lunes, 28 de enero de 2013

MARCA DE AGUA III




El amor ahí 


Alejandro Schleh





Todo era alegría y risas en nuestros encuentros. Lo más banal y estúpido podía ser, cualquier cosa por trivial que fuese, motivo del estallido de la diversión enloquecida. Nos hablábamos, preguntábamos y respondíamos a nosotros mismos y al otro al mismo tiempo. Comunicación y atropello, las gozosas situaciones en que las palabras y pensamientos entrecruzaban las dendritas, los axones vigorosos de la neuronas voluntariosas entusiasmadas como las colas de  los espermatozoides en su carrera desenfrenada, el desgobierno. Felicidad de estar juntos viviendo un mundo mágico e improvisado de poemas y héroes inventados al momento, nosotros mismos protagonistas de cuentos salidos de los dos, nuestra propia historia creada a gusto sin medir; éramos como locos jugando con espejos reflejados unos en otros multiplicando los túneles de las aventuras compartidas de Alicia en el País de las Maravillas sin gatos gigantes raros ni conejos. Nosotros mismos y nuestros personajes se mezclaban. 
Una eventualidad nimia era el motivo; un papel de un caramelo de golpe caído por el piso nos encontraba gateando. Mirándonos fijamente en cuclillas buscándolo, jugando como chicos por debajo de la mesa y la risa, siempre la risa intercalando los idiomas, tocándonos, abrazándonos, besándonos. Todo era atracción; su suelta mirada ingenua tornábase por momentos atenta de ojos vivaces, reflexiva otros, así estábamos fijamente mirándonos a los ojos; las de ambos de pronto: mórbidas, lascivas, penetrantes, sedientas de saciedad. Y todo era el motivo para el sexo. Lo que menos pensamos por esos días de descubrimientos mutuos, sábanas y almohadas, alfombras y almohadones, es que tres escasos meses más tarde, esos momentos terminarían en una cadena ininterrumpida de mensajes, quizá por la distancia que hace de los enamorados unos inválidos y la necesidad; densos algunos, traídos complejos e inentendibles a terceros.  Enamorado yo hasta el día de mi muerte, no sé hoy, acaso ángel vestido en camisones que será de su buena vida aunque seguro estoy que una marca, una huella habré dejado en la chiquilla alegre de Montana. Y que toda la biología estudiada y su ciencia positiva nunca la podrán sacar de su estado silvestre; y en lo que a mi respecta, que los floripondios del cielo no podrán dibujar ningún ensueño, ni escribir metáfora que valga para su descripción por mi intermedio. Todavía espero, desde el amargo gusto de la impotencia, el atajo de la revelación para poder contar por escrito algo más acerca de ella. Imposible poseer pluma tan vigorosa sin su ayuda; me está haciendo falta algún dictado. Si habré de morir algún día nuevamente, si hay segundas vidas, todos mis papeles estrujados dentro de mi mano, sueltos luego, serán transcriptos sin mediación de los arcángeles; molde, letra y marca de agua. Pienso se me hizo tarde, imposible en mi vida robada por el éxito y la fama hacerlos obra. Y así como desparramados quedaron por el piso y barridos fueron y con toda su levedad tirados al cesto como simples pedacitos, así los trozos en rompecabezas de mi vida se levantaran de su lecho de mimbre y levitando por el espacio, hermanándose en silencio por el aire, irán conformando una reencarnación en el celulósico collage de las palabras.


De todo aquello indescriptible, inenarrable, me resta el documento sonoro huelleando mi alma en indeleble marca, como la de agua en los papeles importantes, la del viaje en avioneta y otras más, la del amor por fin hallado.
Dicen que los locos oyen voces, que se hablan a ellos mismos, que emiten hasta sonidos guturales para fijar sus coordenadas existenciales. No sé si es tan así. Digo, así de sencillo el vericueto de la mente.
Como el día que nos dimos el primer y sostenido abrazo me costó conciliar el sueño, que una y otra vez prendí y repetí iluminando mi espíritu y mi alma como si fuese real horas más tarde con su luz, semanas, meses, aún hoy me parece escuchar la voz de los mensajes que sucesivamente nos fuimos mandando a partir del día que se fue. Voces. Como el traqueteo de las ruedas de un tren, insistente murmullo en sordina, la marca sonora me acompaña. Letras, sílabas, palabras. Oraciones completas que he aprendido de memoria a recitar; nuestros correos de horas y horas diarias me siguen hablando y son mi ruido permanente y mi compás. ¿Que si estoy enfermo? ¿Es eso estar enfermo? ¿Saber de memoria el diálogo sostenido en un tiempo prolongado con el doble de uno, dentro de uno? Pues entonces sí, como es vulgar decirlo lo habré de decir: enfermo de amor. Una enfermedad crónica que no presenta brotes fuera del altibajo, el suave sube y baja de las mareas naturales; es la mía una convalecencia permanente.



