Reunificación agridulce
Peter
Steglich y Mercedes Álvarez
Ex embajador de la RDA
Ex embajador de la RDA
El derrumbe de la RDA fue para Peter
Steglich al mismo tiempo “una catástrofe” y “un golpe de suerte”. Una
catástrofe porque desaparecía el Estado al que él representaba como embajador,
y un golpe de suerte porque le ha permitido estar con su mujer actual, la
española Mercedes Álvarez. La pareja se había conocido en una conferencia en
Madrid en la que ella trabajaba como intérprete. Pero Álvarez, una niña de la
guerra que había pasado la infancia en la Unión Soviética, no estaba dispuesta
a trasladarse de nuevo al otro lado del telón de acero. “Les decía a mis amigas
que si él fuera alemán occidental podríamos estar juntos sin problemas. Pero
que siendo del Este era imposible”, recuerda en el salón de su apartamento. El
Muro cayó y en 1990 ya estaban viviendo juntos en el Berlín sin fronteras. Las
elecciones que se celebraron en marzo de ese año ya demostraron que el régimen
para el que trabajaba Steglich estaba condenado a la disolución. Con la
integración en la RFA, su puesto de diplomático desapareció de la noche a la
mañana y pasó a la jubilación forzosa. “Para mí fue una pena, pero con el
tiempo ha quedado claro que la gente quería otra cosa. No habría tenido sentido
mantener ese país artificialmente”. ¿Añora la RDA? “No. Lo que existía no lo
echo de menos. Y la que yo habría deseado no era posible”.
Factor de cambio
Astrid
Landero
Ex-periodista y directora de un centro para mujeres
Ex-periodista y directora de un centro para mujeres
“Algo importante tiene que pasar este
año”. Astrid Landero comenzó 1989 con miedo en el cuerpo. Veía que la situación
era insostenible y anotó esta frase en su diario el 1 de enero. Esta periodista
que entonces trabajaba para la radio de la RDA y ahora dirige un centro para
mujeres confiaba en que las nuevas generaciones limpiarían el sistema. “No
queríamos destruirlo, sino mejorarlo. Creíamos que la solución era una
confederación entre las dos Alemanias y no una unión inmediata. No nos dábamos
cuenta de que el sistema ya estaba muerto”.
Según como se mire, Landero podría
considerarse como una de las perdedoras del cambio. Pasó de tener un trabajo
fijo y poder viajar con relativa facilidad gracias a su condición de periodista
a entrar de lleno en el capitalismo, con sus glorias y miserias. Desde entonces
ha encadenado épocas de desempleo con trabajos improvisados de autónoma. Pero
ella está contenta. “La idea de seguridad que nos vendieron en la RDA era una
gran mentira. Además, la incertidumbre me hace sentir viva. A mis 60 años,
acabo de hacer un curso para trabajar como guía turística. He descubierto
talentos en mí que no pensaba que tuviera”, concluye.
Promesas del este
Dagmar
Enkelmann
Presidenta de la Fundación Rosa
Luxemburgo
En el cartel con el que se presentó a
las elecciones de 1990, Dagmar Enkelmann aparecía con sus hijos pequeños. “Hoy
no lo haría, pero eran los primeros comicios y no sabíamos qué debíamos hacer”,
asegura esta mujer que militaba en el Partido Socialista Unificado –el que
acaparó el poder durante 40 años en la RDA– y luego salió elegida diputada por
su heredero, el Partido del Socialismo Democrático.
Pasaron casi dos meses desde la caída
del Muro hasta que la hoy presidenta de la Fundación Rosa Luxemburgo se
decidiera a cruzar al otro lado. “Me daba miedo de que cerraran las fronteras
de repente y no me dejaran volver. Tenía claro que quería quedarme en el Este”,
explica.
