Francia, dos años bajo el estado de excepción
Marc Bassets
Un soldado francés patrulla en los alrededores de la Torre Eiffel, a principios de noviembre.
Francia supera los
atentados de hace dos años en París a tropezones. Cuando parece que por fin
puede pasar página, otro atentado deja un reguero de muertos, o estalla una
alerta, o un ataque en un país vecino recuerda que el peligro no ha pasado. Y,
sin embargo, como ocurrió tras los ataques de 2001 en Estados Unidos, o
tras la matanza de Madrid, en 2004, la vida cotidiana acaba imponiéndose.
Si la idea de los
terroristas, adscritos al llamado Estado Islámico o ISIS, era destruir el
estilo de vida de una gran capital europea hedonista y diversa, el fracaso es
palmario. Solo hace falta dar un paseo por los lugares del múltiple atentado
del 13 de noviembre de 2015 —los alrededores del Stade de France en
Saint-Denis, al norte de París; los cafés del distrito XI; la sala de
conciertos Bataclan— para observar que siguen desbordando vitalidad.
“Sabemos, desde el
punto de vista de la sociología, que, en general, tras un atentado tan
importante, tan traumático, hace falta más o menos un año para volver a la
normalidad”, explica Gérôme
Truc, sociólogo en el CNRS (Centro Nacional de Investigaciones Científicas)
y autor de Sidérations. Une
sociologie des attentats. Truc recuerda el 11-S: la sociedad estadounidense
necesitó unos nueve meses para que las señales que mostraban el impacto de los
ataques, como las banderas en las casas o coches, empezaran a retirarse.
La particularidad
de Francia es que el ciclo de nueve meses ha sido difícil de concluir. Los
atentados de noviembre de 2015 se perpetraron menos de un año después que los
del semanario Charlie
Hebdo en París. Y nueve meses después un terrorista al volante de un
camión mató a 86 personas en Niza. Es decir, justo cuando, según la “mecánica
social” de la que habla Truc, había llegado el momento de la vuelva a la
normalidad. “En Francia ha habido un efecto de acumulación [de atentados]:
quizá por eso es necesario más de un año, año y medio, o dos años, para pasar a
otra cosa”, añade el sociólogo.
El país empieza
volver a la normalidad, pero nada es tan fácil. La sucesión de incidentes
terroristas y pequeños atentados es otro recordatorio: en cualquier momento
puedo repetirse la tragedia. Los soldados patrullando en las calles, o las
leyes de excepción que han regido durante estos años, recuerdan que algo no
encaja, que el país, como dijo el presidente François Hollande tras el 13-N,
“está en guerra”.
"Es
típicamente una declaración de alguien que jamás ha hecho ni visto la guerra.
La idea de que, porque ha habido tres atentados, hay que considerar las
garantías liberales como un lujo, es sorprendente", dice el abogado
François Sureau, que ha litigado en tres ocasiones ante el Consejo
Constitucional contra varias disposiciones legislativas del estado de
excepción, instaurado tras los atentados de noviembre de 2015. El libro Pour la liberté recoge estos
textos.
Sureau considera
que las medidas de los últimos años —como el estado de excepción, ya anulado
pero parcialmente convertido en una ley permanente— reflejan una tradición
histórica de recelo hacia las libertades civiles en Francia. Pero también un
endurecimiento de las leyes, incluso desde antes de los atentados, que en gran
parte la población asumía mientras no invadiesen sus derechos individuales. A
esto se une una tendencia a sobre reaccionar ante el terrorismo con la equívoca
dicotomía entre libertad y seguridad.
El despliegue de
7.000 militares en el territorio nacional, en el marco de la llamada Operación
Centinela, es otra anomalía francesa entre las democracias liberales. "Los
franceses siguen pensando, en el plan histórico, que la salvación, en periodos
difíciles, podría venir del ejército", dice Sureau. "Lo pensaron con
los dos napoleones bonapartes, en la guerra del 14-18 al divinizar al
mariscal Foch, en 1940 con el mariscal Pétain, y después con el general De
Gaulle y los acontecimientos de Argelia".
La memoria es
confusa, y engañosa a veces. El neuropsicólogo Francis Eustache ha puesto en
marcha, junto al historiador Denis Peschanski, un proyecto para estudiar,
durante 12 años, cómo se construye la memoria individual y colectiva de los
atentados de noviembre de 2015. Es pronto para sacar conclusiones, avisa
Eustache, pero los datos acumulados dos años después —sobre todo demoscópicos—
permiten algunas observaciones. Por ejemplo, en la memoria colectiva se forman
falsos recuerdos: muchas personas creen recordar que en noviembre hubo una gran
manifestación en París, cuando la gran manifestación fue tras el atentado
de Charlie Hebdo en enero. El recuerdo del 13-N toma la forma de los
que llama un “recuerdo flash”, aquellos recuerdos en que las personas
recuerdan qué hacían en aquel momento (el caso típico es el del asesinato de
Kennedy o, en España, el 23-F). Al mismo tiempo, explica el profesor Eustache,
un acontecimiento —en el caso de noviembre de 2015, el Bataclan, más que los
ataques a las terrazas de los cafés o en Saint-Denis— se impone sobre otros.
“Hay un gran relato
colectivo que se construirá y al lado se construirán muchas memorias
individuales”, dice Eustache. Esto ocurrió en la Segunda Guerra Mundial, que
Eustache y Peschanski han estudiado: la memoria traumática de los bombardeos
aliados en Normandía quedó tapada por la gesta colectiva el desembarco.
El sábado por la
tarde, en Saint-Denis, la selección francesa de rugby jugaba contra la
neozelandesa. A siete kilómetros de ahí, pese a la lluvia había grupos tomando
cervezas en la terraza de Le Carillon, uno de los cafés con terraza que los
terroristas asaltaron, como en la terraza de La Bonne bière, otro de los
locales golpeados por los terroristas, también lleno. En el Bataclan se anunciaba un concierto del
grupo Rise Against: no quedaban entradas.
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