De 'La Marca'. Cuento 








viernes, 18 de enero de 2013

ESPIONAJE






Una chimenea, una pata de paloma y el más secreto de los mensajes secretos





   La pata de paloma que contenía el mensaje de la Segunda Guerra Mundial 






David Martin, un funcionario retirado del servicio de libertad vigilada del Gobierno británico, estaba en agosto pasado limpiando la chimenea de su casa de Bletchingley (Surrey), 35 kilómetros al sur de Londres, cuando encontró los restos de una paloma. Pero no era una paloma cualquiera: era una paloma mensajera y en una de las patas aún llevaba engarzado un pequeño canuto metálico de color rojo que contenía en su interior un mensaje cifrado. Expertos del cuartel general de comunicaciones del Gobierno han tirado este viernes la toalla y han reconocido que es casi imposible que se pueda conocer algún día el contenido de ese mensaje.
Los expertos saben que es un mensaje de la II Guerra Mundial, que su destinatario era X02, nombre clave del alto mando de bombardeos, y creen que la paloma pudo empezar su vuelo en los días que rodearon el desembarco en las playas de Normandía y que su destino era Bletchley Park, el centro de comunicaciones durante la guerra, unos 100 kilómetros más al norte, al otro lado de Londres.
Saben más cosas. Saben que la firma del remitente, Searjeant W Stot, hace pensar que era un mensaje de la RAF, la fuerza aérea, porque utilizaban la letra jota en lugar de la ge que usaba el ejército de tierra en la palabra “serjeant”, sargento.
Pero no han conseguido saber qué dice el mensaje. No tienen ni idea de cuál es el código que permitiría descifrar el significado de esos 24 bloques de cinco letras cada uno y que a ojos del profano, pero también del experto, no pasan de ser una sopa de letras sin sentido aparente como las que forman la primera línea: AOAKN HVPKD FNFJW YIDDC.










Mensaje cifrado de la II Guerra Mundial encontrado en agosto.



“Ese tipo de códigos se utilizaban en operaciones y estaban diseñados para que solo pudieran ser leídos por los que lo mandaban y quienes lo recibían”, ha declarado al programa Today de BBC Radio Four un historiador identificado como Tony bajo las estrictas reglas de confidencialidad del centro de comunicaciones del Gobierno, con sede en Gloucestershire.
Tony explicó que hay dos posibilidades. Si el código se basaba en un libro de códigos diseñado específicamente para una única operación o misión, “es improbable” que algún día se pueda descifrar. “Si se utilizó solo una vez y es auténticamente aleatorio, y solo lo guardaban el que lo enviaba y el que lo recibía, entonces es indescifrable”, aseguró.
El código es impenetrable para los actuales expertos del Gobierno y el historiador aseguró que la única posibilidad de que se pueda arrojar alguna luz en con la colaboración de los expertos de la época, la gente que estaba durante la guerra en Bletchley Park y que ahora ronda los 90 años de edad.
El ejército británico adiestró 250.000 palomas mensajeras para utilizarlas en sus comunicaciones secretas durante la guerra. Fueron de especial utilidad durante el desembarco en Normandía porque Churchill había impuesto un bloqueo de las comunicaciones por radio para incrementar la seguridad y no dar pistas a los nazis. Las palomas podían volar a más de 125 kilómetros por hora y cubrir distancias de más de 1.500 kilómetros.
Percy, como ha sido bautizada la paloma encontrada por el señor Martin en la chimenea de su casa del siglo XVII, probablemente estaba desorientada y perdida debido al mal tiempo o simplemente exhausta después de haber cruzado el canal. Los entusiasta de las paloma mensajeras han propuesto que el Gobierno le otorgue a título póstumo la medalla Dickin, la más alta condecoración que se otorga a los animales por su valor.








lunes, 14 de enero de 2013

¿ HUMANOS.....?



