viernes, 7 de noviembre de 2014

EL MURO: HISTORIAS ....







Diez historias berlinesas *







Reunificación agridulce

Peter Steglich y Mercedes Álvarez
Ex embajador de la RDA
El derrumbe de la RDA fue para Peter Steglich al mismo tiempo “una catástrofe” y “un golpe de suerte”. Una catástrofe porque desaparecía el Estado al que él representaba como embajador, y un golpe de suerte porque le ha permitido estar con su mujer actual, la española Mercedes Álvarez. La pareja se había conocido en una conferencia en Madrid en la que ella trabajaba como intérprete. Pero Álvarez, una niña de la guerra que había pasado la infancia en la Unión Soviética, no estaba dispuesta a trasladarse de nuevo al otro lado del telón de acero. “Les decía a mis amigas que si él fuera alemán occidental podríamos estar juntos sin problemas. Pero que siendo del Este era imposible”, recuerda en el salón de su apartamento. El Muro cayó y en 1990 ya estaban viviendo juntos en el Berlín sin fronteras. Las elecciones que se celebraron en marzo de ese año ya demostraron que el régimen para el que trabajaba Steglich estaba condenado a la disolución. Con la integración en la RFA, su puesto de diplomático desapareció de la noche a la mañana y pasó a la jubilación forzosa. “Para mí fue una pena, pero con el tiempo ha quedado claro que la gente quería otra cosa. No habría tenido sentido mantener ese país artificialmente”. ¿Añora la RDA? “No. Lo que existía no lo echo de menos. Y la que yo habría deseado no era posible”.



Factor de cambio
Astrid Landero

Ex-periodista y directora de un centro para mujeres
“Algo importante tiene que pasar este año”. Astrid Landero comenzó 1989 con miedo en el cuerpo. Veía que la situación era insostenible y anotó esta frase en su diario el 1 de enero. Esta periodista que entonces trabajaba para la radio de la RDA y ahora dirige un centro para mujeres confiaba en que las nuevas generaciones limpiarían el sistema. “No queríamos destruirlo, sino mejorarlo. Creíamos que la solución era una confederación entre las dos Alemanias y no una unión inmediata. No nos dábamos cuenta de que el sistema ya estaba muerto”.
Según como se mire, Landero podría considerarse como una de las perdedoras del cambio. Pasó de tener un trabajo fijo y poder viajar con relativa facilidad gracias a su condición de periodista a entrar de lleno en el capitalismo, con sus glorias y miserias. Desde entonces ha encadenado épocas de desempleo con trabajos improvisados de autónoma. Pero ella está contenta. “La idea de seguridad que nos vendieron en la RDA era una gran mentira. Además, la incertidumbre me hace sentir viva. A mis 60 años, acabo de hacer un curso para trabajar como guía turística. He descubierto talentos en mí que no pensaba que tuviera”, concluye.

Promesas del este
Dagmar Enkelmann
Presidenta de la Fundación Rosa Luxemburgo
En el cartel con el que se presentó a las elecciones de 1990, Dagmar Enkelmann aparecía con sus hijos pequeños. “Hoy no lo haría, pero eran los primeros comicios y no sabíamos qué debíamos hacer”, asegura esta mujer que militaba en el Partido Socialista Unificado –el que acaparó el poder durante 40 años en la RDA– y luego salió elegida diputada por su heredero, el Partido del Socialismo Democrático.
Pasaron casi dos meses desde la caída del Muro hasta que la hoy presidenta de la Fundación Rosa Luxemburgo se decidiera a cruzar al otro lado. “Me daba miedo de que cerraran las fronteras de repente y no me dejaran volver. Tenía claro que quería quedarme en el Este”, explica.
Enkelmann recuerda con emoción la multitud de discusiones y reuniones políticas en las que participó en los meses anteriores al derrumbamiento del régimen. “Sobre el papel de las mujeres, sobre la cultura… hablábamos de todo. Pero en ese momento nadie pensaba en la reunificación. No era tema de discusión. En diciembre de 1989 esto empezó a cambiar”, recuerda. Y 25 años más tarde, ¿qué opinan las nuevas generaciones? “Todo ha cambiado mucho. Cuando le hablo a mi hijo de estos temas, me dice que para él no tiene un significado especial ser del Este”.

