jueves, 29 de noviembre de 2012

IMAGINANDO




Livings a cielo abierto en Nueva York

 Horacio de Dios  






Cambios en New York: Cuando Broadway se hizo peatonal 

El living es algo más que un estar adentro. Es una manera de vivir afuera, que en Nueva York está multiplicando sus escenarios, por lo menos mientras el buen tiempo y los huracanes lo permitan. Sus esquinas principales, por ejemplo Times Square en la Vía Láctea de Broadway, dejaron de ser un lugar de paso o la base de cafés o restaurantes. Ahora son espacios para compartir mesas en la vereda, un patio de comidas en un centro comercial, donde se puede comer un sándwich o tomar una gaseosa al mismo tiempo que se usa una laptop o un teléfono inteligente.
Es el living abierto de una gran ciudad. La colorida marea humana que siempre ha tenido la Gran Manzana dejó de correr y toma asiento. Igual que en los viejos lugares donde los parroquianos paraban. No ponen la ñata contra el vidrio porque no hay ventanas ni paredes. Es un Facebook de persona a persona a cielo abierto.  La idea no es nueva, pero sí lo es actualmente en las principales ciudades de Estados Unidos donde se desea dejar el auto, para convertirse en peatones.  Parecía un estilo privativo de Europa donde la plaza, place, piazza, platz o square es el punto de encuentro y no simplemente de movimiento. Citas con el placer del dolce far niente . Por eso se habla de Sol en Madrid, las ramblas en Barcelona, Navona en Roma, Coven Garden en Londres, la Plaza Roja en Moscú o la diminuta placita Marlene Dietrich en la reconstruida Berlín. El intendente Michael Bloomberg, un millonario que sabe que las cosas que hacen la diferencia no tienen precio, creó una isla peatonal en Broadway entre las calles 42 a 47. Menos autos y más gente, sin manteros como suele suceder en la calle Florida, o Avellaneda en Caballito. Igual que en el living privado donde nadie vende nada, salvo los avisos de TV que en Nueva York tienen las gigantografías más espectaculares del mundo excepto las que iluminan la noche de Tokyo.  La idea, resistida al principio con la excusa no va a andar , prendió tan fuerte que se contagió en todo Manhattan. Cortaron el tránsito en Union Square junto a la feria (Greenmarket) que funciona cuatro veces por semana, considerada la cita para gourmets más exquisitos. En sus camiones abiertos al costado, como en los antiguos carritos de la Costanera, los productores venden frutas y verduras para un público multitudinario. Y luego queda todo limpio.

La novedad es que en la plaza aparecieron tablas para mesas que cualquiera puede utilizar, sillas, bancos y varios negocios de Delicatessen ( delis ) que venden para afuera los gigantescos sándwiches calientes de pastrami con pepinos que hicieron famoso a Katz's, donde Harry conoció a Sally. Más los singulares Food Trucks, camiones de comida callejera que avisan por Twitter dónde se van a estacionar. Como el éxito es contagioso habilitan otros lugares, aunque pequeños. Como el Miles (Made in the Lower East Side), que prosperan en callejones deshabitados, baldíos, estacionamientos en feriados. Son espacios autorizados para dar clases o ensayar bailes, o comedores para los vecinos que se hartan de quedarse en sus departamentos cada vez mas chicos y caros. Es su living callejero, un punto de encuentro para vivir. Lo más notable de esta tendencia es la transformación del High Line, un tren elevado desactivado junto al río Hudson, al lado del Meat Packing, que parecía un set para Sex and the City . En sólo tres años es un paraíso verde con bancos, jardines, un teatro al aire libre y, por supuesto, una constelación de restaurantes y bares de moda.

Esta avanzada de ideas, muchas de las cuales no son nuevas como el Jardin des Plantes en París, que se anticipó en el uso de vías abandonadas cerca de la Bastilla, pasan a un plano de ciencia ficción.

Es el caso del proyecto Imagining the Lowline para convertir un depósito abandonado del Lower East Side en el primer parque subterráneo en el mundo. Es difícil imaginarlo, pero la revista New Yorker le dedicó una gran nota que le sugiero leer.  El futuro es hoy. Lo dijo Walt Disney antes de convertir un naranjal en Disney World: "Si lo puedes imaginar, lo puedes hacer".

Y eso puede ser tan viable en Orlando, Nueva York o Buenos Aires





 
La Nación. Buenos Aires







martes, 27 de noviembre de 2012

MARCA DE AGUA II






El amor ahí.*

Alejandro Schleh














Y la noche del día que nos dimos el primer y sostenido abrazo, ella parada en la vereda y yo un poco mas arriba en el umbral de mi casa, también me costó conciliar el sueño; una y otra vez lo repetí en mi mente como si estuviese sucediendo.
Así  me vuelve hoy el silencio del espacio en la altura, nítido, la avioneta con el motor apagado y su hélice girando lentamente, el balanceo alternado hacia arriba y hacia abajo, a un costado y al otro cuando estábamos a merced del viento. Así aquel abrazo, una y otra vez, la noche de aquel día. Las siguientes. Aun hoy me vuelve. Su cabeza apoyada sobre mi pecho. Su pelo entre los dedos de mis manos. Las caricias. Su cuello, sus espaldas, su cintura.
Sólo le había preguntado tímidamente la única cosa que me salió en el momento dejando que se yo cuales en el camino: “¿Puedo decir que somos amigos?” Ella respondió con un “¡Marco!”, mientras recorría el metro y medio que nos separaba y me sorprendía con un abrazo largo y nunca esperado.

Nos aferramos el uno al otro durante un momento. Nos separamos, la tomé por la cabeza, nos miramos en silencio un instante, nos despedimos finalmente con un beso tímido y corto, nuestros labios apenas se tocaron; otro beso por el estilo, el último. Dio media vuelta y se alejó caminando con la cabeza gacha, como mirando el suelo; el pelo que caía perpendicular al piso le cubría la cara. Pocos metros más allá, tres, menos tal vez, volteó unos segundos; vi su cara nuevamente, sonrojada, haciendo el gesto como para comunicar alguna cosa pero nada dijo. Me descubrió inmóvil contemplándola, nos saludamos agitando lentamente nuestras manos. Ella lo hizo sin parar de caminar, sin mirar hacia adelante. Tropezó con alguien. Le pidió perdón, cómplices sonreímos por el pequeño incidente, prosiguió su camino. Yo plantado en el mismo lugar la miré alejarse. Acababa de penetrar a un mundo de ensueño y subiendo luego las escaleras, de a dos en dos los escalones y cantando, comenzaba a revivir aquel momento. Me las arreglé para seguir el hilo de la conversación durante el almuerzo con mi pequeña familia de dos hijos y mujer. Yo,  el creador de fantasías y de cuentos, el fabulador al servicio de la magia de los floripondios alucinógenos, no podía con mi propio personaje y mi cabeza volaba por cualquier parte.


*de ' La marca' Cuento.

( Fragmento)

sábado, 24 de noviembre de 2012

LATINOAMÉRICA ESCRIBE II




Criaturas eternas de la ficción  

Winston Manrique Sabogal

                                                 La Maga, de 'Rayuela'; Zavalita, de 'Conversación de La Catedral';
                                                        y el coronel Aureliano Buendía, de 'Cien años de soledad'. 
                                                                       Dibujo:  AGUSTIN SCIAMMARELLA 

En la vitrina de una librería española en París, de la calle Monsieur-le-Prince, surgió uno de los destellos esenciales del boom latinoamericano. Allí, hace casi cuarenta años, Luis Harss vió Rayuela, de Julio Cortázar. Cuando empezó a leer la novela descubrió su propio retrato en el protagonista, “en Oliveira y sus vaivenes entre dos mundos”. Poco después, en 1966, el crítico chileno con 30 años se convertiría en el lector y promotor de honor de un grupo de escritores con la publicación del mítico libro Los nuestros,con entrevistas a diez autores prestigiosos y otros en los que él supo ver su futuro renombre.
Cinco décadas después, los lectores de EL PAÍS, a través de su blog Papeles perdidos han contestado a tres preguntas. 
Del grupo de escritores del boom (los que empezaron a forjar su nombre en los sesenta), destacan seis: Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti y Carlos Fuentes. Sin embargo, los lectores han incluido como parte de ese boom a cuatro que ya eran maestros y convivieron con ellos: Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Alejo Carpentier y Miguel Ángel Asturias. Pero en medio de todo hay una presencia indestronable: García Márquez.


1. ¿Cuál es el personaje literario favorito de los libros de los autores del boom?


“Vio los payasos haciendo maromas en la cola del desfile, y le vio otra vez la cara a su soledad miserable cuando todo acabó de pasar, y no quedó sino el luminoso espacio en la calle, y el aire lleno de hormigas voladoras, y unos cuantos curiosos asomados al precipicio de la incertidumbre. Entonces fue al castaño, pensando en el circo, y mientras orinaba trató de seguir pensando en el circo, pero ya no encontró el recuerdo. Metió la cabeza entre los hombros, como un pollito, y se quedó inmóvil con la frente apoyada en el tronco del castaño. La familia no se enteró hasta el día siguiente, a las once de la mañana, cuando Santa Sofía de la Piedad fue a tirar la basura en el traspatio y le llamó la atención que estuvieran bajando los gallinazos”.
Así fueron las últimas horas del coronel Aureliano Buendía en Macondo, después de luchar en 32 guerras civiles y perderlas todas y de tener 17 hijos de igual número de mujeres. Él es el personaje literario favorito de los lectores. Él es ese personaje de Cien años de soledad, con el cual García Márquez creó uno de los arranques memorables de la literatura: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…”. Pero el coronel no está solo en las preferencias de los lectores. La estirpe Buendía e Iguarán son citadas muchas veces a través de su mujer, Úrsula, o de Remedios la Bella y Melquiades.
Tras los personajes de Macondo, los lectores prefieren a la Maga, esa inolvidable mujer creada por Julio Cortázar en Rayuela que se ve obligada a viajar a París. Luego está Horacio Oliveira, que, contrario a ella, conoce y sabe de un montón cosas; que busca, que espera. Su voz es lo primero que escuchamos en la obra: “¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts...” 
Los otros personajes elegidos son Zavalita, de Conversación en La Catedral, creado por Vargas Llosa; Larsen, de Juantacadáveres, de Onetti; José Cemí, de Paradiso, de José Lezama Lima; Pedro Páramo,de Rulfo; y la recreación de Pier Francesco, duque de Orsini, enBomarzo, que hace Manuel Mujica Láinez.


2. ¿Qué obra de ese fenómeno literario de los años sesenta te parece que no ha tenido el reconocimiento que merece?


Juan Rulfo revive en esta pregunta con fuerza. Los lectores consideran que Pedro Páramo y El llano en llamas, sus dos únicos libros, no gozan del brillo que debería tener. Opinión parecida tienen de El siglo de las luces, de Carpentier; y de Paradiso, de Lezama Lima. Dos clásicos publicados en los años sesenta. También se han citado títulos como La tregua, de Mario Benedetti; El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso; y Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante.
Al margen de títulos propios, la gente ha querido reivindicar la obra del uruguayo Juan Carlos Onetti y del peruano Julio Ramón Ribeyro. El pozo, La vida breve, El astillero o Juntacadáveres, de Onetti, son leídos y analizados cada vez más como obras que inauguraron o ampliaron rutas literarias. Igual sucede con Ribeyro, cuyos cuentos no paran de crecer.


