domingo, 31 de enero de 2016

INTELIGENCIA COLECTIVA



¿Es Internet más inteligente que sus usuarios?

Javier Sampedro











Puede un grupo de 100.000 personas ser más inteligente que la suma de sus partes? ¿Existe la inteligencia colectiva? El asunto es en el fondo un mero aspecto, aunque bien interesante, del problema general de los sistemas emergentes. Ni el nitrógeno (N) ni el hidrógeno (H) huelen a amoniaco (NH3). Una célula es mucho más que una sopa de sus 5.000 ingredientes. Una mente no se explica con el censo de sus 100.000 millones de neuronas más de lo que Nueva York se explica examinando su lista telefónica. Ningún sistema complejo consiste solo en su lista de componentes. Hay además unos principios organizativos que, hasta ahora, no sabemos predecir sin conocer la solución que ha encontrado la naturaleza.




Entonces, ¿existe la inteligencia colectiva? Sabemos que existe en los insectos sociales. Una hormiga no sabe geometría, pero un hormiguero sí: puede calcular, por ejemplo, el punto más alejado de todas sus bocas, para utilizarlo como pudridero de cadáveres sin amargarle demasiado la cena a ninguna de ellas. Una colonia de abejas funciona como un buen termostato que mantiene constante la temperatura de la colmena, pese a que cada abeja individual es una perfecta incompetente para esa tarea. Es natural preguntarse si algo así puede funcionar también para nuestra especie. ¿Puede ser Internet más inteligente que la suma de sus usuarios? ¿Cuál sería nuestro papel individual en la emergencia de ese monstruo? ¿Cuál el principio organizativo?

Bajemos un poco el volumen filosófico para ver lo que ya existe. La Wikipedia, por ejemplo, no solo es la web de consulta más visitada del mundo, sino también la mayor enciclopedia de la historia. Con su control central reducido al mínimo, se trata esencialmente de una obra colectiva, escrita, corregida y editada por sus propios usuarios. Hay artículos infumables o planamente erróneos, pero también otros recomendados en sus libros por premios Nobel, o que han empatado con la Britannica en una prueba de doble ciego con lectores expertos. Yo no creo que haya sustituido a la Britannica, pero sí que la complementa en muchos casos. Por lo que respecta a las manipulaciones malintencionadas, cien mil ojos pueden ser un escudo poderoso. Lo mismo cabe decir de Linux y el software libre, de los proyectos científicos colectivos que usan algunas farmacéuticas como Eli Lilly, y de los trabajos astronómicos de clasificación de galaxias; de los genios de búsqueda de Amazon o iTunes, que predicen tus gustos futuros sintetizando los de la gente que coincide contigo en los gustos pasados, y hasta de los experimentos de democracia en abierto que se ensayan en Islandia, Estonia, Nueva York o Madrid.

¿Es esto inteligencia colectiva? Bueno, ¿por qué no llamarla así? Funciona en muchos casos, y puede hacer cosas que no podría hacer un individuo. Predecir los gustos musicales o literarios de alguien está mucho más allá del alcance de la neurología actual, pero se puede hacer extrayendo patrones de la conducta de mucha gente. Si eso es hacer trampa, también lo es la sociedad de neuronas que llevamos en el cráneo. Para pensar...
