Huida de la URSS
Wladimir Kaminer
Escritor de origen ruso
Wladimir Kaminer llegó a Berlín pocos meses después de la caída del Muro sin hablar una palabra del idioma local. Desde entonces, este ruso se ha convertido en un autor superventas en alemán. ¿Por qué no escribe en su lengua? “Porque quiero llegar a la gente. Y mi público no sabe ruso”.
El autor, que se hizo famoso con su primer libro de relatos, Disco rusa, acabó aquí por casualidad. En realidad quería huir de la Unión Soviética y reunirse con amigos en Dinamarca. Pero el hundimiento de la RDA le pilló de camino y decidió quedarse. Conoció un Berlín en eclosión, donde participaba en el movimiento okupa. “Venía gente con ganas de hacer cosas que no tenían cabida en el resto de Alemania, tan conservadora. En este barrio hay tres calles que se conocían como LSD. El nombre de cada una comenzaba con una de esas letras. Ahora voy a una de ellas para recoger a mis hijos del colegio”, dice entre risas. Más serio, Kaminer matiza que lo fundamental no eran las drogas, sino poner en marcha sus proyectos y desarrollar manifestaciones artísticas acordes con los nuevos tiempos. Desde entonces, ha asistido como espectador a los cambios en la sociedad alemana. “Aquí sí se ha creado un nuevo país. No como en Rusia, donde siguen con la idea delirante de forjar de nuevo un imperio”, reflexiona sentado en una terraza berlinesa.


Ficción y realidad
Susanne Schädlich
Escritora que volvió a Berlín en 1991
Susanne Schädlich se enteró del fin del muro que había condicionado su vida en el bar de Los Ángeles donde trabajaba de camarera. Tras un periplo que le había llevado a huir de la Alemania comunista a la occidental, y de ahí a la meca del capitalismo, no podía creer lo que estaba pasando. “Me llamó un amigo para avisarme, pero le colgué pensando que era una broma. Verlo por televisión rodeada de palmeras hacía todo más irreal aún. Necesité tiempo para darme cuenta de la magnitud de lo que había pasado”, rememora.
No volvió a vivir a Berlín hasta 1991. Y se encontró con una ciudad totalmente distinta.
“Surgían clubes por todas partes. Los alquileres eran muy baratos y había muchas ganas de agitar el ambiente cultural”. La caída del Muro no tenía solo efectos políticos: “Al principio estaba desorientada, la barrera que nos había dividido durante décadas también funcionaba como un elemento para orientarse en la ciudad. En cualquier caso, era bonito perderse porque por fin uno podía ir a donde quisiera”, ­asegura la escritora, que acaba de publicarEl señor Hübner y el ruiseñor siberiano. ¿Cuál es el marco en el que transcurre la novela? La RDA, por supuesto.



