para el beneficio de las grandes operadoras”, declaró este martes el congresista demócrata John Lewis.

Detrás de esta cambio de legislación se esconde una larga batalla entre el Gobierno federal y las principales compañías que proporcionan la conexión a Internet en EE UU. Gigantes como Comcast y Verizon consideran injusto que no estén sometidos a la misma regulación que Google o Facebook, a pesar de que su funcionamiento es muy distinto. Los defensores de la privacidad online, por su parte, afirman que mientras que los buscadores sólo tienen acceso a una parte de lo que los usuarios hacen en Internet, las empresas que les ofrecen la conexión pueden conocer todos sus pasos. El Partido Republicano ha declarado victoria para las grandes empresas proveedoras.

















BENETTON Y LOS MAPUCHES





Benetton y los mapuches, batalla sin fin en la Patagonia argentina

Carlos E. Cué. 








Ovejas en la estancia Leleque, que Benetton usa para su famosa lana⁠⁠.




Carlo Benetton, el hermano pequeño de la familia que controla el imperio textil italiano, es uno de los muchos millonarios del planeta enamorado de la Patagonia argentina. En 1991, el grupo compró en este paraíso 900.000 hectáreas en las que crían casi 100.000 ovejas, que llegaron a producir el 10% de la lana de la firma. Carlo viaja cuatro veces al año para disfrutar con amigos y de paso controlar la producción que será la base de su ropa. Pero su plácida y enorme finca se ha encontrado con un problema al que nadie sabe cómo hacer frente: un grupo de mapuches, los indígenas que ocupaban estas tierras hasta que fueron prácticamente aniquilados por los argentinos a finales del siglo 19, se ha instalado en una pequeña parcela con la intención declarada de “empezar la reconstrucción del pueblo mapuche”. “Esto es como si yo ahora fuera a Inverness, en Escocia, a reclamar las tierras de mis antepasados”, protesta Ronald McDonald, nieto de escoceses que llegaron a la Patagonia para cuidar ovejas, y administrador general de la empresa de Benetton, Compañía de Tierras del Sud Argentino. McDonald recorre con un todoterreno la enorme finca en un paraje sobrecogedor, con los majestuosos Andes de fondo. Solo las ovejas y el viento patagónico rompen el silencio. Los gauchos que las pastorean también son mapuches. Algunos son primos de los rebeldes. Pero unos cobran de Benetton y llevan caballos ensillados, los otros no tienen casi nada y montan a pelo, como sus antepasados. 
La tensión es permanente. “¿De quién es la Patagonia? Ellos hablan de violencia, pero mataron y humillaron a nuestros abuelos, repartieron a las niñas para los hombres en Buenos Aires. Ellos agacharon la cabeza, nosotros hemos dicho basta. Ya no tenemos miedo”, reta Soraya Maicoño, portavoz del grupo. La Constitución argentina permite la reclamación de tierras de los pueblos originarios, pero Benetton rechaza el derecho ancestral al que apelan los mapuches y asegura que vinieron de Chile. “Acá son tan inmigrantes como mi abuelo”, remata McDonald.





Un gaucho en la estancia Leleque, propiedad de Benetton



A pocos kilómetros, en Vuelta del Río, está la zona ocupada. Jessica, una mapuche que vino de Esquel, se acomoda su pañuelo palestino en la cabeza a la puerta de una precaria cabaña de vigilancia. Con un fuego al aire libre –viven sin agua corriente ni electricidad- cocinan una carne e intentan esquivar el frío. Algunos usan pasamontañas para evitar ser reconocidos. “ Benetton es el foco del conflicto por su peso político. El objetivo de fondo es fortalecernos como pueblo”, cuenta Jessica. Mirtha, de rasgos más claramente indígenas, bajó de las reservas de Cushamen: “Ellos tienen balas, nosotros piedras. Sabemos que están desesperados por sacarnos. Pero no van a poder”, dice con seguridad. No se van a ir. Ya hay incluso un niño nacido en el campamento. Su plan es de largo plazo: convencer a todos los mapuches para alzarse contra Benetton y otros terratenientes, construir un nuevo estado dentro del territorio chileno y argentino. “Nosotros no reconocemos fronteras, nuestro pueblo abarca de mar a mar”, cuenta Maicoño. Atilio y Rosa Curiñanco se hicieron famosos en 2007 porque ocuparon otra parcela de las tierras de Benetton. Llegaron a viajar a Italia para convencer al patriacra, Luciano, sin éxito. Así que siguen ocupando 500 hectáreas sin papeles ni derechos. Pero ya nadie intenta echarlos. No aprueban la violencia. “La manera que estos jóvenes de luchar no es aceptada por las 110 comunidades de acá. Pero sí la idea de recuperar las tierras. Acá destruyeron una cultura. Venimos de sangre milenaria y queremos juntar lo que desparramó el huinca (blanco) ”, explican en su pequeño rancho, donde apenas tienen unas gallinas. Les cuesta cultivar las tierras, no tienen maquinaria. Han cumplido 10 años allí y se sienten libres, aunque viven en la pobreza absoluta.