viernes, 29 de enero de 2016

ELOGIO DEL ABURRIMIENTO





Alabanza del aburrimiento: lo pendular y los opuestos complementarios


Sergio Sinay











"Me aburro." Basta con que un chico pronuncie esta frase para que sus padres sientan que fracasaron como tales. Y correrán a fabricar o comprar diversión. La palabra aburrimiento, así como la misma idea, y más aún la experiencia de esa sensación deben ser apartadas del horizonte existencial. La vida debe ser servida, y consumida, como una apetitosa fuente de diversión. ¡Qué divertido! Contame algo divertido. ¿Te divertiste? Vení a divertirte. Diversión asegurada. Nos rodean frases e invocaciones de este tipo. Sin embargo, acaso tenía razón el implacable y agudo filósofo y matemático inglés Bertrand Russell cuando afirmaba que la capacidad de tolerancia al aburrimiento es esencial para alcanzar momentos de felicidad. "La vida de los grandes hombres, decía Russell, sólo fue emocionante durante unos pocos minutos trascendentales. Una generación que no soporte el aburrimiento será una generación de escaso valor."
Aburrimiento y diversión son opuestos complementarios. ¿Cómo reconocer a uno sin haber experimentado el otro? Ocurre lo mismo con la luz y la oscuridad, con el frío y el calor, con lo áspero y lo suave, con el amor y el odio, con la tristeza y la alegría (que no debe ser confundida con diversión), con el desasosiego y la esperanza, con la aspiración y la exhalación, con la actividad y el reposo. La vida entera es un movimiento pendular entre opuestos complementarios. Como tales, se necesitan mutuamente. Uno le da existencia e identidad al otro. Sin el aburrimiento, la diversión sería una patológica manía. Sin la diversión el aburrimiento sería un pantano de tedio existencial.
La diversión permanente termina por ser divergente. Dispersa. Impide poner el foco en temas del mundo interno que piden atención y cuidado. Es un punto de fuga. El aburrimiento nos concentra en ideas que no tenían espacio para expresarse y ahora emergen, nos propone interrogantes que hace tiempo esperan respuesta. El escritor uruguayo Mario Levrero, hombre versátil y creativo (entre su rica obra se encuentran La banda del ciempiés, La novela luminosa y Dejen todo en mis manos), decía sobre este punto: "Tengo pruebas de que una vez que consigo entregarme a esos aburrimientos espantosos, la buena actividad surge por sí sola, como un reclamo natural del cuerpo, como una consecuencia natural y lógica. Vale la pena llegar al aburrimiento, tocar fondo en el aburrimiento, porque de ahí nacen los impulsos correctos".
La afirmación de Levrero autoriza a sospechar que de no haber sido porque sus creadores pudieron, supieron y se permitieron aburrirse, muchas valiosas producciones humanas (en el arte, la ciencia, la filosofía, la técnica y otros campos) no existirían. La vida fluye en dos movimientos: uno de contacto (con el mundo, con la gente, con el acontecer), que sería en este caso la diversión, y otro de retiro (silencio, apaciguamiento), en este ejemplo el aburrimiento. Ambos necesarios, como lo son la sístole y la diástole para el funcionamiento del corazón. Temerle al aburrimiento, huir obsesivamente de él, puede privarnos de reveladores momentos de intimidad, de autocomprensión. Y, curiosamente, también puede llevarnos a un círculo vicioso, que Freddie Mercury, el incomparable e inolvidable cantante de Queen, describía así: "A veces pienso que debe haber más en la vida que correr todo el tiempo como un loco, para terminar aburriéndose". Tanto huir, en fin, para llegar al mismo lugar.
Ante el reclamo Me aburro, se puede responder: Yo también. Y del aburrimiento compartido quizá nazcan conmovedoras revelaciones.






La Nación Revista








jueves, 28 de enero de 2016

ARTE. MONET Y OTROS GRANDES





Monet y los jardines impresionistas










Nenúfares (Tríptico) Calude Monet




A medida que el ejército alemán avanzaba hacia París, en agosto de 1914, Claude Monet podía oír los cañones de la primera Guerra Mundial mientras daba las primeras pinceladas de sus Grandes Decorations, una serie de lienzos monumentales inspirados en el jardín de agua que había construido en Giverny. Su familia había huido a territorio seguro y el viejo pintor, prácticamente solo, se empeña en seguir pintando para exorcizar el horror. “Ayer retomé el trabajo –escribió en diciembre–. Es la mejor manera de evitar pensar en estos momentos tristes. De todos modos, me avergüenzan mis pequeñas investigaciones sobre la forma y el color mientras muchas personas están muriendo por nosotros”. Monet siempre había pintado lo que veía, pero en las pinturas que realizará a partir de entonces la naturaleza se hará cada vez más y más irreal. El nacimiento delarte abstracto se localiza en las aguas de un estanque de nenúfares y un puente japonés.

Puede que sea Claude Monet (1840-1926) el artista que automáticamente se asocia con la pintura al aire libre. La figura esencial de los impresionistas dedicó su obra al paisaje desde sus primeros años en Sainte-Adresse hasta los últimos días de su vida en Giverny. Él mismo llegó a escribir que debía a las flores el hecho de haberse convertido en artista. Jardinero y horticultor devoto, sus cuadros de paisajes son un ejemplo de experimentación extrema que después inspirarían a los pioneros de la abstracción, pero también, sobre todo en la segunda parte de su vida, esos paisajes fueron una respuesta a las transformaciones y convulsiones de comienzos del siglo XX. 



Claude Monet Le bassin aux nymphéas(1989 )

Frente a la deshumanización de una sociedad industrial cada vez más agresiva y frente a la Primera Guerra Mundial, Monet optó por refugiarse en los paisajes con más vehemencia que nunca. 
La exposición que desde este sábado 30 de enero y hasta el 20 de abril se puede ver en la Royal Academy de Londres, Painting the Modern Garden, tiene a Monet como eje central (35 lienzos) y sobre él (hasta un total de 120 obras) discurren todos los grandes artistas impresionistas, postimpresionistas y vanguardistas de principios del siglo XX. Paul Klee, Emil Nolde, Gustav Klimt , Wassily Kandinsky o Henri Matisse junto a los españoles Sorolla, Rusiñol y Mir son algunos de los grandes nombres.
Ann Dumas, conservadora de la Royal Academy y una de las comisarias, explica que la finalidad es mostrar cómo el paisaje ha sido —y sigue siendo, opina— un campo de experimentación permanente para los artistas. El caso de Monet supone un hito en el género porque su entrega fue tal que adquirió profundos conocimientos de botánica. Y como gran hito de la exposición, además de los numerosos préstamos de colecciones particulares, señala el grandioso tríptico de los Nenúfares (1916-1919), que se ha podido reconstruir con obras dispersas en los museos de Arte Nelson-Atkins, de Kansas City, el Museo de Arte de Cleveland y el Museo de Arte de Saint Louis de Missouri.


