Año 2018
Manuel Vicent
La historia no
tiene nada que ver con anales del calendario. La deciden las hecatombes, las
guerras, los descubrimientos, las hazañas de los héroes. El siglo XX terminó el
9 de noviembre de 1989 con la caída del muro de Berlín y el siglo XXI se inició
con el 11 de septiembre de 2001 con el atentado de las Torres Gemelas. Sucede
lo mismo con la vida. Los años no empiezan el 1 de enero, sino principio de septiembre o marzo con el curso escolar, que viene a coincidir con el inicio del ciclo
agrario de la naturaleza. Mientras los niños van a la escuela en otoño se
produce la sementera. La semilla del trigo se pudre y germina bajo tierra, como
los sueños, y en junio se realizan los exámenes y la siega.
La vida tiene una
estructura dramática, con planteamiento, nudo y desenlace, cuyos éxitos,
fracasos, felicidad o desdicha, los decide el azar, al margen del almanaque. La
infancia termina cuando con la llegada del uso de razón el niño percibe que sus
padres no son inmortales. Esa es la verdadera expulsión del paraíso, el final
de la inocencia, el presentimiento de la muerte. El adolescente se convierte en
adulto cuando comprende que sus maestros, lejos de tener siempre la razón,
pueden ser contestados. La inocencia y la rebeldía constituyen el planteamiento
de la vida; el sexo, el amor, la ambición, el mando y la sumisión forman el
nudo; el desencanto y las ilusiones perdidas son siempre el desenlace. Estos
son días de hacerse preguntas esenciales, por ejemplo, qué tiene para uno más
interés, un análisis político y económico o un análisis de orina; qué va a
suceder de terrible, de placentero, de orgiástico, de tenebroso, de insólito en
este año de 2018, que pueda alterar el curso de la historia; o si todo seguirá
igual de rudo y pedregoso, consabido, rutinario. Nunca se cumplen años. Se
cumplen salud o enfermedad, ilusión o desengaño.
Opinión, El País. España.
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