¿Por qué todos opinan sobre cómo criar a los hijos de los demás?
Catherine L'Ecuyer
Hace 12 años. Eran las dos de la
mañana y llevaba apenas unas horas estrenando, con sentimientos encontrados,
esa maravilla que llamamos maternidad. Asombro, euforia, pero también
culpabilidad, dolor y miedo. Nadie me había dicho que la lactancia iba a ser un
calvario. Mientras luchaba en la penumbra, se me acercó una señora vestida con
bata y, con un trato muy poco delicado, empezó a aleccionarme sobre la
lactancia, introduciéndose en la recién estrenada intimidad madre-hija, sin que
le hubiese pedido su ayuda. Me dijo que lo estaba haciendo muy mal y me hundió
de consejos para ser una madre aceptable. "Muchas gracias", le dije,
esperando que nos dejara a solas. Qué sorpresa me llevé al verla dar media
vuelta para seguir con su trabajo, cogiendo el mocho. Pertenecía al turno
nocturno del equipo de limpieza del hospital.
Es curiosa la alegría, el
desparpajo con que la gente opina. ¿Por qué existirá esa especie de inercia
irresistible en el ámbito educativo y de la crianza para opinar de todo lo que
uno piensa, y a veces ni sabe? Las suegras, las cuñadas, las amigas, los expertos
educativos, las redes, las empresas que venden productos, las revistas
educativas. Todos opinan con una alegría, una contundencia y una seguridad que
dan miedo. Menos mal que sabemos que la veracidad de un juicio no depende de la
fuerza con la que se emite. Pero cuando uno va sin experiencia, cuánto se
traga…
¿Qué mueve a dar consejos a todos
y a todas horas? Sin duda, está el bienintencionado, el que por empatía
auténtica quiere ayudar a toda costa, pero que no mide su propia fuerza.
Prefiere soltar cualquier cosa que quedarse callado ante un problema. Intuyo
que fue el caso de la señora que hace 12 años se me acercó en la penumbra
mientras limpiaba. Luego está el resabido, el que lo sabe todo porque se conoce
de memoria lo que predica la industria del consejo empaquetado y siempre tiene
la respuesta a punto a todos los problemas. El resabido no es consciente de lo
pesado que es, sobre todo cuando alecciona en público. Pero sin duda, la peor
clase de consejo que podemos recibir, es la del oportunista. El mercado está
repleto de consejos oportunistas, ajenos a la mentalidad científica, basados en
modas educativas de turno y que intentan sintonizar con un sentimiento general
afín para crear simpatía entre sus lectores.
Me atrevo a decir que los
consejos oportunistas son los primeros enemigos de la educación con sentido.
¿Por qué? Si nos fijamos bien, usan un lenguaje tan general que, además de no
decir nada concreto, acaban sembrando una confusión absoluta. Por ejemplo,
ahora se ha puesto de moda advertir
de la sobreprotección. Se leen artículos en numerosas revistas educativas
"prohibiendo" tener una "preocupación excesiva por satisfacer al
momento las necesidades de nuestro hijo y prevenirles o evitarles cualquier mal
o sufrimiento".
Para darnos cuenta del sinsentido
del consejo oportunista, un ejercicio interesante puede consistir en analizar
esa cita, procurando interpretarla.
¿Se considera una
"preocupación excesiva por satisfacer al momento las necesidades de
nuestros hijos" el calmarles con la tableta para dormirles o el comprarles golosinas cuando nos las reclaman con una pataleta con 3 años?
¿Se consideran las tabletas y las golosinas "necesidades"? ¿Se considera una "preocupación excesiva
por satisfacer al momento las necesidades de nuestros hijos" el dar el
pecho a demanda, o el tener seis cámaras pendientes de sus movimientos
nocturnos? ¿Y el tomar la temperatura del baño con 6 meses? ¿Y con 10 años? ¿Y
el atenderlos cuando tienen frío al día de nacer, o cuando piden brazos
llorando porque les duele el estómago o porque les asusta la vista de un
extraño con 6 meses, o cuando lloran desconsolados al entrar al colegio con 18
meses?
