Cena en casa del chef en Buenos Aires
( NOS MIRAN DESDE AFUERA.)
La cocinera Marcia Krygier en su cocina, donde cada noche seis comensales preparan su propia cena.
Hace unos diez años, aparecieron en
Buenos Aires los primeros restaurantes a puerta cerrada. Se trata de casas
particulares en las que, durante los fines de semana, un chef (que suele ser
también el dueño de casa) abre su cocina e instala no más de media docena de
mesas para ofrecer, a unos 15 o 20 comensales, una experiencia que excede lo
exclusivamente gastronómico.
Esta tendencia es la versión
argentina de los tradicionales paladares cubanos, también restaurantes que
funcionan en casas familiares, y de los pop-up restaurantsnorteamericanos,
restaurantes temporales que se instalan por una noche en cualquier lugar
disponible para que un chef que no tiene suficiente financiación para montar su
propio local muestre sus habilidades. De estos últimos, se tomó la idea de club
más o menos clandestino a cuyas coordenadas se accede a través de las redes
sociales (el contacto suele ser vía Facebook o mail y solo tras reservar
se obtiene la dirección del lugar).
Más allá del condimento del secreto, que
tiempo atrás podía hacer que uno se sintiera parte de un grupo de iniciados que
recorría la gastronomía porteña de modo subterráneo, pero que hoy perdió
sentido dado que cada espacio tiene página web y está publicitado en guías online,
la experiencia consiste en descubrir platos de una cocina específica preparados
por un chef profesional en un ámbito más privado, más cordial y sin el
vértigo de un restaurante. La diferencia no es el tipo de cocina o de calidad
en los ingredientes, sino el compromiso por parte de quien cocina, pues
comparte su casa y también, a veces, su historia personal a través de sus
recetas.
Christina Sunae, norteamericana nacida
en Filipinas, responsable de Cocina Sunae y especializada en platos del sudeste
asiático, lo explica así: “Yo preparo los platos que aprendí durante mi
infancia. Aquí se come tal y como yo comía en la casa de mis padres. Cada noche
atendemos a unas veinte personas y cada plato que les ofrecemos está preparado
con dedicación y con amor”. La oferta de Cocina Sunae es thai, vietnamita,
malaya; en suma, sabores especiados, picantes y con cuerpo, como un pollo en
salsa de curry penang con leche de coco, lemongrass, cilantro y
maní o un pescado sin espinas servido en caldo de jengibre y ajo, con papas y
compota de tomate. Christina también prepara los postres filipinos de su
infancia, como el tradicional Halo Halo (que combina una media docena de frutos
agridulces), adaptados a los ingredientes disponibles en Argentina.
Aunque Christina considera que la
esencia de la cocina asiática es compartir, no logró que sus comensales usaran
mesas comunitarias. De hecho, casi todos los restaurantes a puerta cerrada (a
diferencia de muchos paladares y pop-ups) tienen mesas individuales,
como en un restaurante tradicional, cosa que, aparentemente, es lo que
prefieren los argentinos. La excepción a esta regla es Casa Saltshaker, que
funciona desde hace ocho años en la vivienda del norteamericano Dan
Perlman, donde los invitados comparten una gran mesa “para conocer gente nueva
en un ambiente multicultural”. Perlman es un sumiller y chef formado en Estados
Unidos que recaló en Argentina y fue uno de los pioneros en abrir su casa a
locales y extranjeros. Los menús, que suelen ser un misterio hasta el momento
en que se sirven, tienen inspiración en la cocina mediterránea y constan de
cinco pasos, cada uno de ellos con el vino indicado para lograr el mejor
maridaje.
El chef Diego Felix pasó dos
años viajando y cocinando por el continente americano. Con esta experiencia a
cuestas, en 2008, ideó Casa Felix en su propio hogar, en el barrio de
Chacarita. Con especias tomadas de su propia huerta orgánica, el chef prepara
platos pescaterianos (pescados y recetas vegetarianas) que él mismo explica a
cada comensal. Una cena típica puede incluir queso fontina envuelto en hojas de
chayote; ensalada verde con burrata, nueces pecan, mermelada de cerezas y
rocoto; un plato principal de chorizo de calamar sobre trigo mote y puré de
arvejas y un poste de torta de maiz, higos a la plancha y helado de canela.
En Paladar Buenos
Aires, el pastelero Pablo Abramosky y su pareja, la sumiller Ivana
Piñar, ofrecen platos de autor en el comedor de su departamento de
Villa Crespo. Cinco mesas y un gran sillón ocupan este ambiente de luz cálida y
muy tenue (quizá demasiado) donde, con gran amabilidad, los dueños de casa
desgranan las propuestas culinarias de la noche. Una al azar: foccacia y
mollejas caramelizadas en miel de caña; queso brie en tempura sobre culis de tomate;
entrañas grille con graten de papas y volcán de chocolate con helado de crema.
Cada paso del menú se complementa con una copa de vino diferente y poco
conocido, especialmente seleccionado por la sumiller.
La experiencia que sobresale es la que
ofrece la cocinera y arquitecta Marcia Krygier(marciakrygier@gmail.com).
Tras formarse como arquitecta, emigrar a Estados Unidos, estudiar cocina y
trabajar de chef privado en Nueva York, Marcia regresó a Argentina, alquiló un
local en el barrio porteño de Colegiales y montó una gran cocina que utiliza
para preparar su servicio de catering y también, varias veces por
semana, para ofrecer una cena a un máximo de seis personas. La diferencia con
todos los otros restaurantes a puerta cerrada es que, aquí, no solo se come,
sino que también se cocina. A lo largo de cuatro horas, Marcia da una
clase en la que, paso a paso, el grupo prepara los tres platos de la cena de
esa noche.
“Es muy distinto sentarte a comer que
preparar tu propia comida. En cada clase se respira una alegría muy notoria que
sale de cocinar para los demás porque la gente descubre que le gusta agasajar a
otros. La cocina es dar ”, dice Marcia. No es necesario tener ninguna experiencia,
ni conocer a los otros participantes de la clase. Tras el contacto vía mail,
Marcia propone un plato y busca los ingredientes de la mejor calidad. Los
participantes aportan la bebida. Se come en la cocina, en una mesa común.
“Trato de hacer accesible aquello que parece inaccesible. Doy una panorámica
sobre la física y la química involucradas en la cocina y un conjunto de reglas
básicas. Una vez que empiezas a pensar en familias de sabores y a conocer algo
de la química de los alimentos, se te abre un mundo nuevo. Todos los que vienen
descubren que la experiencia es muy placentera, hasta el punto de que quieren
repetirla y muchas de las personas que vienen a una cena vuelven y terminan
siendo amigos, al margen de que luego pueden volver a hacer los platos en su
casa”.
Otros restaurantes recomendados son Casa Coupage, apenas
cuatro mesas dedicadas a la cocina argentina y una gran oferta de vinos; La cocina discreta,
una casa de Villa Crespo que ofrece una cocina multicultural y muestras de arte
latinoamericano; Treinta
sillas, que en verdad tiene poco más de veinte en un ámbito similar a un
restaurante tradicional, sus platos: carpaccio de lomo, napoleón de
masa filo o kebabs de cordero con cuscús; y Almacen Secreto, una vieja casona de Villa Crespo con un
gran patio con limonero donde se ofrecen shows musicales, la cocina
es andina (tamales, carne de charqui, quinoa saltada), hay productos regionales
en venta y una galería de arte.
Si bien cada oferta es diferente, la
mayor parte de los restaurantes a puerta cerrada tiene varios puntos en común
como el menú en cinco pasos con maridaje y el precio (en todos los casos,
alrededor de 40 euros por persona, vino incluido), coincidencias que delatan
que no se trata de un conjunto de emprendimientos aislados y subterráneos, sino
de una escena más de la gastronomía porteña que tiene sus propias reglas y que
llegó para quedarse.
Diario El País.
Estuve en uno de los nombrados con un cliente de Australia (conozco a los dueños)...Mi invitado quedó encantado, buen sitio para comer tranquilos.Buena comida y buen vino. No digo el nombre porque parecerá publicidad. E.M.
ResponderEliminarMirá... nunca me hubiese imaginado que pasaba eso acá.
ResponderEliminarLástima el precio... 40 euros la comida no lo hace accesible, pero me imagino que vale la pena