La madre de todas las batallitas
Martín Caparrós
Nos aprestamos a la batalla decisiva: el 7D. En pocos días culmina la justa que decidirá los destinos de la Patria. Culminar es muy lindo, emotivo, y yo no quepo en mí de ansiedad y zozobra: todo pende de un hilo o un piolín. Temo que no resista. Creo –a veces creo– que cuando nos liberemos de Magnetto vamos a ser tan libres que vamos a volarnos.
Nos aprestamos a la batalla decisiva: el 7D. En pocos días culmina la justa que decidirá los destinos de la Patria. Culminar es muy lindo, emotivo, y yo no quepo en mí de ansiedad y zozobra: todo pende de un hilo o un piolín. Temo que no resista. Creo –a veces creo– que cuando nos liberemos de Magnetto vamos a ser tan libres que vamos a volarnos.
O quizá no. Creo –muchas otras veces
creo– que me da vergüenza que nos tomen por tan tontos. Parece como si el país
fuera rehén de la pelea de dos gallitos ciegos –o tuertos o trompeteros o
trasnochados o traviesos. Y me parece increíble que sigan tratando de convencer
a la sociedad argentina de que cosas realmente importantes van a cambiar según
sea el resultado de la pelea en el barro entre un grupo político de arribistas
ávidos y un grupo empresario de arribistas ávidos. Que son tal para cual –y por
eso pudieron estar aliados tanto tiempo.
Que por eso, también, ahora pueden ser dignos enemigos.
Que por eso, también, ahora pueden ser dignos enemigos.
* *
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Ya sabemos que el peronismo dizque K no
puede funcionar sin enemigos. El grupo que manejó la Argentina la última década
es un rejunte de personajes muy variados y su política es errática. Siempre
tomó sus mejores medidas contradiciendo sus posturas anteriores: la ley de
Medios, el matrimonio homosexual, la Asignación Universal por Hijo –entre
otros– pasaron de ser proyectos de la oposición que el gobierno ignoraba o
combatía a Estandartes del Modelo.
Semejante confusión necesita alguna
claridad: el hecho de tener enemigos precisos puede, de una froma ilusoria,
ofrecerla. ¿Quiénes somos nosotros, que podemos ser tantos? ¿Nos hemos
extraviado? No, bó, no te confundas: nosotros somos los que Peleamos Contra el
Monopolio. Y si no estás de acuerdo con esto o con lo otro –si acunar a
Monsanto te importuna, si hacer leyes con Macri contra los trabajadores te
incomoda, si matar whichis o collas te chirría–, dejalo para después, ya lo
veremos: ahora lo que importa es enfrentar al Enemigo.
El Enemigo es decisivo: por eso hay que
elegirlo con cuidado. Cuando quisieron pelearse con el campo les pararon el
país; la tentativa contra Repsol se está cargando YPF; con las grandes mineras
ni lo intentan; un grupo mediático con mala reputación y buen poder de difusión
es un buen candidato. Sobre todo si uno está tan intoxicado de palabras que se
cree que todo se juega en el Campo del Relato.
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La maniobra parecía astuta: así fue como
empezó esta batalla de roedores en la que unos atacan esgrimiendo una
democratización de la información que no practican ni ebrios ni dormidos y
otros se defienden invocando una libertad de prensa que siempre intentaron
sofocar con sus medios y sus prácticas empresarias.
Están, como dicen en mi barrio, hechos
el uno para el otro: hasta que se pelearon por algún negocio, se llevaban tan
bien. Ya se ha dicho infinito: se ayudaban, se pasaban negocios y primicias, se
convidaban a cenas y whiscachos, se querían con ese amor que solo los que se
necesitan pueden simular. Hubo grandes momentos: se ha hablado mucho del otro
7D –2007–, cuando el grupo Clarín recibió como último servicio del presidente
saliente Néstor Kirchner la autorización para fusionar Cablevisión y Multicanal
y quedarse con el 80 por ciento del mercado; se ha hablado menos de la ley
25.750 –llamada Ley Clarín– de junio de 2003, sobre “Preservación de Bienes y
Patrimonios Culturales”, que los salvó de caer en manos de sus acreedores
extranjeros: que les salvó la vida.
Y casi no se ha hablado de aquel momento
en que la coincidencia Clarín-kirchnerismo alcanzó su mayor grado de puaj:
cuando mataron a Maxi Kosteki y Darío Santillán. Aquel día en que Clarín
famosamente tituló “La crisis se cobró dos nuevas muertes”, el gobernador de
Santa Cruz tampoco quiso molestar a su jefe, el doctor Duhalde, y se calló, una
vez más, la boca: no dijo una palabra sobre aquellos asesinatos –que no deben
haber violado ningún derecho o ningún humano. (Por eso es una suerte que ahora,
diez años más tarde, su viuda -que también calló- los llore y enarbole. Hay
gente que metaboliza despacito.)
Tampoco se recuerda mucho que, cuando el
señor y la señora Kirchner decidieron oficializar la candidatura de ella a la
presidencia de esta Nación, un sábado de julio 2007, llamaron para ofrecer la
exclusiva a su diario de confianza. Aquel anuncio electoral en la tapa de
Clarín fue todo un curso sobre el funcionamiento de la prensa vernácula:
alguien con poder –un presidente, por ejemplo– decide que su modo de comunicar
algo a los ciudadanos consistirá en decírselo a un solo redactor de un solo
medio para que lo mande como –¿noticia?– “exclusiva”. Ese redactor no averiguó
nada, no pensó nada, no entendió nada; fue el conducto elegido por el poderoso
–su altavoz– en un pacto de conveniencia mutua. A esas cosas llamamos
periodismo, últimamente.
Y después llegó la pelea nacional por
aquel porcentaje del negocio de la soja, y la pelea entre ellos por aquel
negocio de telefonía, y se enojaron: se hicieron enemigos. Para el gobierno, la
maniobra parecía astuta, pura ganancia. Y traía un beneficio secundario: si el
Enemigo son los medios, todo lo que digan quedará en duda por esa condición.
Entonces ya no habrá que discutir hechos sino narradores; no es necesario decir
no, Boudou nunca tocó un centavo ajeno, sino Clarín Miente; no, no te creas que
la inflación no es la del Indec, es que están tratando de engañarte para
defender sus oscuros intereses. Ya no es preciso pensar en los asuntos; solo
hay que preguntar quién los relata.
* *
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Así fue: la Guerra contra el Enemigo se
pasó años ocupando un espacio que pudimos dedicar a mejores menesteres, pero ya
llega la batalla final: la emoción, la ansiedad, los argumentos leguleyos, las
patoteadas, los grititos. Quizás sea cierto, al fin y al cabo, que todo –todo,
todo, las huelgas de gendarmes, las marchas millonarias, los paros y reparos,
los apagones repetidos, la captura de la Libertad, los buitres y sus fondos,
todo, todo, el gobierno kirchnerista en su conjunto– es una conspiración de
Magnetto: de ningún otro modo habría podido convertirse en una especie de
adalid de alguna libertad. De ningún otro modo habría podido conseguir que
cantidad de personas que siempre criticaron sus manejos ahora se abstengan
–para no hacerle el juego a las maniobras brutas del gobierno. Es una
tentación; yo trato de no caer en ella.
Triste sería que por condenar los
esfuerzos del gobierno de cargarse a un grupo de prensa que ahora lo incomoda
hubiera que ceder a la lógica del mal menor o el viejo truco del enemigo
principal y las alianzas tácticas, y olvidar lo que ese grupo es.
Clarín puede mentir o no mentir: no es
lo peor que hace. Llevo décadas publicando mi opinión –bastante explícita–
sobre sus efectos: “Opino que los medios del grupo Clarín le han hecho mucho
daño a la cultura argentina media, la han rebajado, la han reblandecido, la han
limado, la van empujando poco a poco hacia el punto en que imaginaron que
estaba: la mente de un chico incapaz de leer, de pensar, de cuestionar. Y opino
que los canales de televisión privada han seguido con gran éxito ese mismo
camino –y nos toman por idiotas redomados, sólo capaces de consumir idioteces
redomadas para idiotas redomados” –escribí por ejemplo hace unos años.
Pero es cierto que a Clarín la pelea le
hizo bien. Durante décadas se cuidaron mucho de hacer su trabajo. O, mejor: lo
regulaban según un mecanismo recurrente. Clarín solía hacer buen periodismo
–serio, tenaz, crítico del poder– cada tanto. Como tenían tantos intereses que
preservar, solo se dedicaban a la noble tarea de buscar pelos en la sopa
oficial -pelucas en el caldo claro- cuando sus dueños necesitaban que el
gobierno de turno les diera algún canal de cable, alguna concesión de redes en
provincias. Para conseguirlo hacían periodismo durante unos días; cuando el
gobierno de marras, harto, les hacía saber que se rendía y entregaba, volvían a
cerrar el boliche y se dedicaban a seguir haciendo el diario habitual,
velocidad crucero: mucho fulbo, espectáculos entendido como televisión, la
política como unos chismes de políticos, la economía chivos de las
empresas, el mundo reducido a veinte líneas, un crimen en la tapa.
En cambio ahora están desatados, y
ofrecen mucho material interesante, que no para de desgastar el Relato: su
política de comunicación funciona. La del gobierno mucho menos.
Porque al gobierno le falta práctica y
le sobra torpeza. Un botón: la semana pasada, cuando el paro, su principal
portavoz el Borbotón Fernández se lanzó a atacar a los huelguistas y no se le
ocurrió nada mejor que insultar a su ex íntimo Hugo Moyano llamándolo Vandor.
Seguramente no pensó que el aliado gremial que le queda, cada vez más débil, un
tal Caló, también es el líder de la agrupación metalúrgica Augusto Timoteo
Vandor. Seguramente no pensó que se estaba peleando con uno de sus últimos
amigos sindicales. Seguramente no pensó. Eso es lo que les pasa cada vez más:
piensan poco, piensan después, no piensan. Al principio acertaron con las
grandes líneas del relato progre, pero parece como si hubieran agotado sus
posibilidades –y ahora no saben cómo seguir, se equivocan cada vez más. Y los
medios que intentaron para sostener ese relato son un fracaso sólido, compacto:
ninguno de los diarios revistas radios televisiones que pagan con la plata de
todos a precio de oro tiene un décimo de la circulación o audiencia que sí
mantienen los que se les oponen.
(Aunque ahora, para compensar un poco
las cosas, el grupo Clarín decidió retomar el modelo K de patotear periodistas
-en la calle o en los medios o en la justicia, donde se pueda-: le sirvió para
perder la muy leve superioridad moral que le daba en este tema el hecho de que
su enemigo lo hiciera y, al final, tuvo que retirar lo dicho. El campeonato de
torpezas nunca para.)
* *
*
Pero nada de eso me salva de la
perplejidad cuando veo que el gobierno de la Nación Argentina ha tomado su
batalla contra Clarín como la madre o abuela o chozna de todas las batallas. En
un país donde la renta financiera no paga impuestos, donde la economía se
concentra y extranjeriza cada vez más, donde las mineras se la llevan con pala
mecánica, donde uno de cada cinco chicos pobres sigue malnutrido, donde las
diferencias aumentan, donde todos los que pueden pagarlo huyen hacia la
educación la salud la educación privadas –por no hablar del transporte, la
energía, esos detalles–, el progresismo consiste en creer que lo más urgente,
lo más decisivo es sacarle un par de empresas a Clarín. Es, de verdad,
sorprendente. Sorprendente que unos pocos lo digan y lo hagan; sorprendente que
haya muchos que lo crean.
Entonces vuelvo a la solución más fácil
y me pregunto si no será una conspiración: una que sirve para establecer en la
sociedad argentina esa lógica binaria que es pura ganancia para todos ellos: o
estás con la máquina de poder peronista –representada por el gobierno– o estás
con la máquina de poder de la derecha clásica –representada por Clarín o La
Nación.
Digo: que te convenzan de que estás
eligiendo porque optás entre dos máquinas de poder, entre dos aparatos del
sistema -como si no existieran más opciones. En síntesis: si yo fuera paranoico
creería que todo esto es un montaje, otra de esas falsas batallas que nos
ofrecen para que no miremos las que importan. Pero:
a) no soy paranoico,
b) no creo que sean tan inteligentes,
c) no parece que sea necesario.
Así que me consuelo pensando que es pura
estupidez: banalidad y negocios.
O sea: me consuelo muy poco.
O sea: me consuelo muy poco.
'Violentas escenas de analfabetismo funcional.
ResponderEliminarLa Guerra-Divorcio, que libran disparatadamente Los Roses, el Gobierno y el Grupo Clarín, penetró definitivamente en el territorio de la patología. Con imprevisibles escenas de analfabetismo funcional.
Continúa...'Oberdan Rocamora' para Asís Digital. R.
Asis es muy ácido y razones no le faltan. Lo he leído, su continuación también. Excelente !
EliminarExcelente Caparrós, una batallita inutil, aburrida, cara, desgastante y que solo le importa a unos pocos. T.E.D
ResponderEliminarLa batallita sigue, viene otra etapa. Algo cansador ¿ NO? Gracias por tu comentario.
EliminarLa batallita fue el Waterloo de la Arquitecta Egipcia y la Cancha Rayada de la Abogada Exitosa.
ResponderEliminar¿ Lo fue ? ¿ Lo será? No se tu nombre, pero tengo dudas de como terminará esto.
Eliminarno soy experta en la materia...el gobierno parece haber tenido un traspié...pero quizá tenga razon. En los paises que van delante del nuestro los trusts estan prohibidos y son considerados delito desde hace más de 70, 80 años. Acá, todavia lo estamos discutiendo al tema.Marta Britos.
ResponderEliminarPor supuesto Marta, pero parece que no se los ha tratado a todos por igual. Hay otros afines al gobierno a los que se trata con guante blanco.
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