lunes, 28 de noviembre de 2016

UNA LITERATURA DESPOLITIZADA




Una literatura despolitizada



Javier Rodríguez Marcos 







Mario Vargas Llosa (  Fernando Vicente )





Ni todo el ruido del mundo parece distraer del trabajo a Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936). Este año ha cumplido 80 años —el 28 de marzo—, publicado novela nueva —Cinco esquinas (Alfaguara)— e ingresado en la colección más prestigiosa del mundo —La Pléiade francesa—. Días antes de viajar a Guadalajara (México) para abrir hoy el programa de América Latina como invitada de honor de la FIL, donde además recibe un homenaje múltiple, el Nobel de 2010 trabajaba en Madrid en su próxima obra, un libro sobre el liberalismo que sigue un modelo —mezcla de narración, biografía y ensayo— que le apasiona: Hacia la estación de Finlandia, de Edmund Wilson.

En su casa madrileña, durante una pausa en el trabajo, repasó las últimas décadas de literatura latinoamericana usando como guion seis pares de palabras entre cuyos resquicios se colaron la serie de televisión que sigue en estos momentos —Narcos, “muy entretenida; como un folletín decimonónico”— y, por supuesto, la victoria de Donald Trump: “Se comporta como un caudillo. Puede ser nocivo para EEUU, nefasto para América Latina y catastrófico para México”. Cuando se le pregunta quién merecería acompañarlo en la Pléiade recuerda que Octavio Paz y Borges ya estaban allí y añade sin dudar: “García Márquez, Onetti, Carlos Fuentes... Y poetas, que no está César Vallejo”.

Del dictador al narco

“La figura del dictador, que era central en la literatura latinoamericana desde los tiempos del indigenismo y el regionalismo, ha ido desapareciendo porque, afortunadamente, también han ido desapareciendo los dictadores (quedan Cuba y Venezuela). Hay Gobiernos corruptos y Gobiernos mediocres, pero están en el poder porque reflejan una mayoría electoral. Si pensamos en los tiempos de El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias, es un cambio extraordinario. Es posible que el poder corrupto y violento haya pasado del dictador al narco, pero aunque el narcotráfico sea una presencia generalizada hoy en América Latina, no ha producido todavía ninguna obra literaria fundamental. Aparecerá, sin duda”.

Del compromiso a la autoficción

“Otra consecuencia de la evolución hacia la democracia es que la literatura latinoamericana se ha ido despolitizando. Hay entre los escritores jóvenes cierto rechazo al compromiso literario, antes muy reivindicado en nuestro continente por la represión y la falta de libertad que sufríamos. La literatura se ha replegado hacia lo literario. Es uno de los signos de este tiempo. ¿Excepciones? Las hay. Por ejemplo, El olvido que seremos, de Héctor Abad, una magnífica obra de ficción —no sé si decir novela— con gran calidad literaria y una preocupación política central. Puede que otra consecuencia de la despolitización sea una mezcla de fantasía y autobiografía en la que el autor se convierte en personaje: la autoficción. Eso se está dando en toda la literatura contemporánea, no solo en la de lengua española”.

De la gran novela a las series de TV

“No sé si es atrevido decir que a los novelistas de hoy les falta ambición, pero es cierto que los autores más jóvenes ya no creen en la novela total. La ven con escepticismo y consideran que la literatura es más genuina si se repliega en algo más privado. El modelo balzaquiano no está de moda, hoy prima lo kafkiano, lo personal. Existe la sensación de que la novela modelo siglo XIX hoy es el dominio de la televisión. Hay una cierta abdicación frente a la potencia populista de la televisión, que llevaba décadas buscando un género narrativo propio y por fin lo ha encontrado: los seriales, que cumplen ahora la función de la novela decimonónica: llegar al gran público, entretener. La literatura se repliega hacia un mundo menos ambicioso, más intenso que extenso. Con la excepción de los autores de best seller, los escritores no quieren competir con la televisión, reconocen su derrota de entrada. Eso no quiere decir que la gran novela, la novela grande, esté derrotada. De pronto vuelve. Pensemos en Bolaño. Sus dos últimas novelas son muy ambiciosas y han encontrado su público”.

De Borges a Bolaño

“Roberto Bolaño es uno de los autores que ha marcado estos 30 años. Los detectives salvajes me gustó mucho. 2666, algo menos; me pareció más desarticulada. Bolaño es una síntesis muy interesante entre modernidad y tradición: tiene ese afán tradicional de construir personajes y de contar historias y, a la vez, una gran inventiva formal. También me impresionó La literatura nazi en América. Aunque quizá no lograda del todo, la idea era muy original: insuflar contenido político a una historia de libros inventados, algo muy borgiano. Borges, por cierto, sigue vigente. Tal vez más que cuando murió, hace 30 años. Hoy nadie discute su magisterio ni el protagonismo que tiene en la literatura contemporánea, no solo latinoamericana. Es la gran figura de los últimos 50 o 60 años en la lengua española, sin ninguna duda. Me parece tan indiscutible como Cervantes, Joyce o Faulkner. Todos hemos aprendido de él. Y eso, es cierto, sin escribir novelas. De hecho, sentía cierto desprecio por la novela. Todos los perfeccionistas han visto siempre la novela con reticencias porque es un género imperfecto. La perfección no es novelesca. La novela es el retrato de un mundo en el que la imperfección es la norma. Por eso refleja tan bien una sociedad en permanente movimiento”.

Del campo a la ciudad

“La literatura latinoamericana se ha vuelto más urbana porque también América Latina se ha vuelto así. La literatura indigenista nace en una época en que el campo prevalecía sobre la ciudad. Ya no. Hoy la ciudad atrae como un imán a los campesinos en busca de oportunidades. Ciudad de México y São Paulo están entre las urbes más grandes del mundo. Diez, 15, 20 millones de habitantes son un problema, pero, aunque se viva mal en una ciudad, se vive mejor que en el campo. Eso también tiene su reflejo en los géneros literarios porque la novela es un género eminentemente urbano, nace y crece con la ciudad. Del Perú, el país que mejor conozco, obviamente, se decía que era un país de poetas, pero la nueva generación es sobre todo de narradores. Y de narradoras, ese es otro de los grandes cambios: la incorporación de la mujer. El machismo es todavía una realidad muy fuerte, pero si no comparas con el ideal sino con el pasado, la transformación es enorme. La mujer, si no se ha liberado del todo, sí ha ganado espacio combatiendo el prejuicio y la discriminación. Y eso se refleja en la literatura”.

De una desigualdad a otra

“En ciertos países ha habido un crecimiento que ha permitido que se beneficiara la sociedad en su conjunto, pero en América Latina las desigualdades son vertiginosas, y no como resultado de la simple competencia, sino del privilegio o de la corrupción. Es interesante el caso de Brasil: parecía que había despegado, pero todo se ha parado por la corrupción. No es que haya habido golpes militares, como antes. Es la putrefacción del sistema la que ha permitido que muchos políticos se hagan millonarios y multimillonarios. También el narcotráfico juega un papel fundamental. Las fortunas que ha creado son de las más importantes de América Latina. Y nacen del crimen y de la corrupción. Por una parte las dictaduras han ido cayendo y las formas democráticas van echando raíces, pero al mismo tiempo existe esa presencia del crimen de nuestra época, el narcotráfico, que juega un papel político, social y cultural. Pero no veo que la literatura refleje ese estado de cosas. No conozco ni grandes ensayos ni grandes ficciones que muestren esta cara. Quizás por el desinterés de los escritores jóvenes en llevar lo social a la literatura”.








Fuente: El País. España.











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