¿Se considera una
"preocupación excesiva por prevenirles o evitarles cualquier mal o
sufrimiento" el impedir que abran el cajón de cuchillos con 4 años, el
llevarles al cole el bocadillo que se olvidaron en casa con 15 años o el
impedirles que suban un árbol de cuatro metros de altura? ¿Y de 40 metros?
Con esos consejos genéricos, la
confusión está servida. Quizás por eso, algunas madres llaman
"histéricas" a otras que no se atreven a dejar a sus bebés en manos
de canguros desconocidos. Consideran hacerlo una proeza para inculcar
"madurez" y autonomía cuanto antes al retoño. Y llaman
"enmadrados" a niños que lloran al entrar por primera vez en el
colegio.
Es curioso que exista una palabra
en castellano, "mamitis",
que haga sonar a trastorno la natural y sana manifestación de la necesidad
afectiva de un niño. No sorprende, dada la facilidad que tenemos en ponerle
etiquetas de trastorno a absolutamente todo lo que consideramos fuera de la
"normalidad". Una vez definida la normalidad como lo que se sale de
la norma, habría que ver quién marca la norma, si es la naturaleza misma, la
dictadura de la mayoría, o un oportunista y seudocientífico interés en ella.
Lo que dice la literatura
científica, que se ubica en las antípodas de la industria del consejo
empaquetado, es que el vínculo del apego es clave para un buen desarrollo de la persona.
Coinciden miles de estudios en que el vínculo del apego seguro se establece a
base de atender a tiempo las necesidades básicas (biológicas, afectivas) del
niño durante sus primeros dos años de vida. Y la literatura científica nos da
pautas concretas de lo que significa eso. Sin embargo, hoy por hoy, suena bien
decir que "no hay que tener una preocupación excesiva por satisfacer las
necesidades de nuestros hijos", sin matizar ni siquiera por edad. Porque
es lo que se lleva. Y se considera que lo que se lleva manda. Es curioso eso.
Las modas están sujetas a gustos y cambian, pero curiosamente, obligan. Y
nosotros, por buscar lo mejor para nuestros hijos, porque andamos sin
experiencia y no quisiéramos equivocarnos, aceptamos con resignación la dictadura
de las modas. En la educación, si no sabemos y no tenemos medios de saber lo
que conviene hacer, es mejor seguir la intuición y equivocarse cien veces para
finalmente encontrar el punto, que seguir ciegamente un consejo oportunista y
seudocientífico.
Lo que no va a ser nunca objeto
de moda es lo que reclama la naturaleza de nuestros hijos, en función de cada
edad. La dificultad de educar, y también paradójicamente el éxito en hacerlo,
reside precisamente en eso: en la capacidad de discernir entre lo que reclama
el niño y lo que reclama su naturaleza, que no siempre coinciden. Eso no lo
puede hacer un manual de crianza escrito por personas que no conocen a nuestros
hijos, no lo puede hacer una aplicación informática, por muy sofisticados que
sean sus algoritmos, ni nos lo pueden resolver consejos, por muy
bienintencionados que sean, y menos si son oportunistas y seudocientíficos. Esa
capacidad de discernir nos la facilita la literatura académica. Pero no nos
engañemos. Al fin y al cabo, lo hace una piel fina, y esa piel fina es la
sensibilidad que desarrolla un padre, una madre, a base de estar tiempo con su
hijo observándolo. Es "sentir con", que se resume en una palabra: la
empatía. No es casualidad que la literatura científica haya encontrado que el
principal indicador para el buen desarrollo de un niño sea la sensibilidad de
su principal cuidador, y que los niños con apego seguro sean más empáticos.
Y si alguien vuelve a hundirnos
con consejos, bienintencionados o no, y a asegurarnos que lo estamos haciendo
muy mal, deberíamos recordarle que antes de opinar sobre el estilo de crianza
de otro, es mejor esperar a que nuestros hijos tengan por lo menos 90 años.
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