Emil Nolde. Flower Garden 1922



Claude Monet: Water Llillies. 1904.



Respuesta a la guerra


Estos grandes paneles agrupados en una sola sala guardan una estrecha relación con la panorámica que el artista cedió a la nación francesa en 1922 y que en la actualidad están alojadas permanentemente en el Musée de l’Orangerie de París. “Esta gigantesca obra ilustra como pocas”, señala Dumas, “la respuesta de Monet a la tragedia de la guerra; una época de sufrimiento en la que muchos artistas quisieron estar en el campo de batalla y otros eligieron responder con su pintura”.





Wassily Kandinsky  Murnau The Garden  1910 


Joaquin Sorolla Louis Comfort Tiffany  1911

La exposición estará organizada por temas, guiando al visitante por la evolución del tema del jardín, desde la plasmación de conceptos impresionistas de luz y atmósfera hasta escenas oníricas y de fantasía; lugares para realizar atrevidos experimentos; santuarios donde refugiarse y recuperarse; y, en definitiva, señales de un mundo en el que todo vuelve a su curso: un paraíso recobrado.
La primera sala exhibe obras de Monet, Renoir o Pissarro. Las flores de los almendros, las dalias y los lirios ocupan al completo los lienzos de manera que los colores se funden en masas difusas de rojos, verdes, azules o amarillos. Después se muestran los jardines internacionales y la forma en la que las plantas originarias del nuevo mundo conviven en los tradicionales paisajes europeos. Los artistas construyen sus propios espacios verdes, como el alemán Max Lieberman o el español Joaquín Sorolla. La exposición incluye apartados dedicados a los bellísimos libros de botánica que conocieron y manejaron muchos de estos artistas. En numerosas vitrinas se da cuenta del origen de los volúmenes, quienes fueron sus propietarios y parte de la correspondencia que los artistas mantuvieron entre sí sobre el cuidado de las plantas. En uno de estos documentos se detalla el sistema de riego de Monet consiguió crear para sus jardines.












miércoles, 27 de enero de 2016

BRUJAS



Ser bruja en Cataluña 

Jacinto Antón







Detalle del Tríptico de las Tentaciones de san Antonio (hacia 1501) de El Bosco en el que aparece una imagen satírica de una pareja que se traslada por los aires al Sabbat montada en un pez volador. Él, delante, porta colgado de una pértiga el caldero de las cocciones mágicas; ella, detrás, con una falda de cola larga.








Ser bruja en Cataluña era mucho peor que serlo en cualquier otro sitio de Europa, a tenor de la investigación que ha realizado el historiador Pau Castell (Tremp, Lleida, 1984), profesor de Historia Medieval en la Universidad de Barcelona y autor de la tesis Orígenes y evolución de la caza de brujas en Cataluña (siglos XV y XVI), que recoge 300 juicios y documentación inédita. La precocidad, la intensidad y la dureza de la caza de (por supuesto supuestas) brujas en el territorio catalán no tuvieron parangón en el resto de España y le otorgan al fenómeno una siniestra preeminencia en el conjunto de toda Europa.

El estudio, que ratifica los conocidos versos de Espill (1460) del valenciano Jaume Roig (“a muchas han matado / en fuego quemadas / sentenciadas / en buenos procesos / por tales excesos / en Cataluña”), incluye una escalofriante lista de personas juzgadas por brujería —más de 200— en la que constan sus nombres, sus lugares de origen, los tribunales que las procesaron y las penas que sufrieron. Estremece ver las veces que se repite la fría palabra “ejecución” —generalmente en la horca, y no en la hoguera—, con solo unos contadísimos casos con final feliz como el de la Cebriana de Reus, cuyo proceso en 1597 se zanjó con “desestimación de la causa”. 
Menos afortunadas fueron su tocaya Cebriana de Conilo, colgada, y Margarida de Riu, conocida como Jaumeta, que murió mientras se le aplicaba tormento para que confesara tratos carnales con el diablo y el osculum infame (el tradicional beso en el trasero). El destierro, la reconciliación en acto de fe, la incautación de bienes y la libertad bajo fianza fueron las penas de otros acusados de ser brujas o brujos.
El secreto de la virulencia catalana contra la hechicería no debe buscarse, dice Castell, “en que aquí fuéramos menos tolerantes o más crédulos” sino, hay que ver, en la descentralización. “La gran autonomía judicial de la que disponían los poderes locales en Cataluña, especialmente en las zonas de montaña, como los Pirineos”, explica Castell, “hace que los procesos a los sospechosos de brujería y su ejecución se lleven a cabo en el ámbito mismo del supuesto crimen, donde la animosidad hacia el reo es mucho mayor”. El historiador apunta que la caza de brujas es un fenómeno que va “de abajo arriba”, una “psicosis colectiva” alimentada por la superstición, el miedo, los rumores y la (mala) fama de la sospechosa. Un fenómeno que “sale no de los magistrados sino de los vecinos, que son los principales acusadores”. “Cuando el tribunal comparte el miedo y la inquina”, señala, “la caza es durísima”.