África se queda sin leones

El león se extingue








Cecil era el símbolo de un parque nacional en Zimbabue. Pero eso no lo protegió de un cazador que 
dice creía actuaba de forma legal.


                                                                            

Los leones en África se extinguen. Durante siglos han formado parte del imaginario que atrae a miles de aventureros y curiosos que mueren por conocer a este ejemplar. Pero la realidad hoy es muy distina: el continente está sufriendo un descenso esta especie, hasta el punto de que en en el oeste y el centro del continente está a punto de desaparecer.
Así lo señala un informe de la ONG Lionaid, en Reino Unido, que se dedica al estudio y conservación de los leones. Y los resultados del trabajo son devastadores: en toda África hay 15.000 leones en libertad, en comparación con los 200.000 que había hace 30 años. En 25 países africanos esta especie ha desaparecido y en otros 10 se encuentra virtualmente extinto. El panorama es especialmente desolador para el oeste y el centro de la región, donde hay apenas unos 645 ejemplares, en contraposición con el sur y el este, donde existen todavía unos 15.000 ejemplares.“Los leones en el oeste de África están especialmente desprotegidos”, dice Pieter Kat, director de Lionaid. El biólogo explica que esta parte de la región se caracteriza por un alto nivel de pobreza y una falta de interés político en conservar a la especie. Además, se tratan de zonas que, debido a estas características, tienen un turismo muy poco desarrollado.
El biólogo señala asimismo que otro de los factores que han contribuido a la desaparición de la especie es la cacería del animal para convertirlo en un trofeo. “Esta práctica atrae a miles de extranjeros que invierten muchísimo dinero”, dice. El informe señala que los leones que habitan los países del centro y el oeste de África son muy distintos del resto y que su enorme descenso no ha recibido la atención que se merece. “De hecho, existen análisis que muestran que estos ejemplares son más parecidos a los leones que quedan en la India que a aquellos que habitan en el resto del continente”. Según Lionaid, estos leones podrían extinguirse dentro de cinco años, especialmente en las zonas pequeñas y aisladas. “Si solo tienes 645 leones, pueden morir por un incendio o cualquier cosa y parece que no se hace mucho para protegerlos”, asegura, con enormes dosis de pesimismo, Pieter Kat. Países como Zambia, precisamente en el este, cuentan con mejores políticas de protección a estos animales. Para el investigador, en este país se enfatiza una mentalidad a largo plazo en lugar de querer ingresar dinero a toda costa como en Sudáfrica, en donde la cacería de trofeo es una práctica extendida. “En Zambia se han dado cuenta de que un león vale más vivo que muerto”, dice Kat, y añade: “El turismo que atraen estos animales reporta a los países alrededor de dos millones de euros".
Para la organización ecologista, la posible extinción del león será una pérdida vital de la cultura del continente. “Si desaparece este animal, desaparece parte del corazón de África”.


ACTUALIZACIÓN 

 Una triste, lamentable  noticia que ocupó los titulares en todo el mundo :Un dentista estadounidense fue el que mató a Cecil, el león más famoso de Zimbabue. 



El animal, de 13 años, fue herido con una flecha tras atraerlo fuera de la zona de protección del parque con una carnada, y huyó. Luego de 40 horas de búsqueda Cecil fue encontrado por los cazadores, quienes le dispararon. Posteriormente le quitaron la piel y le cortaron la cabeza como trofeos de caza.
Al matar a Cecil no sólo se acaba con el líder de una manada conformada por tres hembras y sus descendientes, sino también con la mitad de su familia, porque su descendencia no sobrevivirá a la llegada de un nuevo macho.
Los cachorros de Cecil se enfrentarán ahora a una muerte casi segura, ya que el macho que quiera tomarle el relevo al frente de la manada matará a sus vástagos para animar a las hembras a aparearse con él, explicó un conservacionista.
Un programa de investigación de la Universidad de Oxfort estudiaba a Cecil, reconocible por su melena negra, agregó el grupo de conservación. Los turistas regularmente lograban ver su característica melena en el parque durante más de 13 años, dijo Lion Aid, otro grupo de conservación.


Cecil era estudiado por varias universidades en el mundo y organizaciones conservacionistas. 



La muerte de Cecil implica una traumático reacomodo para su manada.









lunes, 7 de enero de 2013

BOSQUE ALEGRE





 La Fábrica de dulce de leche.

