jueves, 30 de noviembre de 2017

FELICIDAD

El negocio boyante de la felicidad

El próspero negocio de la felicidad negocio 

Cristina Galindo











La idea de la felicidad se ha convertido en una ciencia y también en un boyante negocio. Gobiernos, economistas, psicólogos y médicos se han embarcado en los últimos años en una carrera por localizar, medir y definir el bienestar emocional y social. Una información valiosa para diseñar políticas públicas, prever el comportamiento humano, intentar revertir la epidemia de depresiones, aumentar la productividad de las empresas y vender todo tipo de productos a unos consumidores cada vez más monitorizados gracias a los avances tecnológicos.

EL hombre más feliz del mundo es un monje budista francés. Se llama Matthieu Ricard, tiene 71 años y batió hace una década todos los récords en un estudio de la Universidad de Wisconsin sobre el cerebro. Su cabeza fue conectada a 256 sensores y sometida a resonancias magnéticas mientras meditaba. Mostró una actividad inusual en el lado izquierdo, donde se concentran las sensaciones placenteras, hasta un nivel nunca visto hasta entonces por los neurocientíficos. 
Este feliz diagnóstico ha convertido a Ricard, doctor en biología molecular que lo dejó todo en los años setenta para abrazar el budismo tibetano, en objeto de fascinación de los poderosos. Desde 2008 pasea su hábito rojo y naranja por los pasillos de Davos (Suiza), donde se codea con la élite política y financiera. La primera vez que el Foro Económico Mundial le invitó a su cita anual coincidió con el estallido de la crisis financiera que sacó a la luz, con crudeza, los excesos del sistema.



Matthieu Ricard


Ricard es hijo del periodista y pensador liberal Jean-François Revel (con el que publicó en los noventa el libro El monje y el filósofo). Asesor personal del Dalai Lama, alerta en conferencias, charlas por Internet y libros sobre los peligros de la búsqueda del “beneficio egoísta”, defiende el altruismo y da consejos para construir una sociedad más feliz. Ideas como las que predica Ricard no son nuevas, pero han irrumpido con fuerza durante los últimos años en el mundo de la economía —más acostumbrada a debatir sobre el PIB y la Bolsa—, en parte como respuesta inevitable a la crisis de valores que desencadenó la Gran Recesión.

 Hay un interés creciente por parte de los economistas, las empresas, los psicólogos y los Gobiernos por localizar y medir el bienestar emocional y definir qué nos hace sentir bien, tanto individual como colectivamente. Esta información puede resultar muy valiosa para mejorar la vida de la gente y reducir la plaga de la depresión (ya afecta a más de 300 millones de personas, un 18% más que hace una década, según la Organización Mundial de la Salud). “Los indicadores económicos de bienestar son complementos importantes del PIB y ayudan a diseñar políticas públicas y evaluar sus resultados”, explica Carol Graham, investigadora de la Brookings Institution. Pero la felicidad puede ser menos altruista de lo que parece: también es la base de un próspero negocio. Retiros, cursos online de meditación, libros de autoayuda, aplicaciones móviles… forman parte de una industria al alza.











Cuando el dibujo smiley, esa popular carita amarilla con una sonrisa y dos ojos que simboliza la felicidad, fue creado en 1963 para fomentar la amistad entre los empleados de dos aseguradoras que acababan de fusionarse, la felicidad era percibida como un concepto abstracto, objeto de debate filosófico desde la Antigüedad. “Todo el mundo aspira a la vida dichosa, pero nadie sabe en qué consiste”, sentenció Séneca. En el siglo XXI, todos parecen empeñados en llevarle la contraria y descubrir qué es de verdad la felicidad.

Hace cinco años la ONU declaró el 20 de marzo Día Internacional de la Felicidad y, desde entonces, publica un ranking mundial de bienestar de 156 países. La OCDE, que agrupa a los 35 países más industrializados, también elabora un índice para una vida mejor. Para hacer sus cálculos, los organismos tienen en cuenta elementos como el funcionamiento del sistema político, la corrupción, la educación, la conciliación, la seguridad personal y la salud, entre otros. Si uno vive en un país menos corrupto, cree que sus impuestos son mejor utilizados y se siente más satisfecho.
 Noruega es el país que sale mejor parado en ambos índices. Dinamarca le sigue de cerca. España ocupa el puesto 35º en la clasificación de la ONU, por delante de Italia, Portugal y Grecia. En la cola, la República Centroafricana.
Además, países como Bután, Reino Unido, China y Brasil han empezado a incorporar medidas de bienestar en sus índices de progreso, como poder pagarse unas vacaciones o haber comido lo que se quisiera durante las últimas dos semanas. Emiratos Árabes Unidos creó un Ministerio de la Felicidad hace un año, justo cuando la caída de los precios del petróleo obligaba a recortar subsidios. ¿La felicidad nacional sirve para suavizar el efecto de los recortes? En 2013, Nicolás Maduro tuvo la ocurrencia de crear la figura de un viceministro de la Suprema Felicidad del Pueblo.

