martes, 4 de agosto de 2015

FRIDA, SIEMPRE



Siempre Frida

Andrea Aguilar



Antes de verla, a Frida Kahlo (1907-1954) se la oía. Carlos Fuentes recordaba el tintineo de pendientes, pulseras y abalorios que precedió a la imponente llegada de la pintora una noche al palco del Palacio de Bellas Artes en México. Nadie quedaba indiferente al magnetismo que irradiaba la mujer del inmenso Diego Rivera, 20 años más joven que él, “una muñeca solo en lo que a tamaño se refiere”, como fue descrita por el fotógrafo Edward Weston.
Leo Matiz (1917-1998) Fotógrafo colombiano.
Casi siete décadas después de su muerte, la fascinación en torno a Kahlo no solo no se agota, sino que crece, dejando a un lado la sombra de su marido. Centenarios, biografías, películas, documentales, óperas e imanes de nevera aparte, la popularidad de Frida escapa a los márgenes de los mapas y los calendarios de efemérides: en 2015, media docena de exposiciones han celebrado distintos aspectos de su legado en Londres, Detroit, Ciudad de México, Fort Lauderdale y Nueva York. Este verano, las aproximaciones a Kahlo incluyen desde la exposición de un puñado de sus cartas a la recreación de las plantas de su jardín, pasando por una conferencia sobre sus problemas médicos a cargo de una reumatóloga.
La fiebre por Frida parece alcanzar un nuevo pico. “Ella mueve muchas emociones en distintos sectores: la mujer engañada, la discapacitada, lo aguerrido de su personalidad a pesar de sus problemas físicos o su lucha política. Y, además, todos nos volvemos confidentes de su vida a través de su obra”, explica por teléfono la fotógrafa Cristina Kahlo, sobrina nieta de la artista y comisaria de la exposición Ecos de tinta y papel. La intimidad de Frida Kahlo. Hasta noviembre, esta muestra reúne correspondencia y fotografías en el Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo de México.
En esas cartas dirigidas, entre otros, a su querido doctorcito, Leo Eloesser, queda patente el dolor físico que marcó la vida de Kahlo; también la profunda amistad que la unió a la actriz Dolores del Río o al arquitecto Juan O’Gorman. Kahlo llegó a someterse a 30 operaciones y, tras una intervención de columna, su hermana Matilde describe al médico cómo le fijaron las vértebras con hueso y el calvario que padeció. Escribe que el dolor no pudo ser paliado con morfina, pues no la toleraba.
Maestra de la autoexposición —retratándose obsesivamente en sus lienzos— y, paradójicamente, del ocultamiento —camuflando bajo las folclóricas faldas las secuelas de la polio que padeció de pequeña y del terrible accidente que sufrió más adelante al quedar atrapada en el choque entre un autobús y un tranvía—, Kahlo fue carne de objetivo durante toda su vida. Cuando murió, se encontraron en su casa cerca de 4.000 fotografías cuidadosamente archivadas.


El venado 
La columna rota
 Autorretrato con mono
Henry-Ford Hospital :  The flying bed
Antes del boom de los paparazi o de la explosión de los selfies, la icónica imagen que proyectaba Kahlo resultaba irresistible. La lista de fotógrafos que la retrataron arranca con su padre Wilhem Kahlo, e incluye desde Cartier-Bresson hasta Ansel Adams. “Es excepcional cómo encontró la manera de evocar distintas facetas de sí misma ante cada objetivo. Reflejaba lo que cada uno quería ver”, apunta el catedrático Salomon Grimberg, autor del texto que acompaña el catálogo de Frida Kahlo. Mirror, mirror..., la exposición de la galería neoyorquina Throckmorton que, hasta el 12 de septiembre, reúne medio centenar de instantáneas originales de Kahlo captadas por Dora Maar, Nickolas Muray, o Lucienne Bloch, entre otros. Grimberg sostiene que la fotografía fue la entrada de Frida en el mundo de la estética, y se detiene en las imágenes que Lola Álvarez Bravo sacó de la pintora en distintos espejos: “Es como si el reflejo fuese el propio sujeto. Muestran su lucha por mantener su sentido del yo”.















Su identidad caló —o quizá también se construyó— en un estilo que rebasó el lienzo y cuajó en un rico mundo estético y simbólico. Ahí está su vistoso armario (fotografiado al detalle por la japonesa Miyako Ishiuchi, cuyas imágenes se mostraron este año en Londres), claro, pero también su jardín. Y es precisamente este decorado botánico lo que recrea Frida Kahlo, Art, Garden, Life.


Gisèle Freund, Frida en el Jardín , Casa Azul, ca. 1951. A partir de la exposición de Frida Kahlo: Arte, Jardín, 
La vida en el Jardín Botánico de Nueva York.

 Esta exposición del Jardín Botánico de Nueva York es la primera que se ha centrado en la importancia simbólica que tenían las plantas en el arte de la autora. “Esta faceta de su creatividad muestra la inteligencia profunda de la artista, su diálogo con ideas muy complejas como la cosmovisión de las culturas prehispánicas, y el discurso del mestizaje no solo en México, sino en el mundo de los años cuarenta y cincuenta, y, sobre todo, su amor por México y por la naturaleza”, explica la comisaria Adriana Zavala. Junto a la reconstrucción de una parte del jardín de la Casa Azul de Kahlo, se han reunido una veintena de cuadros y obras sobre papel —procedentes en su mayor parte de colecciones privadas— en las que las plantas juegan un papel esencial. “La popularidad de Frida muchas veces tapa su arte y por eso nuestro enfoque no es biográfico”, recalca Zavala. “Pero, sí creo que fue una mujer indomable y eso es muy atractivo hoy. También su política”.





En este aspecto reivindicativo y luchador se centraba el Detroit Institute of Art, donde hasta julio se ha podido ver una exposición (con cerca de 180.000 visitantes) en torno a la estancia y el trabajo de Frida y Diego. En Detroit dejó Rivera algunos de sus monumentales murales y ella pintó Henry Ford Hospital tras su aborto. También esta primavera la muestra Kahlo, Rivera and the Mexican Modern Art exploraba las conexiones de toda una generación en el NSU Museum de Fort Lauderdale de Florida. Ya decía Frida en una carta a su madre en 1930 desde San Francisco que “a las gringas las gusto mucho”. Pues no solo a ellas.













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