lunes, 14 de abril de 2025

MARIO VARGAS LLOSA ( 1936-2025)

 

El “romance” con Buenos Aires. Una de las ciudades más entrañables del mundo, en un país que amaba


Jorge Fernández Díaz*












Buenos Aires le parecía una de las ciudades más literarias y entrañables del mundo. Durante su remota infancia en Perú, la familia entera recibía cada semana tres ansiadas revistas porteñas: su padre leía Leoplan, su madre Para Ti y Mario se deleitaba e instruía con las coloridas páginas de Billiken. Luego a los 17 años, ya con la vocación decidida y firme, evaluó si debía desarrollarse como escritor en Buenos Aires o en París: a Vargas Llosa, como a casi cualquier latinoamericano ilustrado de entonces, esos dos destinos le parecían parejamente míticos, prestigiosos y estimulantes. Eligió París, pero siempre mantuvo un ojo en “la ciudad junto al río de color león”, y en su vejez no comprendía cómo era posible que nadie hubiese escrito todavía la novela más obvia de todas: una que retratara de manera definitiva y veraz la dolorosa y espectacular decadencia desde aquel país culto y próspero a esta nación burda y paupérrima en la que se había convertido.

Uno de sus mejores amigos en París fue precisamente Julio Cortázar, que le mostró al forastero el lado secreto y mágico de la Ciudad Luz. “Cada vez que me encontraba con él, yo salía cargado de tesoros: películas que ver, exposiciones que visitar, rincones por los que merodear, poetas que descubrir y hasta un congreso de brujas en la Mutualité, que a mí me aburrió sobremanera pero que él evocaría después, maravillosamente, como un jocoso apocalipsis”, anotaba el autor de Conversación en La Catedral. También escribió sobre la brusca y completa mutación que Cortázar experimentó a partir del Mayo Francés, a los 54 años, y cómo de un ingenuo apolítico el padre de Casa tomada se había transfigurado en un férreo y obtuso defensor del estalinismo y del régimen cubano. Esa discrepancia fundamental no logró enemistar, sin embargo, a Mario y a Julio: ambos mantuvieron su afecto hasta la muerte del segundo, a quien Vargas Llosa dedicaba en público toda clase de alabanzas artísticas y disculpaba en privado sus radicalizaciones ideológicas, explicando que Cortázar siempre había sido poco menos que un analfabeto político.

Con Borges, en cambio, el vínculo resultó un poco más turbulento. En un viaje a Buenos Aires, quiso entrevistarlo y lo visitó en su piso de la calle Maipú, y al descubrir el techo con goteras y las paredes descascaradas, le preguntó directamente: “¿Cómo puede ser que usted viva en este departamento, Borges?”. Su interlocutor se levantó de inmediato: “Bueno, que le vaya muy bien. Los caballeros argentinos no hacemos alarde”. Al día siguiente, Borges le comentó a un tercero: “Ayer vino a verme un peruano que debe trabajar en una inmobiliaria, porque quería que yo me mudara”.

Muchos años más tarde aquel mismo peruano lo recibió en Lima, y durante una comida erudita y agradable, Borges le dijo en un momento por lo bajo: “Tengo que ir al baño, voy a necesitar que me ayude a navegar”. Mario no sólo lo condujo hasta el baño contiguo, sino que accedió a guiarlo verbalmente en esa complicada maniobra para que no se armara un zafarrancho: más arriba, más abajo, un poco a la izquierda, Borges. En esa faena tan delicada se encontraban los dos escritores, cuando de pronto el argentino le dijo: “Don Mario, a usted esto del cristianismo, ¿le parece realmente serio?”

En 2008 se sintió muy conmovido al visitar la modesta biblioteca Miguel Cané, en el barrio porteño de Boedo, donde Borges había trabajado nueve años como auxiliar de bibliotecario, registrando y clasificando libros en un cuarto pequeño y sin ventanas del segundo piso. Esa tarea feliz acabó en 1946 cuando el peronismo ascendió al poder y cuando, como confesó alguna vez en su autobiografía, “fui honrado con la noticia de que había sido ascendido al cargo de inspector de aves y conejos en los mercados. Me presenté en la Municipalidad para preguntar a qué se debía ese nombramiento. ‘Bueno, usted fue partidario de los aliados durante la guerra. Entonces, ¿qué pretende?‘. Esa afirmación era irrefutable, y al día siguiente presenté mi renuncia”. Vargas Llosa siempre tenía presente ese episodio borgeano y adjudicaba a la idiosincrasia justicialista la vergonzosa debacle argentina.

Con quien solía solazarse en sus críticas hacia el Movimiento de Perón era con Juan José Sebreli, un ensayista deslumbrante, capaz de ir siempre contra la corriente, que había sido marxista en su juventud y que en su madurez había adoptado un “liberalismo de izquierda” muy próximo a las creencias del peruano. La relación había nacido en París, y no de la mejor manera. Sebreli venía de un largo viaje por China y quedaron en tomar algo en el café Old Navy, ubicado en Saint-Germain-des-Prés, y cuando llegaron al tema Cortázar, el argentino lo atacó sin piedad bajo la idea de que siempre le había gustado estar con los poderosos del momento: cuando la revista Sur ocupaba el centro de la cultura, Cortázar derramaba elogios hacia Victoria Ocampo, y cuando estaba de moda la revolución cubana se derretía por Fidel Castro. Ya se había publicado Rayuela, y Sebreli intentó además criticarla: esa novela emblemática no le parecía tan buena. Vargas Llosa se trabó con él en una áspera discusión literaria que fue subiendo de tono. Se pusieron los dos de pie al mismo tiempo, enrojecidos de ira, y se marcharon cada uno por su lado. Mario fue un lector consecuente de Juan José, y viceversa. Hicieron por fin las paces, y se reencontraron por última vez una mañana de abril en La Biela. Estaba con ellos Cayetana Álvarez de Toledo, y Mario le dijo al viejo pensador, con una sonrisa triste: “Aquella vez nos peleamos por Rayuela, Juan José, pero pasado el tiempo y releyéndola, tengo que admitir que quizá eras tú quien tenía razón”.

Sin embargo, el mejor amigo que tuvo Vargas Llosa en la Argentina –hasta le dedicó El llamado de la tribu- fue sin duda Gerardo Bongiovani, un rosarino que militaba en la Juventud Liberal y que lo conoció en 1992 cuando presentaba El pez en el agua, la gran novela autobiográfica que Mario escribió de regreso de su frustrante carrera política. Tres años después Bongiovani le organizó una gira por Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Tucumán y Mendoza. Mario estaba muy ansioso, en esos meses, por leer Santa Evita, la novela de Tomás Eloy Martínez, y Bongiovani lo esperó en Ezeiza con un ejemplar bajo el brazo. Después Mario escribiría “Placeres de la necrofilia”, un artículo donde la calificaba de obra maestra y animaba a la audiencia de El País a leerla de manera urgente. Recordaba muchas anécdotas de Tomás Eloy Martínez a lo largo de la vida, y en distintas ciudades del mundo, y en ese mismo texto contaba también el peregrinaje de aquella “semana irreal” por todos los destinos que le había organizado Bongiovani: “Probablemente la Argentina sea el único país en el mundo con las reservas de heroísmo, masoquismo e insensatez necesarias para que, en pleno verano, bajo temperaturas saharianas, acuda gente al teatro, a asarse viva, escuchando conferencias sobre liberalismo”. Fue durante esa gira cuando Mario y Gerardo consagraron su larga amistad. A partir de entonces, muchas veces esa asociación permitió que el autor de La ciudad y los perros viniera a América del Sur y pudiera combinar su prédica liberal con la presentación de sus libros. En uno de esos encuentros masivos, una mujer lo abordó y lo llenó de elogios intelectuales. Mario le dijo, con sinceridad: “Señora, el día que me crea todo eso… estoy muerto”. Recogiendo la opinión aviesa de los críticos de la progresía, para quienes Vargas Llosa sólo había sido un buen escritor mientras abrazaba las ideas marxistas, un periodista local le sugirió que sus mejores novelas ya habían sido publicadas. Mario respondió de dos maneras. Le dijo, muy diplomáticamente: “Si yo creyera eso, me pegaría un tiro; siempre estoy soñando con mi mejor novela”. Y a continuación, escribió y publicó La fiesta del Chivo, considerada hoy uno de sus retratos literarios más logrados y una de sus historias más trascendentes.

Vino a Buenos Aires no menos de quince veces en los últimos veinticinco años y, en un momento dado, hasta tuvo la intención de vivir al menos seis meses en esta ciudad; la lluvia de premios y nuevas actividades académicas frustraron ese proyecto. Antiguamente, le gustaba el puchero criollo en Pedemonte y, sobre todo, las carnes rojas en El Mirasol de Puerto Madero y en Fervor de Recoleta. Le encantaba caminar por esos barrios añosos del centro y sumergirse en las librerías de viejo y en los ejemplares antiguos, y lo obligaba a Bongiovani a asistir al cine prácticamente todas las tardes; decía que meterse en una sala a oscuras y dejarse llevar por una película era el verdadero descanso de la jornada, y no había entonces cartelera que aguantara semejante frecuentación. En muchas ocasiones, Mario entraba a ver “una de sexo o de tiros”, no tenía prejuicios: disfrutaba a todas por igual.

Cada una de esas visitas a la Argentina era una indagación acerca del deterioro y la hecatombe de nuestro país, y un cuestionamiento cada vez más duro a su gran culpable: el peronismo. En 2002 Vargas Llosa y Bonviogani alumbraron la Fundación Internacional de la Libertad, junto con un grupo de intelectuales y think tanks de Estados Unidos, Europa e Iberoamérica, y comenzaron a realizar actos y acciones más planificadas. El día que Mario cumplió 72 años se encontraba precisamente en la provincia de Santa Fe: asistía a un aniversario de la Bolsa de Rosario y resulta que quedó atrapado en un autobús. Fue en la Plaza de la Cooperación, cuando un grupo de choque integrado por piqueteros kirchneristas que repudiaban a los liberales, comenzó a rodearlos y a apedrear los cristales de las ventanillas, a abollar con palos la carrocería y a lanzar baldazos de pintura. Mario permaneció quince minutos allí dentro, sin perder la compostura, pero preguntándose íntimamente qué pasaría si comenzaran a arrojar también bombas molotov. Ya gobernaba aquí la dinastía Kirchner, y el autor de La guerra del fin del mundo ganaría en breve el Premio Nobel de Literatura. Sectores del “pensamiento nacional” y del kirchnerismo cuestionaron entonces que Vargas Llosa tuviera un lugar central en la próxima edición de la Feria del Libro. Esto levantó una gran polvareda, mientras se producían otros actos de violencia en algunas salas de la muestra: los kirchneristas se sentían muy cerca del chavismo y tenían fanáticos rentados para intimidar a cualquiera. Cuando lo visité en su cuarto de hotel le advertí que sería una ceremonia llena de peligros, y que me sentía responsable por lo que le sucediera. Me puso una mano en el hombro y me pidió que lo tomara con calma. Pero ahí afuera crecía hora a hora la tensión, y el día D todos los canales de televisión se habían apostado entre el público para transmitir, en una suerte de cadena nacional improvisada, los hechos que íbamos a protagonizar en el escenario. El clima de opresión y asfixia que se vivía en aquel país kirchnerizado hacía presuponer desmanes y agresiones, y un duro cuestionamiento por parte del escritor, de quien se esperaba una denuncia de la situación general por la que atravesábamos bajo un gobierno que intentaba conseguir una hegemonía y establecer un régimen de partido único.