La investigadora Carol Graham está volcada en el estudio de qué hace felices a las personas y cómo medirlo. “Los Gobiernos por sí solos no deberían entrar en la promoción de la felicidad o crear índices que la midan por el elevado riesgo de manipulación”, opina la experta, que sí considera muy útiles los análisis de organismos como la ONU. “Los modelos para medir la economía, como el PIB, no explican gran parte del comportamiento humano, incluidas sus elecciones económicas”. Sentirse o no satisfecho con un salario, un trabajo o un matrimonio suele generar diferentes tipos de inversor, empleado o votante. Por ejemplo, según los hallazgos de Graham, la gente con una percepción negativa de sus logros y con miedo a quedarse sin empleo suele tener en el futuro ingresos más bajos. El optimismo puede ser rentable. ¿El dinero da la felicidad? “No es clave, pero es difícil experimentar el bienestar sin tener medios suficientes”, explica. “A partir de un cierto nivel, tener más dinero no mejora la calidad del tiempo que pasamos con los amigos, pero sí hace que podamos elegir con mayor facilidad qué vida queremos llevar”.

¿Cuándo se es más feliz? Cuando cumplimos 20 años, el nivel de felicidad empieza a reducirse poco a poco y toca fondo entre los 40 y los 60 años, según ha publicado Graham en Journal of Population Economics junto a la española Julia Ruiz, de la Universidad de Oxford. En los países más afortunados, como Dinamarca, Australia y Reino Unido, el nivel de felicidad vuelve a recuperarse sobre los 44 años. Después, esa felicidad va subiendo hasta el final de la vida, pero se tienen que cumplir dos condiciones: calidad de vida y compañía de amigos y familiares. En otros países menos afortunados, la percepción de bienestar no aumenta con la vejez. En Rusia, por ejemplo, no deja de caer hasta los 81 años, momento en el cual se estabiliza sin llegar a recuperarse nunca.
Mientras recoge sus cosas una vez terminada la clase, Arrabé explica que también da cursos en empresas: “Los programas en compañías se centran en el bienestar, en reforzar las habilidades personales y aumentar la presencia y la conexión con las personas”.

La idea de la felicidad se venera como objeto de estudio, pero también se recurre a ella para vender productos, desde un móvil hasta una bebida. Ya lo hacía la publicidad desde los años veinte, y las técnicas para ello han ido perfeccionándose. “Investigadores de la Universidad de Berkeley han visto que los consumidores están dispuestos a pagar más por algo que los invita a ser generosos, que les hace sentir bien”, explica William Davies, profesor de sociología y economía política en Gold­smiths (University of London), y autor de La industria de la felicidad (Malpaso). Pone como ejemplo un restaurante en California, Karma Kitchen, que funciona como una cadena de favores. No hay precios en la carta y los clientes no tienen que pagar por su comida, sino por la del siguiente comensal, cuyo coste estiman y pagan gustosamente. Davies ve riesgos en que este tipo de hallazgos sean utilizados para manipular o influir en las personas.

La búsqueda de la felicidad también resulta lucrativa para el negocio de la autoayuda. El mercado de la autoayuda (libros, audios, seminarios, cursos online y todo tipo de propuestas de mejora personal, donde también se incluye el llamado McMindfulness, una versión superficial del mindfulness que se presenta como la panacea) mueve al año 10.000 millones de dólares en Estados Unidos, según la firma de análisis norteamericana Marketdata Enterprises.

En "Hygge", la felicidad en las pequeñas cosas (Libros Cúpula), Meik Wiking, director del Instituto de Investigación de la Felicidad, se compromete a descubrir al lector “por qué los daneses son tan felices y cómo tú también puedes serlo”. El concepto hygge se ha convertido en uno de los mayores éxitos exportadores de Dinamarca desde Lego. Es una palabra de complicada pronunciación (algo así como huu-gue) que se traduce como confortable y que anima a introducir en los hogares elementos que, al parecer, nos hacen sentir mejor, como las velas, los juegos de mesa, las chimeneas y una relación cercana con amigos y familia. Para el Diccionario de Oxford, fue uno de los términos de moda de 2016.

Malene Rydahl, ejecutiva reconvertida en coach empresarial y autora de Feliz como un danés (Espasa), explica que la razón de la felicidad danesa se encuentra, entre otras cosas, en que el país tiene un elevado nivel de vida combinado con un robusto Estado del bienestar que, según las encuestas, les hace sentirse libres y confiados. “El hygge significa desacelerarse, conectar con la gente y vivir en un ambiente confortable”, explica. “Pero esto es un extra, no lo es todo. No quiere decir que todos los daneses sean felices. Es un concepto que cada uno puede trasladar a su vida en la medida de lo posible”. Sin embargo, hygge o no hygge, Dinamarca es el país de la OCDE que más antidepresivos consume. Rydahl responde: “En los años ochenta había récords de suicidios y ahora la cifra se ha recortado porque la gente ha empezado a tratarse la depresión, y eso es bueno”. Por mucho que algunos se empeñen, nadie puede ser feliz a todas horas: “Hay una obsesión por buscar la felicidad y es peligroso moverse en una era en la que las emociones negativas son arrinconadas”.
Rydahl, menciona uno de los mayores trabajos sobre el tema, realizado por la Universidad de Harvard durante 80 años. “El mensaje más claro que hemos obtenido es este: las buenas relaciones nos mantienen más felices y más sanos. Punto”. Esto lo sentenció el director del estudio, el psiquiatra Robert Waldinger.
Jefes de bienestar

La receta de la felicidad nórdica es el último grito en la oleada de propuestas que nos animan a vivir mejor. Proliferan en las empresas los puestos de directores de felicidad. Un ejemplo es Liberty Seguros, filial de ­Liberty Mutual en España, que en 2015 creó el puesto de responsable de bienestar. Ha puesto en marcha programas centrados en la salud de los empleados: charlas sobre alimentación, espacios para juegos (Wii, futbolín, ping póng), visitas a ­museos, apoyo psicológico, un circuito por la oficina contra el sedentarismo, clases de pilates y yoga gratuitas en sus oficinas y un programa remunerado para ir al trabajo en bicicleta. “Se pagan 0,37 euros por kilómetro. En 2016 se abonaron 45.000 kilómetros, 15.000 euros”, explica.