Para las brujas (y a diferencia de lo que pudiera parecer), cuanto más lejos de casa y más arriba en la línea del poder se las juzgaba, mejor les iba. Curiosamente, los inquisidores catalanes muestran una relativa prudencia, e incluso escepticismo, respecto a los crímenes de brujería, al contrario que las cortes locales y señoriales. Algunas mujeres se salvaron tras ser condenadas, precisamente, al apelar a instancias más altas (y lejanas). Una supuesta bruja de Estac (Lleida) que había confesado incluso haber matado niños —algo mucho peor que hacer granizar o convertir alimentos en sapos— se salvó al apelar a Tribunal Inquisitorial de Barcelona, que la volvió a interrogar y la castigó solo con destierro, con lo cual probablemente le salvó la vida al alejarla de sus vecinos.
En su estudio, Castell destaca que Cataluña tiene el “dudoso honor” de ser muy precoz en la caza de brujas, y señala las ordenaciones contra ellas promulgadas en 1424 por las autoridades de los Valls d’Àneu (Lleida), contemporáneas con las primeras manifestaciones del fenómeno en Europa. Indica también las particularidades de las brujas catalanas, como denominar al diablo “boc (macho cabrío) de Biterna” o la fórmula mágica para volar al aquelarre, tras untarse con ungüentos “les exelles e lo petenill”(las axilas y el perineo): “Pich sobre fulla e que vaia allà on me vulla” (“pica la hoja y que vaya allá donde quiera”).















EL ENCANTO DE LA NOVEDAD...


El viejo truco de la novedad
Martín Caparrós


El filme musical 'Cabaret' se estrenó en 1972.


Llega otro año y parece, de pronto, que todo fuera nuevo, y ni siquiera se puede decir que no hay nada nuevo bajo el sol porque no hay sol. Días de gris, buenas excusas: más de 40 años después vuelvo a ver Cabaret, y es un gusto, una lección. Liza Minelli está increíble, Joel Grey inenarrable, Bob Fosse lleva el relato con una elegancia que mezcla música y ­palabras, medios tonos y golpes furibundos. Pero, estos días, los medios y personas hablamos de Steve Jobs o Sufragistas o Palmeras en la nieve.

No quiero decir que todo tiempo pasado fuese mejor porque en ese año 1972, por ejemplo, se estrenaran también El Padrino, de Coppola; El discreto encanto de la burguesía, de Buñuel, o El último tango en París, de Bertolucci. O porque se publicaran tres libros perfectos –G., de John Berger; Zama, de Di Benedetto, y Las ciudades invisibles, de Calvino– y ninguno de Cortázar, Fuentes, García, Vargas, Cela. No se trata de afirmar una época sobre otra: sólo de confundirlas. Clavar una pica contra el culto de la novedad.
La actualidad es un mito que funciona: los medios la usan para convencernos de que debemos beber ansiosos lo último que han hecho los políticos y otros siliconados que hacen cosas para que salgan en los medios –que se venden gracias a esa superstición. Pero nadie le debe tanto como las grandes editoriales, disqueras, distribuidoras de películas, que viven de que creamos que lo que nos importa, aquí y ahora, es eso que lanzaron la semana pasada.
Y los medios, por supuesto, compran y colaboran: quizá comenten un libro mío en lugar de hablar del de Calvino o el de Berger. Con lo cual trabajan para la industria más que para los lectores: perpetúan el mito, lo validan, lo inflan. Datan el arte, lo hacen arte-del-año, postulan que la última novela de Ken Follett nos dice más que la primera de Flaubert, un suponer.
Pero lo bueno de la forma en que funcionan las fábricas y las instituciones culturales –y sus márgenes– es que tenemos todo el tiempo acceso a cientos de años de producción artística. Por eso, cuando hablamos de libros, películas y otras tentativas, la idea de pasado o presente no suele tener mucho sentido. Y sí, entonces, quizá, la de poner a todos en la misma bolsa, y comentar los buenos y mirar los buenos y hablar de los buenos –en lugar de sucumbir a la superstición.
Que, curiosamente, se apoya en una creencia en que ya nadie cree. La superstición de lo nuevo aparece con la modernidad: cuando parecía claro que cada obra debía avanzar más que la anterior, que la producción estética se pensaba como una carrera hacia el futuro donde lo que importaba era correr la marca cada vez, innovar todo el tiempo. Lo nuevo era el valor por excelencia.
Pero ya no. En tiempos ¿pos modernos? ¿supra comerciales? ¿vagos? las obras no quieren ir más allá que sus predecesoras: van hacia atrás, a los costados, a ninguna parte, hacia sí mismas.
 Y entonces un libro actual puede estar escrito con la misma prosa, las mismas estructuras en uso en 1860 y a nadie le va a parecer raro o penosito. Con lo cual la novedad ya no tiene ningún papel que no sea comercial. Si estos libros son iguales a aquéllos, ¿por qué no compararlos todos? ¿Porque uno se escribió el año pasado y otro el siglo pasado? ¿Porque el autor de uno está en un hoyo y el del otro en un hotel, pontificando? Pamplinas, balivernas, negocio de unos pocos, entre los que me incluyo –pero, por una vez, me da cosita, y digo.





