miércoles, 31 de enero de 2018

POETA




Nicanor Parra






Ilustrador: Pablo Bernasconi.
( La Nación, 28 de enero de 2018)





Huiña 


El 23 de enero murió el poeta chileno Nicanor Parra a los 103 años. Me enteré temprano, por mi amigo Rafael Gumucio, y me pareció imposible, como si me hubieran dicho: “Acaba de desaparecer el universo”. Vi a Parra una sola vez, en su casa de Las Cruces. Tenía 97 años y me impresionó que existiera: que esa leyenda grabada en roca fuera de verdad un hombre. A la edad en que muchos se lanzan al mundo a recoger fama y prestigio, él se había hecho anacoreta, instalándose en ese pueblo sin singularidades. Después, cada vez que conté que lo había entrevistado, muchos exclamaron con asombro: “¿Pero Nicanor aún vive?”. Era fuerte, potente, en muchas formas blindado. Siempre me pregunté cómo sería cuando estaba solo. Habitaba un territorio que estaba más allá de la rabia, de la inteligencia, de cualquier ternura. Tenía el talento de la furia, el oído de lince, el don de la insolencia. Nadie que no haya sido un visionario hubiera podido escribir lo que escribió en ese Artefacto de 1972, “la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”, que resume tanta política de hoy. Aquella vez salimos a un balcón que daba al mar y a un jardín silvestre. Él dijo: “Este jardín se cuida con el método inglés: no hay que tocar, no hay que regar”. Y después: “¿Le conté la historia de la huiña? Acá apareció la huiña. Era arisca, hostil, desconfiada, no se acercaba. Pero un día decidió que yo era su amigo. Y se acercó demasiado y la pude tocar. Al otro día estaba muerta. A esa huiña de campo le molestó que yo la tocara. Se sintió... desvirgada”. La huiña es un gato salvaje, huidizo, un trozo de vida que no admite dominio. Parra lo sepultó en ese jardín que me mostraba. A él lo velaron el miércoles en la catedral de Santiago —que es como velar a un tigre en un parvulario— y lo enterraron el jueves en el jardín indómito de su casa de Las Cruces.



Leila Guerriero






martes, 30 de enero de 2018

USURPADOS...




Invadidos o usurpados


Javier Marías

















A muchos que juzgaba “normales” y razonables los veo ahora anómalos e irracionales. Demasiadas actitudes me son inexplicables y ajenas.



Cada día me acuerdo más de aquella película de Donald Siegel, La invasión de los ladrones de cuerpos, de 1955, que además ha tenido por lo menos tres remakes (el último malo a rabiar, con Nicole Kidman). La original sigue siendo inigualable, con su modesto presupuesto en blanco y negro. En la localidad californiana de Santa Mira la gente empieza a sufrir una manía o alucinación colectiva: niños que aseguran que su madre no es su madre, sobrinas que niegan a su tío, pese a que la madre y el tío mantengan no sólo su apariencia física de siempre, sino todos sus recuerdos. 
A quienes denuncian la “suplantación” se los toma por trastornados, hasta que los personajes principales, encarnados por Kevin McCarthy y Dana Wynter, descubren que en efecto se está produciendo una usurpación masiva de los cuerpos: en unas extrañas vainas gigantes se van formando clones o réplicas exactas de todos los individuos, a los que sustituyen durante el sueño. Nadie cambia de aspecto, los clones heredan o se apropian de la memoria de cada ser humano “desplazado”, todo parece continuar como siempre. Lo que alerta a quienes aún no han sido “robados” es la ausencia de emociones, de pasiones, la mirada hosca o neutra de los ya duplicados. Son los de toda la vida y a la vez no lo son. Son inhumanos.


Si me acuerdo tan a menudo de esa película y de la novela de Jack Finney en que se inspiró, es porque desde hace tiempo —y la cosa me va en aumento— tengo la sensación de que se está produciendo en el mundo una invasión de ladrones de cuerpos y mentes. No se trata de que las nuevas generaciones me resulten marcianas (no es así), sino que percibo esos cambios incomprensibles en personas de todas las edades. A muchos que juzgaba “normales” y razonables los veo ahora anómalos e irracionales. Demasiadas actitudes me son inexplicables y ajenas, negadoras o deformadoras de la realidad. Es inexplicable que millones de americanos hayan elegido a Trump como Presidente, y que los rusos estén encantados con la eternización en el poder de un autócrata megalómano; que los filipinos hayan votado a un asesino confeso, y buena parte de los franceses a Le Pen la racista, y no pocos alemanes a una formación neonazi, como los húngaros y polacos a sus actuales gobernantes. También que decenas de millares (incluidas mujeres) se hayan unido voluntariamente al Daesh sanguinario (y brutalmente machista). A una porción de catalanes los veo también “invadidos”, sólo así se entiende que festejen los desafueros y mentiras constantes de los líderes independentistas. Pero mi extrañeza no se da sólo en política.

