miércoles, 28 de junio de 2017

DALÍ, NO TAN SECRETO



La hija de Dalí ...

Jesús Ruiz Mantilla













La sexualidad de Salvador Dalí era su secreto mejor guardado. Lo dice Estrella de Diego, autora de Querida Gala, una biografía sobre la musa del pintor y, antes, de todo el surrealismo. El hecho de que la exhibiera y la comentara en todos sus escritos autobiográficos, la verdad patente de que formara parte fundamental de su obra pictórica, fílmica, literaria, no significaba, quizás, apenas nada. Puede que una gran maniobra de distracción, otra más, para ocultar hasta cierta normalidad. ¿Y si Salvador Dalí, en vez de bisexual, asexuado, entusiasta del onanismo, incorregible voyeur, desaforado defensor del sadomaso, hubiera sido en sus pulsiones sexuales, sencillamente, de andar por casa?

El hecho de que ahora, la juez María del Mar Crespo, titular del Juzgado de Primera Instancia número 11, haya autorizado la exhumación del cadáver enterrado en el museo de Figueres por la demanda de paternidad presentada a cargo de Pilar Abel Martínez puede destrozar un mito labrado durante décadas en cuadros, libros, memorias, teorías sin fin… Cabe la posibilidad de que estemos ante el pedestre caso de un señorito teniendo hijos con la criada. Triste destino decadente para un rompedor de tabúes, ¿no creen?
El año que Pilar Abel nació, en 1956, Dalí seguía mostrando en su prosa elementos, digamos, cipotudos: “Me encuentro en estado de erección intelectual permanente y todo se adelanta a mis deseos. Mi corrida litúrgica cobra cuerpo”, confiesa en una entrada del 10 de mayo, recogida en Diario de un genio. Así se expresaba el artista con frecuencia, tanto en este libro como en su anterior entrega de memorias, La vida secreta de Salvador Dalí. Ambas geniales muestras de diarrea surreal.

Su vida sexual se ha revelado como un enigma a la vista de todos. El punto de inflexión se produce cuando Gala se presenta en Port Lligat, acompañada de su marido, Paul Éluard y prende en él un auténtico amor fou, comenta Estrella de Diego. Antes había dado rienda suelta a su más fiel hábito sexual en uno de sus cuadros emblema: El gran masturbador. Según Ian Gibson, en su biografía, una de las claves para entenderlo, lo encontramos en la aversión que sentía Dalí hacia los genitales femeninos y su idea de la selva sangre como metáfora del coito.
Lorca, otro amor de juventud, fue otra pista más para entender el cuadro. Le sirvió de gran ayuda para inspirar la obra. De que existió una estrecha relación entre ambos, no cabe duda. Desde que se conocieran en la Residencia de Estudiantes de Madrid, forjaron un vínculo muy fuerte. Más tarde, en otra prueba de su exhibicionismo visceral, Dalí contó a los cuatro vientos el orgullo que sentía porque, alguna vez, el mayor poeta de España hubiese intentado penetrarlo.
Su fascinación por las rarezas ha llenado también páginas ajenas. La señora Rius, responsable de uno de los burdeles más exclusivos de Barcelona en los años sesenta, ha contado secretos de quien fue uno de sus mejores clientes. Pero no precisamente por su pasión femenina. “Una vez pidió que unas cuantas chicas suecas se metieran desnudas en la habitación con él y sujetaran a un pato. El señor Dalí cortó la cabeza del animal y lo penetró”, contó en sus memorias. La señora Rius no se llamaba así. Su nombre era Lydia Artigas, pero se lo cambió porque, según ella, resultaba más comercial. Ni que decir tiene, que aquel episodio del pato a la escandinava le espantó.

No tanto algo que Eduardo Arroyo presenció en París. No es que Dalí fuera santo de su devoción. “Escribí cuatro veces su necrológica y no se moría”, me ha contado alguna vez. “Cuando me la pidieron por quinta vez, me negué y entonces, sí, lo enterraron”. En ese obituario nunca publicado, seguramente Arroyo hubiera contado la siguiente anécdota. Un día andaban aburridos y un amigo les invitó a una fiesta en casa de un potentado. Se presentaron allí y encontraron a unas 200 personas desnudas. Se trataba de una recepción para Dalí, que así lo había pedido. Cuando el artista entró en el salón, iba vestido de arriba abajo. “Gala también, con una langosta encima de la cabeza”. Y ese fue el homenaje…

Ante esta lista de ejemplos sobre la siempre estrambótica vena sexual —o asexual— de Salvador Dalí, la simple idea de pensar en un potentado con derecho de pernada, sencillamente, nos sobrecoge.






La posible paternidad de Dalí: un acontecimiento surrealista

Ian Gibson *


El galerista colombiano Carlos Lozano, homosexual desinhibido que quizá sabía más del Salvador Dalí íntimo que nadie, siempre mantenía que el pintor era en el fondo un gay incapaz, por miedo visceral, de asumir su condición como tal. “No aguantaba que nadie le tocara —me explicó un día en Cadaqués—. Menos Gala, claro. Cuando te cogía del brazo era como si tuviera una garra en vez de una mano”. Lozano recordaba, riéndose, las “orgías” que organizaba el pintor en su casa de Port-Lligat y a las cuales él había asistido con frecuencia. Juergas protagonizadas por hermosos jóvenes de ambos sexos, seleccionados por el anfitrión, y en las cuales este sólo participaba como voyeur, a veces masturbándose semiescondido en un rincón.

Dalí temía profundamente, con razón, haber heredado una tendencia paranoica. En ninguno de sus escritos autobiográficos explica que le ocultaron que su abuelo paterno Galo Dalí Viñas, víctima de una manía persecutoria, se había suicidado en Barcelona en 1886, tirándose de una ventana a la edad de 36 años mientras gritaba que la policía le iba a detener. La prima de la artista, Montserrat, me aseguró que Salvador solo se enteró de la verdad del caso cuando el artista tenía 27 años, y que el descubrimiento le aterró, pues vino a confirmar lo que ya sospechaba.

Para aquellas fechas, además, había leído en su admirado Sigmund Freud, o pronto lo haría, la tesis de que la paranoia es una defensa contra la homosexualidad. Con lo cual todo se aclaraba. Su relación con Federico García Lorca le había llegado a producir un hondo desasosiego. Le amaba, sí, incluso intensamente, pero la insistencia del poeta en poseerle le producía pánico. La solución llegó en 1929 con la epifanía de Gala. A partir de entonces pudo ir por el mundo del brazo de una mujer deslumbrante y seductora. El hecho de que la relación fuera poco satisfactoria sexualmente era, para el pintor, lo de menos. Y sabemos que Gala siguió con sus amantes casi hasta la muerte.

¿Logró Dalí depositar alguna gota de su divino esperma en el vientre de otra mujer, aunque solo fuera una vez? Es posible, aunque lo dudo mucho. De todas maneras, desenterrar su cuerpo en busca del necesario ADN, no dejaría de ser un acontecimiento auténticamente surrealista.



*El hispanista Ian Gibson es autor, entre otras obras, de la biografía La vida desaforada de Salvador Dalí (Anagrama).















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