miércoles, 18 de noviembre de 2015

CABO VERDE




Cabo Verde, el ‘Caribe’ africano


Fernando Barciela







Paisaje en Cabo Verde. 




Lo más destacado de Cabo Verde es su contraste con el resto de África por su estabilidad política, económica y social. El país, un pequeño archipiélago de 4.000 kilómetros cuadrados y medio millón de habitantes, situado a 1.600 kilómetros al sur de Canarias, no ha sufrido en sus 40 años de independencia incidentes de importancia. Desde 1991, cuando se celebraron las primeras elecciones libres, estas se han sucedido con regularidad. En 2011, tras dos mandatos, el presidente Pedro Pires, del PAIGC (el partido que luchó por la independencia de Portugal), se negó a que cambiaran la Constitución para perpetuarse en el poder.
Por cuestiones como esta, Cabo Verde es un país con una alta credibilidad política. En el índice de libertades de Freedom in the World, de la ONG Freedom House de EE UU, es uno de los 10 países de África considerados "libres". El resto son "parcialmente libres" o "no libres". Hace poco, el Banco Mundial subrayó "su buena gobernanza, gestión macroeconómica sana, apertura al comercio y adopción de políticas sociales efectivas". También el Banco de Desarrollo Africano considera que el país se ha convertido "en un destino seguro para la inversión exterior debido a sus instituciones sólidas. Incluso Pedro Machado, de la Cámara de Comercio de Tenerife, destaca el potencial de un archipiélago que puede convertirse en un serio rival de las islas españolas por atraer turistas.
A nivel social, Cabo Verde ha sido como una balsa. No se recuerdan conflictos ni movilizaciones de protesta importantes, una situación que se ha visto facilitada por la ausencia de problemas raciales. Negros, criollos y blancos se mezclan sin problemas. Además, el país está entre los primeros del mundo en participación de las mujeres en la política.
La gestión más que eficiente ha permitido al país abandonar la extrema pobreza. Su renta per capita ha pasado en las últimas tres décadas de 175 a casi 4.000 dólares. La pobreza crónica bajó del 49% en los noventa al 26% el año pasado. Todo esto teniendo en cuenta que Cabo Verde, a 575 kilómetros de la costa africana, no tiene recursos naturales al margen de la pesca. No tiene minerales ni casi agricultura, debido a la falta de agua y terreno cultivable. En el siglo XX hubo sequías tan catastróficas que provocaron miles de muertos. Incluso en 2002 el Gobierno tuvo que pedir ayuda alimentaria. Estas crisis forzaron la emigración de decenas de miles de personas, cuyas remesas siguen siendo importantes; hay más caboverdianos fuera del país que dentro.
Pese a los pequeños reveses, los inversores y los organismos internacionales han apoyado todos los proyectos de desarrollo puestos en marcha por el Gobierno. Holanda pagó la mitad de la nueva central térmica de Santo Antão y un fondo de los BRIC financió una planta de desalinización en São Nicolau. La privatización de los puertos atrajo el interés de 11 empresas de Portugal, Inglaterra, Holanda o Turquía.



El gran proyecto de futuro de Cabo Verde es su transformación en un 'nuevo Caribe'. Hace años que sus responsables empezaron a vender en el exterior sus enormes playas, casi vírgenes, la belleza del paisaje, sus montañas con picos de casi 3.000 metros y una temperatura media de 27 grados: todo a cinco horas y media de Londres. Las perspectivas son alentadoras. Según un estudio del World Travel and Tourism Council, Cabo Verde será uno de los 10 países del mundo cuyo turismo más crecerá en el medio y largo plazo. Este año, el país recibirá unos 550.000 turistas, cifra que se espera alcance el millón en cuatro o cinco años. Mientras que en 1998 el turismo suponía el 4% del PIB, este año superará el 20%. Para llegar a ese millón de visitantes va a ser clave el estreno de un espectacular casino y complejo hotelero en la capital, Praia, promovido por un empresario de Macau, David Chow, con una inversión de 200 millones de dólares. No será el único. Habrá otros más pequeños en las islas de San Vicente, Santiago y Sal.


Se espera que la actual capacidad turística —229 hoteles, 10.800 habitaciones— se dispare. Meliá, que ya gestiona dos hoteles en Sal, el Meliá Tortuga Beach y el Meliá Dunas Beach Resort —el mayor de África— inaugurará otros dos entre 2016 y 2018. Entre las cadenas que están desembarcando figuran Hilton, que construye un hotel de 240 habitaciones que costará 46 millones de euros; Decameron New Horizon, que invertirá más de 60 millones de dólares en un complejo con 550 habitaciones; o la francesa Groupe du Louvre, que abrirá un hotel casino en Mindelo. El turismo está impulsando el sector inmobiliario. Los precios del suelo suben a una media del 15% anual.



El Gobierno, por su parte, ha puesta en marcha un programa de mejora de infraestructuras. Se han construido centenares de kilómetros de carreteras y se van a modernizar los dos principales aeropuertos. Y como el país se extiende sobre varias islas, se van a potenciar las conexiones interinsulares. Recientemente se han encargado tres transbordadores en España. La canaria Binter empezará a operar vuelos entre las islas del archipiélago en dos o tres meses. El país tiene planes para completar su planta de generación eléctrica y va a entrar en energías renovables.
Llegan las empresas
Estos planes están reduciendo las cifras de paro. El desempleo bajó del 26% en 1998 al 15,8% en 2014, en buena medida por el turismo. En 2013 el sector empleaba a unas 32.000 personas y este año se acercará a los 64.000. Además, Cabo Verde está aprovechando su buena imagen para crearse una industria de la mano de empresas extranjeras. Recientemente se anunció la instalación en el país desde empresas de fabricación de calzado portuguesas hasta transformadoras de atún como la vasco gallega Atunlo.

¿Un dato negativo? Que el crecimiento de la economía caboverdiana se ha ralentizado un poco. Después de crecer el 2,4% el año pasado, su PIB aumentó solo el 0,1% en el segundo trimestre. En el país atribuyen este hecho a su excesiva dependencia de Europa, sobre todo en su comercio exterior. De ahí que el Gobierno haya empezado a moverse entre los emergentes, en especial con China o con Angola, que lleva seis o siete años invirtiendo en sectores como la energía, las telecomunicaciones o la banca.




















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