Cuando ya estábamos en el camerino charlando apasionadamente de literatura, llegó hasta nosotros Hebe de Bonafini, legendaria presidenta de Madre de Plaza de Mayo y militante activa y feroz del partido de poder. Le previne a Mario que tuviera cuidado con lo que decía en privado, porque cualquier cosa podría ser utilizada en su contra, y los presenté a aquellos dos mitos vivientes en aquel camerino estrecho y espejado. Hebe le dijo de inmediato: “La Presidenta nos pidió que no hiciéramos nada, y entonces vine a escuchar. Me voy a ir en medio de la exposición; no entiendan eso como un gesto crítico. Tengo que llegar temprano a La Plata y me avisaron que había mucho tránsito en la ruta”. Vargas Llosa no se inmutó ni abandonó nunca su fría cortesía, y cuando ella se marchó yo le expliqué todo lo que eso significaba: “Casa Rosada ordenó dejarte hablar tranquilo, no soportaría un escándalo internacional. Salvo que Hebe esté mintiendo, nadie va a interrumpirnos o abuchearnos, aunque nunca se sabe, siempre puede haber un lobo solitario”. Se encogió de hombros. La entrevista pública transcurrió con tranquilidad, a pesar de que el aire en la sala se cortaba con un cuchillo, y tuvo un rating apabullante e insólito, como si el destino argentino estuviera pendiente de aquellas palabras. Ese episodio, tantos años más tarde, sólo nos refresca la atmósfera de autoritarismo, de falsa unanimidad y de enajenación en el que vivíamos inmersos.

Con Mario tuvimos, a partir de aquel momento estelar, muchos otros encuentros. Uno de ellos fue en Madrid, cuando participamos juntos de una sesión de la Real Academia Española. Llegó en aquella oportunidad con el periodista Juan Luis Cebrián, y estuvimos hablando un rato de la Argentina, esa inútil pasión constante. La última vez que nos vimos fue durante la pospandemia, cuando luego de caer enfermo de gravedad y de haberse recuperado contra todo pronóstico de un covid, llegó un tanto maltrecho a Buenos Aires. En poco tiempo había envejecido mucho, y su coquetería le impedía utilizar audífonos, con lo que estaba un poco desconectado. Lo habíamos visto tantas veces alto, elegante y gallardo, con una valentía física impresionante y una lucidez tan socarrona e implacable, que encontrarlo tan disminuido y desconcertado nos impresionó a todos. En un aparte hablamos de América Latina, que él confesaba haber descubierto verdaderamente en París, y se sorprendió bastante cuando le hablé del “socialismo nacional”, para mí una ideología que resultaba mucho más representativa de la izquierda regional que el antiguo comunismo de la Guerra Fría. Acordamos que, en Madrid o en Buenos Aires, armaríamos una comida para hablar a solas y sin tiempo de esa genealogía que explicaba el socialismo del siglo XXI y tenía raíces paradójicas no en la antigua Unión Soviética, como él pensaba, sino en el fascismo europeo. Salimos al ruedo, ante un público siempre nutrido y a la espera de sus razonamientos; nos abrazamos luego en la trastienda y ya no volvimos a vernos. Su ausencia en Buenos Aires se hará sentir quizá más que en ningún otro sitio del mundo. Ortega y Gasset, y luego su notable discípulo Julián Marías, fueron amados y esperados con la misma intensidad e ilusión con que los argentinos aguardamos cada año a Mario Vargas Llosa. Lo echaremos mucho de menos. Para nosotros siempre será tan eterno como el agua y el aire.







*LA NACION. Buenos Aires
































jueves, 10 de abril de 2025

THAO NGUYEN PHAN

 

Thao Nguyen Phan: 'Hay belleza y optimismo en estas trágicas historias'

Rosanna  Mclaughlin




Sueños de una vida… Thao Nguyen Phan. Fotografía: Benjakon







“Crecí en una familia budista”, dice Thao Nguyen Phan sobre su infancia en Vietnam. “Aunque la religión aquí parece enfatizar la paz y la atención plena, la tierra es turbulenta, siempre hay conflicto y el impacto ambiental en el río ha sido muy dramático”. El Mekong, un vasto río que se extiende desde la meseta tibetana hasta el delta en Vietnam, aproximadamente a una hora en coche desde la ciudad de Ho Chi Minh, donde nació y vive Phan, es el origen de la exposición del artista en Tate St Ives. Una colección de películas, pinturas e instalaciones de ensueño, sirve como una balada... para una vía fluvial herida.


