Demoledor libro de Tump en la Casa Blanca
Jean Martínez Ahrens
Donald Trump no
creyó jamás que fuese a ganar las elecciones. Y cuando lo hizo, se quedó
helado como un fantasma. Un estupor del que, una vez investido presidente,
pareció seguir preso: no procesaba información, no leía y ni siquiera ojeaba
los informes. Era un “niño grande” que reñía al servicio por tocar su
cepillo de dientes y se quedaba paralizado ante asuntos complejos. La
incendiaria descripción corresponde a un libro que, pese a las presiones del
presidente para evitarlo, la editorial ha decidido adelantar su publicación a
este viernes y cuyos detalles de caos e infantilismo han desatado una
espectacular tormenta. Trump niega furiosamente su contenido, pero ante el
mundo ha vuelto a emerger la imagen de un presidente caótico y bufón que
gobierna por impulsos.
"No he autorizado el acceso a la Casa Blanca (y de hecho lo he
rechazado muchas veces) al autor del libro falso. Nunca hablé con él para el
libro, lleno de mentiras, distorsiones y fuentes que no existen", ha
subrayado Donald Trump este jueves. "Mirad el pasado de este señor y mirad
lo que le pasa a él y al descuidado de Steve", ha remachado en su tuit en
referencia a su exjefe de campaña Steve Bannon.
La bomba se titula Fuego y Furia: dentro de la Casa Blanca de Trump y es obra de Michael Wolff, un periodista de 64 años que ha escrito para Vanity Fair, The Guardian y Hollywood Reporter. Su trabajo ha sido más de una vez cuestionado por su presunta tendencia a la exageración. En este caso, aunque algunos de los altos cargos se han apresurado a desmentir lo publicado, nadie niega que tuvo un acercamiento excepcional a la Casa Blanca. De la mano del antiguo estratega jefe, Steve Bannon, recogió durante 18 meses 200 testimonios de personas próximas al presidente, e incluso se reunió, aunque brevemente, con Trump, un personaje al que ya había entrevistado para Hollywood Reporter y al que solicitó directamente permiso para el libro.
Con este bagaje, la obra se ha vuelto puro veneno para la Casa Blanca.
Hay entrecomillados hirientes por doquier y personalidades del círculo íntimo
de Trump, como el propio Bannon o la antigua subjefa de gabinete,
Katie Walsh, que revelan pormenores sonrojantes de la vida en el Despacho Oval.
Tal es su carga explosiva que ha bastado la distribución de algunos extractos
para poner a la Casa Blanca en modo de combate. Los abogados del presidente han
intentado frenar la salida del libro y han solicitado por carta a la empresa
editora, la poderosa Henry Holt & Company, que desista bajo la amenaza de
denunciarlo por libelo. La editorial ha respondido adelantando su distribución,
prevista para el martes, a este mismo viernes.
En este vendaval,
el propio Wolff ha escrito un largo artículo explicando su génesis y
defendiendo sus contenidos. Su relato, aunque a veces no aclara la fuente de la
información, supone un demoledor retrato interior de la presidencia. Un
gobierno consumido por luchas intestinas, sin prioridades claras y dominado,
según la obra, por una personalidad extravagante y caprichosa que halla en sus
instintos su mejor consejero.
La victoria
(inesperada)
Melania lloraba
y Trump, según el testimonio de su hijo mayor, se quedó helado como un
fantasma. Acababa de saberlo. Era el próximo presidente de Estados Unidos. No
se lo creía. No se lo esperaba. Hasta el último día había dado por segura la
derrota. Ese 8 de noviembre, de hecho, su equipo se había concentrado en los
cuarteles generales contento porque consideraba que iban a perder por menos de
6 puntos. Y el propio Trump, en días anteriores, había expresado a su amigo, el
presidente de la cadena Fox, Roger Ailes, su convicción de que haber llegado
hasta ahí era ya un triunfo que le abría las puertas de la fama, aunque se le
cerrasen las de la Casa Blanca. Pero todo cambió esa noche. Perplejo, su
consejero de campaña Steve Bannon lo vio transformarse. Primero escéptico,
luego horrorizado, y finalmente iluminado: “Donald Trump se convirtió en el
hombre que consideraba que merecía ser y era perfectamente capaz de ser, el
presidente de Estados Unidos”.
Enfado en la investidura
No fue el día más feliz de la vida de Donald Trump. El libro sostiene
que estaba molesto por el boicot de los famosos y disgustado por haber tenido
que dormir en la dependencia de huéspedes de la Casa Blanca, en vez del Hotel
Trump. Su esposa Melania fue víctima de su mal humor y estuvo al borde las
lágrimas.
Primeros días y
fobias
A Trump no le gustó
la Casa Blanca y desde el inicio refugió en su habitación, una pieza separada
de Melania. Era la primera vez desde Kennedy que un matrimonio presidencial no
dormía en el mismo cuarto. Inmediatamente pidió dos televisores más y una
cerradura para la puerta, algo que el equipo de seguridad desaconsejó. Ya
instalado, no tardó en insultar al servicio de limpieza por retirar del suelo
sus camisas. “Si mi camisa está en el suelo es porque quiero que esté en el
suelo”, les dijo. Y rápidamente, les impuso nuevas reglas: él se abriría la
cama y decidiría cuándo quería que le limpiaran las sábanas, y nadie podía
tocar nada de su habitación, especialmente su cepillo de dientes. Esto último
era un reflejo de su antiguo miedo a un envenenamiento.