Algunas obras artísticas que me parecen muy buenas triunfan, pero cuanto me parece horroroso lo hace indefectiblemente. Si leo una novela o veo una película o una serie espantosas (según mi criterio, claro), no falla que las ensalce la crítica y reciban premios. Los cómicos de hoy los encuentro sin gracia en su mayoría, toscos y con mala leche, y a la vez me da la impresión de que el sentido del humor y la ironía han sido desterrados del universo. La gente que suelta las mayores barbaridades e insultos no tolera luego la más mínima crítica. La discrepancia es anatema: si cien francesas publican un manifiesto razonado y sensato, advirtiendo de una puritana ofensiva contra la sexualidad y las libertades, al instante se las tacha de “traidoras” y “cómplices del patriarcado”, a las que éste encarga “el trabajo sucio”. Sus congéneres frenético-feministas (más bien antifeministas disfrazadas) les niegan su capacidad de iniciativa y su autonomía de pensamiento, y las reducen a peleles, despreciando así a aquellas mujeres que no les dan la razón en todo, lo típico de los totalitarios. Yo escribo que los reiterativos textos y noticias sobre la proporción de mujeres en cualquier actividad no logran interesar a la mitad de la población (y dudo que a la otra mitad tampoco), y una articulista me acusa de pretender que las mujeres como ella se callen, nada menos. También a estas personas las veo “invadidas”, para mi congoja. O no razonarían de manera a la vez tan falaz y ramplona.

Leo que a unas cajeras que robaban en su supermercado dicta la justicia que se les paguen unos miles de euros por no habérseles advertido que serían observadas por las cámaras que han probado sus sustracciones. Son incontables los jueces que parecen asimismo “invadidos”: los que ponen en cuestión, por ejemplo, la conducta o la vestimenta de una mujer violada, o si se mostró o no desolada después de su sufrimiento. No soy tan ingenuo ni tan soberbio como para no preguntarme si no seré yo el “invadido”, si no soy yo a quien los ladrones han robado cuerpo y mente. Lo único que me impide darlo por seguro y concluir que soy el equivocado (que Trump es genial y beneficioso, etc), es que aún veo a muchos ciudadanos tan perplejos como yo, y tan escamados. El día que me quede solo admitiré mi grave anomalía. O el día en que venere a Putin, a Maduro, a Berlusconi y a Al Sisi y a Erdogan, a Orbán y al jefe del Daesh Al Baghdadi, todo me parecerá perfecto en el mundo y sabré que por fin he sido usurpado.



El País Semanal

















lunes, 29 de enero de 2018

POEMA



Pequeña Muerte

Claribel Alegría


















Fue una pequeña muerte
tu partida.
Una muerte pequeña que me crece
cuando imagino
a veces que estás cerca
y me obstino en dar vueltas
por las calles
y regreso a mi casa
con la lluvia
cayendo
y me asalta tu voz
en la noche
sin horas.


















viernes, 26 de enero de 2018

AUTORRETRATO



Mary Ellen Mark 

Fotógrafo












Autorretrato de Mary Ellen Mark con Marlon Brando en el set de Apocalypse Now, con 
al menos una Leica y otras dos cámaras.








"Fotografiar el mundo tal como es. No hay nada más interesante que la realidad."














jueves, 25 de enero de 2018

" MENTIROSOS "






Así dijo el Papa a los abusados “mentirosos”

Leila Guerriero










El obispo Juan Barros saluda a los congregados durante una misa multitudinaria oficiada por el papa
 Francisco en Lobito Campos. Iquique. Chile.









En 2011, el cura chileno Fernando Karadima fue encontrado culpable de abusos sexuales cometidos durante los años ochenta y noventa. Su colega chileno Juan Barros, acusado por las víctimas de Karadima como encubridor de esos abusos, fue nombrado obispo de Osorno en 2015 por el papa Francisco. El 16 de enero, durante su visita a Chile, el Papa manifestó “dolor y vergüenza” en relación con los abusos cometidos por sacerdotes. Después, dio misa en el parque O’Higgins, donde el obispo Barros estuvo a su lado, y más tarde en Temuco, donde también. El jueves, en Iquique, el Papa avanzaba derramando bendiciones cuando una periodista le preguntó: “¿Usted le da todo el respaldo al obispo Barros?”. En cámara, el gesto de Francisco es impresionante. La cara súbitamente congelada, la sonrisa paralítica, dijo: “El día que me traigan una prueba contra el obispo Barros...”. Sobrevino una pausa amenazante, un aleteo oscuro, impropio, y con una voz menos simpática que la que utiliza para pedir a los jóvenes que “hagan lío”, dijo: “... ahí voy a ver. No hay una sola prueba en contra. Todo es calumnia”. Con el tono descalificador del que se lanza sobre el vulgo que osa pedirle explicaciones, terminó: “¿Está claro?”. Después, desenfundó una sonrisa de tubo de ensayo y se fue. Y así fue como el gran líder de una religión de Occidente les dijo a los abusados “mentirosos”. Después, en rueda de prensa, las víctimas de Karadima recordaron las pruebas presentadas contra Barros; hubo escándalo. Lo que no hubo fue novedad: el Papa dejó en claro que también para la Iglesia los principales sospechosos —aquellos a quienes se cuestiona por no haber hablado a tiempo, a quienes se reclaman más y más pruebas— son las víctimas. No hay derecho a pedirle al Papa ninguna prueba de la existencia del dios en el que cree. Pero sí de exigirle que ejerza la misericordia a la que su dogma obliga.






















miércoles, 24 de enero de 2018

UN...HOPPER




No es un cuadro de Hopper, son muchos Hoppers encerrados en un cuadro


Héctor Llanos Martínez 




















Mensajes con miles de retuits han popularizado 'Offices at Night' en redes sociales 




Hasta ahora, el trabajo del pintor británico Phil Lockwood, nacido en 1941, apenas había trascendido fuera de su Sheffield natal. Las redes sociales han hecho que en pocos días uno de sus cuadros sea admirado por miles de personas. En Offices at Night (Oficinas en la noche) rinde homenaje a la pintura de Edward Hopper, reproduciendo en un paisaje urbano ficticio algunas de las obras del estadounidense.

"Oficinas en la noche del artista inglés y exprofesor Phil Lockwood es un juego basado en Hopper. Lo comprobaras si miras las pequeñas viñetas a través de las ventanas. Brillante Phil. Incluso el bar es un Hopper", comenta la tuitera Helen Warlow en la publicación que ha popularizado el cuadro. La imagen también se ha compartido a través de otros mensajes en español, logrando miles de retuits.
Las cuadros de Hopper son momentos congelados en el tiempo capaces de encerrar una vida entera. Lockwood intenta multiplicar el efecto de ese juego entre lo instantáneo y lo eterno creando un mosaico de pequeñas vivencias.
Como bien dice Warlow en su tuit, el restaurante de estilo americano que aparece en el centro de la composición es básicamente una reproducción en miniatura de uno de los trabajos más conocidos de Edward Hopper, Nighthawks (Noctámbulos).

Noctámbulos (1942), Edward Hopper. Instituto de Arte de Chicago (Estados Unidos




Otra referencia directa al pintor hiperrealista es Office at Night (De noche en la oficina). Puede encontrarse en una de las ventanas del margen izquierdo del cuadro de Lockwood.


Puzzles hechos de recuerdos


La idea de este paisaje que se comparte ahora en Twitter surgió durante una visita a Copenhague (Dinamarca), explica el artista "Estaba paseando por la ciudad y me quedé observando un edificio de oficinas. Era una de esas tardes oscuras de invierno y todavía había gente trabajando en ellas. Estuve un buen rato mirando lo que ocurría en cada una de las ventanas", recuerda el británico.
Fue algo más tarde cuando llegó la idea de incorporar el universo de quien es uno de sus referentes artísticos. El resto de viñetas que aparecen en el cuadro, aunque son originales, también recrean la estética de Hopper para "despertar en el espectador los mismos sentimientos" que sugieren sus obras. 

"Mis paisajes son como un puzzle que se componen de recuerdos de los años 50 y 60. Las imágenes que me vienen a la cabeza resultan muy cercanas a las que pintó Hopper", explica Lockwood.
El británico perdió la pista de Offices at Night hace tiempo: "Lo pinté hace tres años y lo vendí a una galería de arte de Sheffield. Desconozco quién lo compró después".
A pesar del homenaje, esta obra guarda mucho de la personalidad artística de Lockwood. Por ejemplo, no suele firmar sus trabajos. Prefiere incluir su nombre en alguno de los objetos cotidianos del paisaje urbano. En este caso aparece en el escaparate de la parte inferior izquierda.
Una de sus mascotas, una perrita llamada Annie que falleció hace unos años, también suele formar parte de sus creaciones. Aquí se encuentra justo frente al bar.