Cuando era niña en la década de 1990, Phan escuchaba canciones folclóricas que glorificaban la transformación del Mekong “de una jungla con cocodrilos y vida silvestre” a “un lugar rico en viviendas humanas y cultivo de arroz”. Pero los efectos desastrosos de la industrialización durante la última década la llevaron a “cuestionar estas visiones estereotipadas del río”. Después de graduarse de la escuela de arte en Chicago en 2014, Phan se convirtió en  protegida de la reverenciada artista estadounidense de video y performance Joan Jonas, y ha estado exhibiendo internacionalmente desde entonces. En respuesta a la crisis ecológica que se desarrolla, Phan ha creado su propio folclore melancólico.

Sus películas emiten severas advertencias sobre los peligros de explotar el mundo natural para beneficio personal. Hay historias de niños muertos por represas hidroeléctricas rotas, imágenes de fuertes lluvias y desechos plásticos, y un siniestro relato de una historia popular jemer sobre la hija de un emperador malcriado que se cansa del oro y exige un collar hecho con el rocío de la mañana. Como castigo, la niña se disuelve en el río.

Phan explica su técnica de combinar fuentes fácticas, ficticias y folclóricas como reacción a la falta de fiabilidad de las narrativas aprobadas por el estado: “En Vietnam, debido a que somos un país socialista, hay una tendencia a reescribir lo que sucedió”. Su película Mute Grain se centra en la hambruna de 1945. Bajo la ocupación japonesa, los agricultores se vieron obligados a reemplazar los cultivos comestibles con yute para fabricar equipos militares, lo que contribuyó a la hambruna de millones. Mute Grain combina los testimonios de los supervivientes de la hambruna, una historia ficticia de dos hermanos, March y August, y animaciones en acuarela de niños sanos transpuestas a fotografías documentales de personas desnutridas y muertas.

Nguyen también ha creado su propio memorial: una instalación de tallos de yute colgantes que suenan cuando caminas entre ellos. La obra, dice, “es una canción de cuna, como una canción popular que le cantas a los niños para que se duerman tranquilos”.

A pesar de la abundancia de tristeza, Phan espera que “la audiencia pueda ver la belleza y el optimismo en medio de estas historias aparentemente trágicas”. Ese optimismo surge del poder de la narración para estar en comunión con los fantasmas del pasado e imaginar futuros alternativos: "Para mí, el espíritu del cine a veces es inquietante y, a veces, tiene la capacidad de transformarse y reencarnarse en la próxima vida". Los hermanos en Mute Grain también son sujetos de pinturas de seda etéreas que representan un mundo libre de hambruna o ruina ecológica. Aquí, los niños están vivos y bien, andan en ciclomotores, recogen abundantes cultivos de arroz y bailan entre las flores.


Magia y pérdida: cuatro obras de arte

 

La flor. Fotografía: cortesía del artista


The Flower, 2016


“Estas esculturas de luz son objetos encontrados: originalmente decoraban las calles de Vietnam durante Tet, las celebraciones del año nuevo lunar. Las formas de girasol y pájaro recuerdan los símbolos vietnamitas tradicionales de armonía, prosperidad y longevidad. También hacen referencia a los símbolos utilizados en la propaganda estatal, como el girasol”.

 

Retrato de agosto de Sueño de marzo y agosto (detalle). Fotografía: Truong Minh Tuan


Sueño de marzo y agosto, 2018–en curso

“Esta serie de pinturas representa los mundos paralelos de marzo y agosto [personajes de la película Mute Grain, sobre la hambruna de 1945]. March y August son hermanos; sin embargo, August murió durante la hambruna y se convirtió en un fantasma hambriento. Mientras March busca en vano recuerdos de su hermana, de alguna manera se encuentran aquí en un mundo de ensueño”.

 

Primera lluvia, Brise Soleil (video). Fotografía: cortesía del artista


First Rain, Brise Soleil, 2021


“(La película) busca revelar la violencia histórica y actual y la destrucción que ocurre en la región del Mekong; propone un tipo de modernidad más suave que muestra respeto por la poesía y el lirismo del conocimiento indígena y nuestro ecosistema”.

 

Sin tela de yute para los huesos. Fotografía: Thao Nguyen Phan


Sin tela de yute para los huesos, 2019


“Para mí, los tallos de yute sin envolver se convierten en huesos desnudos, sin piel, sin carne, sin cobertura ni protección. A medida que el yute suspendido se mueve y se balancea, hace ruido y susurra. El sonido es una canción de cuna dedicada a las vidas perdidas y la separación entre los vivos y los muertos, que no pueden reconciliarse debido a las tragedias de la guerra y el hambre”.




































martes, 8 de abril de 2025

BERLÍN: TATUAJES DE EDICIÓN "SUPER" LIMITADA

 

¿Quieres tatuarte una obra de arte de edición limitada? Berlín es el lugar ideal.

Philip Oltermann



Thomas Richter hace que su tatuaje de Timm Ulrichs sea "realizado" por Diana del Atelier Jiyu, Berlín. Fotografía: Mathias Voelzke Völzke info@mathiasvoelzke.com www.mathiasvoelzke.com/© Mathias Voelzke



Los estudios de tatuajes de la ciudad están en auge mientras el mundo del arte se tambalea. Gracias a una interesante iniciativa, los compradores reciben derechos exclusivos sobre el nuevo diseño de un artista, quien recibe el 50 % de las ganancias.

Puede que sea la forma de arte más antigua del mundo, practicada hace 5.000 años por Ötzi, el hombre de hielo, y sus compatriotas europeos de la Edad del Cobre. Pero, debido a sus asociaciones más recientes con el entretenimiento de la luz roja y el crimen organizado, el tatuaje moderno ha sido rechazado durante mucho tiempo por las galerías que convierten las líneas sobre lienzo en activos financieros.

Una nueva iniciativa en Berlín reconoce que la situación ha cambiado. Con el auge de los estudios de tatuajes en la capital alemana, pero con muchos artistas luchando por ganarse la vida, el proyecto Works on Skin se especializa en la venta de obras de artistas contemporáneos, tanto consagrados como emergentes, que no están pensadas para colgarse en la pared, sino para grabarse en el cuerpo humano.

“El mercado del arte se ha paralizado y muchos estudios están sufriendo”, declaró Holm Friebe, impulsor del programa. “Por eso, intentamos pensar en cómo podemos abrir nuevos campos para los artistas y así reparar un mercado quebrado”.

A través de su página web, Works on Skin vende obras de arte en ediciones numeradas y limitadas de 100 ejemplares, inicialmente a 100 € cada una, pero que llegan hasta los 2.000 € para los últimos ejemplares restantes.

Tatuaje de Andreas Hachulla, basado en el sistema de sonido Berghain. Fotografía: Andreas Hachulla


Con su compra, el comprador adquiere una impresión artística firmada de la obra de arte y un certificado que le otorga el derecho único a tatuarla en su piel, “realizando” así una obra de arte que hasta ese momento se considera “obra en el limbo”.

En lugar de diseños familiares como golondrinas, mariposas o patrones tribales samoanos, los clientes pueden adornar su piel con un dibujo del antiguo sistema de sonido del club nocturno Berghain del artista Andreas Hachulla, o un garabato de neón falso ingenuo de una mujer bebiendo vino de Anna Nezhnaya o un boceto de una payasa del dúo de arte conceptual Eva & Adele.


Si bien la mayoría de las obras pueden colocarse en cualquier parte del cuerpo y a cualquier tamaño, otras incluyen instrucciones específicas. La llama humanoide caricaturesca del artista pop Jim Avignon debe colocarse de forma que se garantice que un músculo debajo mueva el fuego, mientras que el punto azul planetario de Via Lewandowsky debe ajustarse a la altura del comprador para representar la proporción del tamaño del Sol con respecto a la Tierra, resaltando así la marginalidad de la existencia humana en el universo.

“Estamos haciendo algo muy novedoso y a la vez muy antiguo”, dijo Friebe, economista de profesión y autor de no ficción. “Porque el arte sobre la piel marcó el inicio de la historia del arte, antes del trabajo sobre piedra, madera, lienzo o papel”.

Con 150 ediciones vendidas desde el lanzamiento de Works on Skin el verano pasado, se lanzará un nuevo conjunto de diseños el 17 de abril.

La iniciativa se ha recibido con cierto escepticismo en el mundo del tatuaje. Fatih Köker fundó el estudio de tatuajes Noia en Berlín en 2015, reclutando a numerosos artistas formados en prestigiosas academias de arte alemanas. Sin embargo, a diferencia de los artistas representados por Works on Skin, quienes trabajan en Noia no solo crean los diseños, sino que también pueden tatuarse ellos mismos.


"Respetamos a los tatuadores, pero al final trabajamos en campos diferentes»… Holm Friebe (derecha) de Works on Skin. Fotografía: Mathias Voelzke Völzke info@mathiasvoelzke.com www.mathiasvoelzke.com/© Mathias_Voelzke



"Es muy curioso ver cómo cambian las cosas", dijo Köker. "El mundo del arte nos ignoró durante años, y ahora intentan aprovecharse de nosotros".

Tradicionalmente, los clientes contactan directamente a los artistas del tatuaje, sin una agencia intermediaria que se lleve una parte de sus ganancias. Works on Skin, en cambio, se lleva el 50% y paga las ganancias trimestralmente. "Nuestra idea es ofrecer a los estudios de artistas fuentes de ingresos sostenibles y a largo plazo", afirmó Friebe.

También existe la espinosa cuestión de los derechos de autor. Los certificados emitidos por Works on Skin estipulan que, si bien la obra puede, en principio, transmitirse a otro propietario cuando el lienzo humano actual fallezca, "solo puede existir una versión válida".


El diseño de puntos azules de Via Lewandowsky representa «la marginalidad de la existencia humana en el universo». Fotografía: Via Lewandowsky

Estas nociones de exclusividad parecen encajar de forma extraña con las convenciones de lo que el historiador de arte Matt Lodder denomina "arte urraca". "Los tatuadores llevan mucho tiempo copiando y adaptando obras de arte", afirmó Lodder, profesor titular de la Universidad de Essex y autor de Tattoos: the Untold History of a Modern Art . "En el Londres de la década de 1890, por ejemplo, lo que la gente solía desear en el cuerpo eran copias de láminas de arte".


Hasta ahora, la ley ha estado mayoritariamente del lado de los tatuadores. En enero de 2024, un tribunal de Los Ángeles falló a favor de la tatuadora Kat Von D en una disputa sobre si su tatuaje del músico de jazz Miles Davis había violado los derechos de autor del fotógrafo en cuya imagen se basaba.

“El problema con las infracciones de derechos de autor en los tatuajes es que, de todos modos, son difíciles de remediar”, dijo Lodder. “No se puede obligar a nadie a eliminar un tatuaje del cuerpo”.