Sus oficinas, en el Campo de las Naciones de Madrid, están reformadas, hay grandes ventanales y se ven objetos personales de los empleados en las mesas: peluches, fotos de familia… En las salas de reuniones, pintadas con colores vivos, hay citas en las paredes elegidas por la plantilla. Como esta: “Tú debes ser el cambio que deseas ver en la gente (Gandhi)”. Hay un rincón para leer y gimnasio. ¿Ha mejorado el día a día de los trabajadores? “A mí me ha servido para animarme a hacer más deporte”, asegura Javier Medina, de 39 años, uno de los aficionados a la bici. “Mis familiares y amigos quieren trabajar aquí”, bromea su compañera Gema Martínez, de 42 años. Ella y Mercedes Fernández, de 44 años, van a pilates y han recibido clases de un entrenador para aprender a correr. Tienen flexibilidad horaria, de una hora, para llegar a la oficina. A la pregunta de si no preferirían que les subieran los salarios a disfrutar de estos extras, Fernández responde: “Claro que no me importaría ganar más. Pero eso te lo dirán en todas las empresas”

Mientras sube por las escaleras hasta el quinto piso, por donde discurre el circuito que recorre las oficinas (“500 metros, 650 pasos y más de 120 escalones en 15 minutos”) para combatir el sedentarismo, Carrón recuerda que Liberty se encuentra entre las 50 mejores firmas para trabajar, según una clasificación de la consultora Great Place to Work, que tiene en cuenta la opinión (anónima) de los empleados. De hecho, el grupo de seguros ocupa el primer puesto entre las que tienen más de 1.000 trabajadores. Carrón asegura que no sabe si ha aumentado la productividad (“eso es secundario”, afirma), pero han detectado una reducción del 2% del colesterol de la plantilla y del 7,45% del sedentarismo.

Que tengas un buen día

La creencia de que los trabajadores felices son más productivos es tan vieja como la Revolución Industrial. Pero fue en los años treinta del siglo pasado cuando los expertos en gestión empresarial empezaron a tenerlo cada vez más en cuenta. Y, en los setenta, aquel smiley creado por el publicista Harvey Boss para impulsar las buenas relaciones en State Mutual empezó a asociarse con un mensaje —“que tengas un buen día”— que animaba a ir con una sonrisa a la oficina. Ser feliz en el trabajo aumenta un 12% la productividad, según un estudio de 2014 de la ya mencionada Universidad de Warwick. Los empleados descontentos son un 10% menos productivos. “La gente vinculada a un trabajo con sentido tiene unos niveles más altos de bienestar y a la vez tiende a ser más productiva”, explica Graham, de la Brookings Institution. “La causalidad va en dos direcciones: que nuestra vida tenga significado y razón de ser es clave para el bienestar y, al mismo tiempo, la gente con altos niveles de bienestar tienen más probabilidades de elegir un trabajo que encuentran creativo o con significado”.

Aun así, el trabajo es el lugar en el que las personas se sienten más desgraciadas, solo superado por estar enfermos en casa. Es al menos el resultado del análisis de más de un millón de respuestas recogidas en Reino Unido desde 2010 por la London School of Economics y la Universidad de Sussex gracias a la aplicación para móviles Mappiness. De forma esporádica, se pregunta a los usuarios cómo se sienten y qué están haciendo. La mayoría se muestra negativo en el trabajo. Gallup, la firma de estudios de mercado, afirma que solo el 13% de la fuerza laboral global se siente comprometida con lo que hace, y un 20% de los empleados en Norteamérica y Europa se sienten “muy desvinculados”. Hasta hay estudios que sostienen que, en realidad, poner demasiada buena cara en la oficina puede penalizar a la hora de ascender o manejarse en una dura negociación.

La información sobre la felicidad, ¿se puede tratar como una mercancía? Ingenieros de Facebook manipularon las noticias que llegaban a 700.000 perfiles de la red social para cambiar su estado de ánimo. A un grupo les hacía llegar noticias positivas, y al otro, negativas. Los primeros parecían más felices que los segundos. El estudio fue muy controvertido, no solo porque no se pidió permiso a los usuarios, sino porque generó la inquietud de que Facebook pueda volver a hacer lo mismo y no difundir los resultados.
La tecnología abre nuevas posibilidades al estudio de qué nos hace sentir bien (de la misma manera que ha expandido la alegría del smiley en una manada de emoticonos felices). Existe ya en el mercado un sensor, Muse, que monitoriza la actividad cerebral del usuario mientras intenta relajarse o meditar. Las señales son enviadas a una aplicación móvil que, cuando detecta que hay distracciones o intranquilidad, utiliza sonidos para calmarle. 

Mientras, la taza inteligente Vessyl vigila “las necesidades de hidratación” de su propietario, según esté en reposo o haciendo ejercicio, teniendo en cuenta su efecto sobre la salud y el bienestar. El profesor William Davies se muestra escéptico con esta tecnología que anima a las personas a maximizar su bienestar la cuestión es si, finalmente, son más felices. 

Sonrían y agarren la cartera.











miércoles, 29 de noviembre de 2017

AZÚCAR AMARGO



Amargas noticias sobre el azúcar *

Javier Sampedro 





Estudios relacionan el consumo de azúcar con el trastorno metabólico y la enfermedad cardiaca. 







