El Golpe
Alejandro Schleh
El 24 de Marzo de 2004, día en que tuve el accidente con la bicicleta, había sido un día muy especial. No porque se festejó o repudió el golpe de 1976 con una comparsa como todos los años, o por el fuerte golpe qué, alrededor de las siete y media de la tarde me dí en la cabeza contra el cordón de la vereda y terminó llevándome al hospital para ser internado por primera vez en mi vida, sino porque por la mañana, habíamos enterrado a mi prima esquizofrénica luego de veinte años de relación intensa. Relación, por otra parte, que había comenzado a saturar mi ánimo y de la cual no encontraba escapatoria diferente de la que finalmente fue.
Aquel día de Marzo y los golpes. La conmemoración o repudio del cívico-militar, el de la cabeza, aquel entierro. Fue guardado en la memoria para siempre luego de mi recuperación; el primero de ellos, el menos importante para mí
Nunca supe si los desfiles de los días 24 de Marzo se realizan para festejar un año más desde el día en que se produjo aquel golpe militar del 76 o para repudiarlo. Un clima absolutamente festivo recorre Av. de Mayo desde el –dicho con el mayor de los respetos- Honorable Congreso de la Nación hasta la Casa Rosada. Murgas profesionales contratadas para realzar el “evento” llaman la atención con sus contorsiones espasmódicas y sus bombos mientras avanzan haciendo las delicias de cientos y cientos de curiosos vernáculos y de turistas de todas partes del mundo que, excitados, disparan sus cámaras y registran instantáneas y videos. Columnas embanderadas detrás de gigantescas banderas, pancartas y pasacalles portátiles, avanzan cuidando de no tirar al piso a quién, caminando sobre zancos, desparrama sobre las cabezas de la gente, panfletos que nadie se esfuerza en leer. Agita los brazos revoleándolos y saludando a los chicos boquiabiertos. Los extranjeros con sus mochilas a cuestas y sus botellas de agua mineral en la mano –no sé porqué se la pasan tomando agua los extranjeros- señalan la humareda grisácea dejada por las bombas de estruendo mas allá de la altura de las cúpulas mientras las palomas vuelan espantadas.Tuve que bajar de la bicicleta para poder cruzar la gruesa columna de manifestantes que ocupaba el ancho de la avenida y me quedé mirando el espectáculo por un buen rato. En realidad no estaba mal. Compré una bolsita de garrapiñada que fui comiendo hasta terminar volcándola dentro de la boca con una mano mientras con la otra sostenía mi vehículo de cuyo manubrio pendía la bolsa con el titulo de propiedad.Me encontraba parado en el flanco norte de la Av. de Mayo en su intersección con Sáenz Peña, casi donde ésta cruza Rivadavia y toma el nombre de Paraná, justo frente al edificio que por años lució una de sus dos cúpulas color terracota absolutamente inclinada y de la que tuvo que, según creo, hacerse cargo el gobierno de la ciudad para volver a su posición original ya que el consorcio no tenía los medios.
Pocos meses antes había comprado aquella bicicleta de media carrera, con manubrio bajo e incómodo, en la feria americana ubicada en un barrio sin contorno, ignoto de Buenos Aires.
Luego de entretenerme un rato con las murgas de Avenida de Mayo, seguí camino a lo de mi madre. No usaba la segunda. Arrancaba en primera y pasaba a tercera directamente. Era como manejar un BMW, me decía. Disfrutaba de la velocidad y de la libertad que aquel día sentía haber ganado. No porque vivíamos en democracia y era el aniversario del golpe militar. Tampoco porque como pez escurridizo en el agua me movía en medio de los autos y avanzaba sin padecer aquel tránsito semi-paralizado y caótico. Sino porque aquel veinticuatro por la mañana se terminaba de abrir uno de los bretes en que la vida me había metido y del que no supe encontrar escapatoria a lo largo de muchos años.
Nunca había experimentado pasar un cambio en falso con una bicicleta de ese tipo a gran velocidad. Como en un auto el motor se pasa de vueltas y trepa a cuatro mil revoluciones como si tal cosa cuando uno pasa de primera a segunda y queda frustrado el cambio y la palanca en punto muerto, así sucede con la bicicleta cuando después del embalar en primera el cambio no entra correctamente en la segunda o tercera velocidad y la cadena se sale de su recorrido normal sobre alguno de los piñones. Más si uno es inexperto. En este caso el motor es uno y es uno el que se pasa de vueltas. El cuerpo entero tiene programado pisar fuertemente el pedal y todas las leyes de la física en ese momento están preparadas en ese sentido. El resultado es que, por segundos interminables en que la bicicleta queda zigzagueando locamente mientras las piernas giran en vacío, se corre el riesgo de terminar estrellado contra el piso. A veces se consigue retomar el equilibrio como ocurrió la primera vez que me pasó algo semejante. Jamás imaginé, que podría haber una segunda.
Del golpe de mi cabeza contra el cordón de la vereda nada recuerdo. Supe por terceros – vecinos comerciantes del lugar donde me accidenté, Paraná casi Av. Córdoba- que, boca arriba, yacía tirado sobre el asfalto rodeado de curiosos. Sobre mi pecho, algo que algún transeúnte comedido había puesto allí para asegurar que no se extraviase, me adornaba y daba el toque irónico y de humor negro a mi desgracia. Era el título de propiedad de la bóveda de la familia dentro de una bolsita de nylon de Carrefour. El que hasta el momento del accidente colgaba del manubrio de la bicicleta maldita obtenida del canje de las billeteras de descarte y que recibí de manos del sepulturero en horas de la mañana de aquel día. Eran las siete y media de la tarde, ocho de la noche, más o menos. No estaba en mi proyecto volver al cementerio el día siguiente.
me parece una tremenda irreverencia de parte del autor hablar de murgas y comparsas en tan importante tema...hay desaparecidos, genocidas y un Nunca Más de por medio.
ResponderEliminarBritos,Marta.
Marta, es nuestra vida, nuestra historia reciente, no hay irreverencia sino respeto en el recuerdo. Y ese profundo sentimiento que nos embarga cuando recordamos. Leelo de nuevo y verás. Gracias por estar ahí siempre.
EliminarMuy bueno Miss Musa, me gusta como la vida y la muerte se mezclan en distintos planos, pero siempre las dos, ahí. Vidas y muertes.Vida. R.
ResponderEliminarGracias R....Interesante tu manera de leer este texto, vida y muerte entrelazados tal como lo es la misma Vida... ( valga la redundancia )
EliminarNo creo faltar respeto a nadie...hace tantos años ya...en el 2004, 24 de Marzo, tuve impresión de "comparsa" al ver a alguien en zancos tirando panfletos y entre sus piernas una murga haciendo contorsiones...lógicamente no eran los únicos que estaban presentes, eran una pequeña minoria formando parte de la larguisima columna de militantes y adherentes espontáneos. Evidentemente contratados. Me pareció mucho circo para honrar muertos y denostar un golpe civico-militar.
ResponderEliminarAlejandro Schleh
Por supuesto que es así Alejandro, así se lo lee, con respeto pero con colorido, con los claroscuros de la vida y la historia. No vivimos en un Mundo Gris aunque a veces los oscuros nos entristecen, también está la luz, esa luz que no siempre valoramos lo suficiente y se llama Democracia.
EliminarOtra vez mi agradecimiento por permitirme publicar esto.