Frncis Bacon, obsesiones
Ferran Bono
Un visitante en el Museo Guggenheim Bilbao el cuadro "tríptico-tres estudios para Crucifixión 1909-1992 "
Francis Bacon.
Ni
florecillas bonitas, ni arbolitos, ni escenas bucólicas. Nada de eso hay. Hay
carne: mórbida, ensangrentada, deseada, desasosegante, descuartizada. Tampoco
engañaba sobre sus propósitos Francis Bacon: “Cuando veo un trozo de carne
en la carnicería siempre pienso que debería estar yo”, afirmó en una ocasión el
artista irlandés y recordó Martin Harrison junto a un violento e
impresionante tríptico, en el que algunos apuntan la figura del autorretrato
del pintor. Esta obra, Tres estudios para una Crucifixion (1962),
forma parte de la extraordinaria exposición que el Museo Guggenheim de Bilbao le
dedica a Francis Bacon y a la influencia que ejercieron sobre
él algunos artistas españoles como Velázquez, Picasso, Goya, El Greco, Zurbarán
o Ribera.
Harrison es el comisario de la muestra y editor del catálogo razonado
de reciente publicación del pintor nacido en Dublín en 1909 y fallecido en
Madrid en 1992.
No en vano,
junto a ese tríptico se exhibe Cristo crucificado con un donante(1640),
de Zurbarán. Y enfrente una de las cincuenta variaciones que Bacon hizo del
retrato del Papa Inocencio X, de Velázquez, incorporando ese grito de horror y
pánico que tomó prestado de la película de El acorazado Potemkin,
de Eisenstein, de la reacción de la mujer cuando ve caer el carrito de su bebé
en la famosa escena de las escaleras. No está el original porque esa obra de
Velázquez no sale de la Galería Doria Pamphili de Roma. Al parecer, Bacon se
negó a verla directamente y basó su serie en fotografías, en reproducciones.
“Era un tipo raro”, repitió
Martín Harrison con ironía en alusión a Bacon, mientras mostraba las 50 obras
del pintor y las 30 de otros grandes artistas, especialmente españoles, pero
también franceses o asimilados, que conforman la exposición Francis
Bacon. De Picasso a Velázquez, abierta
hasta el 8 de enero. Harrison insistió en que tampoco hay que hacer mucho caso
a lo que decía Bacon, porque era “muy camp”, le gustaba exagerar y epatar a
la gente. Porque no es verdad, por ejemplo, que no le gustara el Guernica, de
Picasso, explicó el comisario, aunque sí es cierto que el periodo que más
apreciaba del pintor malagueño era el comprendido entre 1927 y 1933.
Picasso fue
uno de sus grandes maestros. Proveniente de una familia de clase media-alta sin
ninguna formación ni vinculación con el arte, Bacon decidió ser pintor cuando,
con 17 años, vio la obra del malagueño en la galería Paul Rosenberg. En sus
primeros cuadros se deja notar notablemente. El propio Bacon reconoció el
magisterio de un pequeño cuadro, expuesto en Bilbao, Figura femenina en
una playa, de 1927, que es, en realidad, una llave fálica entrando en
una cerradura.
Tampoco se
ha salvado mucha documentación de Bacon, como cartas o escritos donde hable de
su pintura y de su obra. Solía destruir toda su correspondencia. Y en las
cartas salvadas por sus amigos, el artista sólo se refería a deudas que había
saldado o debía saldar por su afición al juego o pedía disculpas por su
comportamiento en una noche de borrachera. "Ese es el privilegio del
artista: ser intemporal. La pasión te mantiene joven, ¡y la pasión y la
libertad son tan seductoras!, Cuando pinto, no tengo edad. Sólo siento el
placer o la dificultad de pintar", decía Bacon. Hasta la década de los
setenta, no logra un gran reconocimiento internacional. Y fue clave su gran
exposición en París de 1971. Fue el primer artista vivo, después de Picasso, al
que el Grand Palais le dedicó una retrospectiva.
“No
encontrarán florecillas, ni arbolitos”, reiteró Harrison haciendo de cicerone
en el paseo por las amplias salas del museo diseñado por Frank Gehry, donde los
enormes lienzos de Harrison no solo respiran estupendamente, como dicen los
expertos, sino que incluso pueden hiperventilar. E incidió en que, a pesar de lo
que se pueda pensar del cuadro de la violación anal (Figura tumbada en un
espejo, de 1971, préstamo del Museo de Bellas Artes de Bilbao), la obra de
Bacon no es especialmente violenta.
Sí
existencialista, agregó, como se puede comprobar en buena parte de sus obras o
en las afinidades electivas de este irlandés, británico de adaptación y
afrancesado de formación y cultura (era un ávido lector de Baudelaire y Proust
y un apasionado de Degas, Manet o Seurat), que vivió en Londres, París y Mónaco
y pasaba temporadas en España. Sentía también verdadera admiración por los
dibujos y pinturas de Giacometti, del que se exhiben dos obras en la muestra,
pero no por sus más conocidas esculturas.
Una parte
importante de la exposición se vio el pasado verano en Mónaco (la Fundación
Grimaldi colabora en la organización), si bien esta selección se centraba más
en la influencia francesa.
Con
préstamos de diversos museos, entre ellos el Prado o el Pompidou, y de
colecciones privadas la muestra de Bilbao incluye también algunas rarezas en la
trayectoria del pintor. Es el caso de una pintura prácticamente abstracta. Se
trata de uno de los escasos paisajes de Bacon, Mar, de 1953, un
espléndido lienzo con reminiscencias a Rothko. “Pero él odiaba que alguien le
pudiera definir como expresionista”, apostilló el comisario.
Harrison
rechazó de plano la opinión de que Bacon hacía arte abstracto desde su
figuración. “No es verdad, tiene toda una iconografía, y los pájaros forman
parte de ella", además de sus amantes y los hombres de su vida. "El
pinta figuras”, remachó. “Bacon es un pintor figurativo, pero sus cuadros están
impregnados de ideas abstractas”, ha declarado, por el contrario, David Lynch,
confeso admirador de Bacon, como otros muchos cineastas, pintores y artistas en
general, cuyas obras son deudoras de la visión existencialista y descarnada del
ser humano de un pintor cuya influencia no deja de crecer, al igual que la
cotización de su obra.