Cada poema es un salvoconducto hacia una tierra libre
Dicen que no hace falta la poesía.
Suponen que la gente necesita comer.
Con eso basta.
Pero sucede que existen vegetales
desplegando tenaces sus corolas de pétalos,
amarillos ingrávidos, profundos escarlatas,
milagrosos añiles aterciopelados,
acuarelas ventosas como el mar en las islas.
Todo como reclamo puntual a unos insectos
laboriosos, pequeños, más bien pardos.
La madre tierra lo sabe desde siempre.
Solamente los hombres se atreven a dudarlo.
No hace falta, eso dicen.
Aún así, qué difícil
qué objetivo tan arduo
intentar convencer no obstante junio
de la inutilidad de la belleza.
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