El testigo
Roland Jahn

Comisionado del Gobierno para los papeles de la Stasi
“Triunfo”. Es la palabra que dice Roland Jahn cuando se le pregunta por lo que sintió el día que Berlín volvió a ser una sola ciudad. “El Muro me había obligado a irme de mi hogar. Vivía la libertad del Oeste. Pero a medias: mi familia estaba al otro lado”, asegura este hombre que luchó contra el régimen comunista, trabajó como periodista y desde 2011 ejerce como comisionado del Gobierno para los papeles de la Stasi.
La noche del 9 de noviembre, Jahn retransmitió desde el primer canal de la televisión pública alemana lo que tanto tiempo llevaba deseando. Nada más dejar los micrófonos, corrió al Este. “Cuando llegué a mi ciudad me pareció otra. No es que ella hubiera cambiado. Era yo, que ya no estaba acostumbrado a lo sucia, gris y desvencijada que estaba. Cuando oigo decir que las cosas eran mejor en la RDA, siempre pienso en esa grisura”. Jahn lidia hoy con uno de los peores legados del régimen comunista: los papeles que documentan cómo unos alemanes denunciaban a otros. ¿Cómo curar esas heridas? “Han pasado 25 años y hay que dar una segunda oportunidad a los que colaboraron con la Stasi. Pero siempre sobre una base: respeto a las víctimas, reconocimiento de la injusticia cometida y ayuda para esclarecer los hechos. La reconciliación no puede ser una obligación, necesita un proceso”.

Diferencias difusas
Ketharina Marggraf y Sven Tesanovic
Criados en el Berlín Occidental, hoy viven en el Este
Crecieron en el mismo barrio de Berlín Occidental, pero las reacciones a la caída del Muro en las casas de Katharina Marggraf y de Sven Tesanovic fueron muy distintas. Para la familia de ella suponía la posibilidad de acabar con las fronteras que dividían a los ciudadanos. El padre de él, que había salido de Yugoslavia en 1970, temía que el desmoronamiento de la RDA provocara un efecto dominó que acabara destruyendo su país de origen. Un diagnóstico que a los pocos años se confirmó. “Él no podía compartir la alegría que veía a su alrededor”, recuerda su hijo.
Al poco del 9 de noviembre, el cambio ya se notaba en las calles. “De repente empezamos a ver los pequeños Trabant [coche típico de la RDA] que hasta entonces solo circulaban al otro lado de la frontera”, añade su mujer, que entonces tenía solo ocho años. Un cuarto de siglo más tarde, Marggraf y Tesanovic han formado una familia en la parte de Berlín que no pudieron conocer de niños. La llegada de alemanes occidentales ha impulsado los precios del alquiler, expulsando a los antiguos habitantes de este barrio con menores rentas. Frente a la curiosidad inicial, las diferencias con los ossis (como en Alemania se llama coloquialmente a los del Este) son cada vez más difusas. “Antes esa palabra podía ser negativa, pero con el tiempo ha ido perdiendo ese matiz”, asegura Marggraf.


Entre moteros salvajes
Manfred Soreneit
Jubiado y motero que huyó de la RDA
Manfred Roseneit llega en bicicleta a la cita frente al edificio del Reich­stag. Pese al resfriado que arrastra y los kilómetros que le separan de su casa, no ha querido perder la oportunidad de contar la historia de su huida de la RDA el mismo 13 de agosto de 1961 en el que se levantó el Muro. “Fue mi hermana la que me avisó. ‘Despierta. Están cerrando la frontera’, me gritó. Fue como un shock.Creo que nunca en mi vida me levanté tan rápido de la cama”.
Tras 22 años de vida en Berlín Este, tuvo suerte y pudo pasar al otro lado de la frontera. “Al mismo tiempo estaba increíblemente contento y triste, porque no sabía cuándo podría volver a ver a mi familia y amigos”, asegura. Han pasado más de cincuenta años desde entonces, pero mantiene frescos los recuerdos. No se ha olvidado, por ejemplo, de los 2.000 marcos que en tiempos de la RDA costaba una televisión, una cifra fabulosa si se tiene en cuenta que un sueldo medio rondaba los 500.
Ya jubilado, Roseneit disfruta de la libertad que le da la moto. “De joven nunca pensé que un día podría viajar por los alrededores de Berlín con una BMW. Esa ha sido una de mis grandes alegrías”, concluye.