   Proyectos e ilusiones



   Alejandro Schleh.





Todo en orden en el campamento. La Chata que había quedado sola por unos días. Los hierros de construcción, los ladrillos, las herramientas en el cajón. Los platos sucios y la olla, los vasos y los cubiertos sobre la mesa rústica que habíamos construido con tablas y madera del lugar. La botella vacía de vino.
También la bomba de agua a palanca, instalada en la perforación que nosotros mismos instalamos, estaba en su lugar. Fue lindo llegar a ella por el propio esfuerzo. Una sensación de autosuficiencia, que nace de sentir que es uno mismo quien puede procurarse el líquido vital, me invadió el día que bombeamos los primeros chorros de agua turbia pero dulce en una zona donde lo normal es la salada. Con el paso del tiempo, se fue haciendo cada vez más cristalina.
Habíamos estado ausentes tres días y nadie había osado tocar nada.

 Los terrenos los compramos por intermediación de Vinelli quien había tenido a cargo el loteo y la venta de aquellas doscientas hectáreas plantadas con cientos y cientos de eucaliptus, uno al lado del otro, para ser explotados por la Compañía Forestal. Posiblemente, en algunas zonas, los árboles que veíamos fuesen rebrotes de árboles ya talados una o más veces. Se esperaba que tuvieran un diámetro de veinte a veinticinco centímetros para producir la tala. Esos troncos perfectos por su rectitud, debido a que la proximidad los hacía competir en la búsqueda de la luz y salían derechitos, eran luego creosotados en autoclaves, bajo presión, y finalmente vendidos como postes para el tendido de cables. Ese era el trabajo que hacía la Forestal.
El ex representante legal de la compañía, el ingeniero agrónomo Rigoberto Flurtí , quien había sido el accionista mayoritario y había dejado de serlo en favor de su hijo Hernando y sus dos jóvenes socios, era quien recibía el pago mensual de las más de ciento treinta cuotas en que habíamos comprado aquellos lotes que en total sumaban unas dos hectáreas. Su aspecto era el de un viejo distinguido de no demasiadas luces ni instrucción para todo lo que fuera más allá de lo referido a la ingeniería y la explotación forestal. Aunque también usaba traje, era común encontrarlo en su oficina vestido con el colegial conjunto de pantalón gris y blazer azul; llevaba un saco típico de ese color que por años confeccionó James Smart sin botones de metal, sin ningún tajo por detrás y sin forro casi, pues este cubría sólo las hombreras y la parte interna de las mangas. Flurtí era socio del Jockey Club de Buenos Aires y me dice el instinto, que aunque cumplía con los requisitos para serlo, algunos le faltaban, intangibles e imposibles de describir, y con seguridad esa carencia haya hecho que los socios más recalcitrantes lo hayan mirado de costado, un poco como a un colado con carnet. Se me hace muy difícil repetir el vocablo Jockey tal como él lo pronunciaba pues si bien en inglés la "e" debe ser extremadamente corta en este caso y casi inaudible, ella existe: se las ingeniaba para hacerla inexistente y difícil de pronunciar, decía "Yoki" de la manera más seca y limpia posible.
Los pagos de las primeras cuotas de aquellos terrenos los hicimos en una oficina ubicada en plena City, dentro de la casa matriz del desaparecido Banco Tornquist,  el fabuloso edificio de Bartolomé Mitre entre San Martín y Florida diseñado por el Arq. Alejandro Bustillo y decorado con un par de obeliscos en sus partes altas. Terminó recibiéndolos en su departamento de la calles Junín y Peña, al que en varias oportunidades fuimos invitados a comer. Es que el viejo era viudo, los hijos no le llevaban demasiado el apunte, y vivía sólo con la mucama que lo atendía. Éramos uno de sus divertimentos.
Nos hacía mucha gracia ver cómo tomaba el vino al que le prodigaba una serie de buches al estilo catador exageradamente ruidosos y aparatosos luego de lo cual tragaba. Inevitablemente caía en esa serie de movimientos bucales con cada sorbo. Al final, Juan Elorriaga y yo, terminamos por acostumbrarnos a esos malabares y poco faltó para que los repitiéramos nosotros también sin quererlo y por costumbre, pues por embromar lo hacíamos a cada rato, cada vez que llevábamos el vaso a la boca; Tani, la mucama, nos miraba y sonreía. Éramos tres haciendo buches en esas comidas frugales; él estaba a dieta y nosotros también por ende. Un bifecito, puré de zapallo, ya se sabe. De postre un flancito o una gelatina; como en los sanatorios.
A cada mensualidad una comida, un poco de buen vino que él proveía y a cada sorbo un buche. No duró demasiado esa rutina. Nosotros nos aburrimos. Él se enfermó y luego murió. 