La Patagonia siempre fue una tierra de excesos y forajidos. A pocos kilómetros de la estancia de Benetton, en Cholila, se refugiaron en 1901 Butch Cassidy y Sundance Kid, míticos bandidos de EEUU. Casi todo aquí se ha hecho siempre por las malas y esta vez no parece diferente. En Leleque, la estancia principal de Benetton, muestran que son una compañía productiva, y no una finca de recreo para millonarios. Tienen todo en regla, aunque nunca aclaran por cuánto compró la familia estas tierras inmensas. La justicia está de su lado. De momento, los mapuches solo tienen un pequeño poblado con tiendas y 20 personas de forma permanente. Pero están muy organizados y dispuestos a resistir como sea. Llevan casi dos años, y el último intento de desalojo acabó con 14 heridos, uno de ellos de una bala disparada por la policía. McDonald defiende el modelo de enormes latifundios, frecuente en toda Argentina. “En la Patagonia solo funcionan las grandes extensiones, por los inviernos tan duros. Si les damos unas hectáreas solo van a tener una economía de subsistencia con ayudas del Estado. De esta forma tenemos 130 empleados directos y damos trabajo a unas 200 personas con una economía sustentable”, sostiene.















"Nosotros no reconocemos fronteras, nuestro pueblo abarca de mar a mar"









Resistencia Ancestral Mapuche

Los indígenas no están solos, cuentan con un fuerte apoyo social y político. “No son ocho locos, detrás hay una organización, Resistencia Ancestral Mapuche” se indigna McDonald, quejoso por el apoyo de Amnistía Internacional. Le gustaría que el Estado argentino fuera tan duro como el chileno, que les aplica la ley antiterrorista. De hecho el líder de estos mapuches, Facundo Jones Huala, tiene una reclamación de extradición al país vecino. “Chile tiene un estado presente, si no esto es como el far west”, asegura. El juez de Esquel que ordenó el último allanamiento, Guido Otranto, cuenta que encontraron cócteles molotov. “Son violentos, aunque no se les puede llamar terroristas como pretenden algunos”, matiza. Todos tienen claro que esto no es una batalla por unas hectáreas. La pelea de fondo cuestiona la construcción de un continente a sangre y fuego. Por eso el tiempo no es un problema para nadie. En la Patagonia todo va despacio. Pero en su silencioso paisaje de ensueño la tensión es evidente. En cualquier momento puede estallar la chispa definitiva.

La construcción de un continente a sangre y fuego

La visita a esta zona en disputa deja claro que esto no es una batalla por unas hectáreas. Está en juego replantear la construcción de un continente a sangre y fuego. “Es un problema ideológico, ellos están en contra de las multinacionales”, insiste McDonald. “Nosotros no reconocemos fronteras, nuestro pueblo abarca de mar a mar”, explica Soraya Maicoño, portavoz de este grupo mapuche. “Si podemos avanzar vamos a seguir avanzando. ¿De quién es la Patagonia? Nuestros abuelos agachaban la cabeza, nosotros hemos dicho basta. Nosotros tenemos formación, sabemos hablar con un juez. Ellos hablan de violencia, pero a nuestros abuelos los mataron y humillaron, repartieron a las niñas para los hombres en Buenos Aires. ¿Quién empezó la violencia? Por eso pedimos una resolución política”. La batalla va a seguir, metro a metro. El tiempo no es un problema para ninguno de los dos contendientes. En la Patagonia todo va despacio. Pero la tensión es enorme y puede pasar algo definitivo en cualquier momento.




Mapuches de Vuelta del Río frente a la cabaña de vigilancia.










El País.España









martes, 28 de marzo de 2017

EL GUERNICA



La vida interior del ‘Guernica’

María Dolores Jiménez-Blanco 











Cuando el Gobierno de la Segunda República encargó en 1937 un gran cuadro a Picasso, España se encontraba inmersa en la Guerra Civil que siguió al golpe de Estado llevado a cabo por un grupo de militares al mando del general Franco. Aquella pintura iba a destinarse al pabellón que representaría al país en la Exposition International des Arts et Techniques dans la Vie Moderne en París. Un pabellón que tenía, de hecho, algo de admonición para una Europa que ya conocía los totalitarismos, pero que aún distaba dos años de la Segunda Guerra Mundial. Por su parte Picasso, afincado en París desde comienzos de siglo y reconocido internacionalmente, era aclamado tanto por quienes se sentían deudores del vértigo vanguardista como por quienes apostaban por nuevos clasicismos. Un desasosiego que trenza lo personal y lo colectivo aflora, sin embargo, en sus obras de aquellos años, que él mismo calificó como “los peores de su vida”: la dureza de la década de los treinta amenazaba con arrollar la edad dorada de la modernidad.

El pintor se comprometió con la República en enero de 1937, cuando entregó dos aguafuertes titulados Sueño y mentira de Franco. Pero no comenzó a trabajar en el gran cuadro hasta saber del bombardeo de la villa vasca de Gernika el 26 de abril de 1937 por parte de la Legión Cóndor alemana. Picasso, que no conocía Gernika ni la visitaría jamás, se sintió violentamente conmovido por aquella indiscriminada matanza de inocentes en la que vio concentrada no solo aquella guerra, sino todas las guerras. Emprendió entonces, en su taller de la Rue des Grands Agustins, un proceso de trabajo que fue fotografiado por Dora Maar y que llevó al cuadro de la categoría de proclama circunstancial a la de rotundo símbolo universal. La intensidad de aquellas semanas puede intuirse a través de un conjunto de obras que Picasso realizó al mismo tiempo, unas 60 piezas entre dibujos y óleos, todos de gran carga expresiva. Este dato, unido al corto periodo de realización —Picasso entregó el lienzo a las autoridades republicanas en la primera quincena de junio de 1937— permite imaginar un ritmo de creación febril, casi de trance, que registró no tanto una tragedia histórica, sino más bien la reacción del artista ante ella.



