martes, 29 de diciembre de 2015

EL GRAN CASALS







Las manos de Pablo Casals

Jorge Aráoz Badí











En una antología de la crueldad de nuestro tiempo, entre tantos casos que producen estremecimientos de variada intensidad, debería incluirse uno de dimensiones reducidas, que no adquirió demasiado relieve porque ni siquiera se consumó. Se trata de la amenaza que le formularon los nazis a Pablo Casals cuando se negó a actuar en Alemania, mientras Hitler y sus esbirros estuvieran en el poder. "A ese enemigo, un día le quemaremos las manos", anunciaron.
Idea alucinante: quemarle las manos a un músico. Esto sucedió en 1933. Ahora, con lo rápido y lo furioso que van las cosas, aquella amenaza ya tiene el peso muerto de una anécdota. Pero vale la pena recordar que, alguna vez, hubo alguien a quien se le ocurrió esa idea.
Pablo Casals tuvo la suerte de estar bien provisto de algunas otras ideas. A partir de 1934, cuando la Universidad de Edimburgo lo nombró doctor honoris causa junto a Albert Schweitzer, empezó a modelarse alrededor de él la imagen de un símbolo musical comprometido con la lucha por la paz, en un mundo ya envuelto en la guerra. En 1936, este hijo de Cataluña se declaró antifranquista. Hasta 1945, todo lo que hizo con sus manos sobre el violoncello estuvo destinado a prestar ayuda a sus compatriotas internados en campos de concentración. Francia le concedió la Legión de Honor y, de aquí en adelante, entre su dedicación a los Festivales Casals de Prades y de Puerto Rico, y las convocatorias para actuar en escenarios internacionales, apenas se hizo tiempo para recibir menciones honoríficas de buena parte de los países del mundo. Nadie quería dejar de ver sus manos cuando tocaba su Bach, su Beethoven, su Brahms.

Hoy, 29 de diciembre, se cumplen 139 años desde que naciera Pablo Casals, en 1876. Murió en 1973, a los 96 años.














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