Libertad de procedencia
Eric Pawlitzky


Asesor fiscal y dueño de un estudio de fotografía
A finales de los ochenta, la idea de la reunificación alemana le parecía “tan absurda” que no valía la pena pensar en ella. Este licenciado en Derecho se interesaba por cómo reformar un sistema con defectos, pero que, según pensaba entonces, merecía la pena conservar. “Me había influido mucho la lectura de Pablo Neruda y toda la literatura antifascista. No veía el capitalismo como una alternativa válida”. De defender un socialismo reformado, Eric Pawlitzky ha pasado a poseer una asesoría fiscal bastante lucrativa en la ciudad de Jena y un estudio de fotografía en Berlín. Miembro del partido que controló la RDA hasta su disolución, se ha preguntado años más tarde en repetidas ocasiones si opuso la suficiente resistencia al régimen. “Trataba de impulsar reformas. Cuando vi que era imposible, decidí dejar el partido”.
Pawlitzky recuerda de los primeros años de la unificación la arrogancia con la que llegaron los occidentales a hacerse con las empresas privatizadas del Este. Ahora ve aún huellas de las diferencias entreossis y wessis (como los alemanes llaman a orientales y occidentales), pero cree que son cada vez más pequeñas. “Cuando mis hijos eran adolescentes se identificaban como ossis pese a que solo conocieron la RDA siendo bebés. Ahora nadie tiene en cuenta de qué parte procedes”.


Aromas de la RDA
Thomas Hacker
Panadero en Berlín Oriental
Al entrar en la panadería de Thomas Hacker, muchos berlineses dicen que el olor les devuelve a su infancia en la RDA. En un barrio como el de Prenzlauer Berg, ahora lleno de cafeterías donde se bebe latte macchiato y los domingos se hacen brunchs, Hacker resiste con un modelo de negocio que no ha variado demasiado desde que comenzó a funcionar en 1986.
“Antes las cosas eran distintas. Berlín Oriental era como un pueblo en el que todos nos conocíamos. De pequeño jugaba al fútbol contra el Muro, que para mí era parte de la ciudad y daba por hecho que siempre estaría ahí”, asegura este hombre desde el horno donde lleva 10 horas trabajando. Su mujer despacha en el mostrador. Son las once de la mañana y la jornada laboral está a punto de terminar.
Hacker no tiene grandes historias que contar de la noche que cayó el Muro. Como siempre, a esas horas estaba en la cama. Sí recuerda, en cambio, su aportación al encierro de críticos con el régimen que tuvo lugar en la cercana iglesia de Getsemaní en octubre de 1989. “Protestaban más de mil personas, con mujeres y niños, y la policía no les dejaba salir. Preparé una caja de panecillos y se la llevé. Era gente normal. No podía permitir que no tuvieran nada que comer”.




*Berlineses de ayer y hoy

Doce ciudadanos cuentan cómo cambió su vida con la caída del Muro, cuyo 25º aniversario se celebra el próximo 9 de noviembre






2 comentarios:

  1. Estuve por casualidad en Berlín ese día. Fue emocionantever a los berlineses del Este entrar en tromba abrazarse cantar gritar bailar y brindar unos y otros. La brecha entre un lado de Berlín y el otro lado era inmensa, chocante, eran dos mundos diferentes, increíble. Desde el famoso Checkpoint Charlie miraba a la derecha Berlín oriental y luego miraba a mi izquierda Berlín occidental dos mundos diferentes dos culturas diferentes, fue, ES inolvidable haber participado en la caída del Muro. Enrique Nowen

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  2. 'Acompañando al muro, se creó la llamada "franja de la muerte", formada por un foso, una alambrada, una carretera por la que circulaban constantemente vehículos militares, sistemas de alarma, armas automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día. Tratar de escapar era similar a jugar a la ruleta rusa con el depósito cargado de balas. Aun así, fueron muchos los que lo intentaron.' Prueba de la voluntad y persistencia de la mente humana, y un ejemplo a tener en cuenta cuando nos desalentamos. Gracias miss Musa por esta nota. Ricardo

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