Huellas
Orietta Lozano
Y el que era invisible a los ojos
también entró al círculo y dijo
que ninguno se lave las manos
que nadie arroje la primera piedra.
Somos la jauría en mitad del desierto
buscando para la sed el agua imposible
y para el hambre la carne desolada.
Aquí comienza y se cierra nuestra desesperación,
la que solemos mirar lánguidamente
en las arterias de los días.
Que alguien revele la palabra primera
cada cual clama su decreto
y el otro no escucha la réplica ni el eco.
Tengamos un ojo de más
pues es tan peligroso
estar demasiado atento a uno mismo
como demasiado atento al otro….
La herida se hace clarividente, advenediza
el peso es también la ligereza
y detrás de la máscara,
otra máscara más.
Nuestros pliegues se contraen
nuestras alas se aligeran
nuestras garras se adhieren a la nada
nuestros nervios, esplendidez y vacío
una nueva raza de astillas, de ruinas y de polvo,
el círculo apenas se forma
en la orilla umbría de los bosques.
Mutas, colmenas,
rastros de luz,
centelleo infinito del reflejo
que nos salva del derrumbe.
Silenciar la palabra
y su enferma confusión.
Condúceme hijo,
Guíame, padre,
aclárame la sombra
que se desflora en el vacío,
en el ojo que contempla el caos.
Verbo y barro, fuego y agua
han entrado en el vacío
que se configura
en la sigilosa huella que camina
por los siglos de los siglos.
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