Los alimentos y refrescos azucarados están siguiendo el itinerario de las tabacaleras. Quien hace trampas se cae del tablero

 A principios de los años sesenta, mientras los Beatles barrían el planeta Tierra, empezaron a acumularse las evidencias de que el consumo de azúcar se relacionaba con el trastorno metabólico y la enfermedad cardiaca. La Fundación para la Investigación del Azúcar, creada y financiada por la industria azucarera y sus refrescantes derivadas, pagó en 1965 para que el New England Journal of Medicine, una de las revistas médicas más influyentes, publicara un artículo técnico que descartaba esos resultados. En 1970, la misma fundación pseudocientífica costeó unos experimentos en animales con la intención de demostrar la salubridad de su producto. Cuando los resultados fueron los contrarios de los esperados, sin embargo, la fundación abortó el proyecto y prohibió a los científicos que publicaran esos resultados. Y esas prácticas dañinas perduran hasta hoy mismo.


La comparación con el tabaco salta a la vista. Uno de los grandes argumentos que permitieron a los abogados contratados por la Casa Blanca empapelar a las tabacaleras –un golpe del que todavía no se han repuesto— fue justo la evidencia de que esas empresas habían conocido durante décadas los daños del tabaco, y los habían ocultado, cuando no pervertido, con el desprecio más obsceno hacia la salud pública, y con un foco exclusivo en sus intereses económicos que las descalificó como agentes sociales solventes. Los refrescos azucarados, los bollos y las golosinas pronto seguirán el mismo camino, si es que la historia nos enseña algo.

La analogía del azúcar con el tabaco tiene otro ángulo interesante. Es improbable que exista ahora mismo un solo terrícola que ignore que fumar daña la salud. Y sin embargo seguimos fumando. Los seres humanos no nos regimos, en general, por argumentos racionales. La verdad ayuda a contener nuestras tendencias insanas, pero no basta para exterminarlas. Dale a un ratón una palanca que le administre cocaína, otra que le procure comida, y le verás atónito morir de hambre para agarrarse un buen colocón. Ni en eso nos distinguimos de las bestias.

Parte de la industria farmacéutica ha incurrido en prácticas parecidas a las de tabacaleras y azucareras, ocultando los resultados adversos a sus fármacos, financiando ensayos clínicos sesgados e incurriendo en otras malas prácticas que no provienen de sus laboratorios científicos, sino de sus tiburones ejecutivos. Si una empresa no es capaz de discernir su ética de su cuenta de resultados, no merece la confianza del público. Los abogados de las azucareras han hecho un flaco favor a sus empleadores, y un daño objetivo a la sociedad que los acoge tragando bollos y bebiendo veneno.

¿Conclusión? Ciencia pública. Por todo lo que estamos viendo, solo ella podrá promover la ciencia de calidad que necesitamos. Las empresas alimentarias están perdiendo la confianza de la opinión pública.



*https://elpais.com/elpais/2017/11/22/ciencia/1511374173_530869.html














martes, 28 de noviembre de 2017

PÉREZ-REVERTE: HIJOPUTEZ


Turistas de la idiotez

Arturo Pérez-Reverte
















El ser humano es, ante todo y en líneas generales, un hijo de puta. Luego, ya en detalle, puede ser también otras cosas. Esta frase inicial, que les regalo a ustedes porque es mía, no proviene de libros ni conversaciones de barra de bar, sino de una certeza visual propia, empírica, ilustrada de primera mano allí donde los hijos de puta suelen mostrarse en todo su esplendor. Una impresión precoz, casi juvenil, que los años y la experiencia han acabado convirtiendo en absoluta certeza.

Contaba hace poco el novelista mexicano Jorge Zepeda Patterson que, tras el último terremoto que asoló su ciudad y causó daños en su casa, observó un fenómeno que él llama turismo humanitario: gente de variada condición, habitantes de barrios adinerados y suburbios humildes, que acudía a las zonas de desastre con el pretexto de prestar ayuda, pero que en realidad se dedicaba a pasear entre las ruinas con casco, chaleco reflectante y mascarilla protectora, haciéndose fotos. Ocurrió sobre todo el primer fin de semana; y entre los abnegados voluntarios de los equipos de rescate, que realmente trabajaban intentando salvar vidas y se dejaban el alma y la piel en ello, pululaban ociosos de ambos sexos disfrazados de socorristas, haciéndose selfies ante las ruinas e, incluso, teniendo el descaro de agacharse para posar junto a los perros rescatadores.

La cosa, en realidad, no es nueva. En tiempos de la erupción sobre Pompeya o de la caída de Bizancio no había teléfonos móviles con cámara incorporada, pero estoy seguro de que el personal se las apañaba con algún método equivalente. La desgracia ajena motiva mucho, y uno suele arrimarse a ella con morboso deleite, como en esas antiguas fotos de bandoleros metidos en un cajón, rodeados de gente que posa, o la del Che Guevara de cuerpo presente y en nutrida compañía. Quizá la diferencia esté en el careto que ahora pone la peña. Antes todos posaban solemnes, por aquello de la circunstancia. Sin embargo, hace tiempo que pocos guardan las formas. Se sonríe ante la cámara, incluso se hacen gestitos divertidos y posturas simpáticas, una pierna por alto, un ojo guiñado y todo eso, lo mismo si tienes detrás la torre Eiffel que media docena de fiambres de patera ahogados en una playa.

