Los piratas y el nuevo desorden global
El mundo actual está
lleno de paradojas, y una buena parte de ellas podría sintetizarse en la idea
de que es un mundo de todos y de nadie. Proliferan los asuntos que son de todos
(que a todos nos afectan y que exigen acciones coordinadas), pero de los que,
al mismo tiempo, nadie puede o quiere hacerse cargo (para los que no hay
instancia competente o de los que nadie se hace responsable). ¿Cuál es la
diferencia entre lo común y lo ingobernable, entre la responsabilidad
compartida y la irresponsabilidad generalizada? ¿Cómo distinguir lo de todos y
lo de ninguno, lo que no tiene dueño y aquello de lo que nadie se ocupa?
Estamos ante una
configuración del mundo que se parece a las formas arcaicas de las sociedades
de colectores y cazadores, que lo conciben más en términos de itinerarios, de
botines y pactos que como espacios cerrados y propiedades estables. No tiene
nada de extraño que la figura del pirata reaparezca en un mundo así y que lo
haga con toda su ambivalencia de libertad y barbarie.
El pirata encarna la
figura de un tipo de enemigo que no amenaza tanto a un país en particular como
a las naciones terrestres en general, no a una soberanía concreta como a la
idea de soberanía en general. Un pirata no es un enemigo particular, sino el
enemigo común de todos, como decía Cicerón. La piratería es lo contrario de la
hegemonía, no en el sentido de que esté en condiciones de rivalizar con los
imperios en el terreno del poder, sino porque impugna la idea de soberanía como
tal.
De esta hostilidad absoluta proceden nuestras actuales denominaciones para caracterizar los genocidios como “crímenes contra la humanidad” o el terrorismo de los “unlawful combatans”, que se parece menos a la guerra tradicional entre Estados que a la piratería que resulta del debilitamiento de las convenciones modernas acerca de la guerra territorial. El paralelismo entre la vieja piratería y el actual terrorismo internacional tiene su base en el hecho de que ambos fenómenos se sitúan al margen del cuadro territorial.
De esta hostilidad absoluta proceden nuestras actuales denominaciones para caracterizar los genocidios como “crímenes contra la humanidad” o el terrorismo de los “unlawful combatans”, que se parece menos a la guerra tradicional entre Estados que a la piratería que resulta del debilitamiento de las convenciones modernas acerca de la guerra territorial. El paralelismo entre la vieja piratería y el actual terrorismo internacional tiene su base en el hecho de que ambos fenómenos se sitúan al margen del cuadro territorial.
Las
instituciones médicas y científicas denunciadas como piratas no destruyen la
propiedad; la introducen donde no existía
Pues bien, no creo estar forzando la metáfora si afirmo que la piratería representa una nueva forma de estar en el mundo que se ha vuelto líquido. No me refiero solo al terrorismo global, sino a formas actuales de la globalización que retoman el modelo de la rapiña. Podríamos pensar en el comportamiento de los consumidores, tan similar al pillaje (como se pone de manifiesto el primer día de rebajas en los grandes almacenes o en cualquier forma de consumo que implica un daño sobre el medio ambiente). El éxito de los productos financieros es inexplicable si no fuera porque en ellos se promete una gran rentabilidad que ciega incluso para los riesgos que llevan consigo. Pienso también en la biopiratería, término que aparece a comienzo de los años noventa para designar la apropiación indebida de los recursos genéticos. En este caso, las instituciones científicas o médicas denunciadas como piratas no son llamadas así porque destruyan la propiedad, sino por introducirla en lugares en los que previamente no existía. Existe una relación entre muchos conflictos actuales y la disposición sobre determinados recursos naturales, por lo que podría hablarse de “una ecología política de la guerra”. En definitiva, la actual multiplicación del pillaje se explica por la debilidad de los Estados a la hora de controlar eficazmente sus territorios y por la agravación de las desigualdades que resulta particularmente insoportable.