Picasso, fotografiado por Dora Maar mientras trabaja en el 'Guernica'. MUSEO REINA SOFÍA


Cuando el cuadro fue presentado públicamente, su recepción crítica se centró ya en buena medida en la tensión entre su forma y su contenido: esa fue siempre la clave. Los críticos de orientación marxista —desde el joven Anthony Blunt hasta el poeta Louis Aragon— le reprocharon, a veces sin nombrarlo, que por no renunciar a la innovación formal no conseguía la eficacia semántica del realismo socialista. Por el contrario, artistas como Amédée Ozenfant defendieron el lienzo diciendo: “Nuestra época es grandiosa, dramática y peligrosa (…) y Picasso, al ser igual a sus circunstancias, hace un cuadro digno de ellas”. Este argumento, el de la necesaria conexión entre el artista y su época, se revelaría crucial en el contexto del expresionismo abstracto neoyorquino, donde el Guernica alcanzaría un valor que, siguiendo el término empleado por Dore Ashton, podríamos llamar fertilizador.
Pero no adelantemos acontecimientos. Antes de recalar de forma más o menos estable en Nueva York, y una vez concluida la Exposición Universal de París, el Guernica emprendió un recorrido internacional destinado a sensibilizar a la opinión pública europea sobre la situación española. Viajó entre enero de 1938 y enero de 1939 primero a Oslo, Copenhague, Estocolmo, Gotemburgo, y luego a Londres, Leeds, Liverpool y Manchester. Convertido ya en una celebridad, el 1 de mayo de 1939 llegó a Nueva York: hacía un mes que la guerra española había terminado con la derrota de la República, y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial parecía cada vez más inminente. Durante el mes de mayo, el Guernica se expuso en la Valentine Gallery como reclamo en la lucha antifascista y como instrumento de ayuda a los refugiados republicanos. 
En noviembre del mismo año volvió a presentarse al público neoyorquino, ahora en la gran retrospectiva dedicada a Picasso en el flamante edificio del Museo de Arte Moderno, en la calle 51: Picasso. Forty Years of His Art, comisariada por su mítico director Alfred H. ­Barr Jr. Dicho así parecería que entre mayo y noviembre de 1939 el Guernica mutó de instrumento político a obra maestra del arte del siglo XX. Por su trascendencia posterior, merece la pena detenerse un poco en lo ocurrido con el lienzo en estos meses.

El viaje del Guernica de Europa a Estados Unidos, a bordo del Normandie y acompañado de Negrín, había sido organizado por el American Artists’ Congress en colaboración con el Comité de Ayuda a los Refugiados, a quien se destinarían los fondos recogidos en la Valentine Gallery. El pintor Stuart Davis, miembro del comité organizador, y otros artistas como Dorothea Tanning, Willem de Kooning y su futura esposa, Elaine Fried, así como Arshile Gorky y Jack­son Pollock, dejaron constancia de la impresión que les causó aquella muestra, bien a través de sus palabras, o bien en dibujos y obras posteriores. Como recuerda Dore Ashton, “el Guernica atrajo, tanto por parte de la prensa como por parte del público en general, el mayor número de comentarios que ninguna obra de arte moderno haya conseguido en América. Y lo que es más importante, conmovió profundamente a los artistas.

Fotografía de Dora Maar en una fase temprana del 'Guernica'. Museo Reina Sofía



Si la gira europea ya había dado una reputación heroica al cuadro, su presentación en Nueva York con el conjunto de las obras relacionadas con él apoyó las posiciones de los artistas de la Escuela de Nueva York, que deseaban romper el malentendido que identificaba al arte políticamente comprometido con los lenguajes realistas. En un ambiente sensible a las teorías del existencialismo y al énfasis en la subjetividad propio del surrealismo, el Guernica mostró a los futuros expresionistas abstractos que la máxima expresión de solidaridad hacia la propia época era la que surgía del interior del artista.
Entre la exposición en la Valentine Gallery en mayo de 1939 y la del Museo de Arte Moderno en noviembre del mismo año, el Guernica hizo una breve gira americana (Los Ángeles, San Francisco y Chicago) que amplió su debate crítico acerca de la relación arte-política al contexto de la recién declarada guerra mundial. Y cuando el Guernica volvió a mostrarse en Nueva York en noviembre, ahora en el Museo de Arte Moderno, sumó a su controvertido prestigio político el estatus de pieza central de la trayectoria de Picasso, el artista proteico que resumía toda la complejidad de lo moderno. Pronto quedaría claro que aquellas aproximaciones no eran, ni mucho menos, excluyentes. Tampoco para el propio Barr: al mismo tiempo que encumbraba al Guernica como obra maestra universal, Barr la ensalzaba como muestra de la libertad artística de las democracias occidentales frente a la uniformidad impuesta por los totalitarismos.



Imagen del 'Guernica' tomada por Dora Maar en una fase avanzada. MUSEO REINA SOFÍA




La exposición organizada por ­Barr en el Museo de Arte Moderno en 1939 contribuyó decisivamente a encumbrar a Picasso como mito cultural del siglo XX. Pero antes Barr ya había situado a Picasso en el centro de sus dos grandes muestras de 1936: Cubism and Abstract Art y Fantastic Art, Dada and Surrealism. Con ambas trazó una doble genealogía de lo moderno tendente a institucionalizar las vanguardias del siglo XX. Sin embargo, lo que Barr canonizó con éxito en 1936 fue condenado en 1937 con la ominosa muestra organizada por el régimen nazi bajo el título de Arte degenerado, que viajó por diversas ciudades alemanas denigrando a las vanguardias por su cercanía con bolcheviques y judíos. Resulta tentador interpretar, desde el contexto de la Europa de 1937, al Guernica como una confirmación parisiense de la reciente propuesta historiográfica de Barr, de una parte, y como una contundente respuesta al violento ataque nazi a la modernidad, de otra.

Después de 1939 el Guernica residió por mucho tiempo en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Consciente de su vigencia, en 1947 Alfred H. Barr Jr. organizó un simposio acerca del cuadro que certificó que hablar del Guernica en el Nueva York del expresionismo abstracto equivalía a apelar a lo que el cuadro tenía de “titánico gesto personal”, de “ensayo de indignación moral”, como dice Dore Ashton. Obviamente interesó entonces a artistas como Pollock, y esa atracción se prolongó mucho más en el tiempo en otros como Mother­well, un pintor que durante décadas reflejó el impacto del “gesto moral” de Picasso en sus Elegías a la República Española. Pero la onda expansiva del Guernica podía ampliarse más allá de lo inmediato: Stuart Davis — un artista que no pertenecía a la vanguardia del expresionismo abstracto, sino a la retaguardia de la modernidad inicial— recordó que con el Guernica Picasso sugería que “pintar es, en sí mismo, un acto social”: esa era, por encima de las cuestiones formales, su principal aportación. Esa era, en definitiva, la lección del Guernica.

Aunque en los años cincuenta el cuadro todavía viajó por Europa y América, su fragilidad desaconsejó que, después de participar en la muestra que celebró los 75 años de Picasso en 1956, volviera a abandonar Nueva York. A partir de entonces su presencia en las salas del museo supuso un constante recuerdo de la noción del artista como puente necesario entre lo individual y lo colectivo. Mientras seguía creciendo la consideración del Guernica en el relato del arte del siglo XX, el posicionamiento antifascista de Picasso y su denuncia de la guerra contemporánea ha inspirado y acompañado a quienes se han opuesto a conflictos bélicos posteriores como Corea o Vietnam. Ya en el siglo XXI, frente a conflictos como los de Irak, Siria o Afganistán, muchas miradas se han seguido volviendo al Guernica tanto en reproducciones paseadas en manifestaciones callejeras como en piezas realizadas por artistas contemporáneos. Las aproximaciones al Guernica han sido y son muy variadas. Así, Siah Armajani, en la pieza titulada Fallujah, de 2004-2005, reutilizó algunos elementos formales del mural picassiano para referirse a la destrucción de la ciudad iraquí. Por su parte, Daniel García Andújar ha indagado recientemente tanto sobre la condición comunista de Picasso como sobre la condición icónica del Guernica.

Por último, es imprescindible aludir resumidamente a los matices que la biografía del Guernica ha tenido en España. Hasta finales de los setenta, su poder activista en contra del régimen de Franco convirtió su imagen reproducida casi en un amuleto frente a la dictadura, constatando la división política del país. Esa visión se invirtió en 1981: después de una ardua negociación con el Museo de Arte Moderno y los herederos del artista por parte de las autoridades democráticas españolas, la llegada del cuadro a España se presentó oficialmente como el símbolo de la reconciliación nacional que preconizaba la Transición. Hoy, después de varias décadas de presencia en Madrid y una vez normalizada (es un decir) la vida política del país, el Guernica nos sigue interpelando desde la sala del museo. Desde su posición de obra más representativa del arte del siglo XX (porque ninguna otra tiene, por sí sola, tanto significado emocional, político o artístico), mantiene intacta su descarga moral original, y apela y responde a cada generación en sus propios términos.






Babelia. El País. España







lunes, 27 de marzo de 2017

BIG DATA




‘Big Data’: ¿antídoto contra la corrupción?

Nuria Oliver 





Seis científicos trabajan en un centro de control de satélites en California en 1957. / J. R. Eyerman 




