Las manos
de Pablo Casals
Jorge Aráoz Badí
En una antología de la crueldad
de nuestro tiempo, entre tantos casos que producen estremecimientos de variada
intensidad, debería incluirse uno de dimensiones reducidas, que no adquirió
demasiado relieve porque ni siquiera se consumó. Se trata de la amenaza que le
formularon los nazis a Pablo Casals cuando se negó a actuar en Alemania,
mientras Hitler y sus esbirros estuvieran en el poder. "A ese enemigo, un
día le quemaremos las manos", anunciaron.
Idea alucinante: quemarle las
manos a un músico. Esto sucedió en 1933. Ahora, con lo rápido y lo furioso que
van las cosas, aquella amenaza ya tiene el peso muerto de una anécdota. Pero
vale la pena recordar que, alguna vez, hubo alguien a quien se le ocurrió esa
idea.
Pablo Casals tuvo la suerte de
estar bien provisto de algunas otras ideas. A partir de 1934, cuando la
Universidad de Edimburgo lo nombró doctor honoris causa junto a Albert
Schweitzer, empezó a modelarse alrededor de él la imagen de un símbolo musical
comprometido con la lucha por la paz, en un mundo ya envuelto en la guerra. En
1936, este hijo de Cataluña se declaró antifranquista. Hasta 1945, todo lo que
hizo con sus manos sobre el violoncello estuvo destinado a prestar ayuda a sus
compatriotas internados en campos de concentración. Francia le concedió la
Legión de Honor y, de aquí en adelante, entre su dedicación a los Festivales
Casals de Prades y de Puerto Rico, y las convocatorias para actuar en
escenarios internacionales, apenas se hizo tiempo para recibir menciones
honoríficas de buena parte de los países del mundo. Nadie quería dejar de ver
sus manos cuando tocaba su Bach, su Beethoven, su Brahms.
Hoy, 29 de diciembre,
se cumplen 139 años desde que naciera Pablo Casals, en 1876. Murió en 1973, a
los 96 años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario