Los mitos de la felicidad: la verdad detrás de las recetas
Nora Bär
Suele pensarse que el "santo
grial" de las neurociencias es llegar a definir la conciencia. O
comprender cómo hace un sustrato biológico (las neuronas) para convertir
intercambios electroquímicos en recuerdos, pensamientos e ideas. Algo de eso podría
decirse acerca de la felicidad, un estado de la vida que admite casi tantas
definiciones como individuos viven sobre el planeta.
Aristóteles la describía como el
sentimiento de los que se bastan a sí mismos. Para Montesquieu, si nos bastase
ser felices, sería facilísimo; pero queremos ser más felices que los demás, y
eso es casi siempre imposible porque cre-emos que los demás son más felices de
lo que son en realidad. Para Tolstoi, el secreto de la felicidad no está en
hacer siempre lo que se quiere, sino en querer siempre lo que se hace. El
sociólogo polaco Zygmunt Bauman citó, en una reciente entrevista de Jorge
Fontevecchia, a Goethe y le atribuyó la idea de que la felicidad consiste en
superar problemas. Y para el economista Richard Easterlin, la función felicidad
depende de la razón entre las aspiraciones y los logros en cada dominio de la
vida.
Para otros, como Carl Jung,
buscar la felicidad es como perseguir el horizonte. En una entrevista
periodística de 1960, afirmó que todos los factores que generalmente se asume
que pueden contribuir a la felicidad pueden también, bajo ciertas
circunstancias, producir lo contrario. "Entre más se busca deliberadamente
la felicidad, más probabilidades hay de no encontrarla", afirmó.
Sin embargo, lo cierto es que el
tema atrae a filósofos, psicólogos, neurocientíficos y hasta economistas. Hoy
se habla de la "política de la felicidad", de la "economía de la
felicidad", de la "felicidad nacional bruta" y hasta de la
"ciencia de la felicidad" (hay una revista con referato, el Journal
of Happiness Studies, que publica investigaciones sobre este tema).
Tal como afirma Facundo Manes,
rector de la Universidad Favaloro y presidente de la Fundación Ineco: "El
debate respecto de la felicidad como componente integral de la existencia del
ser humano nos remonta incluso a los tiempos de Aristóteles, que ya intentaba
disecar los distintos aspectos que hacen a este concepto tan controversial.
Hoy, existen críticos de la investigación sobre la neurobiología de la
felicidad. No pocos científicos argumentan que es un concepto amplio y vago, y
por lo tanto dudan de que alguien pueda «medir» la felicidad".
Conceptos que cambian
Para Manes es importante tener en
cuenta que la ciencia reemplaza conceptos establecidos con otros nuevos que
pueden estar relacionados pero que no son lo mismo. "Antes de la química
moderna, se pensaba que los elementos básicos eran tierra, agua, fuego y aire
-explica el neurocientífico-. La tabla periódica moderna define los elementos
de manera diferente, y ahora sabemos que de esta manera es más adecuado. Lo
mismo pasa con conceptos como «memoria», «inteligencia» y «felicidad»".
"En el uso diario estos
términos no están bien definidos -agrega Manes-, por lo que es difícil que la
ciencia los pueda medir. Lo que la ciencia puede hacer, basada en datos y
teoría, es reemplazar estos conceptos con otros bien definidos y que pueden ser
medidos. Hasta ahora el foco de la investigación se centró en estados
relacionados, placer, bienestar y deseo."
"Según la ciencia, a la que
le gusta definir cosas -afirma Pedro Bekinschtein, investigador del Instituto
de Biología Celular y Neurociencias de la Facultad de Medicina de la
Universidad de Buenos Aires-, la felicidad no es un momento más o menos efímero
de placer, sino más bien una sensación de satisfacción con la vida que perdura
a lo largo de un intervalo prolongado de tiempo."
Sin embargo, mientras se delimita
el terreno atravesado por este cruce de consideraciones éticas, antropológicas,
psicológicas y filosóficas, una rápida búsqueda por Internet muestra que
circulan todo tipo de recetas para alcanzarla. ¿Qué hay de cierto?
La felicidad se transmite por el olfato
Si bien existen trabajos aislados
que intentaron demostrarlo utilizando el sudor de voluntarios, la afirmación
resulta, por lo menos, altamente dudosa.
"Si se piensa en personas
que «irradian» felicidad a través de su piel liberando algún tipo de sustancia
como una feromona, que modificaría el humor de otros al ser percibida a través
del olfato, no hay evidencias de que algo así suceda -explica Bekinschtein-.
Aún no se identificaron claramente feromonas humanas, aunque todo indica que es
posible que existan." En tren de especulaciones, el científico agrega que,
si la felicidad se irradia, es poco probable que lo haga a través de sustancias
químicas.
