El accidente y sus delirios
Alejandro Schleh
Iba y venía del lejano sueño, sumida la conciencia, paseaba por los vericuetos de mi mente. Nunca pude convencer a nadie en casa del sentido de conciente inconsciencia en que me hallaba por momentos. Debe haber sido por lo deplorable de mi imagen y por las locas advertencias que los médicos habían aventurado sobre mi futuro.
No sabía si era un sueño en sordina. Si
aquella lejana sirena venía por mí o por quién; si alejado yo de mí mismo era
espectador o protagonista. Algo había pasado. Sería acaso una nueva etapa de mi
vida la paz que me invadía. Una reencarnación. Las marcas con que la vida había
señalado mi alma desfilaron por mi mente en una fila interminable; me fue
vedado el subconsciente. Nada sabía con certeza y claramente, nada me
preocupaba; y algo quizá grave había sucedido con mi cuerpo, yo era sólo mi
alma con las marcas indoloras. Sólo, todo paz. Un alma desalmada a la que nada
ni nadie importaban. Sabía que tenía hijos, mujer, madre, hermanos; eran datos,
nada más. Un lejano conocimiento archivado en alguna parte dando vueltas por
otra. Una ausencia del tiempo y el espacio aquel liviano paraíso.
Estoy seguro que existen distintos estados
o grados de inconsciencia, así como de comas. Los médicos dicen coma cuatro, coma
tres, y los van numerando hacia arriba o hacia abajo. Quizá sea lo mismo.
Inconciencia uno, inconciencia dos, y así. Y de ser de ese modo, ella itineró
por aquellos números cardinales, errática y libremente. Pude registrar algunos
momentos importantes. Cómo cuando tirado aún sobre el asfalto encorsetaron mi
cuello con otro de plástico. Sabía qué cosa estaban haciendo. Cómo cuando me
hicieron mover la mano izquierda y luego la derecha. “Mueva el pie derecho,
mueva el izquierdo”, dijeron. Sabía que me estaban probando. Sabía qué cosa
estaba sucediendo cuando al unísono algunas personas contaron “Uno, dos, tres!”
y de un solo movimiento me pasaron a la camilla. Recuerdo haber visto a gente
mirándome, un público numeroso, un flash. El zarandeo de cuando me
transportaron escasos metros. Recuerdo también las luces en el techo de
la ambulancia cuando me introdujeron en ella: la camilla que se deslizaba
sobre ruedas; mi cabeza iba hacia atrás mientras que las lucecillas lo hacían
adelante. Las recuerdo tenues, nada encandilantes. Recuerdo algún momento del
viaje. La fuerza centrífuga en las curvas y la inercia en las frenadas.
En el hospital hubo momentos de los cuales
nada recuerdo; otros cortos, sin embargo, de tiempo y espacio para el
divertimento. Aquellos en los que desde la inconsciencia alcanzaba la
conciencia y quedaron indelebles en el recuerdo. Como cuando relaté a los
médicos que querían hacerme hablar -quizá para mantenerme despierto- cómo había
conseguido toda la munición que tenía guardada en casa. Todo un absoluto
invento; fue un delirio, pero absolutamente intencionado, así, la mente
disparada es increíble en ése y en cualquier estado.
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Vi desfilar entre sueños algunos de mis
hijos; se pararon a mi lado y hablamos algo que no recuerdo. Cuando estuve bien
me dijeron que los había estado echando y pidiendo que me dejaran tranquilo,
que quería estar solo, que estaba de lo más antipático. De mi hijo mayor,
recuerdo, que se le cayeron unas lágrimas escasas cuando me vio. Me enteré
luego que había cargado cierta tensión hasta ese momento pues tuvo que ejercer
algún dominio de la situación ante el imprevisto; mi mujer estaba demasiado
nerviosa, parece que al verme tirado sobre la cama de fierros cromados en
que estaba depositado se aflojó un poco.
