miércoles, 30 de diciembre de 2015

RUSOS EN HAWAII





La historia de los 1.500 rusos importados para "blanquear" Hawái








La Junta de Inmigración de Hawái buscó trabajadores rusos para darles empleo en
 las plantaciones de caña de azúcar.




A inicios del siglo XX, unos 1.500 rusos procedentes de Siberia fueron llevados a Hawái para trabajar en las plantaciones de azúcar en un último intento de hacer el archipiélago "más blanco"."Ellos habían traído trabajadores asiáticos primero, chinos y japoneses", dice Patricia Polansky, bibliógrafa experta en temas rusos de la Biblioteca Hamilton de la Universidad de Hawái.
Los asiáticos eran la base de la mano de obra de la incipiente industria azucarera del archipiélago, el único territorio de Estados Unidos que no está en América.Pero trabajar en el sector era una forma dura de ganarse la vida. En 1909, varios miles de trabajadores japoneses realizaron una huelga para exigir mejor salario y condiciones de trabajo.La actitud de la mano de obra japonesa preocupó a los dueños de las plantaciones.
"Entonces, los hacendados decidieron que querían intentar contratar trabajadores haoles*, lo que llamaríamos trabajadores blancos", cuenta Polansky.
Un reporte de la comisión de trabajo sobre Hawái señalaba que los dueños de las plantaciones locales estaban "deseando sin ninguna reserva emplear a todos los trabajadores caucásicos que el gobierno pueda traer a la isla con un salario un tercio más alto que el que reciben los trabajadores asiáticos".

Los hacendados estaban dispuestos a pagarle a los trabajadores rusos hasta un tercio más del salario 
que le pagaban a los asiáticos.

Los hacendados estaban dispuestos a pagarle a los trabajadores rusos hasta un tercio más del salario que le pagaban a los asiáticos.Cuando los hacendados empezaron a buscar grupos de blancos se encontraron en Honolulú con un hombre llamado A. V. Perelestrous, quien era una suerte de emprendedor ruso. Perelestrous preparó una especie de folleto para el reclutamiento de inmigrantes y viajó con otras personas a Rusia."Allí hicieron mucha propaganda: ´Deben venir. Hay grandes oportunidades para trabajar´", cuenta Amir Khisamutdinov, historiador en la Far Eastern Federal University (Rusia)."Había muchas cosas allí. Se les iba a dar una pequeña casa, se les explicaba cuántas horas tenían que trabajar, cuáles iban a ser sus sueldos", comenta Polansky de los esfuerzos propagandísticos de Perelestrous.

Cuarentena en el paraíso

Los siberianos probablemente imaginaron que estaban viajando a una isla paradisíaca. En lugar de ello, acabaron puestos en cuarentena tras aparecer casos de sarampión en el barco en el que viajaban. Muchas familias rusas abandonaron Hawái para irse a California y Nueva York.Su campamento en Honolulú se convirtió en una atracción para turistas y los periódicos hicieron un circo con el caótico plan de importación de inmigrantes. Según Amir Khisamutdinov, gran parte de lo ocurrido se debía a errores de comunicación. "El problema de los idiomas era enorme para los rusos en Hawái. No tenían intérpretes", apunta. Había tan pocas personas que hablaban ruso en Hawái que contrataron a una actriz local para ayudar a negociar las disputas, como una que surgió cuando los rusos intentaron bañarse desnudos en una playa pública. Había muchas diferencias culturales. Todo en Hawái era completamente ajeno para los rusos, desde la comida local hasta el clima tropical.


Muchas familias rusas abandonaron Hawái para irse a California y Nueva York


Además, no había un centro comunitario para acogerlos, ni una iglesia, ni un embajador que les ayudara a entender –como apunta Khisamutdinov– cosas como cuáles eran sus obligaciones y cómo inscribir a sus hijos en la escuela. Los rusos abandonaron Hawái en desbandada, rumbo a California o Nueva York. Unos pocos volvieron a Rusia.

La invitación de Lenin


Tras el triunfo de la Revolución bolchevique, Lenin quiso que los emigrantes rusos regresaran de Hawái.

