No recuerdo, aunque lo supe, cómo se las había arreglado
Juan para conseguir de contrabando aquel informe. Había sido encargado por
Molinos Río de la Plata
a una consultora de negocios y se sacaba en limpio de aquella prolija pila de
hojas, que el emprendimiento de la fabricación de dulce de leche, sería viable
para aquella multinacional ya que en el mercado de este producto nunca había
habido marcas líderes, de manera tal, que no había que librar una batalla
encarnizada contra una marca en particular. Molinos nunca decidió finalmente
ocupar su tiempo en ese menester cosa que nosotros sí hicimos, y aunque nuestra
envergadura era algo más reducida que la de Molinos Río de la Plata , comenzamos a poner
manos a la obra comprando el lote sobre la Ruta 3 en el Km. 128, ubicado en una doble
cuenca. La cuenca del Salado y la lechera. Un terreno en “Bosque Alegre”.
Pero no todo era leche en los alrededores de Monte. Además
de algunos pequeños tambos y de San Genaro -uno de los más grandes de por allí-
existían explotaciones tradicionales agricologanaderas cuyos propietarios se
empeñaban en sembrar trigo o maíz que nunca venían del todo bien. Aquí y allá
podían verse criaderos de pollos, alguno de porcinos. Había además, a cuadras
de la estación del tren, una aceitera, y a muy pocos kilómetros, la fábrica de
bujías.
Algunos años después, que serían dos,
mientras producía las bobinas de papel higiénico y una a una las iba apoyando
contra la pared, Roberto, nuestro empleado gangoso de labio leporino, me
describía el proceso de fabricación del dulce a nivel industrial. No había
pasado mucho tiempo desde nuestra incursión en Monte, yo ya me había casado, y
a Juan lo veía solo de casualidad y muy esporádicamente. Nunca pude contarle,
cuando tuve la oportunidad no me acordé de decirle, que este empleado que
teníamos en la papelera me había dicho
que el dulce, cuando no es casero, se fabrica siempre con leche en polvo. Bien
lo sabía este ex empleado en dos fábricas de ese producto. Así que la nuestra
podía haber estado situada en cualquier parte: en Alejandro Korn, Merlo, Villa
Adelina o Villa Carlos Paz; hubiera sido lo mismo a los fines de su
elaboración. No son necesarios los tambos cercanos. Agradezco la suerte que
trae la ignorancia a veces; no tuvimos ese dato en su momento. De haberlo
tenido en cuenta nos hubiéramos perdido de conocer el Bosque Alegre loteado por
La Forestal
y vendido por Vinelli. El Bosque del escultor, el del nacionalista y su
castillo almenado, el de las prostitutas, los camioneros, los hacheros borrachos
y explotados, el de los gerentes de la Forestal , el de Eccleston, el de la City , el del Mensú, el de
nosotros mismos; lo que hubiera sido muy lamentable.
Relaciones humanas
Además del restaurante que teníamos enfrente y pegado a la estación de servicio que era al que siempre íbamos y donde se comía bastante aceptablemente y en un clima relajado, otro, pintoresco y llamativamente decorado, completaba a lo largo de unos seiscientos metros de banquina la oferta gastronómica del lugar.
Cruzando el asfalto de la ruta, frente a la fortaleza medieval del industrial de las bujías, una realidad más cercana retrotraía a los años veinte. Estaba el restaurante de arquitectura ecléctica de las chicas trabajadoras con sus puertas de vidrios repartidos y biselados, sus cristales azogados y ennegrecidos.
Era visitado fundamentalmente por
camioneros atraídos por los buenos precios de la comida casera y además, porque por sumas módicas, podían conseguir compañía femenina por algunos minutos
fugaces o si estaban dispuestos a invertir, una, dos, o más horas.
Los camiones paraban a lo largo de una anchísima y cómoda
banquina más allá de la cual se ingresaba en el bosque de altos eucaliptus de
troncos rectos y finos. Un pequeño cartel de madera con forma de flecha
indicaba el camino. Sobre el piso, y apoyado sobre el palo que hacía de columna
del primero, otro, tipo pizarra, con los precios de dos o tres comidas
diferentes, se ponía por las mañanas y se retiraba por las noches. Veinte
metros adentro, ya en el bosque y en un claro pequeño, una construcción digna
de ser fotografiada y publicada en las revistas especializadas en arquitectura
como exponente de lo espontáneo y popular, sorprendía al visitante. Rezagos de
todo tipo, llevados desde las demoliciones realizadas en ciudades importantes
correspondientes a casas que iban desde 1890 hasta 1925; paños de chapa lisa de
hierro adornados con extraños floripondios o con flores de lis cinceladas o de
hierro fundido adheridas a sus cuerpos, de boisserie, y puertas de tres o más
hojas con vidrios repartidos y biselados arrancados de algún palacete, hacían
las paredes y los tabiques divisorios del restaurante.