El nombre y la mascota de Lockwood escondidos en el cuadro







Verne. El País.


























MILLENNIALS




Los "millennial": mitos y verdades sobre esta ¿"generación perdida"?


Lucía Blasco 











Piensa en un "millennial"... ¿Qué ves? ¿Un joven obsesionado con las redes sociales y los selfies? ¿Una freelancer que se pasa el día "pegada" a la pantalla de la computadora? ¿Un instagramer que siempre está a la última y que todavía vive con sus padres? Es posible que todas esas afirmaciones respondan al perfil de quienes pertenecen a la llamada "generación del milenio". Pero ¿cuánto hay de mito y cuándo hay de realidad?














Los "millennials" tienen muy mala prensa. Hay miles de artículos que critican con dureza a la llamada"generación perdida" o "generación smartphone". Les acusan de frívolos, consumistas y egoístas; de vagos y superficiales; de ser "la peor generación". Algunos aseguran que les falta compromiso social y vinculación con el pasado. Curiosamente, algunas de las críticas más duras vienen de los propios "millennials". 














"Los 'millennials' son la generación de adultos más diversa y son también la generación más conectada. Son quienes tienen un mayor nivel educativo, pero muchos se sienten frustrados porque no pudieron alcanzar sus altas expectativas laborales debido a la crisis económica y a otros eventos globales",  dice  Jason Dorsey, quien lleva años investigando el comportamiento de los "millennials". "Muchas percepciones sobre ellos no son reales", completa.
Dorsey es presidente y cofundador del Centro para la Cinética Generacional, en Austin, Texas, EE.UU., un organismo que busca "comprender y liberar el potencial de cada generación como empleados, clientes y marcadores de tendencias". El estadounidense dice que su objetivo es separar los mitos de la realidad de cada generación a través de datos. Y, según sus datos, los "millennials" están divididos entre sí.


"Millennials viejos" vs. "millennials jóvenes"






"Los 'millenials' que tienen ahora 30 años y que tienen un trabajo y tal vez su propia casa y ahorros, pueden entrar en conflicto con personas de su misma edad que siguen teniendo problemas a la hora de encontrar empleo o comenzar su carrera. Una parte de esa generación tiene una clara ventaja económica", explica Dorsey. Esa división también se da entre los "millennials viejos" —que ahora tienen treinta y tantos y están a punto de cumplir 40, explica Dorsey— y los "millennials jóvenes", que ahora tienen veintitantos.




"Nuestros estudios demuestran que hay una ruptura dentro de la propia generación y no sabemos qué ocurrirá dentro de los próximos diez años, pero esperamos que puedan reconciliarse", afirma el experto.  Según Dorsey, esa división tiene mucho que ver con la relación de cada tipo de "millennial" hacia la tecnología: unos recuerdan la época analógica; otros nacieron cuando el mundo ya era digital. 
Y esa es la única diferencia que importa realmente para Marc Prensky, quien es conocido por ser quien inventó y divulgó los términos "nativos digitales" e "inmigrantes digitales" en el año 2001.

"Predigital" vs. "postdigital"

El fundador y director ejecutivo de la Fundación e Instituto Global para el Futuro de la Educación, en California, EE.UU., asegura que diferenciar a las generaciones por edades es "artificial" y que la llegada de la tecnología digital es lo que define a cada una de ellas. "Todo gira en torno a las diferencias culturales: de lo predigital a lo postdigital. Lo que ha cambiado es la actitud. Si creciste en el mundo predigital, la privacidad y las comunicaciones cara a cara serán más importantes para ti que para quienes nacieron en el mundo digital".




"La idea de la edad que uno tiene o del año en que nació no importa tanto. Puedo tener más años pero usar la tecnología con fluidez, aunque algunas de mis actitudes provengan del siglo XX. Mis hijos, sin embargo, tienen una actitud que se formó de manera muy distinta". "Y esa actitud que uno tiene hacia lo digital también está muy relacionada con el lugar en el que uno vive y con su cultura".