No es de ahora, insisto, aunque el tiempo y la tecnología mejoran y afinan. Recuerdo dos variedades de cantamañanas habituales en la guerra de los Balcanes y el cerco de Sarajevo. Una eran los políticos, filósofos y escritores de ambos sexos que se dejaban caer por allí un par de días para hacerse una foto con chaleco antibalas, en plan turistas japoneses, y luego explicar al mundo con detalle de qué iba la tragedia. Otra eran los periodistas ful o los falsos cooperantes humanitarios, chusma intrusa a la que nadie había dado vela en aquel entierro, que aparecían y desaparecían cuando tenían las fotos o el vídeo, tras haber incordiado todo lo imaginable a los profesionales que estábamos haciendo nuestro trabajo. Y esa clase de gente, adaptada a los nuevos tiempos y escenarios, sigue ahí, metiéndose de por medio cámara en alto. Dando por saco. Pendientes de la foto, o de ellos mismos en la foto, sin mirar apenas lo que tienen detrás. Lo mismo en el museo del Prado que en el terremoto mexicano, o en una matanza en las Ramblas de Barcelona. Grabando tragedias en vez de evitarlas, teléfonos móviles dispuestos, registrando agresiones y tragedias en vez de actuar contra los agresores o socorrer a las víctimas. Hasta a sus propias familias se lo hacen. O se lo hacemos.

Y es que ya no miramos directamente la realidad. Ni siquiera lo creemos necesario. Las imágenes, sean de horror o de felicidad, sólo interesan para su posterior reproducción y difusión. Es nuestro minuto de gloria. Colgar fotos en Instagram y vídeos en YouTube se ha vuelto objetivo de nuestras vidas, como esos corredores de los encierros taurinos que, en vez de disfrutar con la adrenalina y el peligro, van con el móvil en la mano intentando grabar al toro; o las docenas de imbéciles y cobardes que graban en sus teléfonos la paliza mortal a un desgraciado en lugar de evitarla. Hasta una violación grabaríamos, como por otra parte ya se ha hecho. Cuanto hacemos está destinado a ser testimonio turístico: yo estaba allí, mira lo que comí ese día, mira cómo le sacudían a ése, mira cómo se desangraban las víctimas del terrorista. A ver si conseguimos hacerlo viral, oye. Que lo vea la familia, los amigos. Que lo vean todos, y por supuesto que me vean. Incluso los que no me conocen y a quienes importo un carajo.

Y todavía hay quien pregunta por qué prefiero los perros a las personas.






Algo para agregar: https://elpais.com/internacional/2017/11/27/estados_unidos/1511810439_473238.html







lunes, 27 de noviembre de 2017

POEMA




Aquí se sueña

Txema Anguera


















Sepan que aquí se sueña.
Para bien o para mal, se sueña.
Para envidia o compasión, se sueña.
Que aunque la cosa no quede en más que eso,
aquí, se sueña.











Txema Anguera
(Barcelona, España)
 El azul y los deseos, Ediciones Camelot, 2017













jueves, 23 de noviembre de 2017

HAMBRE



Millones de personas pasan hambre en el África subsahariana, un 12% más que hace un año

D. Fonseca 








Una mujer arrastra un saco de comida lanzado desde el aire por el Programa Mundial de Alimentos en Ganyiel (Sudán del Sur). ©FAO 








El hambre en el África subsahariana, como también ha pasado en muchos otros lugares del mundo, ha aumentado en estos últimos tiempos. En 2015 la subalimentación afectaba a 200 millones de personas de esta parte del continente africano, pero en 2016 hizo mella en 224, un 12% más, según un informe publicado el jueves pasado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Si hace un mes otro estudio de este mismo organismo desvelaba que quienes no comían lo suficiente en el mundo habían aumentado el pasado año en 38 millones de personas, esta publicación desgrana que 24 de estos millones son africanos subsaharianos.






El informe de la FAO, que lleva por título Africa, regional overview of food security and nutrition (Panorama regional de la seguridad alimentaria y la nutrición en África), señala que la prevalencia de la subalimentación crónica se incrementó en el África subsahariana del 20,8% de la población en 2015 al 22,7% en 2016. De las 815 millones de personas que pasan hambre en el mundo, 224 millones son africanos subsaharianos, es decir, el 27% del total de personas afectadas por esta lacra.
Estos datos rompen con la tendencia de la primera década del milenio en África, cuando este continente realizó progresos en la lucha contra el hambre. La prevalencia de la desnutrición pasó entonces del 29,1% al 20,6%, pero, tras un periodo de estancamiento, según la FAO, en los dos últimos años se ha producido un deterioro debido al impacto de los conflictos y las condiciones climáticas adversas. Esta evolución también se ha dado en otras zonas del mundo asoladas por el hambre y, por primera vez en 15 años, en 2016 esta lacra aumentó a nivel mundial.


La hambruna ha hecho mella en especial en estos últimos años en Estados como Somalia, Nigeria o Sudán del Sur. En el África subsahariana, la mayoría de la población subalimentada en 2016 vivía en países afectados por conflictos, que, según el estudio de la FAO, son una de las causas principales del hambre. La prevalencia de la subalimentación es casi el doble en los países que sufren violencia y crisis prolongadas, y sus resultados nutricionales son también peores. De hecho, una gran parte —489 millones— de los 815 millones de personas en el mundo que padecían subalimentación en 2016 vivían en países asolados por contiendas violentas.
Aunque la frecuencia de las guerras ha disminuido a lo largo de las décadas, ha habido un aumento en los últimos tiempos de conflictos y, en consecuencia, de las muertes provocadas por los mismos. Más de un tercio de las crisis más violentas del planeta tuvieron lugar en el África subsahariana, y de 19 países afectados por contiendas prolongadas, 13 se encuentran en esta región.