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Volaba entregado a sueños fantásticos o por
el más profundo de los vacíos cuando dos enfermeras levantaron la sábana y me
bañaron con una gran esponja, un enorme prisma rectangular casi cúbico que
alcancé a distinguir de color gris; creo lo mojaban cada tanto en unas
palanganas. Lo hicieron con gran profesionalismo; sentía la espuma por todas
partes y la sensación de ser tratado y movido como un niño. Mi estado no me
permitió tener asco pero sí pensar que seguramente con la misma esponja
bañarían a todo el mundo y difícilmente la limpiasen o cambiasen con cada
paciente como la higiene impone. No era mi problema en aquel momento y hoy
espero haber estado equivocado en aquella apreciación.
Descubrí unas ventosas con cablecitos
adheridas al pecho –creo eran monitoreo de corazón y pulsaciones- y un tubito
con una aguja en el extremo que estaba clavada en la muñeca o alguna parte del
brazo que llevaba suero, nada más. No tenía sondas ni mangueras de ningún tipo
en los orificios.
Imaginaba prejuiciosamente que no eran
estrictos con la esponja. Sí lo eran con las visitas; veía que antes de
acercárseme debían lavarse las manos en un lavatorio que se veía a trasluz
detrás de un biombo del otro lado del cual, creo, había pacientes del otro
sexo, lo que me hace pensar que descuentan que cuando uno esta en terapia
intensiva la libido tiende a cero. Modestamente me permito disentir en este
aspecto pues la cercanía de aquellas mujeres de las cuales estaba separado sólo
por un biombo de fina tela o plástico, aunque quizá agonizantes, me produjo en
algún momento, una agradable sensación de promiscuidad.
De todas maneras no se me pasó por la cabeza mudarme de cama lo que demuestra
que acaso los médicos y los arquitectos que diseñaron aquella pequeña sala de
terapia intensiva tuviesen algo de razón al pensarla unisex. Sí. Tuvieron
razón. Nunca me hubiera metido en la cama con esas viejas moribundas; así que
no entiendo lo de la agradable sensación de promiscuidad como tampoco entiendo
por qué habrían de ser viejas moribundas de pelos escasos y teñidos de rubio o
castaño y con raíces blancas de cuatro centímetros de largo y prótesis dentales
guardadas en cajitas, y no jóvenes esbeltas atletas sufrientes de algún
percance deportivo.
De El Golpe ( Fragmentos)
Es verdad eso que dice el autor. Yo también pasé por esa experiencia de estar conciente -por momentos escasos- de mi estado de coma o inconsciencia. M.Britos
ResponderEliminarHola Marta, que alegría encontrarte nuevamente. No imaginaba que pasaras por esa experiencia. Cuando tengas ganas y puedas contame. Cariños !
EliminarLo raro en esos momentos es el abandono. Cómo uno se entrega, abandona su cuerpo a lo que sea; que hagan lo que quieran. Uno está consciente de como lo trasladan,lo suben, lo bajan o lo olvidan. Y el sueño, siempre el sueño a cada rato te vence y a veces, ese sueño se nos viene acompañado de los sueños, los otros, próximos o no al desvarío. No se está tan mal; y eso es raro. Gracias Miss Musa. A.S.
ResponderEliminarQue interesante lo que contas Alejandro...de todas maneras no quisiera vivir lo que estás contando, no al menos como consecuencia de esa experiencia traumática. Acaso Sí, como efecto de otra más agradable.
EliminarGracias una vez más por permitirme compartir con mis lectores tus valiosos textos.
( Derechos de autor reservados)
esos comentarios sobre desvarios, sueños,visiones surrealistas y otras yerbas, en estado de inconsciencia, aparecen en muchos cuentos de éste, del siglo pasado y anteriores. Idas y venidas al otro mundo. En nuestro pais, Victor Sueyro es especialista: le dedica libros a eso. ANÓNIMO VENECIANO
ResponderEliminarHola ANÓNIMO VENECIANO...también has regresado ! No he leído los libros de Sueiro, pero si he oído de ellos. Lo que no sé si sabés es que de su Ultimo Viaje, lamentablemente, no ha regresado.
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