Fuente: El País Semanal
















martes, 26 de enero de 2016

AZÚCAR !




Esta bebida azucarada perjudica gravemente su salud












Algunas bebidas de cola contienen nueve cucharitas de azúcar en 330 ml.





La industria azucarera, un gigante que produce unos inimaginables 170.000 millones de kilogramos de azúcar cada año en el mundo, está en el punto de mira, como lo estuvieron hace décadas las tabaqueras. Un grupo de científicos de EE UU pide que, como en el caso de los cigarrillos, las bebidas azucaradas sean marcadas con una advertencia sanitaria para desincentivar su consumo. Por ejemplo, la lata típica, de 330 mililitros, de las marcas más consumidas de bebida de cola contiene casi nueve cucharaditas de azúcar (35 gramos). La Organización Mundial de la Salud relaciona las bebidas azucaradas con la epidemia de sobrepeso y obesidad que afecta a unos 2.000 millones de personas y ha hecho que las enfermedades cardiovasculares sean la principal causa de muerte en el mundo.
Los investigadores, liderados por la epidemióloga Christina Roberto, de la Universidad de Pensilvania, han demostrado por primera vez que la colocación de advertencias sanitarias en las bebidas azucaradas reduce sus ventas, un objetivo que persiguen, según han manifestado en numerosas ocasiones, cardiólogos de todo el mundo. Los científicos llevaron a cabo una encuesta digital a unas 2.400 personas, todas ellas con al menos un hijo. A los consultados se les ofrecía una gama variada de zumos y refrescos. La compra de bebidas azucaradas cayó 20 puntos porcentuales (de un 60% a un 40%) cuando los envases mostraban una alerta sanitaria, del tipo “ADVERTENCIA DE SEGURIDAD: Tomar bebidas azucaradas contribuye a la obesidad, a la diabetes y a la caries dental”, según el estudio, publicado en la revista Pediatrics. Los estados de Nueva York y California ya han preparado cambios legislativos para introducir estas alertas en los refrescos con azúcares añadidos.
“Aunque mucha gente puede saber que Coca-Cola y Pepsi tienen muchos azúcares añadidos, muchas personas no se dan cuenta de que otras bebidas que pueden parecer saludables, como Gatorade o Powerade, también están llenas de azúcar”, advierte Roberto.
La industria azucarera se resiste a perder su actual impunidad. “Existe un amplio consenso científico a nivel internacional en torno al hecho de que no existen alimentos buenos o malos, sino dietas equilibradas o desequilibradas”, explica un argumentario enviado a este diario por la Asociación de Bebidas Refrescantes. “Un etiquetado de este tipo, calificando alimentos o bebidas, o los distintos nutrientes como malos o buenos, per se, rompe este principio, discrimina a los sectores productivos y no soluciona problemas de salud ni favorece hábitos saludables”, añade.
El sector de las bebidas azucaradas está inmerso en un escándalo desde que el diario estadounidense The New York Times revelara en agosto que Coca-Cola donó 1,5 millones de dólares para la creación del Global Energy Balance Network, formado por un grupo de científicos que intentaba devaluar el papel de las bebidas azucaradas en la epidemia mundial de obesidad, atribuyéndola a la falta de ejercicio físico. El proyecto se desmanteló tras conocerse la procedencia de su financiación.
Coca-Cola acabó admitiendo que también había entregado tres millones de dólares a la Academia de Pediatría de EE UU y 1,7 millones a la Academia de Nutrición y Dietética. Ambas organizaciones anunciaron que cancelaban sus relaciones con la multinacional tras la revelación. La jefa científica de Coca-Cola, Rhona S. Applebaum, acusada de ayudar a organizar el Global Energy Balance Network, comunicó su dimisión en octubre. “De momento, su puesto no se va a ocupar porque se está revisando todo el enfoque sobre obesidad y bienestar”, explica Leticia Iglesias, directora de comunicación de The Coca-Cola Company en España.
“La industria del azúcar es como la del tabaco hace unas décadas”, opina el médico Javier Martín, del hospital madrileño Severo Ochoa. El facultativo publicó hace dos años un estudio que atribuía más de 25.000 muertes anuales en España al exceso de peso. Un fallecimiento cada 20 minutos, por infartos, derrames cerebrales, diabetes o algún tipo de cáncer vinculado al sobrepeso y la obesidad, como el de mama, el de colon y el de hígado. Los autores del trabajo,publicado en la revista Medicina Clínica, señalaron directamente a las bebidas azucaradas y pidieron el fomento del deporte. “Hay que lograr que las bebidas azucaradas sean menos atractivas para los consumidores. Poner advertencias sanitarias no es suficiente, habría que mejorar la educación en otros niveles, por ejemplo quitando las máquinas expendedoras de los colegios”, señala Martín.
En 2015, investigadores de la Universidad de Harvard y el Imperial College de Londres, entre otras instituciones, calcularon que el consumo de bebidas azucaradas provoca 133.000 muertes al año por diabetes, otras 45.000 por enfermedades
Martín aplaude el establecimiento de impuestos a las bebidas azucaradas como medida de salud pública, como ya se ha hecho en países como Finlandia, Hungría y Francia. México, el segundo país con más obesos tras EE UU y uno de los mayores consumidores de Coca-Cola, también aprobó en 2013 un impuesto del 10%para las bebidas azucaradas. Las ventas cayeron un 6% el primer año. La Asociación Médica Británica, que representa a 170.000 médicos de Reino Unido, también defiende que “un impuesto del 20% en las bebidas azucaradas es vital para frenar la obesidad”. El impuesto “debe ser de al menos el 20% para tener un impacto en la obesidad y en las enfermedades cardiovasculares”, coincide la Organización Mundial de la Salud (OMS).
 “Yo pondría una advertencia sanitaria en todas las bebidas azucaradas, como la Coca-Cola, pero también en los donuts y las chocolatinas, que tienen azúcar y además grasas”, propone Carlos Macaya, presidente de la Fundación Española del Corazón. Macaya, jefe del Servicio de Cardiología del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, pide “vigilar y controlar la relación de las asociaciones profesionales científicas con Coca-Cola”. En España, por ejemplo, The Coca-Cola Company ha participado en la elaboración del documento “Balance energético en niños y adolescentes”, de la Asociación Española de Pediatría.
Macaya cree que "los productores están concienciados, Coca-Cola, por ejemplo, hizo hace tiempo una Coca-Cola Light e incluso una Coca-Cola Zero", aunque reconoce que "ahora hay que ponerse las gafas para ver las calorías marcadas en el envase". La Organización Mundial de la Salud recomienda no consumir más de 12 cucharillas de azúcar al día y sugiere una ingesta ideal de seis, menos que las presentes en una sola lata de Coca-Cola.