La FAO, en su informe, también pone el foco en el cambio climático. El subdirector general y representante regional de este organismo para África, Bukar Tijani, ha citado en la presentación del estudio "las condiciones climáticas adversas" como otro —junto a los conflictos— de los grandes motivos que impiden a la población acceder a alimentos básicos, con regiones muy dependientes de la agricultura que llevan tres o más temporadas sufriendo sequías, inundaciones y otros adversidades relacionadas con el clima.













miércoles, 22 de noviembre de 2017

SALVAR LA TIERRA




Alerta para salvar el planeta














Un grupo de 15.000 científicos de 184 países han alertado, por segunda vez en 25 años, de las negativas tendencias ambientales que amenazan "seriamente" el bienestar humano y causan daños "sustanciales" e "irreversibles" a la Tierra. Advertencia de los científicos del mundo a la Humanidad: Un segundo aviso en el que hablan de las "señales obvias de que vamos por un camino insostenible", aunque también ofrecen acciones para intentar revertir las tendencias actuales. A su juicio, casi todos los problemas que acucian al planeta son ahora "mucho peores" que en su primer llamamiento, de 1992.

En los últimos 25 años, las tendencias en nueve temas medioambientales "sugieren que la Humanidad sigue arriesgando su futuro", aunque hay algunas excepciones como la estabilización de la capa de ozono. Esta "rápida disminución global de las sustancias que perjudican la capa de ozono muestra que podemos hacer cambios positivos cuando actuamos de forma decisiva", subrayan. Pero el bienestar humano sigue "seriamente amenazado" por tendencias negativas como el cambio climático, la deforestación, la falta de acceso agua dulce, la extinción de las especies y el crecimiento de la población humana, escriben los expertos.
 Sin embargo, "la Humanidad no está tomando las medidas urgentes necesarias para proteger nuestra biosfera en peligro", según los firmantes del artículo, ya que "la abrumadora mayoría" de las amenazas que ya se habían descrito persisten y, "de manera alarmante, la mayoría están empeorando". Por ello, los científicos sugieren 13 áreas en las que actuar y piden una corriente de presión pública para convencer a los líderes políticos de que adopten las medidas correctivas.

Crear más reservas terrestres y marinas, fortalecer la aplicación de las leyes contra la caza furtiva y las restricciones al comercio de especies silvestres, ampliar los programas de planificación familiar y de educación para las mujeres, promover un cambio de dieta basada en las plantas y la adopción "generalizada" de energías renovables y tecnologías "verdes" son algunas de sus propuestas.
Esta es la segunda advertencia sobre los peligros del futuro, que ha sido necesaria al constatar que casi todas las amenazas se han recrudecido desde 1992, cuando más de 1.700 científicos, entre ellos todos los premios nobel vivos, firmaron Advertencia de los científicos del mundo a la Humanidad, publicada por la Union of Concerned Scientists (Unión de Científicos Preocupados). La segunda advertencia ha sido redactada por una nueva organización independiente internacional, la Alianza de Científicos Mundiales, liderada por el profesor William Ripple, de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad estatal de Oregón (EE UU), con datos de agencias gubernamentales, organizaciones sin ánimo de lucro e investigadores individuales.

Algunas personas, "podrían tener la tentación de ignorar estas evidencias y pensar que estamos siendo alarmistas", indica Ripple, pero "los científicos saben interpretar datos y mirar a las consecuencias a largo plazo. Los que han firmado esta segunda advertencia no están solo lanzando una falsa alarma". Al contrario, "están reconociendo las señales obvias de que vamos por un camino insostenible". "Esperamos que nuestro documento encienda un amplio debate público sobre el medioambiente y el clima global", agrega.

Aunque el panorama parece sombrío, los científicos señalan que se han hecho progresos en algunas áreas como la reducción de los productos químicos que dañan la capa de ozono y el aumento de la energía generada con fuentes renovables. Además, en algunas regiones se ha producido un "rápido descenso en las tasas de natalidad, lo que puede atribuirse a inversiones para la educación de las mujeres" y también se ha registrado una ralentización de las tasa de deforestación en algunos lugares.

Entre los principales peligros, la Alianza destaca el aumento del 35% de la población humana, que ha sumado 2.000 millones de personas desde 1992, mientras se produce una reducción colectiva del 29% en el número de mamíferos, reptiles, anfibios, aves y peces. "Hemos desencadenado un evento de extinción masiva, el sexto en aproximadamente 540 millones de años, en el que muchas formas de vida actuales podrían estar aniquiladas o al menos comprometidas de extinción para finales de este siglo", recuerdan. Otras tendencias negativas son la reducción del 26% en la cantidad de agua dulce disponible per cápita, el descenso en las capturas de pescado salvaje, a pesar del aumento de los esfuerzos pesqueros, o un incremento del 75% en las zonas muertas de los océanos.

También causa preocupación la pérdida de unos 300 millones de acres de bosque, muchos de ellos convertidos en agrícolas, el continuo incremento de las emisiones globales de carbono y el aumento de las temperaturas. "Pronto será demasiado tarde para cambiar el rumbo de nuestra fallida trayectoria, y el tiempo se agota", advierten los científicos, que llaman al resto de la comunidad a respaldar la el manifiesto. 












martes, 21 de noviembre de 2017

CAPARRÓS



Martín Caparros ficción disparatada de la patria

Sonia Budassi













En uno de sus ensayos, Alejo Carpentier pensaba las definiciones más populares del oficio –o el arte– de escribir: “Se suele decir escritor y periodista, o periodista más que escritor o escritor más que periodista. Yo nunca he creído que haya posibilidad de hacer un distingo entre ambas funciones, porque, para mí, el periodista y el escritor se integran en una sola personalidad”.

