Los padres y Papá Noel
Manuel Ansede
Santa Claus es la mayor mentira colectiva del planeta. Cientos de millones de padres engañan a sus hijos para que crean que hay un viejo obeso que los espía las 24 horas del día y se cuela en sus casas en Navidad para premiarlos con regalos o castigarlos en función de su conducta. La revista médica The Lancet Psychiatry cree que ha llegado el momento de lanzar un debate: ¿Deben los padres mentir a los niños sobre Santa Claus?
“La moralidad de hacer que los niños crean en estos mitos
debe cuestionarse”, plantean en sus páginas la experta en salud mental
Kathy McKay y el psicólogo Christopher Boyle. Los autores sostienen que la idea
de que exista una agencia de espionaje mundial en el Polo Norte, de la que
ninguna criatura puede escapar, es 'aterradora´, si se analiza con ojos de
adulto. Y que descubrir la mentira puede minar la confianza entre los niños y
sus padres.
“Si los adultos han estado mintiendo sobre Santa Claus,
aunque haya sido de manera bienintencionada, ¿qué más es mentira? Si Santa
Claus no es real, ¿las hadas son reales? ¿Es real la magia? ¿Existe Dios?”, prosiguen
los autores, metiéndose en un cerebro infantil.
El artículo publicado en The
Lancet Psychiatry equipara a un niño que cree en Papá Noel con un adulto
que adora a un dios de cualquiera de las 4.200 religiones diferentes e incompatibles entre sí que
existen en el planeta. “Si los adultos ridiculizan a los niños por haber creído
en Santa Claus, ¿en qué lugar deja esto a los adultos creyentes en movimientos
espirituales basados en dioses y otras magias terrestres”, argumentan. “¿Es
correcto o saludable permitir que los niños tengan fe en seres
sobrenaturales?”.
El debate es un clásico cuando se acerca la Navidad. En su
libro Los mitos que robaron la Navidad, el filósofo
estadounidense David Kyle Johnson intenta “desmentir el mito de que la mentira
de Santa Claus es inofensiva". En el volumen, Johnson, profesor en la
escuela universitaria King’s College de Pensilvania, expone que es una mentira
injustificada, que degrada la confianza en los padres, que estimula la
credulidad, que no espolea la imaginación y que los regalos de Papá Noel
funcionan como un soborno para que los hijos se porten bien.
A juicio de Johnson, la solución no es exterminar a Santa
Claus, sino dejar claro que es una tradición, un juego. "Si tu hijo va
corriendo por casa con una toalla atada al cuello proclamando que puede volar
porque es Superman, piensas que es genial, porque sabes que está jugando a que
lo es. Sin embargo, si se sube al tejado y lo proclama, deberías corregirle
rápidamente. No quieres que crea literalmente que puede volar", ilustró el
filósofo en su blog.
En su ensayo El espejismo de Dios, el biólogo evolutivo británico
Richard Dawkins compara la fe en cualquier dios con la fe en Santa Claus, pero
matiza que descubrir la farsa navideña ayuda a los niños a entender que no
todas las historias que cuentan los adultos son ciertas. Papá Noel ayudaría, al
fin y al cabo, a promover un sano escepticismo en los niños.
La psiquiatra finlandesa Tuula
Tamminen, presidenta de honor de la Asociación Mundial para la Salud Mental
Infantil, publicó hace más de una década una
reflexión sobre el personaje que supuestamente vive en su país, en la
región de Laponia. “Uno de los pilares más importantes del desarrollo mental es
el hecho de que todos los padres, en todo el mundo, juegan con sus hijos”,
explica Tamminen a Materia. “En los primeros meses de vida de un niño, sus
padres pueden simular que una cuchara es un avión cuando le dan de comer. Pero
muy pronto el niño se da cuenta de que la cuchara es una cuchara y además puede
ser algo más”, razona. “Y muy pronto el niño también entiende lo que sus padres
tienen en la cabeza. Este es un paso enorme en la madurez cerebral”.
Tamminen cree que Papá Noel, como los cuentos de hadas,
apoyan ese desarrollo mental durante la infancia. Además, la psiquiatra aplaude
el “proceso de maduración” que supone descubrir la verdad sobre Santa Claus.
“Cuando este proceso va bien, el niño practica cómo superar el sentimiento de
decepción y se enorgullece al saber que tiene edad suficiente para saber más
que los niños más pequeños”, señala.
McKay, de la Universidad de Nueva Inglaterra (Australia), y
Boyle, de la Universidad de Exeter (Reino Unido), concluyen su artículo en The
Lancet Psychiatry con otra perspectiva: el posible beneficio que sacan los
adultos con la farsa navideña. “Podría ser que la dureza de la vida real
requiera crear algo mejor, algo en lo que creer, algo en lo que tener esperanza
o que sirva para regresar a una infancia perdida hace mucho tiempo”.
Fuente: Materia. El País.