Estoy harta de hacer que la infancia de mis hijos sea mágica
Si nuestras abuelas y bisabuelas vieran la presión que las madres de hoy en día se autoimponen, pensarían que estamos enfermas. ¿Desde
cuándo ser una buena madre significa pasarse los días haciendo
manualidades complicadas para los niños, convirtiendo sus habitaciones
en portadas de revista con obras de arte y vistiéndoles a la
última moda, siempre combinados?
No creo en absoluto que las
madres modernas quieran más a sus hijos de lo que nuestras bisabuelas
querían a los suyos. Simplemente, nos sentimos obligadas a demostrarlo
con ridículas y caras fiestas de cumpleaños repletas de cupcakes caseros con 18 toppings diferentes y un sinfín de regalos.
En los últimos años, me he visto metida en ese modelo paternal de cualquier cosa que hagas, yo puedo hacerla mejor,
que se basa en buscar ideas , reproducirlas a la perfección
y compartir la foto con desconocidos y amigos a través de blogs y de
Facebook.
De repente, me di cuenta: no tenemos por qué hacer que la infancia de nuestros hijos sea mágica. La infancia ya es mágica de por sí, incluso cuando no es perfecta. Mi infancia no fue perfecta y no éramos ricos, pero me lo pasaba muy bien en mis cumpleaños porque mis amigos venían. Lo importante no eran los regalos, ni la decoración al detalle, ni nada de eso. Nos bastaba con explotar globos, correr por el patio y comer tarta. Bastante simple, pero mágico. Es lo que recuerdo de esos momentos.
De repente, me di cuenta: no tenemos por qué hacer que la infancia de nuestros hijos sea mágica. La infancia ya es mágica de por sí, incluso cuando no es perfecta. Mi infancia no fue perfecta y no éramos ricos, pero me lo pasaba muy bien en mis cumpleaños porque mis amigos venían. Lo importante no eran los regalos, ni la decoración al detalle, ni nada de eso. Nos bastaba con explotar globos, correr por el patio y comer tarta. Bastante simple, pero mágico. Es lo que recuerdo de esos momentos.
En Navidad, mis padres nos compraban dos
regalos a cada uno, teniendo en cuenta que éramos cuatro niños y que sus
ingresos eran limitados. No había campañas que estuvieran machacando
desde noviembre con las actividades que había que marcar en el
calendario. No había especiales navideñas, y pocos adornos (si
es que había alguno). Lo que nos
hacía realmente felices era meternos en una cama los cuatro pensando que
podríamos oír a Papá Noel colarse por la chimenea. Era muy divertido
intentar aguantar toda la noche despiertos, cuchichear, reírnos juntos, y
desear con ansia que se hiciera de día. Era mágico. Nunca sentí que me
faltara algo.
No recuerdo una sola vez en que mis padres hicieran
manualidades conmigo. Las manualidades era algo que se hacía en el
colegio. Las únicas manualidades que recuerdo son las que hacía
mi madre en su tiempo libre. A menudo me adormecía el ruido de su
máquina de coser cuando se ponía a arreglar el bajo de nuestros
pantalones o a convertir un trozo de tela en accesorios para el pelo que
luego vendía.
En casa jugábamos. Todo el rato. Después de la
escuela, volvíamos andando desde la parada de autobús, dejábamos la
mochila y mi madre nos empujaba a salir de casa. Nos quedábamos con los
niños del vecindario hasta la hora de cenar. Era otra época... Ahora,
muy pocos de nosotros dejamos que nuestros hijos anden solos por ahí.
Además, cuando éramos niños y estábamos en casa, jugábamos por nuestra
cuenta. Teníamos nuestros juegos, hacíamos fortalezas con mantas,
veíamos la televisión, bajábamos por las escaleras con almohadas.
Nuestros padres no eran los responsables de nuestra diversión. Si se nos
ocurría murmurar las palabras mágicas "estoy aburrido", en un momento
nos daban una lista de tareas.
Echo la vista atrás a mi infancia y sonrío. Todavía me acuerdo de cómo era eso de divertirse sin preocupaciones.
Mis
padres se ocuparon de mantenernos calientes y alimentados, y
ocasionalmente planeaban alguna actividad especial para nosotros (la
pizza de los viernes por la noche era una tradición), pero en el día a
día, nos las apañábamos por nuestra cuenta. Rara vez jugaban con
nosotros. Aparte de la típica caja de cartón vacía que encontrábamos en
las puertas de cualquier tienda, no nos regalaban juguetes a no ser que
fuera nuestro cumpleaños o una fiesta especial. Nuestros padres estaban
ahí siempre que necesitábamos algo, o en caso de accidente, pero no eran
nuestra principal fuente de diversión.
Hoy en día, se hace creer
a los padres que lo que beneficia a los hijos es estar constantemente
con ellos, mano a mano, cara a cara: "¿Qué necesitas, cariño mío? ¿Qué
puedo hacer para que tu infancia sea increíble?". En una visita a
Pinterest, es inevitable ver cosas como "100 ideas de manualidades para
verano", "200 actividades caseras para invierno", "600 cosas que puedes
hacer con tus hijos en vacaciones", "12.000 millones de estrategias para
el Ratoncito Pérez", "400 billones de ideas para fiestas de cumpleaños
temáticas", etc.
