Javier Arroyo
En la ladera de la Alhambra, donde la
vegetación y la maleza bajan hasta el río Darro, una cueva semioculta entre la
hiedra da paso a una galería subterránea que asciende hasta el palacio nazarí.
200 escalones a oscuras, bajo una bóveda rústica por donde, hace siglos, quién
sabe qué personajes saldrían de palacio huyendo de las intenciones aviesas de
sus parientes o se citarían para amarse mil y una noches lejos de las murallas;
nadie lo sabe, algunos aventuran que podría ser un acceso al bosquecillo que
daba cobijo a fieras exóticas traídas de lugares remotos, costumbre que ya
entonces se estilaba entre los poderosos sultanes.
En la ladera de la Alhambra, donde la vegetación y la maleza bajan hasta el río Darro, una cueva semioculta entre
la hiedra da paso a una galería subterránea que asciende hasta el palacio nazarí.
Que nadie se aventure. Hoy la cueva está cerrada con cancela, el acceso no es público y el misterio es solo cosa de historiadores. Pero haberlo, hubo. Y no es el único tramo que transcurre bajo
Este es el primer agujero subterráneo que
muestra Bermúdez, con una planta circular cuyas paredes ascienden descarnadas y
curvas como si uno estuviera metido bajo la campana de una quesera, pero sin
queso, y quizá con algunos ratones. Así yacían los prisioneros, tumbados en sus
camastros: todavía hay vestigios de los ladrillos que disponían de forma radial
el espacio que correspondía a cada quien. Y en la hornacina, a la cabecera,
restos del vasar donde apoyaban la escudilla. No eran presos cualquiera, los que allí sufrían tenían valor de canje, seguro. Como lo tuvo
Cervantes en Argel, si se quiere tomar como la otra cara de la moneda
Hasta ahora se han descubierto 21
mazmorras en la Alhambra ,
alguna de ellas gracias a la mala pata de algún jardinero que se hundió unos
palmos sin querer mientras trabajaba. Seis de ellas estaban en zona militar, en
la alcazaba. Un solo orificio en lo alto del zulo, al que era imposible
escalar, servía para el contacto exterior.
Mientras en el salón de Comares
el sultán Muhammad V recibía a embajadores y otras gentes de postín, bajo su
trono, otra galería desprovista de adorno y comodidades daba alojamiento a los
guardias. En la planta noble, las celosías filtraban la luz sobre los
brillantes azulejos y la fecunda orfebrería de yeso. En la planta inferior,
apenas una abertura de aguja en el contundente muro deja ver al militar si es
de día o de noche. Casi no cabe una flecha. Bermúdez explica cómo se procedía a
las rondas de los vigilantes para que unos y otros se intercambiaran el parte
de sus guardias. Un laberinto de salidas y entradas que, con la muralla,
hicieron del monumento una plaza inexpugnable.
Una enciclopedia de la construcción
Así como Córdoba y su mezquita fueron la capital del mundo en tiempos de su califato omeya —el Nueva York del momento, dicen todos, intentando una comparación con el mundo actual—la
Alhambra y Granada no gozaron de ese esplendor geopolítico o
cultural en el mundo musulmán. El imperio nazarí ocupó una extensión mucho
menor, apenas de Cádiz a Almería.
Así como Córdoba y su mezquita fueron la capital del mundo en tiempos de su califato omeya —el Nueva York del momento, dicen todos, intentando una comparación con el mundo actual—
Lo que tiene el monumento nazarí que le hace único es que conserva en
sus hechuras todos los saberes arquitectónicos y artísticos, una verdadera
enciclopedia de la construcción a la que acuden expertos de todo el mundo en
busca de respuestas sobre construcciones de la época, antes de abordar las
restauraciones.
Cultura . El País.
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