La música alegre te hace ser más feliz
El concepto es impreciso: ¿qué es
la música alegre? "Por lo general, uno asocia las tonalidades mayores con
«sensaciones felices» y tonalidades menores con «sensaciones tristes» -dice
Adolfo García, neurolingüista de la Universidad Nacional de Cuyo y del
Instituto de Neurociencias Cognitivas (Ineco)-. Hay estudios que demuestran que
cuando nos exponemos a tonalidades mayores, reconocemos más velozmente palabras
con una carga afectiva positiva, y que cuando escuchamos obras en tonalidad
menor, respondemos más rápidamente ante palabras con carga afectiva negativa.
Sin embargo, no se pueden extrapolar esos resultados a toda persona en todo
contexto. Un estudio reciente demostró que, contrariamente a lo que se pensaba,
en los fanáticos del heavy metal extremo, escuchar temas de su género
predilecto aumentaba sus emociones positivas. Lo que nos hace más felices no es
la «música alegre», sino cualquier experiencia musical con la que nos
identifiquemos."
Ser solidarios nos hace más felices
Esto sí, aparentemente, es
cierto. "Se sabe que ser generoso produce bienestar y activa en el cerebro
el circuito asociado con el placer y la recompensa, es decir, libera dopamina y
oxitocina, dos neuroquímicos asociados con el bienestar -detalla Manes-. Es
más, tener conductas benéficas y solidarias, incluso obligatorias (como realizar
una transferencia bancaria a una organización de ayuda) activa regiones del
cerebro relacionadas con el circuito que se enciende ante las gratificaciones
naturales de supervivencia básica (como la comida), y otras más complejas. Por
alguna razón, dado que vivimos en comunidad, es una fortaleza que guardamos de
generación en generación. Hacer bien, hace bien."
El dinero no hace la felicidad
No hay acuerdo entre los
científicos sobre cómo inciden los bienes materiales en nuestro bienestar.
"¿Si el dinero hace a la felicidad? Como diría Manolito -bromea Diego
Golombek, investigador del Conicet en la Universidd de Quilmes- «también están
los cheques». Lo que se ha visto es que el dinero sí contribuye a una sensación
de bienestar y felicidad, pero hasta cierto punto. Una vez que las necesidades
básicas están satisfechas, y se puede acceder a gustos por encima de estas
necesidades, se puede llegar a un umbral luego del cual tener más dinero no
necesariamente implica ser más feliz."
Más frutas y verduras para ser felices
Es frecuente advertir que
afirmaciones sin asidero se presentan como si estuvieran respaldadas por
estudios sesudos. Éste podría ser uno de esos casos: para los investigadores
consultados, no hay antecedentes en la literatura científica que indiquen que
el tipo de dieta que ingerimos influya en nuestra felicidad. "Esto parece
responder a la opinión caprichosa de fundamentalistas del vegetarianismo",
bromea Adolfo García. Sin embargo, advierte, siguiendo el rastro de ideas
descabelladas a veces se llega hasta investigaciones académicas de dudosa
validez. Un ejemplo: el investigador holandés Diederik Stapel, no hace tanto
una "estrella" de la psicología social, entre cuyos trabajos había
algunos sobre las diferencias de actitud entre los vegetarianos y las personas
que comen carne. Estos estudios, publicados en revistas con referato, tenían
resultados fraguados. Stapel se vio envuelto en un escándalo cuando, en 2011 y
tras advertirse sus fraudes, la Universidad de Tilburg lo suspendió por
inventar, y manipular datos y resultados de 55 investigaciones, que fueron
retractadas.
La felicidad cambia tus genes
"Habría que ver qué quiere
decir «cambia tus genes» -advierte Bekinschtein-. Casi cualquier cosa que a uno
le pasa «cambia sus genes», porque la activación y desactivación de genes es lo
que produce cambios a largo plazo en el cerebro. Si uno es infeliz y luego es
feliz, eso quiere decir que hubo cambios en el cerebro que serán el producto
del «encendido y apagado» de genes en las neuronas." Muchos factores
provenientes del ambiente alteran la expresión de los genes. El área que
estudia estas interacciones es una de las más activas de la ciencia y se la
conoce como epigenética.
"Todavía queda mucho por
explorar sobre felicidad y genética -aclara Manes-. Estudios recientes están
comenzando a relacionar algunos genes con el bienestar, pero los datos son
controversiales. Existe cierta evidencia de que distintos tipos de bienestar,
como el hedónico (basado en el placer) y el eudaimónico (basado en el logro) dedican
distintos programas de regulación de genes, a pesar de presentar iguales
niveles de bienestar. Esto implicaría que el genoma humano sería sensible a
variaciones cualitativas de bienestar."