¿Qué pasaría si alguien simplemente se hiciera un tatuaje basándose en las imágenes de la página web de Works on Skin sin pagar los 100 € o más que cuesta el certificado de autenticidad? Friebe estaría de acuerdo. "Adelante", dijo. "Pero entonces estarías viendo un tatuaje tributo, no una obra de arte en sí misma".


Friebe cree que los tatuadores consolidados no deberían preocuparse de que los estudios de artistas estén a punto de robarles clientes. "Respetamos a los tatuadores, pero al final trabajamos en campos diferentes", dijo. "Vendemos tatuajes de artistas que no suelen hacer tatuajes a personas que no suelen tenerlos".
















miércoles, 2 de abril de 2025

EL "ROMANCE" DE JOHN Y PAUL



 
John, Paul y el 'romance' que transformó la cultura


Ian Leslie



Somos dos… John y Paul. Fotografía: Fox Photos/Getty Images





El vínculo emocional entre John y Paul fue la base del éxito de los Beatles, pero no es la primera vez que amistades masculinas intensas y creativas han cambiado el mundo

John Lennon y Paul McCartney se conocieron y se enamoraron en el verano de 1957. John tenía 16 años y Paul 14. Paul fue a ver a John tocar con su grupo de skiffle, los Quarry Men, en una fiesta del pueblo. Conocidos después, forjaron casi de inmediato una conexión que trascendió los límites de la amistad masculina habitual.
Lennon y McCartney no fueron pareja sexual, que sepamos. Pero en todos los demás sentidos, su relación fue un romance: embriagador, tierno y agridulce. Amistades apasionadas entre hombres como esta son poco comunes, pero no únicas, y un número notable de ellas han cambiado el mundo, transformando nuestras ideas sobre la música, el arte, la poesía y la naturaleza humana. John y Paul formaban parte, sin saberlo, de un linaje extraordinario.
Tras impresionar a John con su forma de tocar la guitarra y su habilidad para recordar la letra de una canción, Paul aceptó su invitación para unirse a los Quarry Men. Ambos comenzaron a compartir el escenario; ya no era solo el grupo de John. Estaban fascinados el uno por el otro. Paul admiraba el ingenio brillante de John y su estilo de niño pequeño. John admiraba sus habilidades musicales y su atractivo de estrella pop. Se hacían reír más que nadie que conocieran.


Con un poco de ayuda de mi amigo… la banda de John y Paul posterior a Quarry Men, los Silver Beetles en 1960. Fotografía: Michael Ochs Archives/Getty Images


Formaban una pareja peculiar: John, irritable, lleno de bravuconería y propenso a la ira; Paul, más moderado y socialmente sutil. Pero cada uno consideraba al otro la persona más brillante que conocían y compartían una ambición feroz. Entre semana, se escapaban del colegio (por Paul) y de la universidad (por John) e iban a la casa de uno de ellos a tocar canciones.

Cualquiera que haya compartido sus propias ideas creativas con alguien sabe lo aterrador que puede ser. Como escribían en el lenguaje del pop, estas eran canciones sobre sentimientos: deseo, anhelo, celos. A través de la música, John y Paul se volvieron vulnerables el uno al otro. Permitieron que el otro vislumbrara su alma. Los amigos comentaron que John y Paul parecían poder leerse la mente el uno al otro.

La amistad se profundizó gracias al dolor compartido. La madre de Paul, Mary, murió de cáncer ocho meses antes de que él conociera a John. Aproximadamente un año después, la madre de John, Julia, falleció tras ser atropellada. Más tarde, McCartney comentó que, si bien no hablaban mucho sobre la pérdida de sus madres, el simple hecho de saber que el otro había pasado por lo mismo los unía. También reforzaba la sensación de ser diferentes de sus compañeros: diferentes y especiales.
A medida que su grupo, ahora con diferentes miembros y un nuevo nombre, conquistaba el mundo, ambos se mantuvieron unidos. Sus amigos comentaban que parecían capaces de leerse la mente y terminar las frases.

Su química era inherentemente volátil. A John le gustaba dominar cualquier grupo en el que estuviera, Paul odiaba que lo manejaran; ambos eran de carácter fuerte. John, cuya infancia estuvo marcada por el abandono y la incertidumbre, se sentía cada vez más inseguro sobre la relación más significativa de su vida. Se volvió más dependiente de las drogas y le costaba seguir el ritmo de la incesante productividad de Paul.



Todo lo que necesitas es amor… Yoko Ono, John Lennon y Paul McCartney en 1968. 


A medida que avanzaban los años 60, comenzaron a discutir más. La relación surgió a medida que se fragmentaba; la notable evolución musical de los Beatles demuestra que sus tensiones fueron creativamente productivas. Pero cuando John y Paul se reencontraron con los amores de sus vidas —Linda Eastman, por Paul, Yoko Ono, por John—, les resultó difícil mantener su cercanía. Al encontrarse en posiciones opuestas en una discusión sobre los negocios de los Beatles, sufrieron una amarga ruptura.
Ambos estaban desorientados y deprimidos por eso. Pero incluso cuando John grabó una canción descarada sobre su expareja, titulada "¿Cómo duermes?", su relación nunca se agotó. Durante los 70, intercambiaron mensajes de reconciliación y cariño en canciones, y retomaron su relación con cautela en persona. Aunque les costó recuperar la intimidad de su juventud, nunca dejaron de sentirse fascinados el uno por el otro.

