miércoles, 29 de abril de 2015

BONDI






El inconsciente colectivo




            




Carl Jung decía: “Existe una energía psíquica primaria anterior a la existencia del hombre, que nos rodea y nos pertenece a todos por igual, compuesta por las energías del pensamiento de toda la humanidad”. 
El hombre, sin proponérselo, resultó un visionario. En su tiempo, los metros, buses, micros o colectivos no gozaban aún de esa fama bochornosa de levantar por el aire todo lo que se les cruzara. Así y todo, su reflexión –en analogía a una situación sainetesca local– no pudo ser mejor preámbulo para esta nueva versión de mole rodante que transporta gente como si fuera ganado. El autotransporte colectivo –o cariñosamente para nosotros bondi– es uno de los objetos de culto que los porteños puteamos cada mañana en lugar de bendecir. Desde que usted pone un pie en el estribo, comienza la odisea. Si su pierna quedó flameando al ponerse en marcha el bondi, es asunto de segundo orden. Los colectiveros, (esos amigos de siempre) con su habitual gentileza cierran las puertas automáticas estrujando a los valientes pasajeros que retan a la muerte por un peso cincuenta. Al unísono se oye: “¡Momento! ¡Momento!” o “¡Pará che!” “¡Pará loco!” y otros tantos epítetos.
 Las embarazadas hacen gala de sus privilegios, y se abren camino a los panzazos como si se internaran en “El Impenetrable” a golpe de machete. Algunos choferes toman conciencia de la situación y piden un asiento para la señora. Otros siguen maldiciendo a la humanidad desde el volante y ni enterados que subió una embarazada. En un colectivo pareciera que todos nos odiáramos, nos miramos de reojo, desconfiados, nos volvemos paranoicos creyendo que el que está al lado es un punguista, o lo que es peor, nos va a dirigir la palabra. No hay nada peor a que alguien nos hable durante un viaje en colectivo. Por nada queremos que algún pesado nos perturbe esa misantropía encubierta que nos toma en cuerpo y alma cuando subimos al bondi. Algunos parecen babear espuma de la fobia que les causa hablar con alguien durante el viaje. Los misántropos mas empedernidos, optan por bajar unas paradas antes con tal de no escuchar a esa anciana quejándose de su reuma, del precio de la carne o de su jubilación mínima.
 Cuando el vehículo va lleno, la pugna por conseguir asiento es todo un arte. Muy conocida es la técnica de ubicarse en el fondo –según la tradición, sector más fácil para conseguirlo– e hipócritamente se debe pedir permiso a los empujones. Pero hoy se ha puesto en boga una nueva técnica, que consiste en obstruir con el cuerpo el flanco por donde se puede filtrar un enemigo, simulando que dejamos pasar al que desocupó el lugar. El movimiento debe ser preciso y elegante, sin torpezas. Un mínimo margen de error, un segundo de descuido, y perdemos el botín. Para mayor eficacia, los expertos recomiendan mirar hacia otro lado, haciéndose el distraído. 
La máquina expendedora de boletos tiene también sus encantos. Cuando se rompe, crea una atmósfera especial, donde las pasiones se exacerban hasta alcanzar un clima único, sublime, un momento donde fluye un espíritu de lucha digno de una saga épica. Los contendientes intercambian toda clase de afrentas con el chofer y con la empresa, se agolpan y quedan embutidos en el pasillito de entrada al bondi sin poder avanzar ni retroceder. El más afectado, es aquel que ya depositó sus monedas y fue víctima de la atascada máquina. El pobre diablo no llora por vergüenza, pero su impotencia le transfigura la cara. La indignación lo carcome. Está desesperado. Quiere matar. Quiere explotar en llanto. El sujeto, para no colapsar, puede que baje del bondi y se lleve puesta una úlcera de regalo.
 Aunque usted no use habitualmente el colectivo, sepa que su salud mental –y física– corre peligro si tiene que convivir con él en la ciudad. Las veredas no son lugares seguros. En los días de lluvia, si permanece un segundo más de lo debido sobre la acera, se le puede adelantar el carnaval. Grandes oleadas de agua putrefacta caerán sobre su humanidad si no huye rápido. Protéjase dentro de un negocio, seguramente su presencia creará sospechas, estará como perplejo, inseguro, avergonzado, su rostro se pondrá tenso, mirará siempre en dirección a la puerta, pero ¡al diablo si lo confunden con un ladrón! 
Esa energía primaria a la cual se refiere Jung, transportada a nuestro querido bondi, es todo lo primaria que los civilizados podemos tolerar. Dentro de ese bólido citadino, choferes y pasajeros nos convertimos en trogloditas, seres primitivos, casi bestias, inconscientes de esa energía tan densa –por no decir negativa– que generamos. Como siempre, las máquinas se demonizan por la brutalidad humana, y  terminan pagando los platos rotos.
 ¡Cuidado mortales! Las calles de Buenos Aires están siendo amenazadas por el “inconsciente colectivo”. 




INSAURRALDE, Alejandro. “El inconsciente colectivo”, Entre vivencias y visiones, 2da.edición, Buenos Aires, Sabor artístico, 2013.







VIAJEMOS II



El misterio del Andean Explorer

   Daniel Flores 



En el despejado andén de la estación Wanchaq, de Cuzco, el dúo de guitarristas rasguea una lánguida tonada andina y el mozo ofrece té en vajilla de porcelana. La campana suena a las 8 en punto y la locomotora diésel comienza a despedirse. El sistema ferroviario público en Perú es un ejemplo para el mundo o el Andean Explorer, que está a punto de partir, es un caso aparte.
En las próximas diez horas se comprobará la segunda hipótesis: sin perjuicio del sistema de transporte peruano, este es uno de esos trenes especiales, clásicos, de colección, que pretenden recrear aquellos épicos viajes sobre rieles, al estilo Orient Express. Como el Rovos Rail, en Sudáfrica, o el Al Andalus, por distintas regiones de España.
Este viaje será desde Cuzco hasta Puno, ciudad a orillas del mitológico lago Titicaca, siempre en el sur peruano. Algo más de 300 kilómetros a un máximo de 45 km por hora, sobre una trocha ancha. Detrás de la locomotora se enganchan el vagón del staff y la cocina, dos coches-comedor de 33 lugares cada uno y, al final, el coche-bar, que termina en un sector de ventanas panorámicas para admirar los cambiantes paisajes.
Cada pasajero va sentado frente a una prolija mesita iluminada por una lámpara tipo velador, junto a una ventana con cortinas. Los vagones, de origen rumano, son viejos, pero fueron puntillosamente reciclados. Sus angostos pasillos de madera remiten tanto a los misterios de Agatha Christie que casi dan ganas de que ocurra algún crimen a bordo, que por lo menos alguien se robe un celular...



El único misterio es por qué la industria turística ofrece cada vez más confort y se desarrollan trenes cada vez más veloces, pero a muchos viajeros los atraen estas otras experiencias vintage, lentas (diez horas para Cuzco-Puno es un evidente exceso), elegantemente imprácticas. La respuesta a tal enigma debería aparecer al final del recorrido.
Por ahora suena un mensaje de seguridad que indica las salidas de emergencia y avisan que está prohibido fumar, incluso en el coche de observación, en castellano, inglés y francés. Pintado de azul, con vivos amarillos, el tren saluda a los vecinos de los suburbios de Cuzco con una aguda bocina, para encarar hacia el Sudeste, siguiendo el río Hutanay.
Además del staff de quince personas viajan unos cuarenta pasajeros que pagaron 289 dólares (curiosamente, el viaje contrario, Puno-Cuzco, se consigue por 100 dólares menos). La mayoría, norteamericanos, más algunos ingleses, el público internacional frecuente en lo que podría llamarse ferroturismo, esa afición que lleva a algunos a dar la vuelta al mundo para aterrizar en Esquel y subirse a La Trochita.*
En el Andean Explorer, ganador del concurso World Travel Awards 2012-2013 como Mejor Tren de Lujo de Sudamérica, los ferroaficionados son media docena de hombres de unos 60 años. Con muy buenas cámaras pasan la mayor parte del viaje en el vagón de observación, en guardia. Esperan sobre todo las curvas más pronunciadas para asomarse por un costado y lograr fotos del tren en su mayor extensión posible.
Recorrido de altura
El servicio del Andean Explorer, a cargo del concesionario privado PeruRail, corre todo el año. De abril a octubre, sale de Cuzco los lunes, miércoles, viernes y sábado. De noviembre a marzo, los lunes, miércoles y sábado. Es un viaje de altura: Cuzco, el punto de partida, queda a 3300 metros sobre el nivel del mar. La Raya, casi a mitad de camino, llega a los 4321, mientras que Puno baja a 3800. Antes del almuerzo, a un turista italiano apunado le traerán a su mesa tubo de oxígeno y máscara. Se recuperará pronto y no habrá más víctimas que lamentar.
Una hora después de la partida, el Andean Explorer avanza por sus vías exclusivas entre el cañón del Urubamba y el río Vilcanota. Todo es verde ahí afuera. Ahora no sólo los ferroamigos están emocionados: el espectacular paisaje moviliza a todos, mientras se sirve un desayuno a base de yogur, granola, miel y frutas.


Durante el día habrá más entretenimiento apto para todo público. El barman dictará una clase para preparar pisco sour; "la bebida peruana", proclamará, sin chilenos a la vista que se ofendan o lo contradigan. También habrá un breve desfile de moda y una banda de folklore peruano que terminará tocando La bamba mientras algunos hacen trencito (paradójico, arriba de un tren). "Tenemos que programar con cuidado las actividades para evitar esos momentos en los que el tren se mueve más y todo se complica", aclara César Sotomayor Tejada, atento supervisor de servicios a bordo.
En la estación La Raya, el tren para unos diez minutos, suficientes para visitar la minicapilla y los puestos de tejidos artesanales, atendidos por mujeres que tanto deben depender de estos viajes. El Andean Explorer retoma el traqueteo justo a tiempo para el almuerzo. La comida, incluida en la tarifa, es a la carta, con entrada (ensalada o sopa), principal (pollo, pasta o trucha), postre y copa de vino chileno. Ofrecen también opciones vegetarianas y libres de gluten, pero se deben solicitar antes del viaje.

Para la sobremesa ya no se ve verde por las ventanillas. El paisaje cambió radicalmente: ahora es árido y las casas, de adobe; sin habitantes visibles, nunca, pero sí alpacas. Y en una cancha de voley juegan dos equipos de cholitas. Con cada salto, las largas y coloridas polleras generan un efecto bastante curioso.



La geografía peruana provoca que también el clima varíe bastante. Si la salida fue bajo un cielo nublado y a mitad del trayecto comenzó a llover, a poco tiempo de llegar a Puno, ya en el Altiplano, el sol empieza a castigar. Entonces, la anteúltima estación es Juliaca, la Ciudad de los Vientos, capital de la provincia de San Román, con una población de 230 mil habitantes.
En plena meseta del Collao, es una ciudad de intensa actividad comercial. Eso queda en evidencia desde el momento que el Andean Explorer se asoma por ahí: de pronto sus vías están literalmente cubiertas por un interminable mercado donde se venden desde juguetes chinos hasta chasis de camiones. El tren se detiene y los puesteros abren paso. Luego vuelve a avanzar ante la mirada curiosa de comerciantes y clientes. Pero cuando la formación apenas acaba de pasar, todos retoman inmediatamente sus anteriores posiciones y vuelven a colocar las mantas con mercadería sobre las vías, aún calientes. El paso por Juliaca, atravesando esta delirante feria, es lo más raro del recorrido. Que nunca este tren llegue ahí fuera de su horario habitual ni encuentre a nadie distraído...
Con el atardecer de un día no tan agitado, el Andean Explorer se aproxima a Puno. Después de Juliaca, el entorno es semiurbano, hay muchas construcciones a medio terminar y paradas de mototaxis. Ya se ve el lago Titicaca y las luces de esta ciudad devota de la Virgen de la Candelaria.Después de ver pasar por la ventana silenciosos pueblos, valles y colinas fértiles, drásticas formaciones rocosas, desfiladeros y ríos, el misterio del Andean Explorer está resuelto. Sí, a veces vale la pena tardar un poco más.