Pues bien, no creo estar forzando la metáfora si afirmo que la piratería representa una nueva forma de estar en el mundo que se ha vuelto líquido. No me refiero solo al terrorismo global, sino a formas actuales de la globalización que retoman el modelo de la rapiña. Podríamos pensar en el comportamiento de los consumidores, tan similar al pillaje (como se pone de manifiesto el primer día de rebajas en los grandes almacenes o en cualquier forma de consumo que implica un daño sobre el medio ambiente). El éxito de los productos financieros es inexplicable si no fuera porque en ellos se promete una gran rentabilidad que ciega incluso para los riesgos que llevan consigo. Pienso también en la biopiratería, término que aparece a comienzo de los años noventa para designar la apropiación indebida de los recursos genéticos. En este caso, las instituciones científicas o médicas denunciadas como piratas no son llamadas así porque destruyan la propiedad, sino por introducirla en lugares en los que previamente no existía. Existe una relación entre muchos conflictos actuales y la disposición sobre determinados recursos naturales, por lo que podría hablarse de “una ecología política de la guerra”. En definitiva, la actual multiplicación del pillaje se explica por la debilidad de los Estados a la hora de controlar eficazmente sus territorios y por la agravación de las desigualdades que resulta particularmente insoportable.
Una de las figuras más
elocuentes de la piratería contemporánea son los paraísos fiscales, esos
lugares sin identidad, sin fiscalidad ni obligación de residencia. Allí se
consagra el curioso derecho de abandonar todo espacio político sustrayéndose al
impuesto que es el símbolo del poder territorializado.
El ciberespacio
proporciona igualmente una gran cantidad de metáforas marítimas y piratas. Como
los océanos y el aire, el ciberespacio es un territorio de navegación. El
vocabulario de la Red es muy explícito a este respecto. Se navega por la Red, y
los piratas asaltan, inmovilizan, sabotean y se hacen con los servidores, a
veces por puro juego, otras por motivos criminales o geoestratégicos. Allí se
mueven otros navegantes con la misma lógica libertaria con la que los expertos
financieros inventan productos para escapar de una posible regulación. Los hackers se
cuelan por los huecos de la Red y los financieros buscan los espacios off
shore como los piratas circulan entre los espacios de la soberanía. Al
igual que los piratas históricos, los navegantes de la Red viven en un archipiélago
sobre el que el Estado impotente no tiene el monopolio de la violencia
legítima.Una de
las figuras más elocuentes de la piratería contemporánea son los paraísos
fiscales, lugares sin obligación de residencia
El sueño de las
lógicas libres es lo que ha convertido a Internet en la utopía política que ha
entusiasmado a una generación.
Propongo
entender esta nueva constelación —la dialéctica entre el todos y el nadie— como
la condición que explica lo que podríamos llamar sin exageración metafórica el
retorno de la piratería en la era global. Hay piratería siempre que aparecen
nuevas realidades disponibles respecto de las cuales no termina de estar claro
a quién pertenece o de quién es la competencia. Era lógico que con el
incremento de los bienes públicos de la humanidad —como el clima, la seguridad,
el saber o la estabilidad financiera— haya aumentado también la incertidumbre
acerca de su propiedad y gestión. La tímida configuración de la humanidad como
sujeto e instancia de apelación convierte eo ipso en piratas a
quienes antes eran Estados soberanos, propietarios o practicantes de alguna
unilateralidad. La actual fluidificación de la propiedad se corresponde con el
debilitamiento de la soberanía política en un mundo de interdependencias; ambos
fenómenos comparten y tienen su origen en la misma lógica. La cartografía del
mundo ya no establece un conjunto coherente y completo de unidades
autosuficientes, sino un mapa incompleto, con zonas de soberanía ambigua,
espacios de difícil regulación y responsabilidades difusas. Todo ello nos
obliga a articular un nuevo equilibrio entre Estado, mercado y sociedad
De 'Un mundo de todos y de nadie' (Paidós) de Daniel Innerarity
192 páginas.
Diario El Pais. España
192 páginas.
Diario El Pais. España
La gran mayoría de estos delitos nos los tenemos merecidos. Como es posible que alguien pueda patentar un trozo del genoma humano como un libro, que guarda su derecho de autor toda la vida. Una empresa puede patentar una vacuna y si no le pagan deja morir a cientos de personas. Hemos conseguimos que esta sociedad parezca una basura, no es cosa de unos pocos es cosa de todos
ResponderEliminarNora.