La América sin miedo
Antonio Navalón
Ahora ha sido Venezuela,
hace 15 días Argentina y hace meses Guatemala. Definitivamente, algo se está
moviendo en América Latina. Igual que un fantasma recorría Europa en la época
de Marx, ahora el espíritu de una posible recomposición moral cruza desde
Tierra del Fuego hasta los Andes. Después de que el presidente guatemalteco
dimitiera por corrupción y de que Dilma Rousseff tenga que hacer frente a un
proceso de impeachment, ahora le toca a Venezuela, donde la tragedia es
superior a la comedia que encarna Nicolás Maduro, que dice que da lo mismo
ganar o perder las elecciones, cuando sabe que ya las perdió. Una elección
fracasa cuando uno no es capaz siquiera de imaginar que puede perder. Y aún
así, asegura que va a continuar, una afirmación que también es muestra de que
algo puede cambiar.
Desde Montesquieu, la
división de poderes y la articulación de leyes para consagrar el balance en
defensa de la sociedad son valores aceptados universalmente. El problema radica
en que la mayoría de las leyes americanas tienen inspiración sajona, pero
cumplimiento latino. O dicho de otra manera, la ley, en una zona donde las
instituciones siempre fracasan frente a la voluntad del que manda, no es una
prescripción, sino una aspiración. ¿Entonces por qué en este momento la
corrupción se está convirtiendo en el cólera del continente? Porque con el
empoderamiento del ciudadano, las leyes y el mundo plano de Internet ya no hay
quien frene la avalancha de lo insostenible.
Naturalmente, como en todo
gran reajuste habrá muchos errores, aunque espero que no sea otra oportunidad
perdida para la América de habla hispana. En el caso argentino, por ejemplo, es
fundamental concentrarse en la lucha política que se avecina, descarnada y con
todas las características de esa parte de América. Mauricio Macri será un
presidente que gobernará entre un Senado y un Congreso hostiles y además se
enfrentará al llamado factor K, que consiste en dar un papel —coincidiendo con
la revolución de medios de comunicación— a las nuevas generaciones.
La experiencia y el
recuerdo más inmediato generan que los argentinos tengan los más negros
pronósticos sobre la manera en la que puede acabar Macri. Pero también es verdad
que, en la vida y en la política, no se equivoca quien destierra la palabra
imposible de su vocabulario, es decir, vivimos una revolución tan profunda que
todo es posible. En ese sentido, desconozco si el presidente electo representa
la reestructuración moral, pero sí el encuentro con algo que ya es imposible
ocultar: el hecho de que la democracia tiene estética y sentido, aunque este
último haya ido desapareciendo en la América que habla español. Y no porque la
zona que habla inglés sea más fuerte, sino porque ahí la mayoría de las
instituciones aún son más importantes que la voluntad del último poderoso.
Sin embargo, esta nueva
lucha que se plantea —por muchas vueltas ideológicas que se le den— pone de
manifiesto dos realidades. La primera es que América en particular, y el
planeta en general, están en peligro por las brechas sociales pendientes. Y la
segunda, es que ahora el mundo en el que vivimos es plano y no hace distingos
ni matices. Así que con esa reconversión que no es ideológica, creo que, independientemente
de que enjuicien o no a Rousseff, de que triunfe o no Macri, y siempre y cuando
no resulte muy sanguinaria la salida de los chavistas, un nuevo tiempo de
esperanza se está instalando en Latinoamérica.
Ahora, hay que ser
consciente de que la primera necesidad de la región es el equilibrio social y
la segunda, acabar con la corrupción como sistema de vida. Sin embargo, América
Latina aún posee algo que la hace distinta porque son tantas las pesadillas que
ha vivido en tan poco tiempo que, a diferencia de lo que pasa en Europa o en
Estados Unidos, es una región que no tiene miedo y empieza a encontrar cierta
ilusión perdida.
El País, España
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