Edificios impopulares que vuelven a ponerse de moda
Jonathan Glancey
Trellick Tower, en Londres, se convirtió en una insignia de arte de su época, si bien los residentes tienen opiniones
más ambivalentes sobre su belleza.
Llama la atención que a algunos de los
arquitectos encargados de la creación de las viviendas de la clase
obrera y de los edificios públicos desde mediados de los cincuenta hasta
comienzos de los setenta no les importara que los llamaran brutalistas.
¿Quiénes, particularmente aquellos a
los que la barbaridad de la Segunda Guerra Mundial afectó con más
fuerza, querrían vivir en edificios brutales?
Este curioso nombre es un juego de palabras con la expresión francesa béton brut,
que significa concreto crudo, un material que en manos de un arquitecto
y artista como Le Corbusier podía transformarse en algo
extraordinariamente bello.
Brutalismo para hacer revolución
El término "brutalista" fue concebido y popularizado por Reyner Banham, un crítico arquitectónico inglés excesivamente barbudo y decididamente moderno de la influyente revista The Architectural Review. Pretendía designar a arquitectos de nueva casta, jóvenes y ambiciosos que, mientras construían una utopía socialista de la posguerra, desafiaban lo que consideraban el modernismo burgués y fantasioso de los años treinta.
Brutalismo para hacer revolución
El término "brutalista" fue concebido y popularizado por Reyner Banham, un crítico arquitectónico inglés excesivamente barbudo y decididamente moderno de la influyente revista The Architectural Review. Pretendía designar a arquitectos de nueva casta, jóvenes y ambiciosos que, mientras construían una utopía socialista de la posguerra, desafiaban lo que consideraban el modernismo burgués y fantasioso de los años treinta.
Más
bien, irónicamente, el Royal Festival Hall se convirtió en uno de los edificios
británicos más populares de la posguerra.
Mientras
tanto, las galerías de arte y los bloques de viviendas brutalistas se
consideraban en general, hasta hace poco, como monstruosidades de concreto
deshumanizantes, frías y húmedas.
El Teatro Nacional de Londres se considera un clásico brutalista, aunque no sigue
la receta exactamente.
El centenario de Sir Denys Lasdun, un
distinguido arquitecto moderno, este mes de septiembre centra su
atención en qué fue exactamente el brutalismo, por qué fue tan común en
muchos países, por qué fue tan efímero y por qué, después de un largo
período de capa caída, ha vuelto a ganar puntos en la estima de los
críticos.
Este proceso ha estado ocurriendo desde
principios de los noventa, cuando pintores, diseñadores y arquitectos
jóvenes comenzaron a deleitarse con tales edificios de mala fama, como
la Trellick Tower de Erno Goldfinger.
Se trata de un bloque de viviendas de concreto
de 31 pisos terriblemente brutal terminado en 1972, que proyecta una
sombra monumental sobre lo que antes se consideraban como las tierras
baldías o el interior bohemio del oeste de Londres.
Vivir en la Trellick Tower se convirtió en una
insignia del arte de moda, aun cuando los residentes de larga data
tienen opiniones más ambivalentes de este vigoroso bloque de viviendas.
Inspiración nazi
Muchos -sin duda, la mayoría en Gran Bretaña-,
estuvieron de acuerdo con el Príncipe de Gales cuando describió el
centro comercial brutalista Tricorn en Portsmouth como un "bulto
enmohecido de excrementos de elefante".
Diseñado por Rodney Gordon, de la Asociación
Luder Owen, había sido uno de los principales desarrollos comerciales de
una ciudad que brutalmente bombardeada por la Luftwaffe.
En un artículo publicado en el diario británico The Guardian, el crítico y locutor Jonathan Meades afirma que "la imaginación de Gordon era (…) fecunda, rica, descontrolada".
"Estaba hechizada por el constructivismo ruso,
los castillos de los cruzados, horizontes levantinos. Hay tantas ideas
en un solo edificio Gordon como las hay en toda la carrera de la mayoría
de los arquitectos", dice. Para él, Gordon era nada menos que "un
genio".