Pesimistas vs. optimistas

Prensky no cree tanto como Dorsey en que la edad marque tanto la diferencia —aunque dice que sí establece límites— pero está de acuerdo con él en que existe un conflicto generacional: quienes tienen una actitud negativa hacia lo digital no valoran todo lo que la tecnología es capaz de aportar."Muchos jóvenes se sienten frustrados porque son frenados por quienes tienen una cultura propia del mundo predigital que establece que son incapaces de hacer nada, pero esa actitud pesimista se formó antes de que existiera internet. "Unos preguntan '¿Cómo podemos apagar la tecnología?' y otros responden '¿Por qué la quieren apagar?'. No nos damos cuenta de que todos estamos en el mismo barco", dice Prensky.


Pero Prensky se considera un optimista: "Hay muchas cosas que una generación puede aprender de la otra, desde lecciones de historia hasta habilidades, aunque no tienen por qué aprenderlas de la misma forma"."Yo soy un gran optimista. Pienso que siempre habrá dificultades, pero las superaremos. Veo mucha gente en todo el mundo haciendo cosas maravillosas. Si reducimos la presión sobre los más jóvenes, llegarán a florecer y crear cosas increíbles. Ojalá muchos adultos no enfatizaran tanto el lado malo de la tecnología". Dorsey también es positivo y coincide en que mucha gente se equivoca al destacar lo negativo."Hay muchos 'millennials' —a los que llamamos 'megallenials'— que están trabajando muy duro pero de los que nadie habla porque no son controversiales. Y otra parte de la generación — los "mellennials"— son quienes tienen más problemas y de los que más se habla. Es una representación injusta e imprecisa"."Cuando la gente es negativa sobre los 'millennials', casi siempre es porque están analizando esa generación —a veces, la suya propia— con sus propias lentes"."Cada generación aporta algo valioso y diferente. La oportunidad está en que cada una de las generaciones logre ver eso".



















martes, 23 de enero de 2018

FEMINISMO Y SEDUCCIÓN





Deneuve y el feminismo de las francesas

Agnès Poirier
















A Simone de Beauvoir le sorprendieron, ya en 1947, las profundas diferencias que existen entre Estados Unidos y Francia en las relaciones de hombres y mujeres. La cultura francesa considera que la seducción es un juego inocuo y agradable


Igual que los estadounidenses sienten desde hace mucho tiempo cierta fascinación por las francesas y sus actitudes respecto al amor y el sexo, los franceses se han sentido siempre intrigados por las opiniones de los estadounidenses sobre el sexo, las normas sexuales y las relaciones entre hombres y mujeres. Un ejemplo fue Simone de Beauvoir.
En América día a día, que escribió cuando vivió en Estados Unidos en 1947, la autora observaba a sus homólogas estadounidenses con una perplejidad que todavía hoy caracteriza las relaciones entre las mujeres de los dos países. “La mujer americana es un mito”, escribió. “Se la suele considerar una mantis religiosa que devora al varón. La comparación es acertada, pero incompleta”.
















En Estados Unidos, Beauvoir tuvo la sensación de que existía una especie de muro invisible entre hombres y mujeres que, en su opinión, no existía en Francia. La forma de vestirse de las estadounidenses, escribió, era “violentamente femenina, casi sexual”. Hablaban de los hombres sin ocultar su animosidad: “Una noche me invitaron a una cena solo de chicas: por primera vez en mi vida no sentí que era una cena de mujeres, sino una cena sin hombres”. Las estadounidenses “no sienten sino desprecio por las francesas, siempre demasiado dispuestas a agradar a sus hombres y demasiado complacientes con sus caprichos, y muchas veces tienen razón, pero la ansiedad con la que se aferran a su pedestal moral es una debilidad”.

Simone de Beauvoir escribiría posteriormente la biblia del feminismo del siglo XX, El segundo sexo, y sus textos, junto con su rica vida amorosa (que incluyó relaciones con alumnos suyos, tanto hombres como mujeres), siguen inspirando hoy las opiniones de las feministas francesas.
Se han sentido ecos de Beauvoir estos días, en la carta abierta publicada en Le Monde y firmada por un centenar de mujeres francesas muy conocidas, entre ellas la actriz Catherine Deneuve y la escritora Catherine Millet, que reclama una actitud más matizada ante el acoso sexual que la que propone la campaña de #MeToo.
“Se quiere acabar con toda la ambigüedad y todo el encanto de las relaciones entre hombres y mujeres”, explicó una de las firmantes, la escritora Anne-Elisabeth Moutet. “Nosotras somos francesas y creemos en las zonas grises. Estados Unidos es distinto. Para ellos, todo es blanco y negro, y hacen ordenadores estupendos. Nosotras creemos que las relaciones humanas no se pueden abordar así”. Moutet dice cosas parecidas a las que decía Beauvoir: “En Estados Unidos, el amor se menciona casi exclusivamente en términos higiénicos. La sensualidad solo se acepta de forma racional, que es otra manera de rechazarla”.

