lunes, 18 de marzo de 2013

BOSQUE ALEGRE V


El dulce de leche



                                         El autor ( uno de los jóvenes empresarios) y su hermano Gonzalo.

No recuerdo, aunque lo supe, cómo se las había arreglado Juan para conseguir de contrabando aquel informe. Había sido encargado por Molinos Río de la Plata a una consultora de negocios y se sacaba en limpio de aquella prolija pila de hojas, que el emprendimiento de la fabricación de dulce de leche, sería viable para aquella multinacional ya que en el mercado de este producto nunca había habido marcas líderes, de manera tal, que no había que librar una batalla encarnizada contra una marca en particular. Molinos nunca decidió finalmente ocupar su tiempo en ese menester cosa que nosotros sí hicimos, y aunque nuestra envergadura era algo más reducida que la de Molinos Río de la Plata, comenzamos a poner manos a la obra comprando el lote sobre la Ruta 3 en el Km. 128, ubicado en una doble cuenca. La cuenca del Salado y la lechera. Un terreno en “Bosque Alegre”.
Pero no todo era leche en los alrededores de Monte. Además de algunos pequeños tambos y de San Genaro -uno de los más grandes de por allí- existían explotaciones tradicionales agricologanaderas cuyos propietarios se empeñaban en sembrar trigo o maíz que nunca venían del todo bien. Aquí y allá podían verse criaderos de pollos, alguno de porcinos. Había además, a cuadras de la estación del tren, una aceitera, y a muy pocos kilómetros, la fábrica de bujías.
Creímos que aquel lugar de San Miguel del Monte era estratégico para la fabricación del dulce; la cercanía de algunos tambos que serían nuestros proveedores nos aseguraría diaria y puntual provisión de leche.
Algunos años después, que serían dos, mientras producía las bobinas de papel higiénico y una a una las iba apoyando contra la pared, Roberto, nuestro empleado gangoso de labio leporino, me describía el proceso de fabricación del dulce a nivel industrial. No había pasado mucho tiempo desde nuestra incursión en Monte, yo ya me había casado, y a Juan lo veía solo de casualidad y muy esporádicamente. Nunca pude contarle, cuando tuve la oportunidad no me acordé de decirle, que este empleado que teníamos en la papelera  me había dicho que el dulce, cuando no es casero, se fabrica siempre con leche en polvo. Bien lo sabía este ex empleado en dos fábricas de ese producto. Así que la nuestra podía haber estado situada en cualquier parte: en Alejandro Korn, Merlo, Villa Adelina o Villa Carlos Paz; hubiera sido lo mismo a los fines de su elaboración. No son necesarios los tambos cercanos. Agradezco la suerte que trae la ignorancia a veces; no tuvimos ese dato en su momento. De haberlo tenido en cuenta nos hubiéramos perdido de conocer el Bosque Alegre loteado por La Forestal y vendido por Vinelli. El Bosque del escultor, el del nacionalista y su castillo almenado, el de las prostitutas, los camioneros, los hacheros borrachos y explotados, el de los gerentes de la Forestal, el de Eccleston, el de la City, el del Mensú, el de nosotros mismos; lo que hubiera sido muy lamentable.

Relaciones humanas


                               Visión idealizada de ' las chicas trabajadoras'



Además del restaurante que teníamos enfrente y pegado a la estación de servicio que era al que siempre íbamos y donde se comía bastante aceptablemente y en un clima relajado, otro, pintoresco y llamativamente decorado, completaba a lo largo de unos seiscientos metros de banquina la oferta gastronómica del lugar.

