El arte que los colaboracionistas holandeses vendieron a
Hitler
Isabel Ferrer
La suerte de la colección de arte
reunida antes de la II Guerra Mundial por Franz Koenigs, un banquero germano
nacionalizado holandés, vuelve a los tribunales. Seis herederos piden en Róterdam a los jueces la devolución de 11 dibujos y otros 11 álbumes
con cientos de ilustraciones de maestros antiguos, entre ellos Fra Bartolomeo,
Rembrandt y Durero, incluidos en los fondos del museo Boijmans van
Beuningen, de la ciudad portuaria.
La sala, que compró el legado de Koenigs en 1940, con la invasión nazi de Holanda en puertas, lo niega, y considera suyas las obras. El caso ha reavivado la polémica sobre la figura del "colaborador económico" en época de guerra, porque Daniel van Beuningen, un empresario al que el centro artístico debe la mitad de su nombre, vendió un cuarto de las piezas a Hitler para su Museo del Führer.
La sala, que compró el legado de Koenigs en 1940, con la invasión nazi de Holanda en puertas, lo niega, y considera suyas las obras. El caso ha reavivado la polémica sobre la figura del "colaborador económico" en época de guerra, porque Daniel van Beuningen, un empresario al que el centro artístico debe la mitad de su nombre, vendió un cuarto de las piezas a Hitler para su Museo del Führer.
Franz
Koenigs llegó a tener 2.140 dibujos y 46 lienzos. La mayor parte fue prestada
al museo de Róterdam en 1935 fue por un periodo de diez años. Con Europa en
plena turbulencia, él necesitó crédito y dejó una porción de su colección
—asegurada en 4,5 millones de florines— como garantía en el banco Lisser &
Rosenkranz. De propiedad judía y con sedes en Hamburgo y Ámsterdam, la entidad
tuvo que liquidar en 1940, semanas antes de la ocupación holandesa. “Las obras
siempre estuvieron en el Boijmans porque mi abuelo quería que el público las
viera. Intentó trasladarlas a Lisboa, pero no pudo ser por la inminencia de la
guerra”, dice Christine, una de sus nietas, y principal impulsora de la
demanda. “Ahora se recupera la figura del colaboracionismo económico en
tiempo de guerra. Una visión interesante en este caso. Van Beuningen era
coleccionista y un magnate portuario, y creo que se puso de acuerdo con Dirk
Hannema (director del Boymans durante la contienda y encarcelado después ocho
meses por vender arte a los nazis) para comprar esas obras por un millón de
florines. Su plan era venderle luego una porción a Hitler y obtener un gran
beneficio”, prosigue la nieta.
La operación no fue rechazada por
el museo porque, según Christine, “Hannema era pro nazi y Van Beuningen
presionó a Lisse & Rosenkranz y a mi abuelo”. “Luego dijeron que habían
salvado la colección, cuando la verdad es que Hitler quería los pintores
alemanes y holandeses. El resto se quedó en el museo. Van Beuningen, además,
ganó así 1,5 millones de florines, mucho más de lo abonado al banco judío. Los
enviados de Hitler, que era muy tacaño, vinieron en persona a tasar los
dibujos”. El empresario donó también piezas propias al Boymans, y se quedó
cuatro cuadros de Rubens y varios dibujos de Koenigs. El museo holandés ha admitido
siempre que la venta no debió hacerse a las fuerzas ocupantes. Pero luego
señala que, dado el curso de la guerra, “los nazis la habrían forzado para
hacerse con los cuadros y dibujos que Hans Posse, el historiador germano,
elegía para el museo que el führer deseaba abrir en la ciudad alemana
de Linz”. Es decir, a pesar de los sobresaltos, al final se ha cumplido el
deseo del propio Koenigs de conservarlas en Holanda.
No toda
la familia Koenigs está de acuerdo con la demanda, pero la nieta, que va
cumplir 65 años, lleva casi un cuarto de siglo batallando por la recuperación
de la pasión del abuelo. En el pasado, peleó por el grueso de la colección,
pero el Consejo holandés de Estado rechazó su petición en 2007. “Creemos que
con estos 11 dibujos y 11 álbumes no hay dudas. ¿Por qué no condenaron a Van
Beuningen tras la guerra cuando se admite que actuó ilegalmente?”, se pregunta,
para responder enseguida lo siguiente: “Porque era un hombre poderoso y con
contactos. Y un empresario necesario en la posguerra”. El Mando Supremo de los
Aliados archivó su causa, y en 1958, ya a título póstumo, el museo añadió su
apellido por los servicios prestados.
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