Pero la historia tuvo otras vueltas: siete años después de que los primeros rusos viajaran a Hawái se produjo la Revolución bolchevique en 1917 y el nuevo gobierno liderado por Vladimir Lenin quería que regresaran a casa."Entonces, Moscú envió a Hawái a un hombre cuyo nombre era Vilhelm Vasilevich Trautshold y su trabajo, entre otros, era pagar el pasaje de vuelta a Rusia y llenar los pasaportes y la documentación requerida", narra Polansky. La información sobre los que aspiraban a volver era registrada en una especie de álbum de recortes que Trautshold compilaba lleno de fotos y de notas biográficas de los rusos que aún quedaban. Poca gente aceptó la oferta de Trautshold de regresar a la Rusia comunista destrozada por la guerra, pero quienes lo hicieron jamás olvidaron Hawái. Muchas décadas después, tras el derrumbe de la Unión Soviética, Polansky recibió una llamada de una organización de caridad católica avisándole de la llegada a Hawái de una mujer rusa que llevaba una urna con cenizas. "Ella cargaba la urna de su madre que había nacido en Hawái. Era hija de una de esas familias que había emigrado para trabajar en las plantaciones, pero que luego había decidido volver a la Unión Soviética", comenta Polansky. Cuando estaba cercana a la muerte, la mujer le pidió a su hija que la enterrara en Hawái, lo que resultaba cuesta arriba en plena Guerra Fría. Los problemas de comunicación dificultaron la permanencia de los emigrantes rusos en Hawái.



Los problemas de comunicación dificultaron la permanencia de los emigrantes rusos en Hawái.


"En cuanto colapsó la Unión Soviética, ella se subió a un avión y se vino a Hawái con las cenizas", relata Polansky. No todos los encuentros con los descendientes han sido tan dramáticos.
Polansky y Khisamutdinov subieron a internet las imágenes y la información contenida en el álbum de pasaportes rusos comenzaron a entrar en contacto con muchas más familias de los últimos rusos en Hawái.Hasta ahora han sido contactados por unas 30 personas que descienden de las personas que aparecen en el álbum.






*Haole (/ h aʊ l i /; hawaiana [hɔule]) es un término usado en el estado norteamericano de Hawaii para referirse a las personas de ascendencia europea, en contraste con los de ascendencia hawaiana nativa y las otras etnias que fueron traídos a trabajar en las plantaciones. En la lengua hawaiana, el término se ha utilizado históricamente y en la actualidad para referirse a cualquier extranjero o cualquier otra cosa introducido a las islas hawaianas de origen extranjero. Los orígenes de la palabra son anteriores al 1778 la llegada del Capitán James Cook, según consta en varios cantos derivadas de la antigüedad. Su uso históricamente ha oscilado entre descriptiva de raza invectivas.





BBC Mundo.










martes, 29 de diciembre de 2015

EL GRAN CASALS







Las manos de Pablo Casals

Jorge Aráoz Badí











En una antología de la crueldad de nuestro tiempo, entre tantos casos que producen estremecimientos de variada intensidad, debería incluirse uno de dimensiones reducidas, que no adquirió demasiado relieve porque ni siquiera se consumó. Se trata de la amenaza que le formularon los nazis a Pablo Casals cuando se negó a actuar en Alemania, mientras Hitler y sus esbirros estuvieran en el poder. "A ese enemigo, un día le quemaremos las manos", anunciaron.
Idea alucinante: quemarle las manos a un músico. Esto sucedió en 1933. Ahora, con lo rápido y lo furioso que van las cosas, aquella amenaza ya tiene el peso muerto de una anécdota. Pero vale la pena recordar que, alguna vez, hubo alguien a quien se le ocurrió esa idea.
Pablo Casals tuvo la suerte de estar bien provisto de algunas otras ideas. A partir de 1934, cuando la Universidad de Edimburgo lo nombró doctor honoris causa junto a Albert Schweitzer, empezó a modelarse alrededor de él la imagen de un símbolo musical comprometido con la lucha por la paz, en un mundo ya envuelto en la guerra. En 1936, este hijo de Cataluña se declaró antifranquista. Hasta 1945, todo lo que hizo con sus manos sobre el violoncello estuvo destinado a prestar ayuda a sus compatriotas internados en campos de concentración. Francia le concedió la Legión de Honor y, de aquí en adelante, entre su dedicación a los Festivales Casals de Prades y de Puerto Rico, y las convocatorias para actuar en escenarios internacionales, apenas se hizo tiempo para recibir menciones honoríficas de buena parte de los países del mundo. Nadie quería dejar de ver sus manos cuando tocaba su Bach, su Beethoven, su Brahms.