Fuente La Nación.

Datos útiles
Andean Explorer: pasaje Cuzco-Puno (diez horas de viaje), con desayuno, almuerzo, merienda y aperitivos, 289 dólares (para salidas en mayo). www.perurail.comes/
Más información
www.peru.travel; también, la línea de atención las 24 horas de PromPerú, 5748000.
Oficinas de turismo Iperú
En Cuzco: en la Plaza de Armas, Portal de Harinas 177; Traveler Point del BCP, atención lunes a domingo, de 8 a 20. (084) 25-2974; iperucusco@promperu.gob.pe
En Puno, esquina Jr. Deustua con Jr. Lima. Atención de lunes a sábado, de 9 a 18, y domingo, de 9 a 13; (051) 36-5088; iperupuno@promperu.gob.pe


*Sobre La Trochita y  otros  maravillosos trenes semejantes en la Argentina: La Musa encantada/ 7 de mayo de 2014: 
 TRENES. Bienvenidos al tren:  http://lamusaencantada.blogspot.com.ar/2014/05/trenes.html






martes, 28 de abril de 2015

PARADOJA





El Loco y el gaucho

Rolando Hanglin






Imagen: Aldo Sessa





Domingo F. Sarmiento fue siempre un personaje difícil de clasificar. Su clásica obra "Facundo" lo define como un enemigo de la barbarie, que miraba con desconfianza todo lo que oliera a campo. Por otra parte, no ahorró incorrecciones: en sus artículos se pronunció contra los estancieros, los judíos, los indios, los gauchos. En una palabra, no quedó bien con nadie. No dejó títere con cabeza. Son imborrables sus palabras sobre el indio: "Siento por el salvaje una invencible repugnancia". O sobre el gaucho, estampadas en una memorable carta al General Mitre: "¡No ahorre sangre de gauchos, que sólo sirve para abonar la tierra!". O sobre Ángel Vicente Peñaloza, el "Chacho", cuya muerte celebra: "Sobre todo porque tuvieron el acierto de cortarle la cabeza y clavarla en una pica; de otro modo la muchedumbre revoltosa no se habría sosegado por demasiado tiempo". Sarmiento era así: violento, tremendista, exagerado. Lo llamaban "El loco" y, a veces, sus correligionarios del Congreso preferían mantenerlo calladito, en un segundo plano, para no provocar escándalo durante los debates.
Otro detalle original de Sarmiento: fue admirador de los Estados Unidos de América. Hoy día, esto suena natural, son la potencia dominante del planeta desde hace más de un siglo. Pero en aquellos tiempos (digamos alrededor de 1830) la primera potencia del globo, por amplio margen, era Inglaterra, enemistada con los Estados Unidos, que constituían un país tan incipiente como la Argentina. En la mesa chica de las naciones imperiales se sentaban también la Francia napoleónica, Holanda, Prusia, apenas España y la lejana pero poderosa Rusia. Digamos entonces que, desde el punto de vista argentino, Sarmiento "descubrió" a los americanos
Entonces, en el "universo Sarmiento" el gaucho era sinónimo de analfabetismo, brutalidad con los animales, primitivismo religioso, violencia. El gaucho era puñalada trapera, traición, degüello del adversario entre risas y burlas (como cuenta "La Refalosa" de Hilario Ascasubi) sin que se le pudiera descubrir, ni por casualidad, una virtud.
Sin embargo, en el propio "Facundo", se encuentra una descripción de los oficios del gaucho que delata una gran admiración. La historia escolar suele retratar a los próceres con tintes equivocados. Por ejemplo, Sarmiento ha quedado como un alumno-maestro siempre puntual, respetuoso y cumplidor de los buenos modales, cuando en verdad fue un periodista de origen humilde, polémico, deslenguado, irreverente, y un espíritu libre que ejerció como Gran Maestre de la Masonería Argentina. Facundo Quiroga perdura en la imagen de un paisano indomable, cuando en realidad fue un distinguido hacendado, que enarbolaba una bandera negra donde podía leerse: "Religión o Muerte".
En su exposición de los oficios del gaucho, Sarmiento destaca: el cantor, el baquiano, el rastreador y el gaucho malo. Curiosos perfiles que son delineados con indudable admiración.
Por ejemplo, sobre el cantor: "Es el vate, el trovador de la Edad Media, que se mueve en la misma escena, entre las luchas de las ciudades y el feudalismo de los campos, entre la vida que se va y la que llega. El cantor anda de pago en pago, de tapera en galpón, cantando a sus héroes de la pampa perseguidos por la justicia, los llantos de la viuda a quien los indios le robaron los hijos en un malón reciente, la derrota y la muerte del valiente Rauch, (Nota: General prusiano que, alistado en nuestro Ejército, combatió encarnizadamente a los indios, y murió lanceado por el capitanejo ranquel Nicasio Maciel, apodado "Arbolito") la catástrofe de Facundo Quiroga y la suerte que cupo a Santos Pérez". En la Argentina de Sarmiento viven el siglo XIX, de las luces europeas, y el siglo XII, de la Edad Media fanática y ciega. Los dos juntos, en el mismo tiempo y en el mismo país.
Para Sarmiento, el más extraordinario de todos estos personajes es el rastreador. En un mar de llanuras donde no hay caminos ni señales, donde las sendas se cruzan en todas las direcciones, donde las bestias pacen libremente, el hombre precisa seguir la huella de un determinado animal y distinguirlo entre mil, saber si va despacio o ligero, suelto o tirado (de una rienda) cargado o vacío. Es ciencia popular. "Una vez -recuerda Sarmiento- caía yo de un camino de encrucijada al de Buenos Aires, cuando el peón que me acompañaba echó la vista al suelo como era su costumbre, y dijo: Aquí va una mulita mora muy buena...es de la tropa de Don Nicasio Zapata.es de muy buena silla. va ensillada.ha pasado ayer". El paisano venía de San Luis, la tropa volvía de Buenos Aires, y hacía un año que no veía a aquella mulita mora (una cabalgadura más entre miles) cuyas pisadas en el suelo se mezclaban con muchas otras en una ancha rastrillada. Y era un simple peón, no un rastreador profesional. Pero en el arte de seguir los rastros, Sarmiento ve una especie de magia: aquellos hombres leían en la tierra una escritura desconocida para todos los demás, que en este sentido eran -y somos- analfabetos.
Cuando dibuja la semblanza del baquiano, Sarmiento se deslumbra: "Gaucho grave y reservado, conoce palmo a palmo veinte mil leguas cuadradas de llanuras, bosques y montañas. Es el topógrafo más completo. Cuando un general conduce su ejército durante una guerra civil, a su lado va el baquiano, silencioso y sereno. Todo depende de este hombre: la derrota, la vida, la conquista de una provincia. El baqueano sabe del vado oculto de un río, más arriba o más abajo del paso común; y esto en cien ríos o arroyos. Conoce el sendero para atravesar ciénagas, cangrejales o guadales, y esto en cien pantanos diversos. En lo más oscuro de la noche, se orienta en un campo sin límites ni señales, sin caminos definidos, y oliendo los pastos o masticándolos dictamina: "Estamos en dereceras de Salliqueló, a cincuenta leguas de las casas...el camino ha de ser hacia el Sur". ¡Y resulta ser así nomás! El baquiano sólo necesita que le conserven la huella de un animal o persona, que la preserven del viento y la lluvia que en un rato la borrarían, para seguir esa pisada hasta el fin del mundo. Luego sabrá si entró en una chacra, si salió o no salió, si iba cansado o herido...¡Nunca se equivoca!
El gaucho malo es otro ejemplar retratado por Sarmiento, que lo compara con el outlaw de los Estados Unidos. No es ladrón, pero roba. No es asesino, pero mata. La vida lo lleva a enfrentarse con la justicia, y vive perseguido por "la partida". El sanjuanino cuenta las andanzas de un gaucho malo que, sorprendido por la partida en un fogón, se ve rodeado y sólo tiene, a las espaldas, el río Paraná. Sin pensarlo, monta, cubre con el poncho los ojos de su montado para que no se espante, y salta la barranca a las aguas del río. Luego de unos minutos, lo ven prendido a la cola de su caballo y nadando tras él. Los dos suben a un islote en medio de la noche, bajo la luna llena. Algunas balas de las tercerolas han dado en el río. Nada. Agua.
Sarmiento detestaba al gaucho, pero lo admiraba. Y a la hora de referirse al más gaucho de todos, don Juan Manuel de Rosas, decía: "El general Rosas, masticando los yuyos, por el sabor, puede determinar si se encuentra en la estancia de Anchorena o en la de Ramos Mejía".
¿Exageración o admiración sin límites, en el enemigo de la barbarie? Sabe Dios.






