jueves, 20 de diciembre de 2012

JUSTICIA


Contra la justicia: Diciembre de 2012

  



  




El potasio es uno de los metales más livianos y blandos: se corta fácil con cualquier herramienta. El potasio casi no es retenido por el cuerpo: casi todo el potasio que nos entra sale pronto, en la orina. El potasio es muy inestable: no puede exponerse al medio ambiente. Frente al agua o al aire reacciona demasiado rápido, violento, y libera oxígeno o hidrógeno; a veces, unas gotas de agua alcanzan para ponerlo en combustión. El signo del potasio es K, la letra K.
 El kirchnerismo en el poder se pasó años jactándose de su Justicia. Con cierta razón, se jactaban de que uno de sus méritos fue desarmar la Suprema Corte adicta que creó el menemismo para reemplazarla por una más neutra, o sea: con algunos miembros más oficialistas y otros menos. Es un logro menor –volver a la normalidad de la institución– que solo luce si es comparado con la grosería menemista, pero nadie negó que fuera un logro.
El kirchnerismo en el poder se pasó años jactándose de cómo la justicia procesó por fin a los militares asesinos de los setentas. En la teoría nunca estuvo muy claro por qué algo que hacía el Poder Judicial, un ente independiente, sería un mérito del Poder Ejecutivo. En la práctica todos aceptamos que si los jueces juzgaban a aquellos militares era porque el gobierno los impulsaba a hacerlo, más allá de cualquier independencia. Y el gobierno, cuando se jactaba, asumía esa dependencia.
El kircherismo en el poder no se jactaba de esa dependencia cuando el juez Oyarbide o sus colegas archivaban todo lo que querían que archivaran, sobreseían lo que hubiera que sobreseer y solucionaban lo insoluble –incluido el “misterio” de la fortuna incontenible del matrimonio Kirchner. No se jactaba pero la usaba a fondo. Tampoco se jactaba pero no dudaba en echar al camporista más histórico, jefe de los fiscales, cuando el vicepresidente Boudou tuvo miedo de que la justicia terminara con él. No se jactaba, pero intervenía sin pudor para salvar el culo de los suyos. Y, sin duda, nunca se quejó de que el Poder Judicial, corrompido, sumiso, le permitiera hacerlo.
La Justicia fue uno de sus instrumentos más usuales, más usados, más útiles. Ahora, de pronto, se ha convertido en su enemigo principal.                                           
La justicia es un ente mutante. La justicia es, en última instancia, el conjunto de reglas que una sociedad inventa para fijar y codificar las relaciones de poder que la mueven en un momento dado. No hay justicia abstracta, objetiva, permanente: lo que es justo hoy podrá no serlo en veinte años; lo que era justo hace cien no tiene por qué serlo ahora. Justicia era que un rey te cortara la cabeza si se le antojaba; justicia es que diez gramos de una droga te puedan mandar preso; justicia es que comprar un objeto te convierte en su solo usuario y poseedor. Hace dos mil años era legal y justo que un señor se comprara una chica de doce para prostituirla; ahora menos.
La justicia es, por definición, imperfecta. Pero más imperfecto es no tener ninguna. La justicia es un pacto que permite que cada cual tenga una idea –más o menos clara– de lo que puede o no puede hacer: de las consecuencias de sus actos. La justicia sirve, al menos, para que en teoría cualquier ciudadano sufra las mismas consecuencias por los mismos actos. No es poco. Aun cuando no termina de ser cierto, la mera noción –que supongamos que deba ser así– es un avance decisivo. Aunque más no fuera por eso, un aparato de justicia en funcionamiento es indispensable.
La justicia debe ser aplicada por un grupo de gente más imperfecta aún. El gobierno tiene razón en muchas de las críticas que les hace. Que haya empezado a hacerlas ahora, tras diez años de aprovechar lo que les critica, es un dato preocupante. Que lo haga como si fuera la víctima en lugar del victimario solo muestra su necedad o nuestra estupidez.
                                           
