jueves, 22 de octubre de 2015

MIRÓ



Miró y el movimiento Cobra, un encuentro inevitable


Isabel Ferrer



El maestro catalán retratado por Català-Rocaen su estudio San Boter, en Palma de Mallorca en 1973.





En 1948, cuando Joan Miró tenía 55 años, unos artistas daneses, belgas y holandeses formaron en un café parisiense un grupo de vanguardia que llamaron Cobra (por las primeras letras de sus respectivas capitales, Copenhague, Bruselas, Ámsterdam). Él era ya un creador consagrado, y pausado, y no tardaría en adquirir un terreno en Mallorca, Son Abrines, donde levantaría el primer estudio que por fin pudo considerar propio. Según su nieto, Joan Punyet Miró, divulgador de su legado, la tranquilidad y el contacto con la naturaleza le permitieron "ir en busca de objetos cuya influencia maduraría para acabar transformándolos en su iconografía personal". Un mundo lleno de pájaros, constelaciones, mujeres y humildes artefactos rurales que convertía en figuras de gran plasticidad. Y ahí, en esa búsqueda intuitiva de formas, colores y emociones, en plena posguerra mundial, se sintieron reflejados un puñado de jóvenes desengañados y supervivientes del horror.



'El guante blanco' de 1925 es un ejemplo del trabajo de Joan Miro antes de que formara
 el Grupo Cobra en 1948.

La influencia de Miró en nombres luego famosos, como los holandeses Karel Appel, Constant y Corneille; el danés Asger Jorn o el belga Pierre Alechinsky, vertebra la primera muestra dedicada a ellos, y a su maestro espiritual, en el Museo Cobra de Arte Moderno.
La sala está en Amstelveen, un suburbio acomodado de Ámsterdam alejado del cinturón de los canales y de la Plaza de los Museos, donde gravitan Van Gogh y Rembrandt. Pero no solo se llega fácilmente en transporte público. En Miró & COBRA, el gozo de la experimentación, abierta hasta enero, han conseguido auténticas revelaciones al mezclar cuadros, esculturas y cerámicas de colorido arrebatador. Como el duelo entre el Hombre con barba, de Karel Appel, una cerámica de mirada penetrante, y la Cabeza cuadrada, de Miró, igualmente aguda. O bien Mujer, del español, El acordeonista, de Robert Jacobsen, y Hombrecito, de Constant, esculturas de bronce, hierro y alambre.
Las paredes utilizadas para colgar las obras firmadas por Miró tienen el mismo tono arena de las que mostraron, hace casi 60 años, su producción en el museo Stedelijk de la capital. El resto es blanco. Sin olvidar la reproducción del taller mallorquín, con mobiliario, caballetes y telas originales, hasta 40 piezas. Es tan buena, que Punyet asegura que su abuelo "habría aprobado entusiasmado la cita que proponemos con estos artistas internacionales". El danés Asger Jorn y el holandés Constant Nieuwenhuys se encontraron por casualidad en 1946 en una exposición mironiana en la galería Pierre Loeb, de París. Interiorizaron sus maneras y, en 1951, fecha de la última muestra conjunta de los vanguardistas en el Palacio de Bellas Artes de Lieja dos de sus trabajos les hacían compañía. Separados por solo tres años, el esfuerzo de los miembros de Cobra en la poesía, música y los lienzos propició lo que los historiadores del arte llaman expresionismo abstracto.

"Un nuevo prisma"

Según Katja Weitering, directora artística del museo holandés, "no se ha montado una antológica al uso porque se trataba de ver a Miró y a los demás artistas bajo un nuevo prisma". Lo que Joan Punyet llama "búsqueda de las barreras del arte para romperlas; introspección y conexión con el arte primitivo". Y, sobre todo, "ser consciente del momento puro en que la mano del artista está a punto de llegar al lienzo y aún está libre de convencionalismos". Los pintores favoritos de su abuelo eran los que plasmaron bisontes en las cuevas de Altamira, y sin retroceder hasta ese extremo, los jóvenes de Cobra se miraron en el arte africano, los niños y en símbolos intemporales como pájaros y estrellas.
Entre el centenar de obras de Miró traídas a Holanda destacan cinco del Museo Reina Sofía; un Paisaje, del museo Solomon R. Guggenheim, de Nueva York, y Figuras y Pájaros, de la galería Escocesa de Arte Moderno. Y, desde luego, las tres piezas que nunca habían salido de la colección privada del nieto, fechadas entre 1959 y 1977. "La más singular me parece Sin título, con cera y tinta sobre una página doble del diario La Vanguardia, de Barcelona".
Cuando Miró expuso en el Stedelijk en 1956, los críticos hablaron de lirismo y figuras etéreas. Cobra lo había hecho en 1949, su mejor momento, y poco faltó para que les llamaran degenerados. Verlos ahora supone disfrutar de formas y figuras únicas. Aunque sea familia, tiene razón el nieto cuando dice que "hacía falta algo así: Miró y Cobra juntos".












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