La imagen del volumen: un eclecticismo de los años veinte
y treinta aggiornado de racionalismo con toques de pop-art.
Franqueando la entrada, puerta art nouveau con vidrios de
colores, se chocaba con una mesa de cocina cubierta con un viejo mantel de hule
de motivos floreados. Sobre ella, frascos de diferentes dimensiones que
contenían aceitunas, orejones, salsas de tomate, chimichurri, duraznos al
natural, ciruelas, y otros productos envasados vaya a saber uno dónde, y
cajitas apiladas de diferentes marcas de té, yerbas diversas y dulces variados,
quesos y salamines del lugar, se ofrecían
a la venta.
Este restaurante que seguramente ya no
existe, mereció haber sido visitado y descripto, tanto en lo que a arquitectura
se refiere como a la sociología y psicología de sus dueños y visitantes, por
algún experto observador y relator de las relaciones humanas y sus vínculos con
el entorno que ellos mismos se fabrican. Eran frecuentes las peleas y trifulcas
entre sus mismos dueños a la vista y oídos de los comensales que a veces
quedaban solos cuando los gritos, voces de mando, alaridos y llantos se
retiraban a los fondos donde el insólito matrimonio de tres –era ella y dos
hermanos; uno, apodado el Mensú por Juan debido a su apariencia- se las arreglaba para dormir en la cama
camera y la hija de uno de ellos trabajaba haciendo buenas migas con los
visitantes. Nunca nadie supo quién era el padre y quién el tío; ni ellos, ni la
inocente chica, ni su blanca madre cuya piel contrastaba con la de sus maridos.
Bueno, hubo una reyerta acalorada el día
que se nos ocurrió ir a comer a ese lugar por primera vez. Nos dijeron que era
habitual. Todos comíamos en silencio pues todos queríamos seguir las alternativas y queríamos conocer el
motivo de semejante pelea, todos con un estómago a toda prueba.
En un dormitorio satélite -separado del complejo casa-restaurante de los dueños- dos o tres chicas bien dispuestas y pintarrajeadas completaban los servicios de aquella empresa.
En un dormitorio satélite -separado del complejo casa-restaurante de los dueños- dos o tres chicas bien dispuestas y pintarrajeadas completaban los servicios de aquella empresa.
Esta bueno tu blog Miss Musa !!! Y gracias otra vez por publicarme. Una sola aclaración...en la foto de arriba la palabra empresarios debería haber ido "empresarios"; digamos, entrecomillado !!esa palabra nos quedaba un poco grande !!
ResponderEliminarA.S.
¡ Nada de eso Alejandro ! En su momento y en su lugar, auténticos empresarios.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, soy yo la que debe agradecerte... Y acá lo hago !
Muy buenas las ' chicas' Miss Musa,además siempre se aprende algo con lo tuyo. Como lo del dulce de leche...¿ No me pasarán la fórmula ? Tengo ganas de cambiar de rubro. Guille
ResponderEliminarYo no tengo esa fórmula o receta para la fabricación del dulce de leche, Guille, se la podemos pedir al autor del texto. Si aún la tiene no creo que te la niegue.
EliminarGracias por tu comentario !
Yo conozco esos almacenes de campo, acá es un restaurante, pero es más o menos lo mismo. No se ven ahora, o son recicles preparados para turistas. Los dulces caseros, lo más rico, y el de batata o membrillo en sus latas redondas, que después eran comederos de perros. Lindo este fragmento, los he leído todos y este es uno de los que más me gusta. Griselda Farroni.
ResponderEliminarMe alegra que te guste este texto Griselda, a mi también me parece muy interesante. Recuerdo esas latas de dulce, no sé si aún subsisten.Lo averiguaré...
EliminarGracias por tu comentario, me gustan esos recuerdos tuyos.