lunes, 28 de enero de 2013

MARCA DE AGUA III




El amor ahí 


Alejandro Schleh





Todo era alegría y risas en nuestros encuentros. Lo más banal y estúpido podía ser, cualquier cosa por trivial que fuese, motivo del estallido de la diversión enloquecida. Nos hablábamos, preguntábamos y respondíamos a nosotros mismos y al otro al mismo tiempo. Comunicación y atropello, las gozosas situaciones en que las palabras y pensamientos entrecruzaban las dendritas, los axones vigorosos de la neuronas voluntariosas entusiasmadas como las colas de  los espermatozoides en su carrera desenfrenada, el desgobierno. Felicidad de estar juntos viviendo un mundo mágico e improvisado de poemas y héroes inventados al momento, nosotros mismos protagonistas de cuentos salidos de los dos, nuestra propia historia creada a gusto sin medir; éramos como locos jugando con espejos reflejados unos en otros multiplicando los túneles de las aventuras compartidas de Alicia en el País de las Maravillas sin gatos gigantes raros ni conejos. Nosotros mismos y nuestros personajes se mezclaban. 
Una eventualidad nimia era el motivo; un papel de un caramelo de golpe caído por el piso nos encontraba gateando. Mirándonos fijamente en cuclillas buscándolo, jugando como chicos por debajo de la mesa y la risa, siempre la risa intercalando los idiomas, tocándonos, abrazándonos, besándonos. Todo era atracción; su suelta mirada ingenua tornábase por momentos atenta de ojos vivaces, reflexiva otros, así estábamos fijamente mirándonos a los ojos; las de ambos de pronto: mórbidas, lascivas, penetrantes, sedientas de saciedad. Y todo era el motivo para el sexo. Lo que menos pensamos por esos días de descubrimientos mutuos, sábanas y almohadas, alfombras y almohadones, es que tres escasos meses más tarde, esos momentos terminarían en una cadena ininterrumpida de mensajes, quizá por la distancia que hace de los enamorados unos inválidos y la necesidad; densos algunos, traídos complejos e inentendibles a terceros.  Enamorado yo hasta el día de mi muerte, no sé hoy, acaso ángel vestido en camisones que será de su buena vida aunque seguro estoy que una marca, una huella habré dejado en la chiquilla alegre de Montana. Y que toda la biología estudiada y su ciencia positiva nunca la podrán sacar de su estado silvestre; y en lo que a mi respecta, que los floripondios del cielo no podrán dibujar ningún ensueño, ni escribir metáfora que valga para su descripción por mi intermedio. Todavía espero, desde el amargo gusto de la impotencia, el atajo de la revelación para poder contar por escrito algo más acerca de ella. Imposible poseer pluma tan vigorosa sin su ayuda; me está haciendo falta algún dictado. Si habré de morir algún día nuevamente, si hay segundas vidas, todos mis papeles estrujados dentro de mi mano, sueltos luego, serán transcriptos sin mediación de los arcángeles; molde, letra y marca de agua. Pienso se me hizo tarde, imposible en mi vida robada por el éxito y la fama hacerlos obra. Y así como desparramados quedaron por el piso y barridos fueron y con toda su levedad tirados al cesto como simples pedacitos, así los trozos en rompecabezas de mi vida se levantaran de su lecho de mimbre y levitando por el espacio, hermanándose en silencio por el aire, irán conformando una reencarnación en el celulósico collage de las palabras.


De todo aquello indescriptible, inenarrable, me resta el documento sonoro huelleando mi alma en indeleble marca, como la de agua en los papeles importantes, la del viaje en avioneta y otras más, la del amor por fin hallado.
Dicen que los locos oyen voces, que se hablan a ellos mismos, que emiten hasta sonidos guturales para fijar sus coordenadas existenciales. No sé si es tan así. Digo, así de sencillo el vericueto de la mente.
Como el día que nos dimos el primer y sostenido abrazo me costó conciliar el sueño, que una y otra vez prendí y repetí iluminando mi espíritu y mi alma como si fuese real horas más tarde con su luz, semanas, meses, aún hoy me parece escuchar la voz de los mensajes que sucesivamente nos fuimos mandando a partir del día que se fue. Voces. Como el traqueteo de las ruedas de un tren, insistente murmullo en sordina, la marca sonora me acompaña. Letras, sílabas, palabras. Oraciones completas que he aprendido de memoria a recitar; nuestros correos de horas y horas diarias me siguen hablando y son mi ruido permanente y mi compás. ¿Que si estoy enfermo? ¿Es eso estar enfermo? ¿Saber de memoria el diálogo sostenido en un tiempo prolongado con el doble de uno, dentro de uno? Pues entonces sí, como es vulgar decirlo lo habré de decir: enfermo de amor. Una enfermedad crónica que no presenta brotes fuera del altibajo, el suave sube y baja de las mareas naturales; es la mía una convalecencia permanente.



De 'La Marca'. Cuento 








2 comentarios:

  1. Bueno y llevadero el párrafo, no tanto como como su ilustración, no sé si esa pintura vale algo, digo, del elemento femenino. No tiene la menor importancia, pero debe estar pintada sobre una fotografía R.U.

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    1. El párrafo es excelente R.U...a mi juicio. La imagen vale por su belleza, por lo que dice, por lo que nos cuenta. Eso es lo que vale...lo demás como bien decís, carece de importancia.

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