La deriva continental cumple 100 años
Javier Sampedro
Alfred Wegener en su mesa en Groenlandia, en 1930.
Cuando Alfred Wegener
murió –en 1930, durante la última de sus expediciones a Groenlandia—, la gran
idea de su vida había sido descartada, olvidada y vilipendiada. La idea era la
deriva continental, y habrían de pasar aún 30 años para que se sacara del
cajón, se demostrara correcta y se convirtiera en el fundamento de la gran
revolución de la geología, la moderna tectónica de placas, un salto conceptual
comparable al átomo de Bohr en la física, o al código genético en la biología.
Así son las revoluciones de la ciencia, que no solo devoran a sus hijos, sino
también a sus padres.
La
chispa que encendió la hipótesis de la deriva continental es la misma que
habrán observado miles de niños al echar un vistazo al mapamundi colgado de la
pared del aula: el desconcertante parecido entre las líneas de costa de
Sudamérica y África, a los dos lados del Atlántico. Y no fue Wegener el primero
en reparar en ello. El filósofo británico Francis Bacon ya mencionó el parecido
de las líneas de costa en su Novum Organum de 1620, y también lo hizo el conde
de Buffon, un naturalista francés del siglo XVIII, y el alemán Alexander von
Humboldt hacia el final de esa misma centuria. Von Humboldt llegó a sugerir que
aquellas dos costas habían estado juntas en el pasado.
Recreación sobre cómo, de
acuerdo con las modernas reconstrucciones, Pangea (el supercontinente que
existió al final de la era Paleozoica y comienzos de la Mesozoica que agrupaba
la mayor parte de las tierras emergidas del planeta) se formó hace 300 millones
de años y empezó a romperse hace unos 175 millones de años. Dentro de alrededor
de 250 millones de años los continentes se volverían a juntar en un nuevo
supercontinente, denominado Pangea Próxima.
Pero Wegener fue mucho más
allá de esas meras impresiones visuales. No solo era explorador, sino también
meteorólogo y geofísico, y ello le permitió reunir un cuerpo de evidencia
multidisciplinario y que, en retrospectiva, se puede considerar más bien
aplastante. Wegener demostró que no solo la forma de las líneas de costa a los
dos lados del Atlántico, sino también las estructuras geológicas del oriente
americano y el occidente africano, sus tipos de fósiles y las secuencias de sus
estratos, presentaban unas similitudes asombrosas.
Como él mismo señaló en su
publicación de 1915 –de la que celebramos el centenario—, si reuniéramos esos
dos continentes, todas las estructuras “casarían como las líneas de texto en un
periódico roto”, en la eficaz metáfora citada en
Science
por los geólogos Marco Romano, de la Universidad de Roma, y Richard Cifelli,
del Museo Sam Noble de Norman, en Oklahoma. Wegener también conjeturó que los
continentes representaban placas enormes de una roca más ligera que flotaban
sobre rocas oceánicas más densas, una idea que, aunque no del todo correcta,
prefigura la tectónica de placas moderna.
Pero,
como tal vez habría cabido esperar, una hipótesis tan rompedora con la geología
de comienzos del siglo XX, y por muy bien que estuviera fundamentada, solo
podía desatar tormentas con gran aparato eléctrico en los estamentos académicos
de la época. Aunque la deriva continental suscitó en 1915 algunos apoyos, como
el de los geólogos Émile Argand y Alexander du Toit, fueron muchos más los
científicos que optaron por quemar al hereje. “La hipótesis de la deriva”,
escriben Romano y Cifelli, “era tan iconoclasta que se ganó el vitriolo, el
ridículo y el desprecio de los especialistas, cuyos propios trabajos publicados
partían de la premisa de una corteza terrestre horizontalmente inmóvil”.
El punto débil de la
hipótesis era que Wegener no pudo encontrar un mecanismo convincente para
alimentar todos esos movimientos de continentes. Avanzó tímidamente un par de
ideas basadas en la rotación de la Tierra y algún otro fenómeno, pero eran tan
obviamente incorrectas o insuficientes que solo sirvieron para ponérselo más
fácil a sus atacantes del ramo de la geofísica. Pasado el revuelo inicial, la
gran idea de Wegener fue olvidada en un cajón humillante de la historia.
Y
allí se quedó hasta tres décadas después de morir Wegener, cuando nuevos datos
sobre paleomagnetismo y sedimentos marinos, junto a la observación de las
cordilleras suboceánicas –por donde emerge de las entrañas de la Tierra el
nuevo suelo que va desplazando los continentes actuales—, reivindicaron la
hipótesis de la deriva continental y desarrollaron alrededor de ella una nueva
síntesis de la geología, la tectónica de placas que fundamenta esa ciencia en
la actualidad.
Wegener no pudo saberlo,
pero la Tierra le dio la razón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario