Personajes: Estafadores y estafados.
El gordo Galicia.
Alejandro Schleh
Alejandro Schleh
Otro de los personajes inolvidables era el Gordo Galicia.
Permanecía, vivía sentado detrás de su
enorme escritorio donde depositaba además de muestras de diferentes productos
como limpiadores, jabones, franelas o esponjas, botellas de Coca Cola o Fanta,
vasos, paquetes abiertos de bizcochitos de grasa o de galletitas Surtidas de Terrabussi, factura,
un termo y un mate, pan, fiambres, y demás elementos para saciar el hambre y la
sed que, a juzgar por todo lo expuesto, no era menor. Siempre a mano las
planillas mecanografiadas con todo el listado de precios de compra y venta de
los productos debidamente encarpetados. Y un infaltable diario El Clarín
abierto en la sección de clasificados, en donde su distribuidora y decenas de
mayoristas y colegas suyos, publicaban los días sábados y domingos, que son los
días en que los comerciantes minoristas aprovechan para reabastecerse, sus
ofertas y precios especiales para captar clientes. El gordo Galicia solo se
levantaba de su silla para ir al baño o cuando llegaba la hora de cerrar.
Contaba con el personal suficiente como para no necesitar pararse por nada del
mundo.
Era un hombre muy pesado, de una gordura extrema, obeso,
de estatura media, caderas anchas y espaldas angostas, y una cabeza totalmente
rapada y ahuevada. De unos cuarenta, cuarenta y cinco años, dicharachero
pertinaz y de risa un poco histérica, siempre que hablaba de nosotros nos
recalcaba que éramos cómplices y no socios. Dicho esto se reía a carcajadas.
Estaba al frente de Distribuidora Galicia ubicada sobre
la calle Alvarez Jonte, según creo, en jurisdicción del barrio de Villa
Ortúzar, un lugar apacible. Su local tenía una cortina de enrollar que ocupaba
todo un frente sin vidrios ni paredes o
columnas, de modo que cuando levantaba las persianas, quedaba todo a la vista y expuesto. Él y su escritorio podían verse desde la calle entre
las pilas de bolsones de papel higiénico y las montañas de paquetes de pañales
y algodón. Sus empleados iban y venían desde el fondo donde contaba con algún
galpón que usaba de depósito general. Todas las mañanas, cuando abrían, sacaban
carteles y pizarrones de tamaños variados que colgaban contra las paredes en
que terminaban las medianeras a ambos costados del negocio anunciando los
precios de diferentes productos. Fue el primer gran cliente que pudimos conseguir
luego de recorrer infructuosamente varios de los que están agrupados sobre Av.
Jujuy y calles transversales. Esos sí son grandes de verdad y surten muchos de
ellos el interior del país, suelen tener, con frecuencia, mejores precios que
los mismos fabricantes. Durante algunos escasos meses trabajamos con el gordo
Galicia, cuyo verdadero nombre conocimos a través de sus cheques pero jamás
memorizamos, nos contentábamos, y nos hizo gracia en un principio, con llamarlo
con el apodo inventado por nosotros para lo cual no hicimos demasiado esfuerzo.
No era un pez chico el gordo Galicia, no era un Godoy que se las arreglaba
embromando a pequeños y románticos fabricantes de productos de segunda, de
yerbas desconocidas o aguas de colonia Telerín. Cuando partió para España sin
aviso previo, importantes firmas como Jabón Federal, Espuma, Seiseme y Lever en
el rubro jabones, Celulosa Jujuy (Sanidad) y Papelera del Plata (Higienol), en
el rubro papel, Pirelli, y otras firmas por el estilo y de gran envergadura,
fueron perjudicadas con su desaparición hasta el día de la fecha. Esa partida
terminó siendo una partida sin retorno; algo parecido a una fuga. Tuvimos el
dudoso privilegio de que nuestra incipiente pequeña empresa de papel higiénico
Copos fue compañera de desgracia de aquellos monstruos, algunos de ellos
transnacionales. Esto ocurría mientras comercializábamos todavía los productos
heredados del bueno de Godoy. Fue total nuestro quebranto y no tuvimos otra, ni
mejor salida de aquel brete, que endosar aquel desbarajuste
económico-financiero a nuestro más importante proveedor de papel tissue en
aquel momento: papelera Hispano Argentina. Hoy desaparecida, tenía su fábrica
en Mataderos sobre la
Av. Larrazbal. Quizá el gordo Galicia tuvo razón cuando
haciéndose el gracioso nos tildó de cómplices. Al menos lo fuimos para aquella
papelera del barrio de Mataderos, y es de esperar que su desaparición y el
despido de todos sus obreros y empleados administrativos no haya sido culpa
nuestra.