Juan Carlos Castagnino. 












viernes, 24 de abril de 2015

VIAJEMOS




Escocia a la antigua








Al Jacobite Stream Train lo conocen muchos cinéfilos como el Hogwarts Express de las películas de Harry Potter. El último tren de vapor de Escocia recorre desde hace poco más de 30 años las Tierras Altas, desde Fort William hasta Mallaig, y lleva a bordo un público variado.

Peter James no pierde de vista el fuego rojo candente que arde en la locomotora negra del Jacobite Train. "La llama no debe apagarse, porque entonces tenemos un problema", dice James, quien alimenta el fuego del histórico tren de vapor. Con la pala habrá desplazado poco más de tres toneladas y media de carbón cuando el tren haya regresado por la noche a la estación de Fort Williams.









En los siete vagones están sentados aficionados a los ferrocarriles de todas partes del mundo, fanáticos de la antigua técnica y turistas que quieren viajar de una manera poco habitual por las hermosas Tierras Altas de Escocia. Y ahí están también los fans de Harry Potter, porque el Jacobite es el tren que en las películas sobre el célebre aprendiz de mago representa al Hogwarts Express, aquel tren que sale del andén 9 3/4 de la estación londinense King's Cross para llevar a los alumnos al colegio Hogwarts.
"Una vez al año viene un grupo de estadounidenses vestidos con los típicos atuendos de los diferentes personajes del libro", dice Florence. Ella es desde hace ya 19 años la jefa del tren. "Mi trabajo consiste en vigilar el tren y cuidar de los pasajeros", dice la mujer rubia.
El tren recorre desde finales de la primavera hasta entrado el otoño el trayecto de 40 millas entre Fort Williams y Mallaig, uno de los pueblos de pescadores más occidentales del Reino Unido. Durante la temporada alta, dos trenes cubren esta ruta espectacular, que pasa por lagos de agua dulce y agua salada, montañas altas, valles extensos y fiordos de color azul oscuro.



Aparte de las ovejas, no hay mucha vida en este paisaje. Alrededor de una hora después de la salida en Fort Williams, Florence anuncia el tramo más espectacular de la ruta: poco antes de llegar a la estación Glenfinnan, el tren pasa por un viaducto de 380 metros de longitud.



Los pasajeros en los siete vagones están entusiasmados con el tour, que dura unas dos horas. "Es simplemente fantástico estar sentado en un viejo tren de vapor y viajar como en el pasado", dice Helen, quien vive al sur de Edimburgo y viaja con su amiga. Sin embargo, el entusiasmo de las dos mujeres no es tan grande cuando el tren, en el último tramo de la ruta, pasa por un túnel tras otro y el vapor entra por las ventanas y las ranuras. "No está mal que actualmente los trenes sean propulsados por locomotoras modernas".