lunes, 25 de enero de 2016

EGOLATRÍA




Circo y periodismo

Mario Vargas Llosa










Una de las profesiones más peligrosas en el mundo de hoy es el periodismo. Cada año aparecen, en los balances que hacen agencias especializadas, decenas de reporteros, entrevistadores, fotógrafos y columnistas secuestrados, torturados o asesinados por fanáticos religiosos y políticos, dictadores, bandas de criminales y traficantes, o dueños de imperios económicos que ven como una amenaza para sus intereses la existencia de una prensa independiente y libre.
Este contexto explica, sin duda, la indignación que ha causado la entrevista que llevó a cabo el actor Sean Penn al asesino y narco mexicano, el Chapo Guzmán —cuya vertiginosa fortuna lo ha hecho figurar entre los hombres más ricos del mundo según la revista Forbes—, poco antes de ser capturado por la infantería de marina de México. La entrevista, que apareció en la revista Rolling Stone, es malísima, una exhibición de egolatría desenfrenada y payasa y, para colmo, desbordante de simpatía y comprensión hacia el multimillonario y despiadado criminal al que se le atribuyen cerca de tres mil muertes además de incontables desafueros, entre ellos gran número de violaciones.

Sean Penn es muy buen actor y tiene fama de “progresista”, término que, tratándose de gente de Hollywood, suele significar una debilidad irresistible por los dictadores y tiranuelos tercermundistas. Lo ha mostrado, en un magnífico artículo, Maite Rico (Fascinación eterna por el déspota, EL PAIS, 17/1/2016), quien recuerda los ditirambos del actor (y de Michael Moore y Oliver Stone) a Fidel Castro y a Hugo Chávez: “Una de las fuerzas más importantes que hemos tenido en este planeta”, “líder fascinante”, “le tengo amor y gratitud”, etcétera. ¿Cómo explicará el actor, entonces, que en los últimos comicios el setenta por ciento de los electores venezolanos haya repudiado de manera tan categórica al régimen chavista? Probablemente, ni se ha enterado de ello.
El caso de Sean Penn sólo se entiende por la extraordinaria frivolidad que contamina la vida política de nuestro tiempo, en el que las imágenes han reemplazado a las ideas y la publicidad determina los valores y desvalores que mueven a grandes sectores ciudadanos. Elogiar a Fidel Castro, “el hombre más sabio del mundo” según Oliver Stone, es una patética exhibición de cinismo e ignorancia, equivalente a sentir admiración por Stalin, Hitler, Mao, Kim il Sung o Robert Mugabe, y defender como modélica a una dictadura de más de medio siglo que ha convertido a Cuba en una prisión de la que los cubanos tratan de escapar como sea, incluso desafiando a los tiburones. Y no lo es menos considerar una estrella política planetaria al comandante Chávez, cuyo régimen transformó a Venezuela en un país pobre, violento y reprimido, cuyos niveles de vida caen cada día más por culpa de una inflación galopante —la más alta del mundo— y donde la corrupción y el narcotráfico se han enquistado en el corazón mismo del Gobierno. 
Qué cómodo es para estos personajes, desde Hollywood, es decir, desde la seguridad jurídica —nadie irá allá a despojarlos de sus casas, negocios, inversiones, ni a tomarles cuenta por lo que dicen y escriben—, el confort y la libertad de que gozan, jugar a ser “progresistas”, aceptando invitaciones de sátrapas ineptos, que los tratan como reyes y los adulan, halagan y regalan, y a defender regímenes opresores y brutales, que hacen vivir en el miedo, la escasez y la mentira a millones de ciudadanos a los que han quitado la palabra y los más elementales derechos. Ahora, además de dictadores, los “progresistas” de Hollywood defienden también a delincuentes comunes y asesinos en serie, como el Chapo Guzmán, pobre hombre que, según Sean Penn, llegó al delito porque era la única manera de sobrevivir en un mundo atrofiado por la injusticia y los oligarcas.