El gordo nunca volvió ala Argentina pero en España
debe haber pasado desapercibido, más en Galicia, creo recordar que Rodríguez
era su apellido. Roberto Rodríguez su nombre completo. Aunque Roberto no sé si
suena tan gallego.
El gordo nunca volvió a
Usaríamos el mismo método usado por
Godoy*, que después de pagarnos con especias y colonias Telerín, terminó
cerrando sus dos pequeños locales de la calle Montes de Oca. Cerraríamos y
desapareceríamos como él. No era tan mala idea. En esa elucubración estábamos,
cuando vinieron devueltos por sin fondo varios cheques del gordo Galicia, que
también desapareció igual que Godoy, de modo más pintoresco por algún rumbo de
España. Nosotros lo haríamos más cerca, iríamos a parar a un punto de la Provincia de Buenos Aires
cercano a la Capital
Federal.
Todas esas elucubraciones que
terminarían siendo un hecho para el escándalo, de ninguna manera serían una
estafa. Los chicos buenos nunca estafan a nadie porque no tienen ninguna maldad
ni capacidad para ello, es por eso que son chicos e inocentes, para eso, por lo
mismo. Estábamos despertando al mundo; rondábamos el rango que va de los
veintitrés a veintisiete años, éramos púberes adolescentes que fumaban. Sería
sólo una travesura que nos generaba un divertimento anticipado al pensarlo y,
que después de lo de Godoy, había comenzado a dar vueltas por nuestras cabezas de manera insistente. Anticipábamos que sería muy difícil seguir
cumpliendo con las obligaciones sin renunciar al emprendimiento, y fue por eso
que, cuando recibimos aquella remesa de papel que fue la última, yo no firmé
como de costumbre, quien era a cuyo nombre se emitían las facturas, sino Piyi,
que rubricó con un garabato nunca antes visto, la conformidad y la aceptación
de haber recibido aquellas bobinas, la última remesa de la Hispano Argentina.
Habían venido enormes esa vez. Todas cercanas a los cuatrocientos kilos.
Con el gordo Galicia la vida nos
dio el puntapié para llevar adelante el plan. Habíamos sido estafados por un
maldito delincuente que merecía estar en la cárcel. Se había abusado de nuestra
bondad e ingenuidad. Se hacía el gracioso con nosotros ese personaje novelesco
que conseguía ser divertido. Quizá nos había contagiado de tanto verlo, aunque
descarto que haya sido nuestro héroe. No, no se fue como un héroe, se fue
escapando, huyendo como una rata de los puertos.
* Godoy fue otro de los personajes inolvidables de aquellos tiempos. De estatura baja siempre andaba con saco y corbata. Exageradamente bien afeitado, perfumado y prolijo, peinaba con gomina su abundante y renegrida cabellera. Ex suboficial del ejército o la gendarmería estaba siempre rodeado de gente fornida que eran sus ayudantes y asistentes. Fue él, quien al frente de la distribuidora Montes de Oca, un pequeño local ubicado sobre esa avenida de Barracas, tuvo el mérito de infligir el primer quebranto a nuestra empresa con su estafa. Era la cabeza de una pequeña banda de forajidos y estafadores que compraban mercaderías a víctimas ansiosas de incrementar sus ventas aún a riesgo de perder todo. Lo hacían con cheques robados o con cheques de cuentas cerradas obtenidos ilegalmente en diferentes bancos. Años más tarde me enteré que los cheques que tienen ese origen y son usados para cometer estafas son llamados cheques "puqui" en la provincia de Santiago del Estero. He visto un maletín lleno de ellos, chequeras varias que me fueron mostradas como trofeo, en ocasión de conocer a estafadores que se movían en el ámbito rural de esa provincia.
Así es que Godoy dejó el tendal entre los distintos proveedores valiéndose de esos cheques "puqui". Pero terminó apiadándose de nosotros –teníamos la suerte de caerle bien a todo el mundo con nuestras gracias, estilo y medios de transporte- y saldó sus deudas con cajas de leche en polvo y yerba de marca desconocida, algunas otras minucias como muñecas y juguetes de plástico, y frascos y frascos y más frascos de la línea de agua de colonia para chicos Telerín, productos que seguramente no había pagado ni pagaría nunca a nadie. Fuimos vendiendo de a poco y como podíamos todas esas cosas. Era el asunto del agua de colonia lo que nos tenía más preocupados por la cantidad que teníamos y la reticencia de los comerciantes a comprarla.