Información básica


Destino: Con casi 10,000 habitantes, Fort Williams es la ciudad más grande de la parte occidental de las Tierras Altas. Mallaig tiene menos de 1,000 habitantes, que viven de la pesca y el turismo.

Cómo llegar: desde Glasgow o Edimburgo se puede viajar en tren, autobús o coche a Fort Wiliams. El viaje en coche dura unas tres horas, en tren poco más de cuatro horas.

Cuándo viajar: el tren Jacobite está en servicio este año del 11 de mayo al 23 de octubre. Los billetes ya se pueden comprar por Internet. Durante la temporada alta hay un tren por la mañana y otro por la tarde.
Información: www.visitscotland.com




The  National Geographic



Sobre los maravillosos trenes semejantes en la Argentina: La Musa encantada/ 7 de mayo de 2014: 
 TRENES. Bienvenidos al tren:  http://lamusaencantada.blogspot.com.ar/2014/05/trenes.html








miércoles, 22 de abril de 2015

CHISMES ( CASI REALES )





Historias de la Casa Blanca

Yolanda Monge









Si los muros de la Casa Blanca pudieran hablar qué no contarían. Pero conocedores de lo que pasa cada día en el perímetro conocido como los 18 acres más famosos del planeta son también los mayordomos, ujieres, cocineros, limpiadores y floristas (por citar algunos) que cada día asisten a la primera familia de Estados Unidos. Y saben hablar.
Aunque obedeciendo a una ley de silencio más propia de épocas de Downton Abbey, los trabajadores de la Casa Blanca han ido heredando generación tras generación el código de honor que, entre otros episodios, permitió mantener en la esfera de lo privado la parálisis de Franklin D. Roosevelt, al introducir, por ejemplo, en la sala a los invitados a una cena cuando el presidente ya estaba sentado y su silla de ruedas fuera de la vista de todos.
En una ciudad en la que todo el mundo cuenta dónde trabaja antes incluso de pronunciar su nombre, el personal de la Casa Blanca mantiene un bajo perfil, entre otras cosas porque es consciente de que cualquier indiscreción puede costarles el puesto. En el libro de reciente publicación La residencia, Kate Andersen Brower, periodista de Bloomberg News que cubrió la Casa Blanca de Barack Obama durante cuatro años, ha recogido los testimonios de más de 30 trabajadores de la residencia oficial que a lo largo de los años han trabajado en ella desde el tiempo conocido como Camelot hasta la llegada del primer hombre de raza negra al 1.600 de Pensilvania Avenue.
Ninguno está en activo, razón quizá por la cual todos se han confiado a Brower. Algunos, como el mayordomo James Ramsey, no han vivido para ver el volumen publicado. Todos sacrificaron sus vidas personales para servir al presidente de turno y su familia. A pesar de su entrega y duro trabajo, el personal de la residencia siempre queda fuera de la foto. “Hay una regla no escrita que nos coloca en el fondo. Si hay una cámara, nosotros siempre la evitamos pasando por arriba, por el lado o por donde podamos”, se lee en el libro en palabras del ujier James W. F. Skip Allen, en nómina de la Casa Blanca entre 1979-2004.

Capítulo tras capítulo en La residencia se cuenta que el matrimonio presidencial favorito de los trabajadores de la Casa Blanca fue el que formaban el primer presidente Bush y su esposa Barbara. ¿El que menos? Uno que podría volver a ocupar sus muros tras las elecciones de 2016 pero con los papeles invertidos: el de los Clinton.
Bill y Hillary Clinton rozaban la paranoia y no confiaban en los empleados. La pareja ordenó rehacer el servicio telefónico de la Casa Blanca para evitar intermediarios y operadores. Brower apunta a que quizá la razón por la que tanto el servicio como los Bush se sentían cómodos era porque estos —a diferencia de los Clinton— habían vivido siempre con empleados en sus hogares.El escándalo de Monica Lewinsky desde luego no ayudó a que en la Casa Blanca reinara la paz. Quizá uno de los relatos más jugosos del libro es el que cuenta que Hillary pegó tan fuerte con un libro a Bill que la cama se llenó de sangre y el presidente necesitó puntos de sutura. Aquellos días tuvieron también un impacto en el servicio, que soportaba los arranques de mal genio de la primera dama y las palabras malsonantes que se pronunciaba el matrimonio o los prolongados silencios a los que se condenaba la pareja. Hillary calmaba su ansiedad y tristeza ordenando al pastelero de la residencia que le preparara bizcocho de moca. “Hice muchos pasteles de moca por aquel entonces”, apunta Roland Mesnier (1979-2006).


Pero si hay alguien del servicio que vivió una crisis nerviosa que obligó a su hospitalización ese fue Reds Arrington (empleado entre 1946-1979), jefe de fontanería de los 18 Acres. Lyndon B. Johnson quería en la Casa Blanca una ducha exactamente igual a la que tenía en su casa de Washington, que básicamente consistía en un chorro de agua muy fuerte pero con dos derivadas, una manguera que apuntara a la altura de su pene —que él apodaba Jumbo— y otra a su trasero. El agua debía de adquirir una temperatura muy caliente.
El 36º presidente de EE UU, el hombre convertido en defensor de los derechos civiles pero que una vez le dijo a su chófer negro que hiciera “como si fuera una pieza más del mobiliario”, tuvo cinco años trabajando en el artilugio a Arrington, lo que acabó por llevar al hospital a este último. Cuando Richard Nixon ocupó la Casa Blanca miró perplejo el invento y dijo: “Desháganse inmediatamente de eso”.


A los Kennedy se los adoraba y Lady Bird Johnson encontró muy difícil la tarea de reemplazar a Jackie. “Era como salir a escena para un papel que nunca había ensayado”. Bush hijo se comportaba como uno esperaría que se portara Bush hijo: jugando con el servicio, descolocando las fotografías y haciendo que cazaba moscas con matamoscas invisibles cuando pasaba al lado del staff.