Las firmas del estilo de Vinelli o Luchetti parecen haberse extinguido, o al menos no publican más sus loteos; debe ser que no los hacen.
En los días que corren abundan otra clase de empresas que organizan parcelamientos de tierra diferentes de aquellos que tanto hicieron en el gran Buenos Aires en la formación de barrios populares, algunos de los cuales, hoy han tomado vuelo propio. Los loteos ya no están dirigidos a las clases más populares o medias bajas sino a una clase media media formada por profesionales, empleados administrativos de industrias o de empresas de servicios, y están destinados a formar pequeños, modestos y vistosos barrios cerrados al estilo de los grandes barrios privados o countries de la gente más acomodada.
El loteo de Monte nada tenía que ver con aquellos. Eran 154 fracciones de media hectárea cada una y se ofrecían como “Un lugar alto, tranquilo, saludable y romántico. Tiene excelente luz eléctrica y teléfono. Fracciones ideales para la quinta de fin de semana”, y “Casi un paraíso, donde pasar los más felices fines de semana”, también “Cómprese una de estas hermosas quintas arboladas en “Bosque Alegre” –así se llamaba el fraccionamiento- y asegúrese su quinta ideal de fin de semana y veraneo, su lugar propio de descanso, recuperación de energías, ejercitaciones y encantos espirituales”. Todo eso estaba firmado por Rodolfo J. W. Vinelli, quien era a las claras, martillero de profesión y no literato.
Ofrecía un lugar “Saludable y romántico”. Me di cuenta con respecto de lo romántico, que Vinelli estaba seguro de lo que decía; como visionario, sabía de antemano que al romanticismo lo iba a ir aportando cada uno de los que invirtieran en esas tierras que fueron así bendecidas con ese espíritu. Años después, terminaron bautizadas unilateralmente por las aguas del Salado y las lagunas Encadenadas.

 El día que llegamos por primera vez a Monte, con La Chata abarrotada de cosas entre las que se contaban cacerolas, colchones, bolsos, caja de herramientas, palas, una carpa, y un caño de algo más de seis metros de largo con sendos trapos colorados en los extremos apoyado sobre el techo, herramienta con la que haríamos la perforación del agua, causamos revuelo y alegría entre los pocos vecinos de la zona.
Mientras descargábamos las cosas y aliviábamos al auto de semejante carga nos sentíamos observados desde la City, lo que motivaba por momentos, cierta sobreactuación de nuestra parte y nuestros movimientos se tornaron levemente ridículos,  ampulosos, teatrales del todo.
Un pequeño mueble de un metro setenta de altura, tipo biblioteca, de tres o cuatro estantes y puerta de dos hojas vidriadas y patas levemente curvas fue sumado en un segundo viaje.
Los recién llegados iban a instalar una fábrica de dulce de leche e iban a llevar prosperidad a la zona. Seguramente iban a tomar gente.
Nuestra optimista verborragia contagió a los lugareños. Y a nuestros pares. Estos últimos eran vecinos copropietarios que a las claras se diferenciaban de los primeros, pues con matices, éramos todos de Buenos Aires y todos habíamos comprado nuestras parcelas en “Bosque Alegre” a Vinelli, cosa que a ningún natural del lugar se le había ocurrido hacer. Así que, el bosque de eucalipus plantado por Rigoberto Flurtí, además de ser alegre como rezaba la publicidad, exhultaba romanticismo por todas partes pues todos aterrizaban allí con proyectos y sueños como criar los jilgueros naturales del lugar para lo cual tendían sobre algún alambre una hilera de tramperas, o conejos, pavos y gallinas, o chanchos. Otros lo hacían para dedicarse a la producción de miel, fundar granjas hidropónicas, levantar atelieres vidriados para dedicarse al arte, o simplemente había quienes lo hacían para disfrutar de su media hectárea en una modesta casa de fin de semana. El nuestro era un emprendimiento por demás importante y diferenciado, seríamos productores de dulce de leche. Teníamos la apostura de los industriales tal vez. El romanticismo se hacía cada vez más palpable en ese lugar a medida que se sumaban nuevos propietarios. Vinelli no se había equivocado


(Continuará)

jueves, 3 de enero de 2013

EL FIN DE LA HISTORIA




El espejismo del fin de la Historia

Javier Sampedro







  
 Los gustos de juventud cambian al llegar a la edad adulta. ¿Cuánto pagaría dentro de 10 años por 
                ver a su banda favorita de hoy?, se preguntó a los encuestados. 





