Los nuevos Medici y Borgia
Antonio Navalón
Los
procesos modernos —desde las primaveras árabes hasta las manifestaciones contra
la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, pasando por el desalojo del presidente
de Guatemala, Otto Pérez Molina— se caracterizan por el empoderamiento de los
ciudadanos. La paradoja es que, al mismo tiempo que se produce esta explosión
de libertad sin precedentes, nunca habían sido tan poderosos los controladores
como ahora. Apenas son 10 las compañías que hacen posibles las sociedades del
siglo XXI.
Como
ya ocurrió en la transición del Medievo al Renacimiento, estamos en un momento
en el que las instituciones se suman a los poderes y además tienen la capacidad
no sólo de condicionar nuestra vida, sino de definir cómo serán los próximos
años. Y así como los Medici o los Borgia utilizaron el arte para dignificar su
enorme poder, hoy las operadoras telefónicas y las empresas tecnológicas usan
nuestra libertad para dignificar uno de los mayores procesos de concentración
de poderes en la historia. En ese sentido, el ejército de expertos en
algoritmos, es decir, los algoristas se han convertido en los verdaderos dueños
del presente y del futuro.
Este
nuevo Renacimiento que vivimos está formado por tres elementos: la soberanía de
los ciudadanos, las grandes compañías de telecomunicaciones y los gigantes
tecnológicos.
Sin embargo, no hay ningún Gobierno en el mundo capaz de controlar las plataformas que nos hacen libres. Las tecnologías no sólo han cambiado nuestras vidas, sino que también han cambiado los Gobiernos que pierden el control de las estructuras centralizadas. Está claro en el caso de América Latina con compañías como Telefónica y América Móvil, y en otras partes del mundo con empresas como Deutsche Telekom y AT&T.
Sin embargo, no hay ningún Gobierno en el mundo capaz de controlar las plataformas que nos hacen libres. Las tecnologías no sólo han cambiado nuestras vidas, sino que también han cambiado los Gobiernos que pierden el control de las estructuras centralizadas. Está claro en el caso de América Latina con compañías como Telefónica y América Móvil, y en otras partes del mundo con empresas como Deutsche Telekom y AT&T.
El
problema radica en que nadie las puede limitar. No sólo por sus enormes
capacidades tecnológicas, sino porque su capacidad operativa supera cualquier
mecanismo de vigilancia gubernamental que pudiera establecerse. La única
esperanza de que su poder no termine devorándonos son las disputas que ya
empiezan a generarse entre ellas.
Ahora,
por una parte, están las grandes operadoras telefónicas que realizan
inversiones gigantescas en fibra óptica e infraestructura, y, por otra, las
empresas de tecnología como Facebook y Google, altamente políticas, sumergidas
en una lucha con las operadoras para saber hasta dónde es legítimo que tomen y
utilicen la información que generamos y en la que otros invierten.
Pero,
además de la lucha que define el legítimo beneficio para unos y para otros, la
gran duda sigue siendo quién puede fiscalizarlas sin recurrir a un
procedimiento traumático, antidemocrático y contrario a la marcha de la
historia como hace, por ejemplo, Pekín cuando impide el establecimiento de
Facebook o interrumpen la señal de Twitter. Su capacidad y poder es tal que se
consideran capaces arreglar distintos problemas desde la educación hasta la
expresión democrática, reemplazando funciones antes reservadas a los Estados o
a la prensa.
En
ese sentido, el desplazamiento de los métodos económicos tradicionales a los
monopolios de las nuevas realidades, obliga a que sociedades y Gobiernos
—especialmente, los de América Latina— hagan un gran esfuerzo por no quedar
relegados, ni estar 10 o 20 años por detrás de los que ahora creen tener la
obligación de administrar y controlar.
Actualmente,
los algoristas se han convertido en lo que fueron los sumos sacerdotes
económicos tras Bretton Woods y la Segunda Guerra Mundial. Marcan lo bueno y lo
malo, ya que su trabajo y sus previsiones delinean los pasos a seguir. El
problema es que eso también tiene que estar equilibrado por los Gobiernos a fin
de ejercer la labor controladora que les otorgan los ciudadanos y las
constituciones de cada país.
Sea
como sea, hay que ser conscientes de que, mientras a Rousseff se le prepara un
impeachment, las reformas de Peña Nieto entran en crisis y el voto latino
decide si es Hillary Clinton o algún republicano el que ocupará la Casa Blanca,
estamos presenciando un fenómeno donde nadie controla a los controladores o,
dicho de otra forma, nadie vigila a los que nos otorgan la capacidad de
expresar nuestro sentimiento, nuestra opinión y, hasta cierto punto, nuestros
votos.
Fuente: El País España
Fuente: El País España
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