En los últimos años hemos presenciado una transición sin precedentes en nuestra historia: datos de diversa naturaleza sobre el comportamiento humano (qué hacemos, dónde vamos, cuánto gastamos, qué consumimos, con quién nos comunicamos…) han pasado de ser un recurso no existente o muy escaso a estar disponibles de manera masiva y en tiempo real. Esta disponibilidad de grandes cantidades de datos (big data) sobre cada uno de nosotros está cambiando profundamente el mundo y ha dado lugar a la aparición de una nueva disciplina llamada Ciencias Sociales Computacionales. Las finanzas, la economía, la salud, la medicina, la física, la biología, la política, el marketing, el periodismo y el urbanismo, entre otras, han experimentado el impacto de este fenómeno. El análisis de datos agregados sobre el comportamiento humano a gran escala nos abre oportunidades extraordinarias para entender y modelar patrones de conducta, así como para ayudar en la toma de decisiones, de manera que ya no seamos los humanos quienes decidamos, sino que las decisiones vengan determinadas por algoritmos construidos a partir de esos datos. ¿Por qué querríamos que un algoritmo decida?
Esta idea de algoritmos que deciden en lugar de personas puede resultar inquietante. Pero no debemos olvidar que la historia está plagada de innumerables ejemplos de sesgos extremos en el proceso de toma de decisiones por humanos —en particular desde las estructuras de poder en la distribución de recursos, la justicia, la igualdad o los bienes públicos—. Esto ha dado lugar a resultados ineficientes, corruptos, injustos, con graves conflictos de intereses y con consecuencias en muchos casos devastadoras para millones de personas (algunos ejemplos recientes: la crisis económica, las hipotecas con cláusulas suelo, los casos de corrupción…). Frente a esto, el desarrollo de algoritmos para la toma de decisiones basados en datos refleja la búsqueda de objetividad y la aspiración de llegar a decidir basándose en evidencias de manera que se eliminen —o al menos se minimicen— la discriminación, la corrupción, la injusticia o la ineficiencia de las que, desgraciadamente, no escapan las decisiones humanas. En el contexto del bien social, William Easterly propone el concepto de la “tiranía de los expertos”, según el cual economistas, centro de estudios, agencias de ayuda humanitaria, analistas y expertos han dominado proyectos globales de desarrollo económico y de reducción de la pobreza. Como consecuencia de esta “tiranía”, se ha observado que los expertos han favorecido a menudo soluciones tecnocráticas que muchas veces no han respetado los derechos individuales de los ciudadanos y no han logrado tener el impacto positivo esperado.



Supercomputadora  Tianhe-2



Dado el potencial de los datos, en los últimos años ha aparecido un fértil campo de investigación enfocado al desarrollo de fórmulas para la toma de decisiones en el área de las mejoras sociales, es decir, algoritmos que influyen en las decisiones y en la optimización de recursos. Estos algoritmos están diseñados para analizar cantidades ingentes de información de distintas fuentes y, de manera automática, seleccionar los datos relevantes para usarlos de forma concreta. Es lo que se conoce como big data para el bien social. Y en ese campo se han llevado a cabo proyectos que han analizado el valor de los datos para entender el desarrollo económico de una región, predecir el crimen, modelar la propagación de enfermedades infecciosas como la gripe o el ébola, estimar las emisiones de CO2 o cuantificar el impacto de desastres naturales. Tanto investigadores como gobiernos, ONG, empresas y grupos de ciudadanos están experimentando activamente, innovando y adaptando herramientas de toma de decisiones para alcanzar soluciones que estén basadas en el análisis de información. El potencial es inmenso, y esa es justamente una de las motivaciones de mi trabajo de investigación en este área.
Dentro de la comunidad científica también se han identificado una serie de retos sociales, éticos y legales relacionados con la toma de decisiones de manera algorítmica, que afectan a cuestiones como la privacidad, la seguridad, la transparencia, la ambigüedad con relación a la responsabilidad, los sesgos o la discriminación. De hecho, en 2014, la Casa Blanca publicó el informe Big Data: capturando oportunidades, preservando valores, que ­subraya la discriminación potencial que pueden contener los datos e identifica ciertos riesgos con relación al uso de datos personales para tomar decisiones sobre el crédito, la salud o el empleo de las personas. Corremos el riesgo de sustituir la “tiranía de los expertos” por una “tiranía de los datos” si no somos conscientes y tomamos medidas para minimizar o eliminar las limitaciones inherentes en las decisiones basadas en datos.
Para poder aprovechar adecuadamente el potencial de las decisiones basadas en datos y avanzar hacia un mundo más justo, honesto e igualitario hay cuatro retos importantes que debemos resolver en el empleo de algoritmos en la toma de decisiones.
El primer escollo es la garantía de la privacidad de las personas. A medida que los algoritmos tienen acceso a datos procedentes de un número creciente de fuentes, incluso cuando dichos datos son anónimos, de su cruce y combinación podrían inferirse ciertas características sobre una persona en particular, aunque esta información nunca haya sido desvelada por la misma, como ilustra el trabajo de Yves Alexandre de Montjoye. Afortunadamente, pueden tomarse medidas para minimizar o eliminar este impacto en la privacidad, como la agregación de datos anónimos.
Otro reto es la asimetría en el acceso a la información. Podríamos llegar a una situación en la que una minoría tiene acceso a datos y dispone del conocimiento y las herramientas necesarias para analizarlos, mientras que una mayoría no. Esta situación exacerbaría la asimetría ya existente en la distribución del poder entre los Gobiernos o las empresas, de una parte, y las personas, de otra. Iniciativas para promover datos abiertos (open data) y programas de educación que fomenten la alfabetización digital y el análisis de datos son dos ejemplos de medidas que se podrían desarrollar para mitigar esto.
El tercer punto controvertido es la opacidad de los algoritmos. Jenna Burrell habla de un marco que caracteriza la opacidad de los algoritmos en tres tipos: 1) opacidad intencionada, donde el objetivo es la protección de la propiedad intelectual; 2) opacidad por ignorancia, porque la mayoría de los ciudadanos carecen del conocimiento técnico para entender los algoritmos de inteligencia artificial subyacentes; y 3) opacidad intrínseca, resultado de la naturaleza de las operaciones matemáticas utilizadas, que en muchas ocasiones son muy difíciles o imposibles de interpretar. Estos tipos de opacidad pueden minimizarse con la introducción de legislación que obligue al uso de sistemas abiertos, con programas educativos en pensamiento computacional, con iniciativas para explicar a ciudadanos sin conocimientos técnicos cómo funcionan los algoritmos de toma de decisiones y con el uso de modelos de inteligencia artificial que sean fácilmente interpretables, aunque satisfacer tal condición implique utilizar modelos más sencillos u obtener resultados menores si se comparan con los obtenidos con modelos tipo caja negra.
El último reto es la exclusión social y la discriminación en potencia que podrían resultar de las decisiones tomadas por algoritmos basados en datos. Los motivos pueden ser múltiples: en primer lugar, los datos que se utilicen pueden contener sesgos que queden plasmados en dichos algoritmos; además, si no se utilizan los modelos correctamente, los resultados podrían ser discriminatorios —esto ha quedado demostrado en el reciente trabajo de Toon Calders e Indr Žliobaitė—. Otro riesgo es que a ciertos individuos se les denieguen oportunidades debido no a sus propias acciones, sino a acciones de otras personas con las que comparten algunas características. Por ejemplo, algunas empresas de tarjetas de crédito han reducido los límites de crédito de clientes no basándose en su propio historial financiero, sino a partir del análisis de datos de otros clientes con un historial financiero muy deficiente, pero que habían comprado en las mismas tiendas donde habían consumido los clientes castigados, como refleja un informe de la Federal Trade Commission en EE UU. Por esto es de vital importancia conocer bien tanto las virtudes como los problemas de los datos y de los modelos utilizados, y llevar a cabo los análisis necesarios para identificar y cuantificar las posibles limitaciones.