Dimos por fin con un gran kiosco poli rubro cuyos dueños eran una pareja gay de lo más divertida que tenía su comercio sobre la calle Julián Álvarez a la altura de Arenales, Berutti o Juncal, una de esas. Nos compraron absolutamente todo lo que nos quedaba de esas colonias que venían envasadas en frascos con formas variadas y que representaban animales diversos y que quizá eran los miembros de una gran familia llamada Telerín integrada por bestias. Muchos años después de esa transacción comercial que nos salvó en alguna medida de perder toda la plata, quince, veinte, veinticinco años más tarde –nunca les perdí el rastro pues cada tanto les vendía algunas mochilas- nos reíamos hasta el cansancio cada vez que nos veíamos recordando el tiempo, en que siendo clientes de papel higiénico, tuvieron la magnífica idea de comprarnos toda la línea de agua colonia infantil Telerín, cajas y más cajas, soñando hacer vaya uno a saber qué negocio brillante, y cuyo stock fueron liquidando al ritmo de un frasquito por año y regalando a manos abiertas a los clientes más agraciados.
Así es que Godoy dejó el tendal entre los distintos proveedores valiéndose de esos cheques "puqui". Pero terminó apiadándose de nosotros –teníamos la suerte de caerle bien a todo el mundo con nuestras gracias, estilo y medios de transporte- y saldó sus deudas con cajas de leche en polvo y yerba de marca desconocida, algunas otras minucias como muñecas y juguetes de plástico, y frascos y frascos y más frascos de la línea de agua de colonia para chicos Telerín, productos que seguramente no había pagado ni pagaría nunca a nadie. Fuimos vendiendo de a poco y como podíamos todas esas cosas. Era el asunto del agua de colonia lo que nos tenía más preocupados por la cantidad que teníamos y la reticencia de los comerciantes a comprarla.
Dimos por fin con un gran kiosco poli rubro cuyos dueños eran una pareja gay de lo más divertida que tenía su comercio sobre la calle Julián Álvarez a la altura de Arenales, Berutti o Juncal, una de esas. Nos compraron absolutamente todo lo que nos quedaba de esas colonias que venían envasadas en frascos con formas variadas y que representaban animales diversos y que quizá eran los miembros de una gran familia llamada Telerín integrada por bestias. Muchos años después de esa transacción comercial que nos salvó en alguna medida de perder toda la plata, quince, veinte, veinticinco años más tarde –nunca les perdí el rastro pues cada tanto les vendía algunas mochilas- nos reíamos hasta el cansancio cada vez que nos veíamos recordando el tiempo, en que siendo clientes de papel higiénico, tuvieron la magnífica idea de comprarnos toda la línea de agua colonia infantil Telerín, cajas y más cajas, soñando hacer vaya uno a saber qué negocio brillante, y cuyo stock fueron liquidando al ritmo de un frasquito por año y regalando a manos abiertas a los clientes más agraciados.
Foto del autor : Junto a sus socios y el producto de la fábrica Copos, y uno de los
tantos asados, ( este en la vereda ) compartidos
tantos asados, ( este en la vereda ) compartidos
De " Una historia de papel higiénico". ( Historias Verdaderas y Otros Cuentos) Título provisorio.
Gracias Miss Musa !! Todo esto no hace más que sacarme una sonrisa inesperada. Cada tanto publicás algo de "mis memorias" o alguna cosa mía, algún cuentito. Esto es, como decirlo..., tiene de autobiográfico. Espero no terminar esposado en algún calabozo; que no sea leído por mis hijos. Que vergüenza. Que yo sepa vienen en versión mejorada.
ResponderEliminarA Schleh
El texto entero, Papel, Papel es muy bueno, realista, surrealista...tragicómico, serio, divertido. Y siguen los adjetivos....
ResponderEliminarUn retrato excelente de las ambiciones casi inocentes de los ‘empresarios’. Este fragmento, es además el fiel reflejo no solo del inocente y aventurado grupo, sino de una época, de un retacito del país y los argentinos. Gracias a vos Alejandro por regalarnos este texto…y esta sonrisa. Ah ¡ nada calabozos ni esposas…! Un premio por apostar en serio, por el esfuerzo y los riesgos, hoy, minimizados por el tiempo.
Bueno, gracias por tus palabras Miss Musa. A.S.
ResponderEliminarLa agradecida soy yo, Alejandro.
EliminarExcelente Miss Musa...! me puse en la piel de esos muchachos recordando otros tiempos y ese prototipo argentino, el gordo Chanta.... ( aunque al parecer era gallego )...Muy buen retrato. Carli S.
ResponderEliminarEs lo que le digo al autor, Carli. Refleja sus vivencias pero la de muchos otros semejantes en tiempo y espacio.
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