Hoy, 29 de diciembre, se cumplen 139 años desde que naciera Pablo Casals, en 1876. Murió en 1973, a los 96 años.














viernes, 25 de diciembre de 2015

NAVIDAD



Navidad

Leila Guerriero



















¿Por qué, cuando nos hacemos adultos, nos gusta tanto que ya no nos gusten cosas que antes nos gustaban mucho? Sucede con varios asuntos: con bandas de rock, con escritores, con bares, con playas. Lo declamamos, además, con orgullo: “¿Esa banda? ¡Pero si no hacen nada bueno desde 1982!”; “¿Ese bar? Deberías haberlo conocido hace 15 años”. Como si el hecho de que ahora nos generen desprecio las cosas que antes nos apasionaban —U2, Paul Auster— fuera señal inequívoca de que hemos devenido personas inteligentes y evolucionadas.
 El ejemplo más universal de este fenómeno es la Navidad. La irritación y el espanto que esta fecha produce en el adulto promedio parece la mejor garantía de que el susodicho ha dejado atrás —al fin— las torpes ilusiones de la infancia. Por estos días, la gente que me escribe se despide deseándome “que te sea leve con las fiestas” o “que pase rápido”. Yo agradezco, pero tengo un problema: la Navidad me encanta. Siento un placer infantil, completamente frívolo y del todo pagano ante la Navidad. Me gusta dar regalos, arreglar la casa, cocinar durante horas, sacar el mantel de las abuelas. De los ritos que en Occidente ya no tenemos, o que hemos decidido aniquilar, este se ha quedado conmigo y lo cultivo con esmero. Lo paso mejor, mal y peor, como todo el mundo, pero persisto, como quien ha decidido ser leal a sus héroes de infancia. Sospecho que lo que irrita y perturba de la Navidad —de las fiestas de fin de año en su conjunto— es que su reestreno serial, cada diciembre, nos recuerda que el tiempo pasa: que nos hacemos viejos, que los sueños se nos quedan en espuma. Habría que pensar, entonces, qué hicimos —o qué vamos a hacer— con el tiempo. 


Por ahora, y hasta tanto, feliz Navidad.





























































miércoles, 23 de diciembre de 2015

JANE AUSTEN





El secreto de  Jane Austen

Ángeles Mastretta








Hay escritores que nos gustan, escritores a los que admiramos y escritores a los que quisimos desde el primer párrafo del primer libro suyo que nos tuvo entre sus manos. Escritores entrañables cuyas historias se vuelven parte de las nuestras. Jane Austen (1775-1817) es una de ellos. No solo es admirable o fascina, sino que sus novelas son un legado esencial que cuanto más pronto se entrega con más alegría se contagia.
No mucho antes de que la querida Jane se volviera una celebridad del siglo veinte, yo le regalé a mi hija, de trece años, la novela que a partir de entonces es la llave de nuestras mejores conversaciones. Porque desde los noviazgos hasta los acantilados encuentran cobijo en la sencillez y la inteligencia de lo que narra.
Hay, tras la voz que escribe Orgullo y Prejuicio, una mujer sabia que, a los veinte años, discierne como si llevara cincuenta reflexionando sobre los vicios y virtudes de los seres humanos. En medio de una vida tranquila, dentro de una familia armoniosa y de costumbres sencillas, Jane escribió, para leerles a sus hermanos, historias que resultan emocionantes porque tras el cuento de quién se casa con quien, ella entrega la fuerza de una narradora capaz de desentrañar los entresijos de un mundo mucho más complejo que el regido por las formas y las apariencias de su tiempo. ¿Cómo no leerla con humildad y sin prejuicios, con asombro y devoción?