Enkelmann recuerda con emoción la
multitud de discusiones y reuniones políticas en las que participó en los meses
anteriores al derrumbamiento del régimen. “Sobre el papel de las mujeres, sobre
la cultura… hablábamos de todo. Pero en ese momento nadie pensaba en la
reunificación. No era tema de discusión. En diciembre de 1989 esto empezó a
cambiar”, recuerda. Y 25 años más tarde, ¿qué opinan las nuevas generaciones? “Todo
ha cambiado mucho. Cuando le hablo a mi hijo de estos temas, me dice que para
él no tiene un significado especial ser del Este”.
Huida de
la URSS
Wladimir
Kaminer
Escritor de origen ruso
Wladimir Kaminer llegó a Berlín pocos
meses después de la caída del Muro sin hablar una palabra del idioma local.
Desde entonces, este ruso se ha convertido en un autor superventas en alemán.
¿Por qué no escribe en su lengua? “Porque quiero llegar a la gente. Y mi
público no sabe ruso”.
El autor, que se hizo famoso con su
primer libro de relatos, Disco rusa, acabó aquí por casualidad. En realidad
quería huir de la Unión Soviética y reunirse con amigos en Dinamarca. Pero el
hundimiento de la RDA le pilló de camino y decidió quedarse. Conoció un Berlín
en eclosión, donde participaba en el movimiento okupa. “Venía gente con ganas
de hacer cosas que no tenían cabida en el resto de Alemania, tan conservadora.
En este barrio hay tres calles que se conocían como LSD. El nombre de cada una
comenzaba con una de esas letras. Ahora voy a una de ellas para recoger a mis
hijos del colegio”, dice entre risas. Más serio, Kaminer matiza que lo
fundamental no eran las drogas, sino poner en marcha sus proyectos y
desarrollar manifestaciones artísticas acordes con los nuevos tiempos. Desde
entonces, ha asistido como espectador a los cambios en la sociedad alemana.
“Aquí sí se ha creado un nuevo país. No como en Rusia, donde siguen con la idea
delirante de forjar de nuevo un imperio”, reflexiona sentado en una terraza
berlinesa.
Ficción y
realidad
Susanne Schädlich
Escritora que volvió a Berlín en 1991
Susanne Schädlich se enteró del fin
del muro que había condicionado su vida en el bar de Los Ángeles donde
trabajaba de camarera. Tras un periplo que le había llevado a huir de la
Alemania comunista a la occidental, y de ahí a la meca del capitalismo, no
podía creer lo que estaba pasando. “Me llamó un amigo para avisarme, pero le
colgué pensando que era una broma. Verlo por televisión rodeada de palmeras
hacía todo más irreal aún. Necesité tiempo para darme cuenta de la magnitud de
lo que había pasado”, rememora.
No volvió a vivir a Berlín hasta
1991. Y se encontró con una ciudad totalmente distinta.
“Surgían clubes por todas partes. Los
alquileres eran muy baratos y había muchas ganas de agitar el ambiente
cultural”. La caída del Muro no tenía solo efectos políticos: “Al principio
estaba desorientada, la barrera que nos había dividido durante décadas también
funcionaba como un elemento para orientarse en la ciudad. En cualquier caso,
era bonito perderse porque por fin uno podía ir a donde quisiera”, asegura la
escritora, que acaba de publicarEl señor Hübner y el ruiseñor siberiano.
¿Cuál es el marco en el que transcurre la novela? La RDA, por supuesto.
El testigo
Roland Jahn
Comisionado del Gobierno para los
papeles de la Stasi
“Triunfo”. Es la palabra que dice
Roland Jahn cuando se le pregunta por lo que sintió el día que Berlín volvió a
ser una sola ciudad. “El Muro me había obligado a irme de mi hogar. Vivía la
libertad del Oeste. Pero a medias: mi familia estaba al otro lado”, asegura
este hombre que luchó contra el régimen comunista, trabajó como periodista y
desde 2011 ejerce como comisionado del Gobierno para los papeles de la Stasi.
La noche del 9 de noviembre, Jahn
retransmitió desde el primer canal de la televisión pública alemana lo que
tanto tiempo llevaba deseando. Nada más dejar los micrófonos, corrió al Este.