Lo más común es que la gente se sonroje al recordar sus gustos, valores y convicciones del pasado y se pregunte cómo demonios le pudo gustar ese cantante, aquel partido político o este cónyuge que ahora ocupa la mitad del sofá. Todo el mundo acepta haber cambiado. Pero entonces, lo lógico sería suponer que lo mismo va a seguir ocurriendo en el futuro: que los gustos y convicciones actuales van a seguir cambiando, que el cantante de ahora acabará también desafinando, la ideología patinando, el amor muriendo. Pero no es así.
Según ha demostrado un experimento psicológico masivo de tres universidades —con 19.000 personas de 18 a 68 años de edad—, todo el mundo, independientemente de su edad, cree que sus convicciones actuales son ya las definitivas: que ya ha llegado, que ya nada va a cambiar, que el presente es para siempre. Es lo que Daniel Gilbert, de la Universidad de Harvard, y sus colegas llaman “el espejismo del fin de la Historia”. Presentan su macroestudio en la revista Science.
Los psicólogos, por ejemplo, preguntaron a los participantes cuánto estarían dispuestos a pagar por ver dentro de 10 años a su grupo favorito actual. También les preguntaron cuánto pagarían ahora por ver a su grupo favorito de hace 10 años. Y la primera cifra resultó mucho mayor que la segunda, de una manera consistente en todos los grupos de edad.
La gente de 30 años, por poner otro ejemplo, cree que va a cambiar en los próximos 10 años mucho menos de lo que la gente de 40 años admite que ha cambiado en los últimos 10. Los investigadores analizan así el comportamiento, los ideales, los principios y las inclinaciones de sus sujetos. Son estrategias de estudio indirectas —no se compara a la misma persona 10 años antes o después—, pero sus resultados son sólidos gracias a la poderosa estadística que permite una muestra de 19.000 personas.


La gente toma decisiones que influyen en quienes se convertirán

“La Historia, según parece, siempre se está acabando hoy mismo”, dicen Gilbert y sus colegas del Fondo Nacional de Investigación Científica de Bruselas y la Universidad de Virginia en Charlottesville. “Tanto los adolescentes como los abuelos parecen creer que el ritmo del cambio personal se ha detenido, y que ellos se han convertido hace poco en las personas que seguirán siendo para siempre”.
El espejismo del fin de la Historia, sostienen los investigadores, no solo tiene interés como divertimento psicológico, sino que tiene muchas consecuencias prácticas en la vida de las personas: la gente paga un precio demasiado alto por atesorar para el futuro el tipo de cosas que le satisfacen en el presente, pero que seguramente no le satisfarán en el futuro. Aunque parezca una descripción del matrimonio, la hipoteca o las acciones preferentes, el fenómeno afecta a todos los ámbitos de la psicología humana.
“En cualquier fase de la vida”, escriben Gilbert y sus colegas, “la gente toma decisiones que influyen poderosamente en las vidas de la gente en la que se convertirán; y cuando finalmente se convierten en ellos, ya no parecen tan interesantes”.
Los psicólogos citan el ejemplo del tatuaje indeleble por el que un adolescente se deja la paga de tres meses, y que 10 años después pagaría cualquier cosa por borrar de su piel. No es muy distinto de pagar al abogado para que desuna lo que Dios unió en la precipitada juventud; ni de costear una liposucción que redima media vida de hamburguesas y de pizzas cuatro quesos.
Tal vez la gente crea que su personalidad es tan atractiva que no va cambiarla
La pregunta que se hicieron los investigadores antes de abordar el estudio fue: “¿Por qué todo el mundo toma tan a menudo unas decisiones de las que después se arrepiente?”. Y sus resultados muestran que la razón es que todos sufrimos una confusión fundamental sobre la naturaleza de nuestro yo futuro. Que cada uno de nosotros subestima gravemente el poder del paso del tiempo para transformar nuestros valores, preferencias y personalidades.
Como es práctica habitual entre los psicólogos experimentales, Gilbert y sus socios se han valido de toda clase de triquiñuelas, como reclutar a una tanda de 7.519 sujetos a través de la web de un popular programa de televisión para, de forma inesperada, someterles a las interminables pruebas del inventario de Personalidad de Diez Dimensiones, el inventario de Valores de Schwartz o cualquier otro inventario que les viniera bien para sus propósitos.
El trabajo deja claro que el ser humano es víctima del espejismo del fin de la Historia, pero sobre la causa de ese espejismo solo se pueden hacer conjeturas. Tal vez la gente crea que su personalidad es tan atractiva, sus valores tan sólidos y sus gustos tan indiscutibles que, honestamente, ¿para qué van a cambiarlos?
 O tal vez todo el mundo crea conocerse tan bien a sí mismo que no se reconocería bajo una forma distinta. En uno u otro caso, esa cabezonería parece ser una de las pocas cosas que no cambian con el tiempo.