No digo nada nuevo al afirmar que, mientras Jane escribía, el mundo de las mujeres terminaba en la puerta de sus casas. Por inteligentes que fueran: la mamá de Jane era una mujer ilustrada, que al tiempo en que cuidaba una casa con siete hijos y varios alumnos de su marido, alcanzó a tener tiempo para escribir algo de poesía. Cierto que Jane tuvo a su alcance los libros de la biblioteca de su padre y que pudo leer desde niña con placer y alegría, pero no hubo en ella ni el remoto sueño de convertirse en alguien cuya primera y explícita profesión fuera escribir. Menos aún imaginar el reconocimiento y la exaltación de su trabajo.
Hace tiempo intenté, como cualquier lector incauto, indagar qué amores, qué precisa memoria había urgido a Jane a escribir. Leí lo que pude sobre su vida en Pemberly, el cariño de su padre, el gusto por sus hermanos, su intensa amistad con Cassandra, su hermana. Leí de su gusto en el campo y su reticencia en Bath, leí sus cartas, su fervor y quise relacionar las nimiedades que se saben y lo mucho que se ignora con los libros de la distinguida y encantadora miss Austen. Como si alguien que se dedica a escribir no debiera saber que la realidad es una anécdota más entre las muchas que imagina un escritor. Así las cosas, conseguí estar segura de que Elizabeth Bennet, el personaje esencial de Orgullo y prejuicio, fue una mujer audaz que lo sigue siendo, como fueron y siguen siendo: su mamá un soliloquio en voz alta, sus hermanas menores unas frívolas, su papá un lector escéptico, su hermana mayor una suave y hermosa criatura. Pero que no es de la biografía de Jane, sino de su talento, su sentido del humor, su mirada y su imaginación, que salieron estos personajes.
Pionera sonriente, Jane hizo su camino sin aspavientos, pero no creo que ignorando la fuerza de su literatura. Jamás escribió nada en que hablara de sí misma como la creadora de algo excepcional, pero tiene que haber sabido que su prosa encantaba y era de una elegancia y de una sonoridad nada usual. No creo que imaginara cuánto íbamos a quererla doscientos años después, ni de qué modo sus libros iban a entrar por nuestras casas en todos los idiomas y por todos los medios, haciéndonos saber que la incertidumbre y la honradez, la fuerza de las convicciones y la generosidad, siguen siendo actuales.
Vivir en un pequeño pueblo, la patria y el destino de Jane Austen, nos sucede a todos. Cualquier mundo es un pañuelo y en cualquier lugar la gente va haciendo la vida diaria mientras elige o abandona. Como en los libros de Jane Austen. Por eso fascina el irónico deseo de lo ideal que hay en sus historias. Por eso es posible imaginar que se parecen a las nuestras.
Gente que tiembla con los preparativos de una fiesta, que ve los viajes como expediciones y los noviazgos como una duda entre dos templos, habrá en todos los tiempos. Personajes como esos que creían en que la confusión tiene remedio y por su causa eran capaces de meterse en lo inaudito, sigue habiendo. Sobre todo, gente con ojos capaces de imaginar el destino como algo en lo que uno puede incidir, es tan crucial ahora como fue entonces.
Los ojos de Jane Austen eran premonitorios. Alguien creería que estoy loca si digo que fue una feminista, pero la verdad es que ninguna de sus heroínas tuvo a bien suicidarse para salir de un entuerto, mejor lo desafiaban como ahora se supone que debe hacerse. Y se hacían dueñas de sus vidas por obra y gracia de su santa voluntad. Como la propia Jane. Sola, mejor que mal acompañada. O como Elizabeth Bennet, excepcional y drástica, sencilla y elocuente.

Escribir es un juego de precario equilibrio entre el valor y la soberbia. También entre sus opuestos: el miedo y la humildad. A veces ninguno alcanza para contarlo todo. Ahí mismo está el secreto de la señorita Austen. Y su enseñanza: en ese equilibrio.
De tal secreto da fe Orgullo y prejuicio, la bendita novela de doscientos años, tan radiante y sabia como nunca.











lunes, 21 de diciembre de 2015

LA ELEGANTE THATCHER... Y SUS BOLSOS

Margaret Thatcher, una secreta amante de la moda












Cuando Margaret Thatcher entró en Downing Street fue pionera en muchos aspectos, entre ellos la imagen. Como la primera mujer jefe de Gobierno en la historia de Reino Unido, carecía de modelos previos de referencia. Rodeada de hombres trajeados, logró construir un estilo que más de tres décadas después de ganar las elecciones generales sigue sirviendo de molde para políticas de todo el mundo. La ropa le ayudó a mostrarse poderosa sin disfrazarse de hombre y le sirvió de reconfortante envoltorio para una nueva y agresiva manera de hacer política. Las perlas, regalo de su marido Denis, que se negó a quitarse pese a los ruegos de su asesor, la retrataban como una tradicional señora de su casa; los trajes de chaqueta, como la dama de hierro que recortaba sin que le temblase el pulso. Su mensaje fue tan efectivo que Thatcher es hoy un símbolo reconocible a lo largo del mundo. Prueba de su influencia es el éxito de la subasta de sus efectos personales que realizó Christie’s el pasado día 15 y que, con una recaudación de 4,5 millones de euros, superó cualquier expectativa. La mayoría de los objetos fueron adquiridos porthatcherófilos de fuera de Reino Unido. Diarios británicos se lamentaron de que ninguna institución nacional hubiera pujado por los objetos. El prestigioso museo Victoria and Albert, que rechazó los ofrecimientos de la familia Thatcher, y ni siquiera adquirió en la subasta ninguna de las prendas para su sección de moda.



Una jovencísima Margaret Roberts, en 1950, durante su primera campaña electoral, en Dartford, donde perdió. 