La llegada de los Obama a la Casa Blanca marcó un hito, no en vano a lo largo de su historia la mayoría de los empleados han sido negros (en la actualidad 95 personas trabajan a tiempo completo y 250 a tiempo parcial). En 2009, tras el baile de inauguración y cuando Michelle y Barack Obama se disponían a pasar su primera noche en la Casa Blanca, Worthington White se disponía a retirarse cuando oyó al presidente decir: “Lo tengo, lo tengo, ya sé cómo funciona”. El mandatario se refería al equipo de música. “De repente, comenzó a sonar Mary J. Blinge” (cantante negra de hip hop y soul), explica White. Los Obama vestían ya ropa de estar en casa y comenzaron a bailar al ritmo de Real Love.
“Fue un momento hermoso como no podría imaginar”, dice White en el libro. “Apuesto a que nunca ha visto nada semejante en esta casa”, le retó Obama. “Puedo decir sin faltar a la verdad que jamás escuché ninguna [y resalta la palabra ninguna] canción de Mary J. Blinge en esta planta de la Casa Blanca”.






martes, 21 de abril de 2015

PAPILLÓN







Papillón

Alejandro Insaurralde













Conocí muchos solitarios en estos años. Los conocí en los más diversos ámbitos y clases sociales, en la alta alcurnia, en la milicia, en la clase media trabajadora, en las villas. Se los encuentra todo el tiempo en cualquier rincón de la ciudad y algunos denotan la necesidad de una compañía con peculiares rasgos en la mirada, en los gestos, en el habla, en ocasiones alteran su conducta y el natural curso de las horas parece embotarlos en el hastío. La soledad es un estado pernicioso cuando no se la elige y atañe a cualquier persona sin importar raza, credo, color, sexo, nivel sociocultural o económico. Aquellos solitarios que no eligen la soledad como forma de vida y tienen la virtud (o el defecto) de soñar, cargan sus días dentro de una especie de celda cuyos barrotes encierran un corazón entumecido, que recuerda vagamente cómo es el amor.
El caso que voy a citar es el de un hombre que vivió mucho tiempo solo y no por decisión propia. Era un caso más de los tantos que quedan solos en esa particular celda. 

No voy a dar el nombre de esta persona pues creo, es una situación que identifica a muchos hombres y mujeres por igual y daría lo mismo que se llame Juan, Pedro o Cristina. Papillón fue el seudónimo apropiado que elegí para la ocasión. Para este hombre su celda espiritual era algo más que una prisión ordinaria. El se percataba de esta celda y la imaginaba dicha celda en medio de una virtual “isla del demonio” - como la isla donde se condenó al afamado reo - un lugar hostil e inhóspito, que ofrece pocas esperanzas de supervivencia.
Su pregunta básica era: “¿Cuándo conoceré el amor de mi vida?”; a veces la combinaba con otras similares como “¿Cuándo será mi momento?” o “¿Cuándo conoceré mi compañera ideal?” y tantas otras. Estos cuestionamientos se tornaban una constante y embadurnaban sus días como una mezcla rancia de angustia y hosquedad. La falta de una pareja no sólo agitaba sus deseos carnales; deseaba alguien con quien compartir sus emociones, sus miedos, alguien a quien confiar plenamente sus secretos más íntimos sin tener que pagar por ello un precio muy alto; alguien a quien pudiera entregar su corazón en la mano sin temor a que se lo despedacen; un amor con quien desde la absoluta libertad y comprensión pudiera vivirlo todo. Alguna vez escuchó decir que “amar es comprender”. Estaba decidido a practicarlo, pero ningún alma afín encontraba para ello.

La pregunta más resignada de todas, cuando la soledad lo abrumaba hasta el cansancio, era: ¿Acaso debo acostumbrarme a permanecer en esta celda para siempre, acostumbrarme a su sombra fría, a la desesperación de ver la vida circundante a través de un mirador, a la lluvia que repiquetea monótona entre los barrotes, al hastío de los largos días sin tiempo? ¿Debo resignarme a no esperar nada que quebrante esta rutina?
Papillón pensaba, en las singulares condiciones con que imaginaba su celda, que aquella rutina tediosa y asfixiante menguaría si al menos por un tiempo era compartida con alguien. El viento no silbaría punzante a través de los barrotes, las aves no emitirían los mismos graznidos interminables, las nubes ensayarían para él nuevas formas y colores a través del mirador. Temía pecar de egoísta en esta necesidad de dividir calamidades, pero enseguida recordaba: “amar es comprender” y la máxima se volvía un manto de piedad, un bálsamo para con su culpógena inquietud. 
En esa búsqueda, sin embargo, no estaba seguro de estar preparado para comprender y daba por descontado que la otra parte lo hiciera. Emergían de él unos fantasmas que le hacían creer que pecaba de egoísta y que el responsable de su frustración no era nadie más que él mismo. Esa incapacidad para comprender – y otras falencias que lo atormentaban – escondían las llaves para abrir su celda, le empedraban el camino hacia el encuentro de una compañera que en algún lugar lo estaría esperando.
Una mañana, que nada distinto prometía, decidió pararse en lo alto de una barranca, cerca de su barrio, que conduce a un arroyo seco, donde de chico cazaba ranas con sus amigos. El lugar ofrecía una vista imponente, ideal para inspirar a los enamorados si no fuera que se ubicaba en medio de una maleza tupida y llena de peligros. Aquella barranca era tan sólo una prolongación de su celda, con una panorámica más recreada y colorida, pero adversa como para ofrecer un aire liberador. La decisión de ir hasta allí fue tomada a la ligera, sin pensar que ese marco no le daría ninguna esperanza de cambio, además de los recuerdos tiernos que le traía de su infancia, que como todo recuerdo, produce tristeza. Por esas jugarretas de la melancolía es que todo recuerdo sea bueno o malo nos pone tristes y tristeza era lo que Papillón menos necesitaba añadir a su ánimo. 
Varias horas se quedó allí. De a ratos, se sobresaltaba por los ruidos propios del lugar, tan naturales como la maleza de la barranca, ruidos que surgían desde diversos puntos. Le era difícil detectar si provenían de allí cerca o de algún recóndito sitio en la espesura. Hablaba solo, filosofaba complejidades que no aportaban salidas sino mas bien laberintos. Se sintió fatigado en un momento y comprendió que la jornada fue tan sólo una más. 