miércoles, 2 de enero de 2013

COMEMOS


Cena en casa del chef en Buenos Aires 

( NOS MIRAN DESDE AFUERA.)



                    La cocinera Marcia Krygier en su cocina, donde cada noche seis comensales preparan su propia cena. 


Hace unos diez años, aparecieron en Buenos Aires los primeros restaurantes a puerta cerrada. Se trata de casas particulares en las que, durante los fines de semana, un chef (que suele ser también el dueño de casa) abre su cocina e instala no más de media docena de mesas para ofrecer, a unos 15 o 20 comensales, una experiencia que excede lo exclusivamente gastronómico.
Esta tendencia es la versión argentina de los tradicionales paladares cubanos, también restaurantes que funcionan en casas familiares, y de los pop-up restaurantsnorteamericanos, restaurantes temporales que se instalan por una noche en cualquier lugar disponible para que un chef que no tiene suficiente financiación para montar su propio local muestre sus habilidades. De estos últimos, se tomó la idea de club más o menos clandestino a cuyas coordenadas se accede a través de las redes sociales (el contacto suele ser vía Facebook o mail y solo tras reservar se obtiene la dirección del lugar).
Más allá del condimento del secreto, que tiempo atrás podía hacer que uno se sintiera parte de un grupo de iniciados que recorría la gastronomía porteña de modo subterráneo, pero que hoy perdió sentido dado que cada espacio tiene página web y está publicitado en guías online, la experiencia consiste en descubrir platos de una cocina específica preparados por un chef profesional en un ámbito más privado, más cordial y sin el vértigo de un restaurante. La diferencia no es el tipo de cocina o de calidad en los ingredientes, sino el compromiso por parte de quien cocina, pues comparte su casa y también, a veces, su historia personal a través de sus recetas.
Christina Sunae, norteamericana nacida en Filipinas, responsable de Cocina Sunae y especializada en platos del sudeste asiático, lo explica así: “Yo preparo los platos que aprendí durante mi infancia. Aquí se come tal y como yo comía en la casa de mis padres. Cada noche atendemos a unas veinte personas y cada plato que les ofrecemos está preparado con dedicación y con amor”. La oferta de Cocina Sunae es thai, vietnamita, malaya; en suma, sabores especiados, picantes y con cuerpo, como un pollo en salsa de curry penang con leche de coco, lemongrass, cilantro y maní o un pescado sin espinas servido en caldo de jengibre y ajo, con papas y compota de tomate. Christina también prepara los postres filipinos de su infancia, como el tradicional Halo Halo (que combina una media docena de frutos agridulces), adaptados a los ingredientes disponibles en Argentina.
Aunque Christina considera que la esencia de la cocina asiática es compartir, no logró que sus comensales usaran mesas comunitarias. De hecho, casi todos los restaurantes a puerta cerrada (a diferencia de muchos paladares y pop-ups) tienen mesas individuales, como en un restaurante tradicional, cosa que, aparentemente, es lo que prefieren los argentinos. La excepción a esta regla es Casa Saltshaker, que funciona desde hace ocho años en la vivienda del norteamericano Dan Perlman, donde los invitados comparten una gran mesa “para conocer gente nueva en un ambiente multicultural”. Perlman es un sumiller y chef formado en Estados Unidos que recaló en Argentina y fue uno de los pioneros en abrir su casa a locales y extranjeros. Los menús, que suelen ser un misterio hasta el momento en que se sirven, tienen inspiración en la cocina mediterránea y constan de cinco pasos, cada uno de ellos con el vino indicado para lograr el mejor maridaje.
