Hermenegildo Sábat
Alfredo Sábat
Desde que publicó su primera caricatura, hace casi 70 años, viene dando cátedra de periodismo en el Río de La Plata; preguntas y certezas de un hijo que, como su padre, lleva el grafito y la acuarela en la sangre
La verdad, no sé
cómo hace. Y eso que lo conozco desde que nací. Y eso es así específicamente
porque soy su hijo. Y crecí mirándolo trabajar por encima de su hombro. Pero no
sé, no entiendo. Debe ser algo mágico. Algo que, lamentablemente para mí, no se
transmite. Me refiero a que puede agarrar un lápiz graso, de esos que no
permiten corregir ni borrar y, sin bocetar, hacer un dibujo de punta a punta en
minutos. O puede tomar un pincel, mojarlo con mucha agua y mucha acuarela, y
hacer una mancha totalmente expresiva donde los colores se funden como
explosiones, de manera aparentemente azarosa, y que quede bien. ¿Tendrá algún
control telequinético sobre el movimiento del pigmento en el papel? ¿Podrá
controlar con su voluntad la humedad del papel y del aire? Si lo hace, ese
secreto nunca lo heredé. No quiero sonar desagradecido: tengo un oficio que
amo, casi todo lo que sé lo aprendí a su lado, y continúo una línea familiar
con grafito y acuarela en la sangre. Pero algunas cosas no se repiten. Tal vez
es mejor así.
Imagen:Alfredo Sábat
Hermenegildo Mariano Sábat Garibaldi, ese es su nombre completo, nació en Montevideo en 1933. Su padre era maestro de Lengua, y su madre era porteña, de La Boca. Su abuelo también se llamaba Hermenegildo, también era caricaturista y pintor, y murió poco tiempo antes de que mi padre naciera. Así que mi padre heredó su nombre y, con el tiempo, también el oficio.
¿Qué es lo que nos
orienta, lo que nos define? ¿Será la genética, el ambiente, el deseo que viene
atado a un alma que, en el reparto, es asignada a un cuerpo? Me lo he
preguntado cientos de veces, tratando de entender mi propia vocación. Puede que
sea todo eso a la vez. En el caso de Hermenegildo Sábat, él creció rodeado de
los trabajos de su abuelo, y a los 15 años ya estaba publicando caricaturas en
el suplemento Pulgarcito del diario El País. En los siguientes años pasó por
varios medios hasta que, en 1966, le ofrecieron ser secretario general de
Redacción de El País. Ante la certeza de que iba a tener que dejar de dibujar y
dedicarse a otras cosas que no le daban la misma felicidad, lo habló con su
esposa, Blanca, y decidieron emigrar a Buenos Aires para empezar de nuevo. Los
acompañaron en esa aventura mi hermano Rafael, de 3 años de edad, y quien esto
escribe, por entonces todavía en el vientre materno.
Los que siguieron
fueron años duros, de rebotar entre agencias de publicidad y colaboraciones en
distintas publicaciones. Hasta que en 1971 entró en La Opinión, diario
legendario dirigido por Jacobo Timerman, lo que le dio el suficiente renombre
para entrar en 1973 en Clarín, adonde sigue publicando hasta el día de hoy.
Oficio difícil el del periodista. Porque quien publica en un diario, aunque sea con un dibujo sin palabras, también está siendo un periodista que informa al lector, y por lo tanto debe pensar como periodista. Y tiene que informar, pase lo que pase. Durante la dictadura militar siguió buscando la manera de expresarse. Lo salvaba, a veces, la vanidad de los poderosos que disfrutaban verse dibujados, aun cuando esos dibujos no fueran muy favorables, llegando a "pedir gentilmente" los originales para enmarcarlos. Otras veces, no les divertía tanto, y se lo hicieron saber de manera clara. Cuando eso sucedía, al llegar a su casa no compartía la noticia con su familia. Como dijo más tarde, no sabe cómo se salvó: debe ser porque estaba muy abajo en la lista.
Paralelamente,
seguía pintando y haciendo libros, y durante la Guerra de Malvinas comenzó a
dar clases de dibujo. Lo que fue inicialmente un impulso de supervivencia
continúa todavía actualmente en su Taller de Artes Visuales.
La democracia
volvió y las libertades se restablecieron. Pero esto no garantizó por sí solo
la tranquilidad de la labor periodística. Sólo hay que recordar el caso
Cabezas, y la horrorosa moda de amenazar a periodistas que desató, de la que
también fue víctima Hermenegildo.
Diez años después, un dibujo suyo desató la
ira presidencial, en un acto público transmitido por cadena nacional. Fue un
momento bastante insólito: que un presidente, sea quien sea y donde sea,
dedique su precioso tiempo a pelearse con un dibujo ya es algo poco común. Pero
que se dediquen a hablar de un dibujo en un país supuestamente rico donde sus
autoridades evitan hablar de la pobreza ya es bastante triste.
En 1988 recibió el
premio Maria Moors Cabot de la Universidad de Columbia, por su trabajos durante
la dictadura. En 2005 obtuvo de manos de Gabriel García Márquez el Premio
Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. En 2008 lo nombraron miembro de la
Academia Nacional de Periodismo, de la cual es hoy presidente. Y hace apenas un
mes y algunos días le dieron el Premio Konex de Brillante al Periodismo.
Cierta vez, ante un
apriete, Hermenegildo supo decir: "En mi familia siempre nos guiamos por
las palabras del mejor uruguayo que existió, José Gervasio Artigas, cuando dijo "Con libertad no ofendo ni temo". El apriete lo había recibido yo por un
dibujo que publiqué en LA NACION. Lo dijo en mi defensa. Además de
emocionarme, me hizo recordar la importancia de una cosa. Algo que es como el
aire que respiramos y nos da vida a los periodistas, a los dibujantes y a todos
los seres humanos en general: la libertad. Mi padre me enseñó el amor a la
libertad. Entre muchas otras cosas que enseñó y enseña. Aunque nunca me haya
enseñado cómo hace eso con la acuarela.
Texto: Diario Clarín. Buenos Aires
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