Afortunadamente, estos retos no son insalvables. El potencial de los datos para ayudar a mejorar el mundo es inmenso en numerosas áreas, incluyendo la salud pública, la respuesta ante desastres naturales y situaciones de crisis, la seguridad ciudadana, el calentamiento global, la educación, la planificación urbana, el desarrollo económico o la elaboración de estadísticas. De hecho, el uso del big data es un elemento central en los 17 Objetivos para el Desarrollo Sostenible (SDG) de Naciones Unidas: los datos —y las conclusiones a las que podemos llegar gracias a su análisis— son y serán un elemento clave para ayudarnos a abordar los grandes retos a los que nos enfrentamos como especie.
Bien usados, los datos ofrecen la oportunidad de democratizar ciertas decisiones, superando la “tiranía de expertos” mencionada anteriormente y consiguiendo que las decisiones respondan a variables menos sujetas a la arbitrariedad de unos pocos. Pero también debemos encontrar un equilibrio y asumir la responsabilidad de no caer en una “tiranía de datos”. Solo desde un compromiso colectivo que implique tanto a investigadores, políticos y otros agentes sociales como a los ciudadanos —a cualquiera que pueda estar leyendo este artículo— podremos explorar y aprovechar las posibilidades potenciales que los datos ofrecen para la consecución del bien común, el nuestro y el de generaciones futuras. Tenemos una oportunidad que no debemos —ni podemos— dejar pasar.



Nuria Oliver es experta en inteligencia artificial y ‘big data’, coautora del informe ‘The Tyranny of Data? The Bright and Dark Sides of Data-Driven Decision-Making for Social Good’.





Ideas. El País. España.










viernes, 24 de marzo de 2017

DIANA Y CARLOS, AL RAS...




Diana y Carlos

Andrea Morales Polanco















¿Por qué Lady Di se veía más baja que Carlos de Inglaterra si medía solo dos centímetros menos?
Un tuit con una serie de imágenes de los príncipes de Gales se vuelve viral. Las estampas son utilizadas por un sociólogo para explicar el machismo en la sociedad




















Sonrientes, mirando a la cámara, anunciado su noviazgo, su compromiso y su boda, en todas y cada una de estas imágenes oficiales el heredero de la corona británica se muestra, por lo menos, media cabeza más alto que Lady Di. Pero quizá de todas las fotos, la que más llama la atención es la que se utilizó para un sello. En ella, la madre de Guillermo y Enrique de Inglaterra apenas le llega a la barbilla a su entonces esposo. 
























Ya en aquel momento los medios de comunicación cuestionaron la imagen. ¿Por qué durante su ceremonia de matrimonio ambos parecían de la misma estatura y en la estampa que celebra esa unión la diferencia es tanta? 
El palacio de Buckingham rápidamente salió en su defensa y en un comunicado, del que periódicos como The New York Times hicieron eco, explicaron que el diseño de las estampas aprobado por el British Post Office tiene una silueta en la parte superior izquierda y otra más abajo a la derecha. “El príncipe Carlos mide 5 pies con 11 pulgadas (1,80 metros) y Lady Di 5 pies con 10 pulgadas (1,77 metros)”, dice el artículo publicado el 26 de julio de 1981 en The New York Times.
El collage, que se ha convertido en material viral y del que medios internacionales han lanzado diferentes teorías del porqué de esa diferencia de estatura, fue tuiteado el pasado 16 de marzo desde la cuenta del profesor Cohen y se convirtió “en el tuit más popular que ha publicado en su vida”, ha escrito el sociólogo en su blog personal. Para él no se trataba de algo nuevo. "Cuando se casaron yo tenía 14 años y recuerdo que en su momento se habló de la polémica por la estampa, por eso se me ocurrió utilizar ese ejemplo en una de mis asignaturas".
El catedrático de Sociología de la familia explica que él utiliza esta anécdota con sus alumnos— también lo ha expuesto en su libro The Family: Diversity, Inequality, and Social Change— para explicar el machismo en la sociedad. “El marido más alto evoca la imagen del hombre protector y dominante. Por poner un ejemplo conocido, aunque Carlos era en realidad una pulgada (2 centímetros) más alto que Diana, a menudo parecía más bajo que ella si eran retratados por los paparazis. Pero cuando posaban para retratos oficiales, por lo general se subía en una caja o un escalón para verse más alto. Este ejemplo ilustra la idea de que la mujer es el sexo débil y corresponde al patrón de dominación masculina en la sociedad moderna”, crítica en su libro Cohen.
Tras ver la serie de imágenes la idea de que detrás de la decisión de hacerlo parecer a él más alto y a ella más pequeña se esconde un factor machista y sexista es inevitable. Algunos han intentado excusar la diferencia de estatura por una cuestión de protocolo —no hay ninguna publicación oficial de la casa real británica que diga que el hombre debe verse más alto—, otros, como el profesor o la socióloga Lisa Wade, lo atribuyen a la dicotomía de género, que predomina en la sociedad, que establece que el hombre es alto/fuerte versus la mujer pequeña/débil.