En Francia, el escándalo de Harvey Weinstein ha causado tanta impresión como en Estados Unidos, pero de distinta forma. Al principio, muchas actrices francesas —Léa Seydoux, por ejemplo— empezaron a contar públicamente sus historias personales. Poco después de que naciera la campaña de #MeToo surgió un equivalente francés, #BalanceTonPorc (Denuncia a tu cerdo), que se hizo muy popular. Mujeres de todos los orígenes y todos los ámbitos profesionales empezaron a denunciar en Twitter a los depredadores sexuales, a publicar los nombres de antiguos jefes o colegas que presuntamente las habían acosado. El resultado fue una ola de suspensiones y despidos.

Hasta que, unas semanas después, la actitud de Francia empezó a cambiar. Los intelectuales empezaron a expresar su preocupación porque las denuncias estaban yendo demasiado lejos. Catherine Deneuve, en una entrevista televisada, declaró: “No voy a defender a Harvey Weinstein, desde luego. Nunca me gustó. Siempre me pareció que tenía algo inquietante”. Sin embargo, dijo que le parecía estremecedor “lo que está pasando en las redes sociales. Es excesivo”. Y no era la única.

Las recientes exhibiciones de solidaridad entre las mujeres estadounidenses, en la portada de Time y en la ceremonia de los Globos de Oro —donde aparecieron vestidas de negro y con los broches de Time’s Up—, tenían algo que pareció provocar la irritación en Francia. En la carta de hace unos días, las firmantes dicen que les preocupa que se haya puesto en marcha la “policía del pensamiento” y que cualquiera que exprese su desacuerdo sea tachado de cómplice y traidor. Señalan que las mujeres no son niñas a las que se deba proteger. Y añaden algo más: “No nos reconocemos en este feminismo que incluye el odio a los hombres y a la sexualidad”.
Aunque sea un cliché, nuestra cultura, para bien o para mal, considera que la seducción es un juego inocuo y agradable, que se remonta a los tiempos del “amor cortés” medieval. Por eso siempre ha habido una especie de armonía entre los sexos que es particularmente francesa. Eso no significa que en Francia no haya sexismo; por supuesto que sí. Tampoco significa que no critiquemos las acciones de hombres como Weinstein. Lo que pasa es que desconfiamos de cualquier cosa que pueda alterar esa armonía.

En los últimos 20 años, aproximadamente, ha surgido un nuevo feminismo francés, importado de Estados Unidos, que ha adoptado esa paranoia antimasculina que describía Beauvoir y que nos es bastante ajena. Se ha apoderado de #MeToo en Francia y se ha manifestado ruidosamente contra la carta encabezada por Deneuve. Hoy, las mujeres francesas también tienen las cenas “de chicas” que le resultaban tan extrañas a Simone de Beauvoir.

Cuando se publicó América día a día, las estadounidenses se indignaron. La novelista Mary McCarthy no soportó el libro. “Mademoiselle Gulliver en América”, escribió, “que baja del avión como si fuera una nave espacial, dotada de unos anteojos metafóricos, deseosa, como una niña, de probar los deliciosos caramelos de esta civilización lunar tan materialista”


En muchos aspectos, era fácil reírse de Simone de Beauvoir: tenía un estilo directo, autoritario, confiado, que quizá parecía arrogante a los lectores poco acostumbrados. Pero la reacción epidérmica en Estados Unidos, entonces y ahora, pone quizá de relieve lo acertado de la crítica francesa. Para muchas de nosotras, las palabras de Simone de Beauvoir podrían haberse escrito ayer mismo: “En Estados Unidos, las relaciones entre los hombres y las mujeres son de guerra permanente. Es como si, en realidad, no se gustaran. Como si fuera imposible la amistad entre ellos. Se nota la desconfianza mutua, la falta de generosidad. Su relación, muchas veces, consiste en pequeños agravios, pequeñas disputas, breves victorias”.



Agnès Poirier, escritora y comentarista política, es autora del libro Left Bank, Arts, Passion and the Rebirth of Paris 1940-1950, de próxima publicación.





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