Cruzando el asfalto de la ruta, frente a la fortaleza medieval del industrial de las bujías, una realidad más cercana retrotraía a los años veinte. Estaba el restaurante de arquitectura ecléctica de las chicas trabajadoras con sus puertas de vidrios repartidos y biselados, sus cristales azogados y ennegrecidos.
Era visitado fundamentalmente por camioneros atraídos por los buenos precios de la comida casera y además, porque por sumas módicas, podían conseguir compañía femenina por algunos minutos fugaces o si estaban dispuestos a invertir, una, dos, o más horas.
Los camiones paraban a lo largo de una anchísima y cómoda banquina más allá de la cual se ingresaba en el bosque de altos eucaliptus de troncos rectos y finos. Un pequeño cartel de madera con forma de flecha indicaba el camino. Sobre el piso, y apoyado sobre el palo que hacía de columna del primero, otro, tipo pizarra, con los precios de dos o tres comidas diferentes, se ponía por las mañanas y se retiraba por las noches. Veinte metros adentro, ya en el bosque y en un claro pequeño, una construcción digna de ser fotografiada y publicada en las revistas especializadas en arquitectura como exponente de lo espontáneo y popular, sorprendía al visitante. Rezagos de todo tipo, llevados desde las demoliciones realizadas en ciudades importantes correspondientes a casas que iban desde 1890 hasta 1925; paños de chapa lisa de hierro adornados con extraños floripondios o con flores de lis cinceladas o de hierro fundido adheridas a sus cuerpos, de boisserie, y puertas de tres o más hojas con vidrios repartidos y biselados arrancados de algún palacete, hacían las paredes y los tabiques divisorios del restaurante.
La imagen del volumen: un eclecticismo de los años veinte y treinta aggiornado de racionalismo con toques de pop-art. 
Franqueando la entrada, puerta art nouveau con vidrios de colores, se chocaba con una mesa de cocina cubierta con un viejo mantel de hule de motivos floreados. Sobre ella, frascos de diferentes dimensiones que contenían aceitunas, orejones, salsas de tomate, chimichurri, duraznos al natural, ciruelas, y otros productos envasados vaya a saber uno dónde, y cajitas apiladas de diferentes marcas de té, yerbas diversas y dulces variados, quesos y salamines del lugar, se ofrecían  a la venta.

Este restaurante que seguramente ya no existe, mereció haber sido visitado y descripto, tanto en lo que a arquitectura se refiere como a la sociología y psicología de sus dueños y visitantes, por algún experto observador y relator de las relaciones humanas y sus vínculos con el entorno que ellos mismos se fabrican. Eran frecuentes las peleas y trifulcas entre sus mismos dueños a la vista y oídos de los comensales que a veces quedaban solos cuando los gritos, voces de mando, alaridos y llantos se retiraban a los fondos donde el insólito matrimonio de tres –era ella y dos hermanos; uno, apodado el Mensú por Juan debido a su apariencia-  se las arreglaba para dormir en la cama camera y la hija de uno de ellos trabajaba haciendo buenas migas con los visitantes. Nunca nadie supo quién era el padre y quién el tío; ni ellos, ni la inocente chica, ni su blanca madre cuya piel contrastaba con la de sus maridos. Bueno, hubo una  reyerta acalorada el día que se nos ocurrió ir a comer a ese lugar por primera vez. Nos dijeron que era habitual. Todos comíamos en silencio pues todos queríamos seguir las alternativas y queríamos conocer el motivo de semejante pelea, todos con un estómago a toda prueba.

En un dormitorio satélite -separado del complejo casa-restaurante de los dueños- dos o tres chicas bien dispuestas y pintarrajeadas completaban los servicios de aquella empresa.

6 comentarios:

  1. Esta bueno tu blog Miss Musa !!! Y gracias otra vez por publicarme. Una sola aclaración...en la foto de arriba la palabra empresarios debería haber ido "empresarios"; digamos, entrecomillado !!esa palabra nos quedaba un poco grande !!
    A.S.

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  2. ¡ Nada de eso Alejandro ! En su momento y en su lugar, auténticos empresarios.

    Gracias por tus palabras, soy yo la que debe agradecerte... Y acá lo hago !

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  3. Muy buenas las ' chicas' Miss Musa,además siempre se aprende algo con lo tuyo. Como lo del dulce de leche...¿ No me pasarán la fórmula ? Tengo ganas de cambiar de rubro. Guille

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    1. Yo no tengo esa fórmula o receta para la fabricación del dulce de leche, Guille, se la podemos pedir al autor del texto. Si aún la tiene no creo que te la niegue.
      Gracias por tu comentario !

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  4. Yo conozco esos almacenes de campo, acá es un restaurante, pero es más o menos lo mismo. No se ven ahora, o son recicles preparados para turistas. Los dulces caseros, lo más rico, y el de batata o membrillo en sus latas redondas, que después eran comederos de perros. Lindo este fragmento, los he leído todos y este es uno de los que más me gusta. Griselda Farroni.

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    1. Me alegra que te guste este texto Griselda, a mi también me parece muy interesante. Recuerdo esas latas de dulce, no sé si aún subsisten.Lo averiguaré...
      Gracias por tu comentario, me gustan esos recuerdos tuyos.

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