“Estamos acostumbrados a demostrar el papel que juega cada género en la sociedad. Cada día es más común que la gente se habitúe a las diferentes preferencias sexuales, pero no a romper con la idea preestablecida de que el hombre es fuerte y protector. Las personas temen a ser juzgadas e intentan encajar en los estereotipos”, dice vía telefónica Cohen. Quien además, añade que quizá nadie se había percatado de que esta diferencia de estatura era intencionada porque las personas se han acostumbrado a ese modelo de hombre protector y por ende deja de cuestionarse que quizá esa norma haya sido impuesta y por ello no es verdadera.
En 2011 la socióloga Wade catalogó que estas imágenes representaban "el compromiso social con la idea de que los hombres son más altos y las mujeres más bajas. Cuando las parejas no siguen esta regla se realizan grandes esfuerzos para encajar con la idea impuesta por la sociedad".
Las teorías que han surgido tras la popularidad del tuit son muchas y variopintas, pero lo cierto es que ha traído de nuevo a la mesa el debate sobre el machismo en la sociedad moderna y ha evidenciado que, muchas veces, pasan desapercibidas cosas tan obvias como querer, a como dé lugar, que la imagen de los hombres predomine sobre el de la mujer.




La mediática vida de Lady Di

El sociólogo cree que su tuit se volvió viral debido a la trágica muerte de Lady Di. "Cuando fue el escándalo del sello en 1981, nadie se imaginaba cómo iba a ser la vida de la princesa de Gales. Pero su desafortunado matrimonio y su muerte la volvieron un personaje querido por la sociedad. Estas imágenes terminan de respaldar la teoría de que la corona británica quería vender una imagen de Lady Di como mujer sumisa", reconoce Cohen. 










miércoles, 22 de marzo de 2017

TRABAJO Y ROBOTS



Los países con más robots en sus fábricas 

Max Seitz 












Si se tiene un automóvil es muy probable que la mayor parte de ese vehículo haya sido fabricada por un robot. Y lo mismo puede decirse del teléfono celular, el televisor, el lavarropas o cualquier producto de plástico que forma parte de la vida cotidiana. Lo que antes parecía de ciencia ficción ya es una realidad: los autómatas han "invadido" una serie de industrias y han desplazado a trabajadores de carne y hueso de muchas fábricas. Las cifras así lo demuestran.
Según datos de la Federación Internacional de Robótica (IFR, por sus siglas en inglés), actualmente hay un ejército de 1,63 millones de robots funcionando en todo el planeta.  Son máquinas inteligentes y multiformes (no necesariamente con rasgos humanos) que, con la ayuda de brazos, herramientas y otros medios, realizan tareas repetitivas y de precisión más rápido y con menos errores que las personas.  Y todo en pos de la productividad.

La IFR afirma que estamos en el comienzo de una revolución: la demanda de robots en la industria se ha acelerado considerablemente desde 2010, con un incremento del 15% anual, debido a los grandes avances tecnológicos y a la creciente tendencia a automatizar plantas. Los países que más están comprando unidades son China, Corea del Sur, Japón, Estados Unidos y Alemania.  
Gracias al impulso de estas naciones, para 2019 se espera que la cantidad de robots se incremente a 2,6 millones a nivel mundial. Estamos hablando de un mercado que en ese momento superará los US$ 150.000 millones, según estimaciones de Bank of America Merrill Lynch. "El sector automotriz ha sido la punta de lanza. Es pionero en el uso de robots; es el que más unidades emplea y el que más invierte en esta tecnología", le explica a BBC Mundo Carsten Heer, representante de la IFR, que tiene sede en Alemania.  Las otras industrias donde los autómatas están ampliando su dominio son la electrónica, la metalúrgica, la química, la del plástico y la de la goma. Y cada vez se ven más en el comercio, los almacenes, la logística y los servicios.

¿Quiénes tienen más robots?

Pero, más a allá de los sectores de la economía y las ventas, ¿cuáles son los países que tienen una mayor penetración de robots en sus fábricas?  Los expertos coinciden en que la mejor manera de medirlo es contando las unidades por cada 10.000 empleados activos. Esto ofrece un panorama más realista de la situación y permite analizar mejor el impacto del avance de la robótica en el empleo. El ranking de los 10 países con mayor densidad de robots lo encabezan naciones asiáticas altamente industrializadas.



