Sin embargo, otros observadores han señalado que
-junto con otras tantas "obras maestras" brutalistas como la Hayward
Gallery de Londres y el edificio de Leyes de la Universidad de
Pittsburgh- el Tricorn Centre también debe algo a los emplazamientos de
artillería nazi construidos a lo largo de la costa atlántica de Francia.
Estas edificaciones, creadas por la formidable
Organización Todt y que eran verdaderamente brutales, fueron halladas
por las tropas aliadas en 1944.
Otros, como las asombrosas torres de fuego
antiaéreo en Hamburgo y Viena diseñadas por Friedrich Tamms, un
arquitecto que contribuyó a dar forma al Muro del Atlántico, se parecían
demasiado a las galerías de arte y bibliotecas universitarias
británicas de los sesenta.
Qué extraño resulta que estos hubieran revelado
una nueva arquitectura para las ciudades que habían sido bombardeadas
por Alemania.
Conmoción por lo novedoso
Esta lamentable asociación hizo por sí sola que el brutalismo fuera ampliamente impopular.
Había otras razones entendibles. Al surgir en la era de los "jóvenes airados", en la literatura, el teatro, el cine y la musique concrète, esta nueva arquitectura tenía como fin ser asombrosamente novedosa.
También coincidió -de hecho, con frecuencia era
sinónimo- con la reconstrucción radical de centros urbanos en todo el
mundo, donde las autopistas urbanas, pasos a desnivel de concreto y la
burda reurbanización comercial iban fuertemente de la mano.
Más que esto, el concreto crudo se veía
implacablemente sombrío bajo un cielo gris, teñido con demasiada
facilidad por la lluvia y, por algún motivo, parecía un objetivo natural
incluso para los jóvenes más aireados, que rociaron las paredes de las
estructuras brutalistas con grafiti.
La Catedral de Coventry, del arquitecto escocés Basil Spence.
Los arquitectos que hicieron un mejor uso del béton brut
y de nuevas formas valientes en climas húmedos y grises fueron los que
vieron nuevas oportunidades para crear horizontes novedosos y
emocionantes con nuevos materiales.
El Barbican, un exuberante complejo de viviendas
de la Corporación de Londres, diseñado por Chamberlin, Powell y Bon
para llenar un enorme sitio bombardeado creado en 1941 por la Luftwaffe,
es una cosa brillante, una especie de versión de los años 50 de la
arquitectura barroca inglesa de principios del siglo XVIII de John
Vanbrugh y Nicholas Hawksmoor.
Bellamente construido, el Barbican podría haber
parecido brutal; no obstante, era noble, hacía referencia a la historia y
guardaba respeto a la cercana Catedral de San Pablo de Christopher Wren
y a las iglesias medievales bajo su sombra.
No es de extrañar que fuera catalogado como
edificio protegido en 2001, mientras que se demolieron otros edificios
brutalistas más abiertamente agresivos, como el Tricorn Centre de
Portsmouth.
Instituciones como English Heritage han tenido
una relación ambivalente con el brutalismo, recomendando la protección
de algunos y la destrucción de otros.
Como explicó Simon Thurley, director ejecutivo
de English Heritage en la exposición itinerante Brutal and Beautiful del
año pasado, "pocas áreas de trabajo de English Heritage son tan
controvertidas… algunos aún ven los edificios de la época como
monstruosidades de concreto, otros como hitos finos en la historia del
diseño de edificios".
Tal vez esto ayuda a explicar por qué Lasdun,
quien desembarcó en una playa de Normandía durante el Día D y que quiso
crear una arquitectura de posguerra novedosa y audaz que todos pudieran
apreciar, hizo hincapié en que "no era un brutalista", aunque hizo uso
del béton brut.
Tal vez sea difícil de creer hoy día, pero el
barroco y el gótico también fueron términos de burla. ¿Llegará el
brutalismo a sobrevivir a su etiqueta deliberadamente polémica?
Fuente: BBC Culture
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