La guerra interna
permanente
En los primeros
meses, nadie dominaba la Casa Blanca y sus más cercanos colaboradores
se odiaban. Tres eran los que competían y despachaban directamente con el
mandatario. El jefe de gabinete, Reince Priebus; el estratega jefe, Steve
Bannon, y el yerno, Jared Kushner. Los dos primeros eran especialmente despreciados
por Trump. Un día llegó a comentar en voz alta los defectos de su círculo
íntimo: “Bannon era desleal (sin mencionar que vestía como una mierda);
Priebus, un débil (sin mencionar que era bajito, un enano); Kushner, un
adulador”, indica la obra.
La elección de
cargos y el nepotismo
Trump no sabía a
quién elegir para los principales puestos. Y sus manías no le ayudaban. Cuando
le recomendaron al diplomático John Bolton como consejero de Seguridad
Nacional, lo rechazó por su bigote. “Es un problema. Para Trump no puede formar
parte del equipo con ese bigote”, sentenció Bannon.
Tampoco mejoró su
criterio para la selección del jefe de gabinete, un puesto de enorme poder y
que hace las veces de primer ministro. El primer impulso del presidente fue
escoger a su yerno, sin ninguna experiencia política y cuyo principal valor era
ser el marido de su hija Ivanka.
Pero eso no le
importó a Trump. Exteriorizó su deseo y nadie se atrevió a refutarlo. Tuvo que
ser alguien venido de fuera quien diera la voz de alerta. La columnista
conservadora Ann Coulter se llevó un día al presidente aparte: “Nadie te lo
está diciendo, pero no puedes. Simplemente no puedes contratar a tus hijos”. El
éxito de Coulter sólo fue parcial.
Ivanka, presidenta
El poder de Ivanka y
su esposo, Jared Kushner, es inmenso en la Casa Blanca. En los primeros meses
igualaba al del entonces jefe de gabinete, Reince Priebus. Tenían hilo directo
con el presidente y, pese a las advertencias, habían logrado ser contratados
como asesores. “Ivanka había ayudado a su padre no sólo en asuntos de negocios,
sino también maritales. Era algo transaccional”, describe el libro.
Desde esa cercanía,
trataba a su padre con desapego, se reía de él e incluso hacía burlas sobre su
peinado. Mientras el resto del gabinete callaba, ella recordaba que esa
composición capilar era una forma de tapar una superficie central absolutamente
lisa mediante el artificio de peinar el cabello de los laterales hacia el
centro y después atrás. Pese a las bromas, a nadie se le escapaba que era
la emperatriz y que aspiraba a ser la primera presidenta de EEUU.
“(Ivanka y Kushner) habían llegado a un acuerdo serio: si en algún momento en
el futuro se presentaba la oportunidad, ella sería la candidata a la
presidencia. La primera mujer presidenta, se emocionaba Ivanka, no sería
Hillary Clinton, sino Ivanka Trump”.
La incompetencia de
Trump
El presidente no
destacaba por sus conocimientos ni por su sangre fría. La subjefa de gabinete
Walsh le describe en el libro como “un niño cuyos deseos había que adivinar”.
Incapaz de disciplinarse, en la Casa Blanca no sabía poner orden ni
prioridades. “Denme tres cosas en las que el presidente quiera centrarse.
¿Cuáles son las tres prioridades?”, llegó a preguntarle Walsh a Kushner pocos
días antes de abandonar el cargo en marzo pasado. Su exasperación tenía, según
Wolff, un motivo. El presidente no avanzaba. El libro explica por qué: “No
procesaba la información en un sentido convencional. No leía nada. Ni
siquiera ojeaba. Para muchos no era más que un semianalfabeto. Confiaba en su
propia experiencia, aunque fuera irrelevante, más que en nadie más. A menudo se
mostraba confiado, pero igualmente se le veía paralizado, presa de sus
peligrosas inseguridades. Respondía instintivamente, arremetiendo y actuando
según sus tripas”.
Joan Faus
Uno de los abogados de Donald Trump envió la noche del
miércoles a Steve Bannon una carta en la que se le acusa de "difamación y
calumnias" y de violar un acuerdo de no divulgación al hablar con el autor
de un libro en el que critica al círculo familiar del presidente. "La
acción legal es inminente", amenazaba la misiva y se instaba al ex
estratega jefe de la Casa Blanca a cesar sus reproches.
En su
primera valoración de la durísima reprimenda de Trump, Bannon se mostró
conciliador. En un programa radiofónico, dijo el miércoles que "el
presidente es un gran hombre" y que él lo apoya continuamente. "Nada
nunca se entrometerá entre nosotros, el presidente Trump y su agenda",
insistió este jueves. Trump reaccionó con ironía a esas palabras: “Ha cambiado
de tono bastante rápido"
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