El periodismo, por desgracia, es también una de las víctimas de la civilización del espectáculo de nuestros días, donde aparecer es ser y la política, la vida misma, se ha vuelto mera representación. Utilizar esta profesión para promoverse y difundir ideas frívolas, banalidades ridículas y mentiras políticas flagrantes es también una manera de agraviar un oficio y a unos profesionales que hacen verdaderos milagros para cumplir con su función de informar la verdad por salarios generalmente modestos y corriendo grandes peligros. Gentes como Sean Penn, Oliver Stone y congéneres ni siquiera advierten que su actitud revela un desdeñoso prejuicio hacia Venezuela, Cuba, México y, en general, el tercer mundo, con esa duplicidad de que hacen gala cuando elogian y promueven para esos países sistemas y dictadores que no tolerarían jamás en su propio país, muy parecidos en eso a un Günter Grass, que, en los años ochenta, pedía que los latinoamericanos siguiéramos el “ejemplo de Cuba”, en tanto que, en Alemania, él defendía la socialdemocracia y combatía el modelo comunista.
Desde luego que mi crítica a aventados irresponsables como Sean Penn no significa que crea que los actores deben prescindir de hacer política. Todo lo contrario, estoy firmemente convencido que la participación en el debate público, en la vida cívica, es una obligación moral de la que nadie debe sentirse exonerado, sobre todo si no está contento con la sociedad y el mundo en el que vive. Y creo que esta obligación es tanto mayor cuando un ciudadano —como es el caso de los cineastas en cuestión— es más conocido y tiene por lo tanto mayores posibilidades de llegar a un amplio público. Pero, por ello mismo, es indispensable que esta participación esté fundada en un conocimiento serio de los asuntos sobre los que opina.
A este respecto quisiera citar la respuesta que otro norteamericano, éste sí bien informado y honesto, el escritor Don Winslow*, dio al artículo de Sean Penn. Su texto puede ser consultado en la página web Deadline.com. Winslow, que desde hace veinte años investiga los cárteles de la droga mexicanos y ha publicado un libro premiado sobre este tema, The Cartel, recuerda a todos los periodistas que han sido mutilados y asesinados por haber investigado sobre el Chapo Guzmán. Y se sorprende de que Sean Penn no preguntara al capo por qué, luego de su primera escapada de la cárcel, en 2001, desató esa “guerra de conquista” para desplazar a otros cárteles que causó más de cien mil asesinatos. Otras preguntas que Sean Penn no hizo: cuántos millones de dólares ha gastado el Chapo comprando jueces, políticos y policías, la razón por la que decidió firmar un acuerdo de colaboración con la organización sádica y homicida de los Zetas, y por qué aceptaba que sus sirvientes le llevaran niñas púberes a su celda en los períodos que pasó en prisión. También lamenta Winslow, entre otras cosas, que Sean Penn no formulara una sola pregunta al Chapo Guzmán, en las siete horas de diálogo con él, sobre las 35 personas (12 mujeres entre ellas) que hizo asesinar, acusándolas de trabajar para los Zetas, antes de hacer las paces con esta terrorífica banda.
Las razones por las que Sean Penn no preguntara nada incómodo al Chapo Guzmán nosotros las sabemos de sobra: él fue a entrevistarlo con las respuestas del asesino ya fabricadas por su propia frivolidad o cinismo: presentarlo como la víctima de un sistema (un héroe, en cierta forma) económico y político que sus admirados Fidel Castro y Chávez han comenzado a liquidar. Y apuntalar con ello su bien ganada fama de “progresista”, además de actor famoso y millonario.







 Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2016.





* Recomiendo leer de este autor:  El poder del perro (The Power of the Dog, 2005).  Miss Musa 


domingo, 24 de enero de 2016

CONTRA EL VIENTO


Nunca es tarde: ¿no debemos salir de tanta comodidad y buscar el adverso viento?


Francis Mallmann* 












Mujeres y hombres despiertos, arguye el alma todo aquello que debate tanta razón. Si ella gobierna nuestros días, ¿no será difícil extender un inventario de alegrías que con el correr de años se torne en aquella perfecta y ordenada maleta, hecha de amores flacos, con camisas planchadas, medias en cada color y el alma apagada, vacía de sobresaltos? ¿Eso queremos enterrar? ¿Un saco de razones? ¿O aquellas luchas que llenaron de sabores, adversidades y colores nuestros días? Podemos disentir, al fin, de eso; le da espacio y hermosura a nuestra civilidad.
Sí, lo sé, parece que no podemos construir nuestra vida al abrigo de la aventura; ella tiene muchas veces un alto precio por pagar, pero sin cicatrices ni ardores, sin aquellas batallas audaces, nuestras vidas pueden quizá convertirse en una bolsa de símbolos grises, en un mar calmo sin olas, en un silencio implacable de cosas que creímos amar en la soledad de tanta seguridad.
¿La pasión se extingue? ¿Es verdaderamente así? ¿O será que la vamos aplacando por aquellos miedos de convivir con ella? A veces siento que cuando comenzamos a estar muy cómodos, en el confort del orden, comenzamos a morir.
Nada más triste que estar muertos en vida, peor aún transitar los días mirando por la ventana sin verdaderamente ver, sin abrazar aquellas flores llenas de espinas que nos mantienen despiertos, alertas a la emoción.
¿Y aquellas puertas cerradas? ¿Aquellas puertas que tantas veces quisimos abrir y que ya olvidamos? La vida que transcurre en el lecho de la emoción y las porfías sin dudas tiene más adversidades que el prolijo e inmaculado andar de razones ya caduco de alma antes de comenzar.
Hay un adoctrinamiento para aplacar el sobresalto. Desde muy pequeños somos invitados a vivir en la razón y por fin, si miramos un poco la historia, son aquellos hombres y mujeres que tomaron muchas sendas de incertidumbre y ocaso los que encontraron las luces o la iluminación de todo lo posible. Allí, en los precipicios de la incertidumbre.
¿Es posible? Es la pregunta que resuena en nuestras tripas cada día. Sí, quizá sea posible. ¿Será que el orden de la razón es el camino de la perfección?
En una de sus obras, Rostand hace que Cyrano de Bergerac, en sus instantes finales de vida, caminando en el bosque con sus últimos halos de existencia y en presencia de su amada que no fue, saque una espada imaginaria y se bata en versos con la luna y los árboles que lo quieren llevar, sin querer entregarles su alma aún despierta de batallas.
¿Y las cosas que quisiéramos decir y no decimos? Dilas de una vez. ¿No debemos amanecer en ardores cada día y poner en duda quizá tantas razones necias? ¿No debemos salir de tanta comodidad y buscar el adverso viento, aquella sangre aplacada, pero que aún nos habita? ¿No será este nuevo verano, mientras mojamos nuestros pies a la vera del mar, un recordatorio para enraizar nuevamente nuestra vidas, de a poco con la solaz pasión?
Anoche cociné con fuegos para dos centenares de hombres; festejaban sus razones, aunque sombríos y grises eran una fotografía adusta. Me alegré de ser el cocinero y no el invitado, al honor de mesa, donde centenas abrigaban el liderazgo de algún banquero que mide la vida con los centésimos del hacer ajeno.
El futuro de nuestra civilidad estará más basado en pequeñas empresas soñadoras que en gigantescas corporaciones operadas por manuales. ¿Por qué? Porque las nuevas generaciones nos están mostrando que quieren una vida y un planeta mejores. Un lugar donde puedan otra vez desarrollar sus sueños.
Deja tu alma tararear, abraza aquel sol que deseas. ¿Habré elegido esta senda más abrupta sin razón? Nunca nadie lo sabrá.
Y nunca, nunca, nunca es tarde.







* Francis Mallmann. Cocinero: un emblema de la cocina argentina y del mundo

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