La obra de Martín Caparrós –como la de una tradición de narradores argentinos que va de Tomás Eloy Martínez a Miguel Briante– se balancea entre la ficción y la no ficción pero comenzó por la primera: sus cuatro libros iniciales fueron las novelas Ansay o los infortunios de la gloria (1984), No velas a tus muertos(1986), El tercer cuerpo y La noche anterior (1990). Luego se sumaron más de una docena de crónicas (Larga distancia, El hambre, Lacrónica, etc.) y, al día de hoy, unas once ficciones en total. Por algunas de ellas, ha ganado el Premio Planeta en 2004 y el Herralde en 2011; en su juventud participó del grupo literario Shangai junto a Sergio Bizzio, Jorge Dorio, Daniel Guebel, Matilde Sánchez y Alan Pauls, entre otros, quienes luego fundaron la revista Babel.

Caparrós suele admitir, en charlas y conferencias, que, en términos de escritura, encara igual el registro de ficción y de no ficción: “Siempre se trata de literatura”. Pero al repreguntarle, ante las novelas Echeverría, publicada hace un año, y la reciente reedición de La Historia, dice: “A veces matizo esa afirmación. Hay una diferencia radical en el ejercicio de esa escritura, por más que la intención estética sea muy parecida. Reconozco que hay una diferencia muy fuerte que consiste en que, generalmente, el trabajo más decisivo de una no ficción se produce antes del momento de la escritura, y en ficción, sobre todo, durante la escritura”
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En su visita a Argentina –vive en Madrid desde 2013– y antes de partir hacia Colombia, pasó por varios programas de televisión donde habló, sobre todo, de la coyuntura política. Además, participó de una entrevista pública en la Fundación Tomás Eloy Martínez. Creador de sustantivos compuestos, largas enumeraciones sin comas, neologismos y versos cortados en medio de la prosa narrativa, dice, por ejemplo, detestar la palabra “investigación”.

Suele escribir contra otros términos aceptados y “políticamente correctos”, vinculados a la pobreza o la ecología, como consta en Contra el cambio o El hambre, e incluso contra la “novela histórica”, como afirma en Echeverría. Aunque, subraya, La Historia es uno de los libros que más le interesa entre los que ha escrito. Siente que no se da aquello de otras novelas –incluso las propias, aclara–, que sea igual a otras, previsible. Con ella, piensa, logró hacer algo “distinto”. Tanto que, dice, algo serio, algo jocoso, el resto de su obra termina constituyéndose como “notas al pie”. Y recuerda su premisa: “escribir un español que resultara ajeno a cualquier hispanoparlante, que nadie pudiera reconocer como propio. Me costó mucho encontrarlo, llegar a él. En un momento me pareció que lo había logrado; ya tenía como 300 páginas, entonces tuve que reescribir todo con esa nueva prosa”.

La vocación monumental del libro no solo se vincula a la evidente materialidad de sus más de mil páginas. Como narración, pretende fundar un mundo posible integral, una civilización. Recrea, por momentos, la utópica enciclopedia británica –o las ambiciones de las novelas realistas del siglo XIX– donde cada porción de la vida social y doméstica es factible de ser enumerada y clasificada. En ese espacio de concentración geográfica Caparrós desarrolló lo que define como “una máquina de producir y contener historias”.

–Tanto Echeverría como La Historia avanzan sobre la incerteza. En la última, el investigador-historiador trata de descifrar ese manuscrito que ha hallado incompleto y especula, se hace preguntas. El narrador de Echeverría siempre aduce posibilidades. ¿Cómo funciona esto de tematizar la duda en la ficción?

–Desconfío absolutamente de la verdad. Creo en la capacidad de dudar de cualquier afirmación, es mi manera de leer el mundo. ¿Quién decía que la duda es la jactancia de los intelectuales? No sé si alguna vez decidí tan explícitamente “esta es la manera de narrar, tengo que hacer explícita la duda”, pero teniendo en cuenta mi decisión de cómo pararme frente al mundo, no me extraña que eso aparezca de manera fuerte.

–¿Qué cambió como autor desde la publicación de La Historia en 1999?

–No sé. Hay como etapas desde entonces. Pero cuando escribí La Historia durante un tiempo tuve la sensación de que había hecho ya todo lo que podía y que cualquier otra cosa que escribiera sería como una nota al pie de La Historia... y en algún momento acepté que era así, y en eso estoy (se ríe).

–Cuando encaró el proyecto, ¿tenía en mente las novelas del siglo XIX en cuanto a su ambición totalizante?

–Lo relacionaba más bien con cierta escalada y crisis del siglo XX. Estos días recordé, lo había olvidado, que en el año 92 estaba empezando con La Historia. Me había guardado el dinero de un año que había trabajado y cuando se acabó el dinero llegó la beca Guggenheim. En el 92 me habían invitado a un encuentro en el Escorial organizado por la universidad complutense de Madrid, nos encerraron a 30 escritores que Carlos Fuentes había elegido para pasar una semana. Cada uno de nosotros debía hablar de un libro de Fuentes. Era una especie de homenaje. Y participamos en una mesa Bryce Echenique, Juan Goytisolo y yo, que era el más joven y se suponía debía ser el más revoltoso. Y recuerdo que dije que lo peor que nos había hecho su generación era que ellos escribían como para crear un mundo. Entonces, para rebelarnos contra el padre, nos habían dejado la tentación o la salida de la pequeñez. Así debíamos contar cositas, todo lo contrario de las grandes novelas, para preservar nuestra identidad. Y yo no caí en ese chantaje. Quería ser tan ambicioso como ellos. Con La Historia quería no dejarme empequeñecer por la tentación de pelear contra su ambición haciendo algo pequeño.