Lo que sí puede argumentarse,
agrega, es que la felicidad es un factor protector, y esto se sabe no por
estudios genéticos, sino por haber visto que las personas más felices se
enferman menos, viven más y tienen una mayor calidad de vida. "Sentirse
bien le hace bien al cuerpo y al cerebro", asegura.
Programados genéticamente para ser felices
Al parecer, todos tenemos niveles
basales de bienestar que suelen mantenerse dentro de un rango. "La buena
noticia -anuncia Manes- es que un porcentaje grande del bienestar (se habla de
un 40%, aunque es preferible esperar a futuras investigaciones para asegurarlo)
resulta de actividades que hacemos de forma voluntaria, como disfrutar de un
programa en familia, salir a correr, alcanzar una meta, hacer meditación. Otro
porcentaje menor se desprende de nuestras circunstancias vitales como el
trabajo, que si bien son factores que influyen en el bienestar, no lo
definen." Podría decirse entonces que hay gente más feliz que otra, más
allá del contexto. Pero también podemos ser más felices si nos lo proponemos:
según Manes, uno puede entrenarse para ser feliz.
Sonreír te hace feliz
Según algunos estudios, al fingir
sonrisas se inducen cambios químicos parcialmente similares a los que se
generan cuando la persona está contenta. "Existe una «teoría somática
sobre la empatía» que postula que los sentimientos podrían ser desencadenados
por micromovimientos que ocurren en nuestro cuerpo -explica Bekinschtein-. Por
ejemplo, si alguien te sonríe, de forma medio indetectable al principio, uno
sonreiría también, y eso generaría el sentimiento de placer y la sonrisa
verdadera."
"Esta afirmación se puede
comprobar muy fácilmente. forzando una sonrisa -propone Golombek-. Al hacerlo,
uno puede sentir una sensación de bienestar. Un experimento similar consiste en
agarrar un lápiz entre los dientes: también habrá algo en el cerebro que
indique cierto bienestar, a diferencia de agarrar el mismo lápiz entre el labio
superior y la nariz, que tendrá el efecto contrario. La conclusión de estas
pruebas es que el cuerpo, su posición y sus movimientos, influyen mucho en la
experiencia de las emociones; de esta manera, activar los músculos que
corresponden a una sonrisa puede ser leído por el cerebro como que la estamos
pasando bien y, por qué no, siendo felices."
La matemática puede medir la felicidad
Según explica Bekinschtein, la
ciencia siempre intenta cuantificar, y el campo de los estudios sobre felicidad
no podía ser una excepción.
El año último, por ejemplo,
científicos ingleses desarrollaron una ecuación matemática que, sí, permitió
predecir el nivel de felicidad de 18.000 individuos. Los resultados se
publicaron en el Proceedings of the National Academy of Science. "Existen instrumentos que le
adjudican un número al nivel de felicidad que sentimos -aclara García-. Ahora,
no es lo mismo obtener puntajes altos en una medida de felicidad, que
efectivamente vivenciar ese estado multidimensional. Para medir matemáticamente
un fenómeno complejo, hay que identificar las variables críticas que
intervienen y estimar las relaciones que se tejen entre ellas. "Un problema acá -agrega
García- es que las variables que determinan la felicidad cambian enormemente
entre personas, y es muy difícil llegar a conclusiones matemáticas
robustas."
Sin embargo, Diego Golombek
precisa: "No es exactamente que se pueda medir, pero sí se pueden
construir escalas numéricas de bienestar (que podríamos llamar "índices de
felicidad") sobre la base de encuestas. Estos índices se construyen no
sólo en el nivel individual, sino también en escala social".
Los varones son más felices que las mujeres
Existen evidencias de que la
depresión afecta proporcionalmente más a las mujeres que a los hombres, pero
lanzar esta afirmación general es algo temerario. "Hasta donde yo sé no
hay evidencias para sostener esta idea", dice García.
Según Manes, algunos estudios
demuestran que algo así podría ocurrir en la adolescencia. "Es probable
que las exageradas exigencias culturales relacionadas con la belleza, entre
otras, influyan en estos resultados", dice.
Y explica: "No hace mucho se
creía que si uno no tenía ciertas cosas, no podía ser feliz o al menos tan
feliz como otros. En 1967, Warner Wilson llegó a la conclusión de que una
persona feliz era: un hombre o una mujer joven, saludable, con cierta educación
formal, un buen sueldo, extrovertida, optimista, sin preocupaciones, religiosa,
casada, con alta autoestima, aspiraciones modestas, ética en el trabajo y una
alta inteligencia. Hoy hay evidencias de que no es así. La relación entre el
bienestar y las condiciones demográficas es leve y contribuyen apenas
modestamente a la predicción de la felicidad."
La Nación:6 de septiembre de 2015
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