El kirchnerismo es un elemento básicamente inestable: se prende fuego fácil al contacto con el agua o el aire. La lista de sus enemigos es, caso por caso, la lista de sus ex aliados: Eduardo Duhalde, Roberto Lavagna, Alberto Fernández, Héctor Magnetto, Hugo Moyano; la lista de sus grandes combates, la de sus cambios de idea: Asignación Universal por Hijo, Matrimonio Homosexual, Ley de Medios fueron causas que rechazaron hasta que las abrazaron con pasión de conversos. Y ahora la Justicia. Una de sus piedras fundamentales pasó a ser un cascote, una amenaza.
Lo más fácil es pensar que sucedió al calor de la pelea con Clarín, la batallita por el discurso que últimamente tomó las proporciones de la mejor épica trucha. El hecho de que algunos jueces quieran ejercer sus funciones con un mínimo de autonomía los convirtió en enemigos. Es raro, también, que una pelea que les importaba tanto a sus dos poderosos peleadores se defina por tecnicismos, letras en el espíritu de una ley. Pero así fue –así está siendo– y el gobierno se desesperó. De pronto, los kirchneristas, su jefa a la cabeza, descubrieron lo que había estado ante sus narices durante diez años: que buena parte del Poder Judicial es una corporación privilegiada, que sus integrantes se eligen y se cuidan entre ellos, que no pagan impuestos, que supieron acomodarse bien a todos los gobiernos. Descubrieron lo que todos sabíamos: que la justicia es venal y sumisa a los poderes: lo sabíamos porque ellos la sometían y venaban.
Y le agregaron, por supuesto, los condimentos más comunes en sus salsas: que son destituyentes, que no aceptan las voces mayoritarias, que complotan, esas cosas. Un delirante llamado diputado Kunkel dijo incluso que el presidente de la Suprema Corte, el señor Lorenzetti, quería hacerse presidente vía un golpe –y sus compañeros no salieron a decir que desvariaba.
Todo de pronto: como si les hubieran abierto el tupper anteayer. Así son –suelen ser– los arrebatos K: no descubren las obvias flaquezas de una persona o un grupo hasta que sienten que esa persona o grupo no se pliegan a su voluntad. Y, entonces, simulan que nunca habían pensado otra cosa.
  Ahora, por supuesto, es el gobierno quien quiere encabezar la lucha contra aquello que sostenía unos días atrás. Y, por supuesto, tienen todo tipo de razones de principios para sostener esa enemistad. Y, por supuesto, todos los que no son enemigos de los que eran sus amigos y/o lacayos son unos claudicantes vende patrias cipayos pimpollitos.
Lo curioso es que puedan, después de tanto, seguir con ese mecanismo. Y que ahora se presenten como el primer damnificado, el gritón mayor cuando unos jueces tucumanos parecen claudicar ante ciertos poderes –muy oficialistas– y no condenan a nadie en el juicio por la desaparición de Marita Verón. Es, una vez más, el –ya viejo– truco del Gobierno Opositor: patalear, gritar, quejarse de los males de las instituciones del Estado como si no llevaran tantos años gobernando.
No seamos paranoicos: no dudemos, ni por un momento, de los orígenes de ese fallo que los beneficia tanto; que les permite, justo ahora, convencer a muchos ciudadanos de la justicia de sus embates contra la Justicia.
                                             
Y todo porque, tras creer que la podían usar en su exclusivo beneficio, descubrieron de pronto que otros también la usaban como ellos. Yo le deseo al kirchnerismo el mejor éxito en su cruzada renovadora. Si realmente lo logran, si consiguen una justicia democrática y honesta y pareja para todos, muchos de ellos van a festejar su triunfo en el patio de la cárcel.
El potasio, decíamos, es un metal muy inestable: por eso se lo suele guardar envuelto en aceite. Cuando el envoltorio falla, el potasio se prende fuego o se oxida al contacto con el agua o el aire.







Del blog Pamplinas. El País.






1 comentario:

  1. El potasio parece que se está prendiendo fuego...Será Justicia? María.

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