No creo que hayamos comprendido del todo la profundidad, la trascendencia ni la singularidad de esta amistad. Se habla de ellos como compañeros, "hermanos", rivales y enemigos. Sin embargo, en mi opinión, no encajan en ninguna de estas categorías prefabricadas, lo que quizá explique por qué fueron capaces de vislumbrar nuevas posibilidades para la música. Fue una amistad intensa y platónica entre dos hombres: cariñosos, apasionados y de una creatividad explosiva. Amistades como esta han marcado la historia cultural en varias ocasiones. Parece más probable que se forjen en el crisol de una revolución artística o intelectual. Es como si la intensidad del vínculo personal creara una especie de espacio protegido donde pueden incubar nuevas ideas radicales.


Tengo que incluirte en mi vida… Paul y John en 1964. Fotografía: William Vanderson/Getty Images

William Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge se conocieron en 1795, ambos con veintipocos años (Wordsworth era dos años mayor). Los unió la decepción con la Revolución Francesa y su pasión por las excursiones por la campiña inglesa. Temperamentalmente, eran muy diferentes: Coleridge, voluble, excitable, un conversador brillante, profundamente inseguro y propenso a la depresión; Wordsworth, más equilibrado, reservado y metódico. Pero compartían una ambición desmedida de transformar el mundo a través de la poesía.
La constancia de Wordsworth contribuyó a cimentar a Coleridge; su entusiasmo le dio energía. Se criticaban mutuamente el trabajo y planificaban poemas. De esta amistad surgieron las Baladas Líricas de Wordsworth, La Balada del Viejo Marinero de Coleridge y un nuevo movimiento poético. Con el tiempo, Wordsworth se frustró por la incapacidad de Coleridge para completar proyectos y su creciente dependencia del opio. Coleridge se sentía juzgado y limitado por el enfoque más disciplinado de Wordsworth, tanto hacia la vida como hacia la poesía.
Se distanciaron gravemente después de que Coleridge descubriera que Wordsworth había criticado su carácter ante su amigo Thomas De Quincey. Si bien se reconciliaron en cierta medida años después, nunca recuperaron su antigua intimidad. Para la década de 1830, pudieron reunirse cordialmente, pero la llama de su temprana amistad se había apagado. Coleridge nunca superó del todo la ruptura, y continuó desarrollándola en sus escritos hasta su muerte en 1834

Existen otros ejemplos de amistades masculinas apasionadas y creativamente radicales: Richard Wagner y Friedrich Nietzsche; Vincent van Gogh y Paul Gauguin; C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien; Duke Ellington y Billy Strayhorn. Pero quizás la analogía más cercana con John y Pauk no provenga de las artes, sino de las ciencias sociales. Daniel Kahneman y Amos Tversky se conocieron en 1969 en la Universidad Hebrea de Jerusalén, formando la colaboración más productiva en la historia de la psicología (una historia narrada en el libro de Michael Lewis, The Undoing Project). Su trabajo revolucionó múltiples campos, desde la economía hasta la medicina, cuestionando supuestos fundamentales sobre la racionalidad humana y la toma de decisiones.
.

Este niño… Paul y John en 1963. Fotografía: Val Wilmer/Redferns/Getty Image


Hay un matiz de tristeza en estas historias. A la sociedad le resulta difícil categorizar las amistades apasionadas entre hombres, y esta dificultad puede ser compartida por los propios amigos. En el Simposio de Platón, Aristófanes describe cómo una pareja de amigos puede estar "absorta en un asombro de amor, amistad e intimidad", pero incapaz de "explicar qué desean el uno del otro. Pues el intenso anhelo que cada uno siente por el otro no parece ser el deseo de relaciones sexuales, sino de algo más, que el alma de ambos evidentemente desea, pero no puede identificar".

Alianzas que marcan una era, como la de John y Paul, existen en el espacio que nuestra cultura lucha por identificar; ni amigos ni amantes. Sin embargo, en ese espacio sin nombre, nacen nuevos mundos.





"John & Paul: Una historia de amor en canciones" de Ian Leslie es publicado por Faber .











































lunes, 31 de marzo de 2025

BRUSELAS CELEBRA LOS CIEN AÑOS DEL ART DÉCO


Pan de oro y Gatsby: Bruselas reivindica el nacimiento del art déco con un año de celebraciones

Jennifer Rankin 







La Villa Empain fue reabierta al público en 2010. Fotografía: Thibault De Schepper





A lo largo de 2025, la capital belga conmemorará los 100 años del movimiento con eventos, exposiciones y proyecciones de películas.

El pan de oro que rodea los marcos de ventanas y puertas ondula y se refleja en el agua de la piscina. Elegante, sobria e impecable, la Villa Empain, en el sur de Bruselas, parece haber cambiado poco desde su construcción hace más de 90 años.
Sin embargo, esta obra maestra del art déco reabrió sus puertas recién en 2010, tras quedar en ruinas. Ravers ilegales habían garabateado en sus paredes de mármol y robado sus tesoros, desde rejillas de radiador hasta un pez decorativo que era el centro de una fuente en el bar.
Restaurada a su antigua opulencia, la villa es uno de los puntos culminantes del año art déco bruselense, ya que la capital belga celebra el movimiento artístico de las décadas de 1920 y 1930 y busca reconocimiento. Muchos conocen el legado art nouveau de Bruselas: las sinuosas curvas y los diseños florales de la Belle Époque. Sin embargo, pocos ven la capital belga como un centro del art déco, con sus líneas geométricas, materiales lujosos y motivos exóticos.