“Cuando llegué a mi ciudad me pareció otra. No es que ella hubiera cambiado.
Era yo, que ya no estaba acostumbrado a lo sucia, gris y desvencijada que
estaba. Cuando oigo decir que las cosas eran mejor en la RDA, siempre pienso en
esa grisura”. Jahn lidia hoy con uno de los peores legados del régimen
comunista: los papeles que documentan cómo unos alemanes denunciaban a otros.
¿Cómo curar esas heridas? “Han pasado 25 años y hay que dar una segunda
oportunidad a los que colaboraron con la Stasi. Pero siempre sobre una base:
respeto a las víctimas, reconocimiento de la injusticia cometida y ayuda para
esclarecer los hechos. La reconciliación no puede ser una obligación, necesita
un proceso”.
Diferencias
difusas
Ketharina
Marggraf y Sven Tesanovic
Criados en el Berlín Occidental, hoy
viven en el Este
Crecieron en el mismo barrio de
Berlín Occidental, pero las reacciones a la caída del Muro en las casas de
Katharina Marggraf y de Sven Tesanovic fueron muy distintas. Para la familia de
ella suponía la posibilidad de acabar con las fronteras que dividían a los
ciudadanos. El padre de él, que había salido de Yugoslavia en 1970, temía que
el desmoronamiento de la RDA provocara un efecto dominó que acabara destruyendo
su país de origen. Un diagnóstico que a los pocos años se confirmó. “Él no
podía compartir la alegría que veía a su alrededor”, recuerda su hijo.
Al poco del 9 de noviembre, el cambio
ya se notaba en las calles. “De repente empezamos a ver los pequeños Trabant
[coche típico de la RDA] que hasta entonces solo circulaban al otro lado de la
frontera”, añade su mujer, que entonces tenía solo ocho años. Un cuarto de
siglo más tarde, Marggraf y Tesanovic han formado una familia en la parte de
Berlín que no pudieron conocer de niños. La llegada de alemanes occidentales ha
impulsado los precios del alquiler, expulsando a los antiguos habitantes de
este barrio con menores rentas. Frente a la curiosidad inicial, las diferencias
con los ossis (como en Alemania se llama coloquialmente a los del Este) son
cada vez más difusas. “Antes esa palabra podía ser negativa, pero con el tiempo
ha ido perdiendo ese matiz”, asegura Marggraf.
Entre
moteros salvajes
Manfred Soreneit
Jubiado y motero que huyó de la RDA
Manfred Roseneit llega en bicicleta a
la cita frente al edificio del Reichstag. Pese al resfriado que arrastra y los
kilómetros que le separan de su casa, no ha querido perder la oportunidad de
contar la historia de su huida de la RDA el mismo 13 de agosto de 1961 en el
que se levantó el Muro. “Fue mi hermana la que me avisó. ‘Despierta. Están
cerrando la frontera’, me gritó. Fue como un shock.Creo que nunca
en mi vida me levanté tan rápido de la cama”.
Tras 22 años de vida en Berlín Este,
tuvo suerte y pudo pasar al otro lado de la frontera. “Al mismo tiempo estaba
increíblemente contento y triste, porque no sabía cuándo podría volver a ver a
mi familia y amigos”, asegura. Han pasado más de cincuenta años desde entonces,
pero mantiene frescos los recuerdos. No se ha olvidado, por ejemplo, de los
2.000 marcos que en tiempos de la RDA costaba una televisión, una cifra
fabulosa si se tiene en cuenta que un sueldo medio rondaba los 500.
Ya jubilado, Roseneit disfruta de la
libertad que le da la moto. “De joven nunca pensé que un día podría viajar por
los alrededores de Berlín con una BMW. Esa ha sido una de mis grandes
alegrías”, concluye.
