Contra el odio
Ana Carbajosa
El odio no es un sentimiento
individual y aislado. El odio se construye y se alimenta. Esta es la premisa
que vertebra el ensayo de Carolin
Emcke, Contra el odio (Taurus), convertido en best
seller en Alemania. Desde su publicación el pasado octubre, el libro ha
dado pie a un intenso debate, en un momento en el que el rechazo al diferente y
la búsqueda de sociedades homogéneas e idealizadas ganan terreno.
Carolin Emcke (Müllheim an der
Ruhr, 1967) trabaja desde hace tiempo en torno a la violencia y sus causas;
como corresponsal de guerra durante 14 años, como filósofa y como escritora.
Pero es ahora cuando su tema encuentra un eco desmesurado, cuando hablar de
nacionalismo, identidad y racismo cobra otro sentido y enciende los ánimos en
un país, en el que piensa que “se odia
más abiertamente”. “Se ha abierto la veda. Ahora la gente exhibe con orgullo su
rechazo a los extranjeros. En la televisión y en la calle, el racismo ha
llegado al centro de la sociedad. Se ha roto el tabú”. No solo en Alemania.
El rechazo al diferente y el repliegue identitario son “fenómenos globales”,
defiende la pensadora alemana durante una larga entrevista la pasada semana en
su casa de Berlín.
Esa interconexión global es
posible, según Emcke, gracias a la Red, escenario de construcción y propagación
de mensajes de odio. “Vemos que hay
conexiones entre Rusia, Estados Unidos, Holanda y Alemania. Vemos que los
mismos vídeos de odio y los mismos discursos se repiten en distintos países. El
marco ideológico que alimenta el odio es multinacional”. La escritora
sostiene que “la ilusión de que la Red es un lugar de emancipación y
solidaridad se ha acabado. No puede ser una zona extraterritorial donde la
gente pueda hacer lo que le dé la gana”.
Ese “nosotros” frente a “ellos”
cristaliza en forma de antisemitismo, de homofobia, de islamofobia, de racismo,
de populismo y de manual de instrucciones de terroristas islamistas. Son
manifestaciones muy distintas las que Emcke estudia en su libro, pero que, sin
embargo, se nutren de un plancton ideológico y sentimental con rasgos
similares. ¿De dónde nace ese anhelo de pertenencia identitario? “Es un
fenómeno muy narcisista. Me sorprende lo inseguras que se han vuelto nuestras
sociedades respecto a su identidad. Ahora hace falta que todo sea muy
homogéneo. Vivimos en sociedades hipocondríacas, que
temen contaminarse constantemente con lo diferente. Los extranjeros, los
homosexuales, los de otras religiones. Hay que mantener la pureza ¿Cómo es
posible que alguien se sienta amenazado por la opción sexual de otra persona?”,
se pregunta Emcke, cuya homosexualidad es una de las armas arrojadizas de sus
detractores en la redes sociales.
Emcke recibió en 2016 el
reconocimiento de los libreros alemanes, que le concedieron el premio de la
Paz, el que se entrega cada año el último día de la Feria del Libro de
Fráncfort. Una distinción que en el pasado han recibido escritores como David
Grossman o Mario Vargas Llosa. “Toda mi
vida he tratado de comprender la génesis de la violencia, porque solo así,
yendo para atrás te das cuenta de que había otras opciones, de que se podían
elegir otros caminos. Hay que deconstruir el odio y la violencia. Porque no es
la expresión de un sentimiento individual, no es espontáneo, es fabricado y
requiere cierto marco ideológico. Normalmente nos fijamos en el final, cuando
ya han quemado un centro de refugiados, pero hay que mirar qué hace posible que
haya gente que siente que pertenece a un lugar y otras que no”.
Emcke
piensa además que uno de los problemas tiene que ver con que las emociones
ganan cada vez más fuerza frente a la razón en el terreno político. “Legitimamos
las emociones como si fueran argumentos racionales. Los políticos dicen ‘oh, la
gente tiene miedo’ y reaccionan. Es un tipo de infantilización. Los políticos
tienen que ser conscientes de que los niños pronto aprenden que el miedo se
cuestiona. Ante la inseguridad, se tiende a reducir la complejidad y a
resignarse a los mensajes simples”.
Nuestras sociedades son más
infantiles, ¿y son también más irresponsables? Si vemos los resultados de
ciertas consultas (Trump, el Brexit…), el desprecio a la democracia. “El narcisismo es extremo, es como si nada
importara. A la vez hay un problema de expectativas y de tiempos. La gente
quiere resultados inmediatos. Se ha perdido el respeto a los tiempos, a las
negociaciones, a los procesos, pero las democracias son procesos muy lentos.
Tenemos que aprender a ser lentos y sabios. Puede que no sea muy sexi, pero es
lo que hay”.
La lectura de Emcke puede parecer
a primera vista sombría y preocupante. Y hasta cierto punto lo es. Pero la
autora también cree que la solución está en la mano de cada uno, en las
palabras que elegimos y en cómo reaccionamos ante las manifestaciones de odio.
Cuenta Emcke que la gira de promoción del libro en Alemania le ha permitido
entrar en contacto con muchísimos lectores que siempre le hacían la misma
pregunta: ¿Qué podemos hacer? La respuesta, larga y compleja, la resume Emcke
en tres patas: exigir un mayor control en la Red, mejor trabajo policial y por
último y sobre todo en la responsabilidad individual. “No podemos tener miedo de hablar en defensa de los que se sienten
atacados. Yo no quiero una sociedad en la que solo los judíos defiendan los
derechos de su comunidad o solo los gais luchen contra la homofobia. Tenemos
que restablecer la universalidad del discurso de los derechos civiles”. Y
pone como ejemplo a España. “Me emocionó
muchísimo la reacción de España a los atentados de 2004. Los españoles dijeron
‘no vais a transformar con las bombas nuestra sociedad, no nos vais a quitar
nuestra libertad. Fue increíble”.
Aires de la Alemania de los años treinta
A. C
Carolin Emcke organiza desde hace 14 años
charlas mensuales en Schaubunne, el teatro de la Lehhniner Platz de Berlín.
Allí acuden artistas e intelectuales para hablar de lo que les preocupa o
interesa. Emcke explica que este año, por primera vez desde que empezaron hace
casi tres lustros, han tenido que contratar agentes para garantizar la
seguridad de los asistentes por miedo a ataques de extremistas.
Porque Contra el odio ha tenido una respuesta muy positiva
entre el público alemán, como si hubieran estado esperando ansiosos a que
saliera un libro así. Pero también ha recibido críticas y un alud de ataques en
las redes sociales, de las que la autora se ha distanciado para poder respirar.
“Ha habido un poco de todo, desde ataques homófobos a la guerra declarada a los
intelectuales y los expertos. Es muy desconcertante, recuerda a la Alemania de
los años veinte y treinta del siglo XX”.
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