El chef Diego Felix pasó dos años viajando y cocinando por el continente americano. Con esta experiencia a cuestas, en 2008, ideó Casa Felix en su propio hogar, en el barrio de Chacarita. Con especias tomadas de su propia huerta orgánica, el chef prepara platos pescaterianos (pescados y recetas vegetarianas) que él mismo explica a cada comensal. Una cena típica puede incluir queso fontina envuelto en hojas de chayote; ensalada verde con burrata, nueces pecan, mermelada de cerezas y rocoto; un plato principal de chorizo de calamar sobre trigo mote y puré de arvejas y un poste de torta de maiz, higos a la plancha y helado de canela.
En Paladar Buenos Aires, el pastelero Pablo Abramosky y su pareja, la sumiller Ivana Piñar, ofrecen platos de autor en el comedor de su departamento de Villa Crespo. Cinco mesas y un gran sillón ocupan este ambiente de luz cálida y muy tenue (quizá demasiado) donde, con gran amabilidad, los dueños de casa desgranan las propuestas culinarias de la noche. Una al azar: foccacia y mollejas caramelizadas en miel de caña; queso brie en tempura sobre culis de tomate; entrañas grille con graten de papas y volcán de chocolate con helado de crema. Cada paso del menú se complementa con una copa de vino diferente y poco conocido, especialmente seleccionado por la sumiller.
La experiencia que sobresale es la que ofrece la cocinera y arquitecta Marcia Krygier(marciakrygier@gmail.com). Tras formarse como arquitecta, emigrar a Estados Unidos, estudiar cocina y trabajar de chef privado en Nueva York, Marcia regresó a Argentina, alquiló un local en el barrio porteño de Colegiales y montó una gran cocina que utiliza para preparar su servicio de catering y también, varias veces por semana, para ofrecer una cena a un máximo de seis personas. La diferencia con todos los otros restaurantes a puerta cerrada es que, aquí, no solo se come, sino que también se cocina. A lo largo de cuatro horas, Marcia da una clase en la que, paso a paso, el grupo prepara los tres platos de la cena de esa noche.
“Es muy distinto sentarte a comer que preparar tu propia comida. En cada clase se respira una alegría muy notoria que sale de cocinar para los demás porque la gente descubre que le gusta agasajar a otros. La cocina es dar ”, dice Marcia. No es necesario tener ninguna experiencia, ni conocer a los otros participantes de la clase. Tras el contacto vía mail, Marcia propone un plato y busca los ingredientes de la mejor calidad. Los participantes aportan la bebida. Se come en la cocina, en una mesa común. “Trato de hacer accesible aquello que parece inaccesible. Doy una panorámica sobre la física y la química involucradas en la cocina y un conjunto de reglas básicas. Una vez que empiezas a pensar en familias de sabores y a conocer algo de la química de los alimentos, se te abre un mundo nuevo. Todos los que vienen descubren que la experiencia es muy placentera, hasta el punto de que quieren repetirla y muchas de las personas que vienen a una cena vuelven y terminan siendo amigos, al margen de que luego pueden volver a hacer los platos en su casa”.
Otros restaurantes recomendados son Casa Coupage, apenas cuatro mesas dedicadas a la cocina argentina y una gran oferta de vinos; La cocina discreta, una casa de Villa Crespo que ofrece una cocina multicultural y muestras de arte latinoamericano; Treinta sillas, que en verdad tiene poco más de veinte en un ámbito similar a un restaurante tradicional, sus platos: carpaccio de lomo, napoleón de masa filo o kebabs de cordero con cuscús; y Almacen Secreto, una vieja casona de Villa Crespo con un gran patio con limonero donde se ofrecen shows musicales, la cocina es andina (tamales, carne de charqui, quinoa saltada), hay productos regionales en venta y una galería de arte.
Si bien cada oferta es diferente, la mayor parte de los restaurantes a puerta cerrada tiene varios puntos en común como el menú en cinco pasos con maridaje y el precio (en todos los casos, alrededor de 40 euros por persona, vino incluido), coincidencias que delatan que no se trata de un conjunto de emprendimientos aislados y subterráneos, sino de una escena más de la gastronomía porteña que tiene sus propias reglas y que llegó para quedarse.


Diario El País.