Miró y el movimiento Cobra, un encuentro inevitable
Isabel Ferrer
El maestro catalán retratado por Català-Rocaen su estudio San Boter, en Palma de Mallorca en 1973.
En
1948, cuando Joan
Miró tenía 55 años, unos artistas daneses, belgas y holandeses
formaron en un café parisiense un grupo de vanguardia que llamaron Cobra (por
las primeras letras de sus respectivas capitales, Copenhague, Bruselas,
Ámsterdam). Él era ya un creador consagrado, y pausado, y no tardaría en
adquirir un terreno en Mallorca, Son Abrines, donde levantaría el primer
estudio que por fin pudo considerar propio. Según su nieto, Joan Punyet Miró,
divulgador de su legado, la tranquilidad y el contacto con la naturaleza le permitieron
"ir en busca de objetos cuya influencia maduraría para acabar
transformándolos en su iconografía personal". Un mundo lleno de pájaros,
constelaciones, mujeres y humildes artefactos rurales que convertía en figuras
de gran plasticidad. Y ahí, en esa búsqueda intuitiva de formas, colores y
emociones, en plena posguerra mundial, se sintieron reflejados un puñado de
jóvenes desengañados y supervivientes del horror.
'El guante blanco' de 1925 es un ejemplo del trabajo de Joan Miro antes de que formara
el Grupo Cobra en 1948.
el Grupo Cobra en 1948.
La
influencia de Miró en nombres luego famosos, como los holandeses Karel Appel,
Constant y Corneille; el danés Asger Jorn o el belga Pierre Alechinsky,
vertebra la primera muestra dedicada a ellos, y a su maestro espiritual, en el Museo Cobra
de Arte Moderno.
La sala está en Amstelveen, un
suburbio acomodado de Ámsterdam alejado del cinturón de los canales y de la
Plaza de los Museos, donde gravitan Van Gogh y Rembrandt. Pero no solo se llega
fácilmente en transporte público. En Miró & COBRA, el gozo de la
experimentación, abierta hasta enero, han conseguido auténticas
revelaciones al mezclar cuadros, esculturas y cerámicas de colorido
arrebatador. Como el duelo entre el Hombre con barba, de Karel Appel, una
cerámica de mirada penetrante, y la Cabeza cuadrada, de Miró, igualmente
aguda. O bien Mujer, del español, El acordeonista, de Robert
Jacobsen, y Hombrecito, de Constant, esculturas de bronce, hierro y
alambre.
Las
paredes utilizadas para colgar las obras firmadas por Miró tienen el mismo tono
arena de las que mostraron, hace casi 60 años, su producción en el museo
Stedelijk de la capital. El resto es blanco. Sin olvidar la reproducción del
taller mallorquín, con mobiliario, caballetes y telas originales, hasta 40
piezas. Es tan buena, que Punyet asegura que su abuelo "habría aprobado
entusiasmado la cita que proponemos con estos artistas internacionales".
El danés Asger Jorn y el holandés Constant Nieuwenhuys se encontraron por
casualidad en 1946 en una exposición mironiana en la galería Pierre Loeb, de
París. Interiorizaron sus maneras y, en 1951, fecha de la última muestra
conjunta de los vanguardistas en el Palacio de Bellas Artes de Lieja dos de sus
trabajos les hacían compañía. Separados por solo tres años, el esfuerzo de los
miembros de Cobra en la poesía, música y los lienzos propició lo que los
historiadores del arte llaman expresionismo abstracto.
"Un
nuevo prisma"
Según
Katja Weitering, directora artística del museo holandés, "no se ha montado
una antológica al uso porque se trataba de ver a Miró y a los demás artistas
bajo un nuevo prisma". Lo que Joan Punyet llama "búsqueda de las
barreras del arte para romperlas; introspección y conexión con el arte
primitivo". Y, sobre todo, "ser consciente del momento puro en que la
mano del artista está a punto de llegar al lienzo y aún está libre de
convencionalismos". Los pintores favoritos de su abuelo eran los que
plasmaron bisontes en las cuevas de Altamira, y sin retroceder hasta ese extremo,
los jóvenes de Cobra se miraron en el arte africano, los niños y en símbolos
intemporales como pájaros y estrellas.
Entre
el centenar de obras de Miró traídas a Holanda destacan cinco del Museo Reina
Sofía; un Paisaje, del museo Solomon R. Guggenheim, de Nueva York, y Figuras
y Pájaros, de la galería Escocesa de Arte Moderno. Y, desde luego, las tres
piezas que nunca habían salido de la colección privada del nieto, fechadas
entre 1959 y 1977. "La más singular me parece Sin título, con cera y
tinta sobre una página doble del diario La Vanguardia, de Barcelona".
Cuando
Miró expuso en el Stedelijk en 1956, los críticos hablaron de lirismo y figuras
etéreas. Cobra lo había hecho en 1949, su mejor momento, y poco faltó para que
les llamaran degenerados. Verlos ahora supone disfrutar de formas y figuras
únicas. Aunque sea familia, tiene razón el nieto cuando dice que "hacía
falta algo así: Miró y Cobra juntos".
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