Hija de una costurera, Thatcher sabía de moda y entendía su lenguaje. Los más veteranos empleados de Aquascutum, su firma británica de cabecera, recuerdan cómo cuidaba hasta el detalle las hechuras de chaquetas y abrigos, en especial la forma de los hombros. Y curiosamente, la moda contribuyó a que descubriese su vocación. A la tierna edad de 10 años se fijó en el atuendo del candidato conservador de la época Victor Warrender: “Llevaba un buen abrigo; bueno, no ostentoso. Hablaba y todos le escuchaban”, explicó sobre el momento en el que empezó a interesarse por la política. Públicamente mantenía que su única preocupación era vestirse cómoda y apropiada, pero en privado disfrutaba de su afición. Según cuenta la periodista Suzy Menkes, Thatcher vivió su inclusión en la lista internacional de mejor vestidos de 1988 como uno de los momentos más importantes de su vida.



Quizás porque las únicas referencias de mujeres en el poder estaban en la realeza, Thatcher empezó imitando a la reina Isabel, con sus guantes y broches de brillantes. Su gusto, un tanto recargado, fue depurándose a medida que fue subiendo en el escalafón del partido tory. Sus trajes se hicieron más sobrios y las hombreras y solapas cobraron importancia. Su peinado fue agrandándose e inmovilizándose hasta asemejar un casco. 





En el día de su boda












La joven que se casó con vestido de terciopelo azul rematado con un tocado de plumas de avestruz, inspirado en el retrato de la duquesa de Devonshire de Gainsborough, tenía poco que ver con la dirigente que visitó Moscú en 1987 con un vestuario de trajes de gala y sombreros de piel propios de una zarina. 


Thatcher en Moscú.

En una entrevista televisiva reveló que su secreto era llevar ropa bien cortada para que los demás dejasen de fijarse en el atuendo y se concentrasen en su discurso. A pesar de todo, la dama de hierro siempre se preocupó por suavizar su apariencia. Se dejaba fotografiar en la cocina y elegía blusas con lazada al cuello o pañuelos de seda que le otorgaban un aspecto cotidiano aunque estuviera montada en un tanque. 



Sin embargo, esto no era suficiente para ocultar su carácter. Entre los miembros de su Gobierno se acuñó el término bolseando (handbagging) para describir la manera implacable en la que reprendía a sus ministros y que hacía referencia al pequeño bolso de cuero negro de Asprey del que no se despegaba. Durante los 11 años que se mantuvo en el poder, su presencia cambió tan poco como su ideología. No obstante, es posible que en otras circunstancias profesionales hubiera vestido de otra forma. A Thatcher le fascinaba la colección de la diseñadora punk y activista Vivienne Westwood. Westwood le devolvió el cumplido y recientemente opinó que la dirigente vestía “estupendamente”. Lo que separó la política, lo unió la moda.


Texto Brenda Otero. Lodres.


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"Handbagging"







Además de declarar una guerra, reconvertir varios sectores industriales, defender la bondad del librecambismo y hacerse amiga, lo cual roza lo milagroso, del replicante Ronald Reagan, la política británica Margaret Thatcher pasará a la historia por ser la responsable de una innovación verbal.

Desde que la señora se metió en la cosa pública usó un muy expeditivo y práctico método para espantar a enemigos: atacarlos con el bolso. De ahí el gerundio verbal handbagging, del que nos dice el diccionario McMillan:  Golpear verbal y psicológicamente a oponentes o colegas. Usado a partir de Margaret Thatcher, que generalmente llevaba bolsos de cierto tamaño e intimidaba a los demás con ellos.
Como es sabido, el inglés no tiene parangón como idioma siempre naciente, adecuándose a los tiempos y los modos de la common people. Tampoco sorprende que la señora Thatcher haya perfeccionado el arte del ataque mediante el arma que tenía más a mano. Ella misma lo había advertido con el estilo de los camareros de pub, empleados que en el Reino Unido tienen categoría de maestros zen:

“Por supuesto que soy obstinada en la defensa de las leyes ¡Para eso llevo un bolso!”

La doctrina Thatcher no estaba sustentada tanto en el conservadurismo neoliberal como en la amenaza de que aquella señorona te zurrase con el accesorio en el que vaya a saber usted qué guardaba. Los golpeados fueron tantos que la BBC los entrevista de vez en cuando en plan asociación de afectados. “I was handbagged by Mrs Thatcher“ (“A mí me bolseó la Señora Thatcher“) no es el título de un capítulo de Benny Hill. Es una crónica real de sucesos.

El bolso de la foto de arriba, un clásico Launer azul marino (royal navy, dicen en el Reino Unido, siempre tan orgullosos de su dominio ancestral sobre los siete mares), pertenecía al guardarropa-armería de la ex primera ministra.



Maletín oficial de Margaret Thatcher.