Amargas noticias sobre el azúcar *
Javier Sampedro
Estudios relacionan el consumo de azúcar con el trastorno metabólico y la enfermedad cardiaca.
Los alimentos y refrescos azucarados están siguiendo el itinerario de las tabacaleras. Quien hace trampas se cae del tablero
A principios de los años sesenta, mientras los Beatles barrían el planeta Tierra, empezaron a acumularse las evidencias de que el consumo de azúcar se relacionaba con el trastorno metabólico y la enfermedad cardiaca. La Fundación para la Investigación del Azúcar, creada y financiada por la industria azucarera y sus refrescantes derivadas, pagó en 1965 para que el New England Journal of Medicine, una de las revistas médicas más influyentes, publicara un artículo técnico que descartaba esos resultados. En 1970, la misma fundación pseudocientífica costeó unos experimentos en animales con la intención de demostrar la salubridad de su producto. Cuando los resultados fueron los contrarios de los esperados, sin embargo, la fundación abortó el proyecto y prohibió a los científicos que publicaran esos resultados. Y esas prácticas dañinas perduran hasta hoy mismo.
La comparación con
el tabaco salta a la vista. Uno de los grandes argumentos que permitieron a los
abogados contratados por la Casa Blanca empapelar a las tabacaleras –un golpe
del que todavía no se han repuesto— fue justo la evidencia de que esas empresas
habían conocido durante décadas los daños del tabaco, y los habían ocultado,
cuando no pervertido, con el desprecio más obsceno hacia la salud pública, y
con un foco exclusivo en sus intereses económicos que las descalificó como
agentes sociales solventes. Los refrescos azucarados, los bollos y las golosinas pronto seguirán el mismo camino, si es que la historia nos enseña algo.
La analogía del azúcar
con el tabaco tiene otro ángulo interesante. Es improbable que exista ahora
mismo un solo terrícola que ignore que fumar daña la salud. Y sin embargo
seguimos fumando. Los seres humanos no nos regimos, en general, por argumentos
racionales. La verdad ayuda a contener nuestras tendencias insanas, pero no
basta para exterminarlas. Dale a un ratón una palanca que le administre
cocaína, otra que le procure comida, y le verás atónito morir de hambre para
agarrarse un buen colocón. Ni en eso nos distinguimos de las bestias.
Parte de la
industria farmacéutica ha incurrido en prácticas parecidas a las de tabacaleras
y azucareras, ocultando los resultados adversos a sus fármacos, financiando
ensayos clínicos sesgados e incurriendo en otras malas prácticas que no
provienen de sus laboratorios científicos, sino de sus tiburones ejecutivos. Si
una empresa no es capaz de discernir su ética de su cuenta de resultados, no
merece la confianza del público. Los abogados de las azucareras han hecho un
flaco favor a sus empleadores, y un daño objetivo a la sociedad que los acoge
tragando bollos y bebiendo veneno.
¿Conclusión?
Ciencia pública. Por todo lo que estamos viendo, solo ella podrá promover la
ciencia de calidad que necesitamos. Las empresas alimentarias están perdiendo
la confianza de la opinión pública.
*https://elpais.com/elpais/2017/11/22/ciencia/1511374173_530869.html
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