Cuando ya caía la tarde, para su asombro, se produjo un silencio absoluto. El quedó también en silencio y envuelto en una sombría calma. Por un instante lo embargó un impulso drástico, como esos raptos de estupidez que en un segundo nos hacen pendular entre dos polos, entre la grandeza y la miseria, entre el valor y la cobardía; son esos momentos donde pugnan la cordura y la demencia y nuestra débil humanidad ignora quién va a ganar, momentos en donde oscilamos entre paradojas y mandamos todo al diablo; miró hacia la barranca y pensó en brincar su cuerpo por la rocosa pendiente hasta que el destino decidiera su suerte; se permitió meditar unos segundos antes de saltar; el instinto de preservación que aún tenía lo frenaba, lo hacía dudar y sentirse un pobre diablo; la escarpada cuesta prometía una muerte segura, pero en todo suicidio se puede fracasar - pensó - y la alternativa de quedar minusválido generó en él un ligero pánico. Papillón veía la salida, pero era un escape equívoco; los tiburones aguardaban abajo, como aguardan a todo fugitivo que huye de su “isla del demonio”; Papillón cerró los ojos y encomendó su existencia; indeciso aún, meneó su cuerpo una y otra vez y cuando la gravedad ya tomaba cartas en el asunto, una mano de mujer se posó en su hombro derecho; sintió la fragancia de un perfume francés y se emocionó al recordar cómo era. 

La mano salvadora pertenecía a una vieja amiga de Papillón. Jugaban de niños en esa barranca, cazaban ranas y hacían juntos todo tipo de travesuras. Jugaban a ser novios, amantes, matrimonio. Recordaron los tiempos felices, los años perdidos.
 Ella se había acercado al lugar porque sentía las mismas necesidades, los mismos miedos, los mismos vacíos. Los avatares de la vida la llevaron a esa forma de soledad manifiesta. Confesó a Papillón que, años atrás, quiso matarse también pero no tuvo el valor. Miró a Papillón directo a los ojos y preguntó si podía estar junto a él, si podía entrar a su celda y acompañarlo en su oscuridad. Se ofreció a escuchar sus pesares en tantos años de ausencia, por un rato le serviría de muro para llorar sus lamentos, de colina para gritarle al viento, de balsa para sortear a los tiburones y huir de esa “isla del demonio’’.
Los recuerdos de una infancia feliz propiciaron el reencuentro. La mujer le dijo a Papillón que, en verdad, nunca se habían separado, que todos esos años jugaron un juego diferente, el único que no jugaron juntos. 
Jugaron a estar solos. 







INSAURRALDE, Alejandro. “Papillón” Entre vivencias y visiones, 2da.edición, Buenos Aires, Sabor artístico, 2013










viernes, 17 de abril de 2015

LEONARDO




Leonardo: todas las caras del genio

Pablo Ordaz 






'Cabeza femenina con mirada hacia abajo', de Leonardo da Vinci.


Las salas del Palacio Real de Milán están en penumbra y la gruesa moqueta se traga los pasos de los carpinteros y electricistas que, un día antes de la apertura al público, dan el último repaso a la más grande exposición dedicada jamás en Italia a uno de sus indiscutibles genios: Leonardo da Vinci.
Uno de los trabajadores se para ante el retrato de La belle Ferronnière y le comenta al compañero: “Yo no entiendo de pintura, pero cada vez que la miro siento el impulso de intentar descubrir hacia dónde está mirando, o de dar un par de pasos a la derecha para encontrarme con su mirada. La verdad es que su gesto impresiona”. Uno de los jóvenes licenciados que, a partir de hoy y hasta el próximo 19 de julio explicarán la muestra Leonardo Da Vinci 1452-1519, tercia sonriendo en la conversación: “Pues no entenderás de pintura, pero eso es precisamente lo que buscaba Leonardo da Vinci y queda claro que, cinco siglos después, sigue consiguiéndolo".





La Belle Ferronière











La exposición es, para ser exactos, una maravilla. Porque es Leonardo, todo Leonardo, con lo que eso conlleva: el pintor, el escultor, el científico, el ingeniero, el escenógrafo, el genio que nació en la república de Florencia en 1452 y murió en un castillo de Francia en 1519, convencido de que una vida no era suficiente para alcanzar aquello por lo que su inmensa curiosidad siempre luchó, la identidad entre el arte y la ciencia. O, explicado en palabras del comisario de la exposición, Pietro C. Marani, Da Vinci “era consciente al final de su vida de haber ido demasiado lejos al afrontar los más diversos campos de investigación, hasta el punto de haber perdido de vista, el verdadero objetivo final de sus investigaciones: la unidad del conocimiento”. Esa búsqueda total, ese dibujar el mundo para llegar a entenderlo y convertirlo en belleza, pero en belleza útil, es la aventura de la exposición de Leonardo. Pero no solo eso.
Porque Pietro C. Marani y Maria Teresa Fiorio, los comisarios de la exposición, han querido acompañar las obras de Da Vinci, ponerlas en valor, confrontarlas con la de otros artistas de su época o de otras. Se trata de un juego estimulante, al que hay que dedicar esfuerzo físico e intelectual —la muestra es casi inabarcable en ambos aspectos—, pero en el que, como premio, uno recibe la posibilidad de contemplar en la tercera sala de la exposición el retrato de La belle Ferronnière —prestado por el Museo del Louvre— y comparar su mirada intrigante con la de San Girolamo, de Andrea del Verrochio —prestado por el Palacio Pitti, de Florencia—. “Porque es verdad que Leonardo innovó”, explica Pietro C. Marani, “pero sobre todo perfeccionó, tanto desde el punto de vista artístico como desde el tecnológico o el científico. De ahí que hayamos decidido exponer algunas de sus fuentes tecnológicas, como algunas herramientas originarias de la época de Brunelleschi, junto a los dibujos de Leonardo que reproducen aquella tecnología. Estamos acostumbrados a ver a Da Vinci como un genio precursor, pero este es un aspecto propio del siglo XVII, que pesa todavía sobre los estudios y la idea que el público tiene sobre el genio. Por eso hemos querido que el visitante encuentre en esta exposición a un Leonardo que atesora todo aquello que lo rodea y a continuación lo transforma”.