–Pensaba también en Borges, en la cuestión del parricidio literario que ciertos escritores dicen tener que hacer con él, a la vez que su novela es muy borgeana. Se percibe un homenaje.

–No necesitaba pelearme con Borges porque nunca lo sentí como una vía posible. Quizá algunos escritores mayores que yo tuvieron que hacerlo. Para mí no era una opción, ya era un monumento me parece. Siempre tuve muy claro que una habilidad de Borges era clausurar un camino, no abrirlo. Llegó lo más lejos que se puede llegar por esa vía; cualquier tentación de seguirlo era caer en un pozo. Entonces no tenía que pelearme con él como quizá sí con la generación de Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, y a través de ellos con algunos otros, como William Faulkner. Después de un tiempo pensé que sí, que era una especie de homenaje a Borges, pero haciendo exactamente lo contrario de lo que él había hecho.

–Con respecto a la condensación...

–Sí, en esa época me invitaron a una mesa titulada “Cuál es el libro que hubiera querido leer”. Raro, porque cuando querés leer un libro vas y lo leés. Así que empecé a darle vueltas al asunto y en algún momento se me ocurrió que podía contestar que era aquel que Borges postulaba en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. Técnicamente no se podía leer porque no está escrito, está escamoteado. Entonces se me ocurrió que quizás La Historia era la estúpida tentativa de escribir aquel libro; lo digo porque él lo hizo en diez páginas brillantes, yo lo hice torpemente en mil. Pero hay una relación muy fuerte con esta idea de la erudición falsa, del aparato para trabajar sobre una ficción que también es ficticia. Por eso decidí encabezar el libro con esa cita atribuida a Cervantes (“la verdad, cuya madre es la Historia, émula del tiempo, depósito de acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia del porvenir”).

–También funciona como un aparato del siglo XXI, es casi hipertextual. El lector llega al pie de página de un capítulo y se remonta a otras; se suceden varias historias paralelas y superpuestas.

–Eso me pareció muy curioso porque, sí, es bastante hipertextual. Más de una vez tuve la tentación de armar una versión digital del libro para, justamente, hacerlo funcionar con clicks y links. Pero de algún modo era traicionar cierta esencia. Pero es cierto, está muy organizado como un sistema hipertextual.
El vaivén del esquivo problema de los géneros. Para matizar aquella sentencia según la cual se planta del mismo modo frente a ambos géneros literarios, Caparrós detalla que “en la no ficción, el largo trabajo de averiguación es lo central, y luego llega el trabajo de la escritura. Cuando me pongo a escribir una novela tengo ciertas ideas, pero lo esencial del descubrimiento de lo que estoy escribiendo se produce ahí, al escribir”.

–Pero pienso en Echeverría e imagino que el trabajo previo también comenzó con lecturas, investigaciones sobre su obra y otros textos críticos, las cartas sobre las cuales elabora el andamiaje de la ficción, por ejemplo.

–Bueno, sí. Es un caso peculiar de ficción porque está basada en una historia bastante real, que estaba llena de agujeros, que completé con ficción.

–En ese sentido, parece haber una sujeción al documento, lo cual la colocaría, desde ciertas teorías del género, en el plano de la no ficción, dado que dichos documentos no se contradicen con lo que plantea desde la imaginación. Sigue cierta coherencia.

–Es un caso fronterizo entre la ficción y la no ficción. Y sí, tuve la sensación de que tampoco contradice el documento. Está basada en una vida, y como pude conocerla poco, también tuve que imaginarla. Hay un componente biográfico. Y me llama la atención la falta de información sobre un personaje tan central como Esteban Echeverría en una ciudad muy chica, donde nadie se perdía. Por eso trato de imaginar a partir de lo que no se conoce.

–En abril de 2018 sale su nueva novela, cuyo título tentativo es Todo por la patria. En El interior hay una diatriba contra ese concepto pero en sus ficciones lo retoma e incorpora: elige a Echeverría, considerado primer escritor de la literatura nacional, por ejemplo. ¿Es una suerte de obsesión?

–No sé si tanto como obsesión pero me gusta mucho la ficción y me humilla un poco esa ficción disparatada que es la patria, la pretensión de que por haber nacido en un territorio determinado tengamos muchas cosas en común y esa exigencia del “deberíamos y no somos capaces de”: genera tantos adeptos y tanta sumisión.

–Y sigue funcionando a pesar de los intentos de transnacionalizar.

–Acabo de mandar esta mañana un texto sobre los catalanes, que quieren hacer otra patria. Sigue funcionando de manera atroz.

–Hablábamos de la patria, y otra cosa que aparece como central en La Historia es la muerte.

–Es que además de la patria, otra de las grandes ficciones es la ficción de la muerte. Son las dos más grandes ficciones que conocemos; es algo que nunca puede ser conocido como tal, por eso debe ser inventado una y otra vez. Entonces, pienso ahora, una es la ficción por defecto, y la otra por exceso. No lo sé. La muerte también está muy presente en Los Living, y en Un día en la vida de Dios. Mi literatura relaciona estas dos grandes ficciones, como ese dicho “Patria o Muerte”.


La Historia, Martín Caparrós. Anagrama, 102





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