Eric Pawlitzky
Asesor fiscal y dueño de un estudio
de fotografía
A finales de los ochenta, la idea de
la reunificación alemana le parecía “tan absurda” que no valía la pena pensar
en ella. Este licenciado en Derecho se interesaba por cómo reformar un sistema
con defectos, pero que, según pensaba entonces, merecía la pena conservar. “Me
había influido mucho la lectura de Pablo Neruda y toda la literatura
antifascista. No veía el capitalismo como una alternativa válida”. De defender
un socialismo reformado, Eric Pawlitzky ha pasado a poseer una asesoría fiscal
bastante lucrativa en la ciudad de Jena y un estudio de fotografía en Berlín.
Miembro del partido que controló la RDA hasta su disolución, se ha preguntado
años más tarde en repetidas ocasiones si opuso la suficiente resistencia al
régimen. “Trataba de impulsar reformas. Cuando vi que era imposible, decidí
dejar el partido”.
Pawlitzky recuerda de los primeros
años de la unificación la arrogancia con la que llegaron los occidentales a
hacerse con las empresas privatizadas del Este. Ahora ve aún huellas de las
diferencias entreossis y wessis (como los alemanes
llaman a orientales y occidentales), pero cree que son cada vez más pequeñas.
“Cuando mis hijos eran adolescentes se identificaban como ossis pese
a que solo conocieron la RDA siendo bebés. Ahora nadie tiene en cuenta de qué
parte procedes”.
Aromas de
la RDA
Thomas Hacker
Panadero en Berlín Oriental
Al entrar en la panadería de Thomas
Hacker, muchos berlineses dicen que el olor les devuelve a su infancia en la
RDA. En un barrio como el de Prenzlauer Berg, ahora lleno de cafeterías donde
se bebe latte macchiato y los domingos se hacen brunchs, Hacker resiste con un
modelo de negocio que no ha variado demasiado desde que comenzó a funcionar en
1986.
“Antes las cosas eran distintas.
Berlín Oriental era como un pueblo en el que todos nos conocíamos. De pequeño
jugaba al fútbol contra el Muro, que para mí era parte de la ciudad y daba por
hecho que siempre estaría ahí”, asegura este hombre desde el horno donde lleva
10 horas trabajando. Su mujer despacha en el mostrador. Son las once de la
mañana y la jornada laboral está a punto de terminar.
Hacker no tiene grandes historias que
contar de la noche que cayó el Muro. Como siempre, a esas horas estaba en la
cama. Sí recuerda, en cambio, su aportación al encierro de críticos con el
régimen que tuvo lugar en la cercana iglesia de Getsemaní en octubre de 1989.
“Protestaban más de mil personas, con mujeres y niños, y la policía no les
dejaba salir. Preparé una caja de panecillos y se la llevé. Era gente normal.
No podía permitir que no tuvieran nada que comer”.
*Berlineses de ayer y hoy
Doce ciudadanos cuentan cómo cambió su vida con la caída del Muro, cuyo 25º aniversario se celebra el próximo 9 de noviembre
Estuve por casualidad en Berlín ese día. Fue emocionantever a los berlineses del Este entrar en tromba abrazarse cantar gritar bailar y brindar unos y otros. La brecha entre un lado de Berlín y el otro lado era inmensa, chocante, eran dos mundos diferentes, increíble. Desde el famoso Checkpoint Charlie miraba a la derecha Berlín oriental y luego miraba a mi izquierda Berlín occidental dos mundos diferentes dos culturas diferentes, fue, ES inolvidable haber participado en la caída del Muro. Enrique Nowen
ResponderEliminar'Acompañando al muro, se creó la llamada "franja de la muerte", formada por un foso, una alambrada, una carretera por la que circulaban constantemente vehículos militares, sistemas de alarma, armas automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día. Tratar de escapar era similar a jugar a la ruleta rusa con el depósito cargado de balas. Aun así, fueron muchos los que lo intentaron.' Prueba de la voluntad y persistencia de la mente humana, y un ejemplo a tener en cuenta cuando nos desalentamos. Gracias miss Musa por esta nota. Ricardo
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