'Estudio de perspectiva para 'La adoración de los Reyes Magos', de Leonardo da Vinci. (1452-1519).

Y, para terminar con el mito del genio solitario, aislado, los comisarios Marani y Fiorio han conseguido, después de más de cinco años de trabajo y un presupuesto de 4,4 millones de euros, reunir durante cuatro meses en Milán —la ciudad en la que vivió dos décadas uno de los genios máximos de la historia de la pintura— más de 200 obras de arte: 43 cuadros, 20 esculturas, 108 dibujos y 40 documentos manuscritos procedentes de colecciones de todo el mundo.

 El Louvre ha prestado tres cuadros: La Anunciación y el San Juan Bautista, además de la Ferronnière. La National Gallery de Washington ha cedido la Madonna Dreyfus; el Vaticano, el San Girolamo; Parma, la Cabeza de Muchacha; y Venecia, el Hombre de Vitrubio. Los organizadores destacan la generosidad de los Windsor, que han prestado 30 dibujos, del British Museum o del Metropolitan de Nueva York. Y, aunque también destacan la solidaridad nacional para con una muestra sin precedentes y difícilmente repetible, se hace notar la ausencia, por ejemplo, de la Anunciación más valorada, la que se guarda con celo en el Museo de los Uffizi de Florencia. “Nuestra intención”, explica la comisaria Maria Teresa Fiorio, “era buscar la originalidad. Otras muestras anteriores han puesto el acento sobre aspectos puntuales o cronológicos de Leonardo. En esta exposición, que ha sido muy meditada, hemos querido reunir todas las facetas que configuraban la mentalidad del genio”. La muestra, que además cuenta con un catálogo de más de 600 páginas y una aplicación para tabletas, se divide en 10 secciones principales que van llevando al visitante, siempre entre la penumbra que resalta el brillo de las obras de arte, a través del recorrido artístico y científico de Leonardo.


Cabeza de Muchacha


Estudio de ropaje', de Leonardo da Vinci.

La muestra del Palacio Real de Milán llega, además, en un momento muy especial para la gran capital del norte de Italia. Lo subraya Vitta Zelman, el presidente de Skira, la sociedad que ha coproducido la exposición en colaboración con el ayuntamiento milanés, y que explica: “No ha sido fácil reunir a la vez tantas joyas de Leonardo da Vinci. Ha resultado una operación delicada, pero a la vez necesaria porque la organización de esta magna exposición se enmarca en las grandes iniciativas relacionadas con la Expo 2015 de Milán, y que también unimos a la otra gran exposición del Palacio Real sobre el arte de Lombardía de los Visconti a los Sforza. Así, la ciudad de Milán se sumerge en una gran reflexión cultural”.


'Las proporciones del cuerpo humano según Vitruvio' ('El hombre vitruviano').
                                                    '
El visitante pone punto final al recorrido y, a la salida de la exposición, mientras electricistas, carpinteros y otros trabajadores que han puesto su pequeño grano de arena para la muestra terminan sus tareas —y también lanzan su última mirada a La Belle Ferronnière—, la puerta del Palacio Real se encuentra tomada por la policía. Enfrente, en el imponente edificio del Duomo milanés, se desarrollan los funerales de Estado por las víctimas del tribunal de Milán, consecuencia de un hombre que perdió la cordura pero también de un sistema político y social que, durante los últimos 20 años, apenas practicó “la gran reflexión cultural”.







El mito de ‘La Gioconda’


No está La Gioconda, pero sí su mito. Aunque el retrato fue comprado con todas las de la ley por el rey Francisco I, muchos italianos siguen creyendo que el retrato más famoso de uno de sus principales genios artísticos, Leonardo da Vinci, fue robado por los franceses y que por eso está en el Museo del Louvre, emplazado en París. Lo cierto es que el cuadro fue pasando de rey en rey hasta que, en 1797, después de la Revolución Francesa, fue destinado a formar parte del Louvre, si bien en 1800 Napoleón ordenó colgarlo en su dormitorio de Les Tuileries y allí estuvo hasta 1804.
Aunque el verdadero mito de La Gioconda —como publica la prensa italiana al hilo de la exposición— tal vez naciera en el verano de 1911. Aquel mes de agosto, Vincenzo Perugia, un pintor de brocha gorda que trabajaba en el Museo del Louvre, desapareció llevándose el cuadro bajo el brazo. Los periódicos franceses dedicaron muchas páginas al retrato, que se hizo tan popular que, cuando una semana después el museo abrió sus puertas, la gente acudió en masa para ver su vacío en la pared.
El efecto mediático trascendió el asunto policial —el cuadro fue recuperado y devuelto a Francia cuando el tal Vincenzo Perugia trató de vendérselo a un anticuario de Florencia— y la última parte de la exposición está dedicada, precisamente, al “mito de Leonardo" e incluye piezas de Marcel Duchamp —L.H.O.O.Q—, Enrico Baj —La venganza de la Gioconda— o Andy Warhol —White on White Mona Lisa—. 
El arte de Leonardo a través de la profanación de la belleza.