Según los últimos datos disponibles de la IFR (de 2015), Corea del Sur ocupa el primer lugar con 531 unidades cada 10.000 trabajadores.  En la lista le siguen Singapur (398), Japón (305), Alemania (301), Suecia (212), Taiwán (190), Dinamarca (188), Estados Unidos (176), Bélgica (169) e Italia (160). Los países latinoamericanos más robotizados figuran muy por debajo en la lista, lejos del promedio global de 69 autómatas por cada 10.000 empleados.México ocupa el puesto 30 con 33 robots por cada 10.000 trabajadores, Argentina el 36 con 16 unidades y Brasil el 38 con 11. "Lo que muestran estas cifras es que, al contrario de lo que muchos creen, la penetración de los robots en la industria sigue siendo relativamente baja", comenta Carsten Heer, de la IFR."A la vez, esos mismos números ponen de relieve el enorme potencial que tiene la robótica para seguir creciendo dentro de las economías".

La "pesadilla" de ser sustituidos







Cuando el año pasado Foxconn, la compañía china que fabrica dispositivos para Apple y Samsung, anunció que reemplazaría 60.000 trabajadores con robots, los peores temores desde el advenimiento de la inteligencia artificial parecieron confirmarse.  Quienes pensaban que algún día todos los puestos de trabajo serían sustituidos por robots vieron reforzada su creencia.  Un año antes la Changying Precision Technology Company, un fabricante de componentes de teléfonos celulares también de China, había causado aún más espanto, al instalar una fábrica operada casi en su totalidad por robots. Por supuesto, son casos extremos y no tan frecuentes por el momento.

¿Destructores o creadores?

Aun así, ¿se justifican las visiones apocalípticas que imaginan una economía dominada por robots, en la que los seres humanos son condenados a una existencia indigna de desempleo y marginación? Aquí las opiniones de los expertos y la interpretación de los datos son divergentes. Hay quienes sostienen que, si bien los robots han destruido empleos en la industria, esta pérdida tiende a compensarse con la creación de puestos de trabajo en áreas relacionadas con la automatización. Según el Foro Económico Mundial, para 2020 desaparecerán 5 millones de puestos de trabajo en las 15 economías más desarrolladas del mundo por causa de innovaciones como la robótica y la inteligencia artificial.  Cálculos optimistas, como los de la consultora tecnológica Metra Martech, señalan que los robots actualmente en operaciones han sido responsables de la creación de al menos 8 millones de empleos, a los que se sumarán un millón más en los próximos años.  Se trata de puestos relacionados directamente con el desarrollo y la operación de autómatas, pero también de trabajos indirectos en las áreas de productos y servicios. De modo que, según estas estimaciones, el déficit no sólo se cubrirá sino que incluso se convertirá en superávit. Para Carsten Heer, de la Federación Internacional de Robótica, este efecto de cascada en toda la economía se explica con una fórmula sencilla."El uso de robots no sólo crea puestos calificados; también baja el costo de los productos, lo que a su vez despierta más interés de los consumidores y, como consecuencia, genera más ventas. Y más ventas siempre significan más puestos de trabajo”

La "gran escisión"

Sin embargo, hay quienes cuestionan esta visión y hasta la califican de ingenua. Uno de ellos es el profesor Erik Brynjolfsson, académico del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y coautor del best seller "La segunda era de la máquina". Tras muchos años de investigación, Brynjolfsson ha concluido que en países tecnológicamente avanzados como EE.UU.  el implacable avance de la inteligencia artificial ha destruido más puestos de trabajo que los que ha creado. Sospecha que esto mismo está ocurriendo en otras naciones avanzadas."Normalmente se asume que al generar más valor, como lo hace la tecnología, la economía se vuelve más pujante y se crean más empleos”. Sin embargo, al analizar datos oficiales de EE.UU., Brynjolfsson detectó que a partir de 2000 las variables de expansión económica y de creación de puestos de trabajo, que hasta ese momento iban de la mano, comenzaron a separarse. La tecnología avanza tan rápidamente que las organizaciones no pueden adaptarse y muchos trabajadores no consiguen actualizar sus destrezas" "Si uno analiza las estadísticas, observa que la productividad está en niveles récord y la innovación es más rápida que nunca. Pero al mismo tiempo el crecimiento del empleo empezó a estancarse", precisa.  Esta discrepancia es lo que Brynjolfsson denomina "la gran escisión". La explica así: "La gente se está quedando atrás porque la tecnología avanza tan rápidamente que las organizaciones no pueden adaptarse al cambio y muchos trabajadores no consiguen actualizar sus destrezas". Datos del gobierno de estadounidense muestran que el número de empleos en las fábricas ha caído un 16% en la última década. Asimismo, un estudio de la Universidad de Oxford estima que cerca de la mitad de los oficios están en riesgo de desaparecer en ese país como consecuencia de la automatización. Brynjolfsson añade que más 80% de los empleos por los que se paga menos de US$20 la hora podrían ser reemplazados por la inteligencia artificial en EE.UU.  La realidad es, pues, más compleja de lo que parece y los riesgos de la robótica para los trabajadores no deben ser subestimados, advierte e investigador del MIT.

Por eso no sorprende que hasta el mismísimo Bill Gates, fundador de Microsoft y gran figura del mundo tecnológico, propusiera cobrar un impuesto a los robots para compensar la pérdida de empleos por causa de la inteligencia artificial.  El futuro robótico que anticiparon la ciencia ficción y los innovadores está cada vez más presente. Y ello con brillo, pero también con cortocircuitos.