Manualidades para hacer con los niños el fin de Semana
Los padres no son los que hacen que la infancia
sea mágica. Está claro que los casos de violencia y abandono sí pueden
arruinarla, pero, en general, la magia es algo inherente a la edad. Ver
el mundo desde los ojos inocentes de un niño es mágico. Jugar con la
nieve en invierno cuando tienes cinco años es mágico. Perderse entre los
juguetes tirados por el suelo es mágico. Recoger piedras y guadárselas
en el bolsillo es mágico. Andar con un palo es mágico.
No es nuestra responsabilidad crear y proporcionar recuerdos mágicos cada día, como si se tratara de una obligación.
Nada
de esto niega la importancia del tiempo que se pasa en familia. Una
cosa es, sin embargo, concentrarse en pasar tiempo juntos y otra cosa
muy diferente es concentrarse en la construcción de una actividad.
Una puede concebirse como algo forzado, con un objetivo predeterminado,
mientras que la otra es más relajada y natural. Los padres se sienten
tan obligados a crear experiencias que se puede palpar la enorme presión
que soportan.
Me han dicho que cuando tenía cinco años fuimos a
Disneyland. Yo no me acuerdo de haber ido, pero he visto las fotos
borrosas de aquel momento. En cambio, lo que sí recuerdo con esa edad es
un disfraz de pirata que me encantaba, coger ciruelas del árbol de
enfrente de mi casa, las rocas que me gustaba escalar y mi perro, con el
que jugaba en las escaleras del portal.
No me acuerdo de las
vacaciones para las que mis padres probablemente estuvieron ahorrando
durante meses; seguro que, más que nada, fueron estresantes. El lugar más mágico de mi infancia no era ningún parque de atracciones; era mi casa, mi cama, mi patio, mis amigos, mi familia, mis libros y mi propia mente.
Cuando
hacemos de la vida una gran producción, nuestros hijos se convierten en
el público, y crece su apetito por el entretenimiento. ¿Estamos criando
a una generación de personas incapaces de encontrar la belleza en lo
mundano?
¿Queremos enseñar a nuestros hijos que la magia de la
vida es algo que viene en un envoltorio precioso, o que la magia es algo
que cada uno tiene que descubrir por sí mismo?
Planear todo tipo
de acontecimientos, trabajos manuales y vacaciones caras no resulta
dañino para nuestros hijos. Sin embargo, si las ansias por querer hacer
de todo proceden de la presión o de la idea de que todo lo anterior es
una parte imprescindible en la infancia de cualquier persona, deberíamos
replantearnos mejor las cosas.
Manualidades para hacer con los niños el fin de Semana
Una infancia sin esas manualidades puede ser igualmente mágica. Una infancia sin viajar en
vacaciones también puede ser mágica. La magia de la que hablamos, y la
que queremos que nuestros hijos experimenten, no sale de nuestra
creatividad, no consiste en eso. La podemos descubrir en la tranquilidad
de un arroyo, en el tobogán del parque, y en la risa inocente de una
nueva vida.
Estamos constantemente escuchando que los niños de
hoy en día no hacen suficiente ejercicio; pero, quizás, el músculo que
menos ejercitan es la imaginación, ya que intentamos encontrar
desesperadamente la receta para algo que ya existe.
*Autora de The Honest Toddler: A Child's Guide to Parenting
Mi Padre no me enseñó a jugar a las bolitas, ni a las figuritas contra la pared en la calle al volver del colegio. Mi Padre no me enseñó a jugar con autitos llenándolos de plomo o masilla para que corrieran mas, ni mi Padre ni mi Madre me dijeron que me podía tirar de un primer piso con un paragua. Mis Padres no me enseñaron a hacerle una vela al bote de remo que tenía en el Lago San Roque, ni me enseñaron a escalar en la Sierra Grande. Todo eso lo aprendí de la hermosa niñez y la hermosa juventud que me impulsaba a hacerlo.
ResponderEliminarNunca tuve fiestas con globos, magos o ese tipo de bolu......eces de nuevos ricos.No la niñez de por si, por cierto que hay limitaciones terribles como la pobreza y el hambre, la niñez de por si es la etapa de la aventura. Quien la puede olvidar? Yo no. Agustin
Gracias Agustín por sus recuerdos. Más lejos o más cercanos en el tiempo todos los adultos recordamos cosas como las que cuenta, similares, sencillas y también... mágicas... En estos tiempos tal vez el marketing y las modas meten tanta presión a los padres que arruinan esa diversión natural de nuestra curiosidad y espíritu de aventura....¿ Quien no espió a una araña mientras tejía su tela ? ¿ O fue por la vereda pateando un ' tacho ' ? Tantas cosas... cosas maravillosas de la infancia.
EliminarLo he leido nuevamente. El músculo que menos ejercitamos es la imaginación.......
ResponderEliminarAsí es, la magia la llevamos adentro...' La imaginación al Poder'....
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