"Poca gente sabe que Bruselas también cuenta con una gran cantidad de impresionantes edificios art déco", declaró Ans Persoons, secretaria de Estado de Urbanismo y Patrimonio de la región de Bruselas, al Observer . Ahora quiere que la capital belga se posicione como una de las principales ciudades europeas del art déco.

A lo largo de 2025, la ciudad celebrará este patrimonio con eventos, conferencias, jornadas de puertas abiertas y proyecciones de películas, incluyendo, quizás inevitablemente, El Gran Gatsby, la obra maestra de F. Scott Fitzgerald sobre la gente despreocupada en la era del jazz. El año contará con lugares emblemáticos como la Basílica de Koekelberg, una iglesia faraónica de ladrillo, hormigón y piedra con sus célebres vidrieras modernistas; y el Centro de Bellas Artes (Bozar), diseñado por Victor Horta, quien cambió las florituras del art nouveau por un estilo moderno, elegante y depurado.

Pocos edificios art déco de la ciudad experimentaron la experiencia casi mortal de la Villa Empain. Su construcción se terminó en 1934 para Louis Empain, hijo del equivalente belga de J. D. Rockefeller. Su padre, Édouard Empain, nacido en una familia modesta, convirtió un próspero negocio de canteras en un vasto imperio empresarial, construyendo el metro de París, líneas ferroviarias en Turquía, China y el Estado Libre del Congo de Leopoldo II , un proyecto que costó enormes vidas humanas.
Louis, un joven adinerado, encargó al arquitecto estrella de la época, Michel Polak —ya conocido por la Residencia Palace de Bruselas— glamurosos edificios de apartamentos concebidos como una nueva forma de vida para los ricos. El complejo modernista sobrevive hoy en día como oficinas, eclipsado por el cristal y el acero de las instituciones de la UE.
Luis, cada vez más desilusionado con las apariencias de la riqueza, apenas vivía en su villa, donándola al estado belga para que la usara como museo de artes decorativas. Pero este plan se frustró cuando la suntuosa villa de mármol fue requisada por oficiales nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Posteriormente, fue cedido a la Unión Soviética para su embajada, y posteriormente sirvió como sede belga de una cadena de televisión luxemburguesa. La Fundación Boghossian, fundada por filántropos armenios, se hizo cargo del edificio en 2006, financió su restauración y lo reabrió como centro de arte y diálogo entre las culturas oriental y occidental.

Fundación Universitaria de Bruselas. Fotografía: Crédito: Fundación Universitaria de Bruselas.

En el sótano, la villa alberga una exposición sobre art déco, con carteles, vidrieras, cerámicas y otros objetos de este período turbulento. Antes y después de la Primera Guerra Mundial, florecían movimientos artísticos por doquier: constructivismo, cubismo, Bauhaus, surrealismo. "Había muchísimos movimientos al mismo tiempo, rivalizando pero también inspirándose unos en otros", declaró Louma Salamé, gerente de Villa Empain. El buen diseño, añadió, también estaba más al alcance de todos gracias a "una revolución de estandarización", a medida que artículos como las radios se producían en masa.

Artistas como el surrealista belga René Magritte o el pintor abstracto Victor Servranckx no se limitaban a las galerías; también creaban papel pintado y carteles publicitarios. "Estamos muy lejos del cliché del romántico vestido de negro, solo en su estudio, haciendo cosas para sí mismo", dijo Salamé. "El periodo de entreguerras es un momento maravilloso en el que no hay diferencia entre artistas y artesanos, y todos quieren trabajar para la sociedad".
Sobre todo, el art déco celebraba la modernidad. Fue un estilo adoptado desde la Chicago capitalista hasta la Moscú soviética, pasando por Shanghái, Beirut y Bruselas. "El art déco es el primer movimiento de un nuevo mundo global", declaró Paul Dujardin, comisario del año art déco.

El movimiento se remonta típicamente a la Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industriales Modernas de 1925 en París. Pero Dujardin, quien dirigió Bozar durante dos décadas, considera que el primer edificio verdaderamente art déco fue el Palacio Stoclet de Bruselas, una imponente mansión de mármol de bloques asimétricos, construida a partir de 1905. Sin embargo, no identifica un estilo belga en particular, sino que señala la "mezcolanza intermedia" de su país.

Hablaba desde la Fundación Universitaria, fundada en 1920 por el diplomático belga Émile Francqui y el futuro presidente republicano estadounidense Herbert Hoover, quienes unieron fuerzas para proporcionar ayuda alimentaria a Bélgica durante la Primera Guerra Mundial. Punto de encuentro para académicos internacionales, con el ambiente de un club privado inglés, la fundación sigue siendo un testimonio de la amistad entre Estados Unidos y Europa, con motivos de estrellas en las paredes como homenaje a la bandera estadounidense.

Persoons espera que el Año Art Déco de Bruselas impulse a la gente a pensar más allá del estilo y a reflexionar sobre los tumultuosos tiempos de entreguerras, cuando la euforia de la paz dio paso a la crisis económica y al auge de la extrema derecha. Si bien enfatizó que el programa oficial no contiene un mensaje directo, afirmó: "Puede hacernos reflexionar sobre lo que estamos viviendo hoy y lo rápido que podemos tomar un rumbo equivocado".