3. ¿Cuáles son los dos escritores del boom que han aportado más a la literatura universal?


No hay duda sobre estos dos nombres. El primero con diferencia, según la encuesta, es García Márquez, y después Cortázar. Les siguen Borges y Vargas Llosa. Para Harss, en cambio, el tándem es Borges y García Márquez.
La gloria de ese grupo excepcional y su aportación, según Harss, reside en “la universalidad de la literatura a través del babel de lenguas”. “El concepto borgiano de que un autor es todos los autores. Y una cierta ampliación en la gama de la realidad. Ahora incluye el mito y el milagro. Ya no son metáforas o fantasías sino cosas de todos los días”.
Una trascendencia literaria que resumen las palabras de quien en el blog firma como Fernando: “Yo nací el mismo año que el boom. Mi segundo nacimiento (cuando empecé a leer literatura) fue también con el boom: primero los libros de la biblioteca del colegio, después los libros de la biblioteca pública, y por último los que me iba comprando con mi propina de los domingos”.







El País. España








viernes, 23 de noviembre de 2012

DUDAS







¿Qué hubiera dicho Jesucristo?

Martin Niemöller










          Martin Niemöller.




Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,


guardé silencio,

porque yo no era comunista,




Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,

guardé silencio,

porque yo no era socialdemócrata,




Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,

no protesté,

porque yo no era sindicalista,




Cuando vinieron a llevarse a los judíos,

no protesté,

porque yo no era judío,




Cuando vinieron a buscarme,

no había nadie más que pudiera protestar.








                                                                                    Original


Als die Nazis die Kommunisten holten,

habe ich geschwiegen;

ich war ja kein Kommunist.



Als sie die Sozialdemokraten einsperrten,

habe ich geschwiegen;

ich war ja kein Sozialdemokrat.



Als sie die Gewerkschafter holten,

habe ich nicht protestiert;

ich war ja kein Gewerkschafter.



Als sie die Juden holten,

habe ich nicht protestiert;

ich war ja kein Jude.



Als sie mich holten,

gab es keinen mehr, der protestieren konnte.










Desde la década de 1980, Niemöller es mejor conocido como autor del poema Cuando los nazis vinieron por los comunistas, que trata acerca de las consecuencias de no ofrecer resistencia a las tiranías en los primeros intentos de establecerse. El orden exacto de los grupos y las palabras están sujetos a disputa, ya que existen muchas versiones, la mayoría transmitidas oralmente. Niemöller menciona que no se trataba originalmente de un poema, sino del sermón ¿Qué hubiera dicho Jesucristo?, pronunciado en la Semana Santa de 1946 en Kaiserslautern (Renania-PalatinadoAlemania). Este poema se atribuye erróneamente, en muchos idiomas, al dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht. Fuente: Wikipedia












jueves, 22 de noviembre de 2012

ESCRITORES Y TRAGOS.




Escritores ‘on the rocks’


 Cheever, Parker, Faulkner, Pessoa, Baudelaire, Duras... 39 autores y los secretos de sus bebidas preferidas en el libro 'Mezclados y agitados'


Mojito *



















Dicen las malas lenguas que sir Arthur Conan Doyle se ayudaba de la cocaína y otros narcóticos para inventar las aventuras de su personajísimo, Sherlock Holmes. William S. Burroughs, que era adicto a la heroína, publicó en 1953 una de sus obras más célebres, Yonqui, bajo el seudónimo de Bill Lee. Del autor de El libro blanco, Jean Cocteau, se dice que consumió opio durante una larga temporada.
Pero no nos engañemos; no solo de drogas duras vive la literatura. Los grandes de las letras también, y sobre todo, han salpicado sus manuscritos con gotas de bebidas alcohólicas y derramado sobre sus máquinas de escribir líquidos con alta graduación etílica (unos más que otros). El tándem de vocablos ‘escritor’ y ‘alcohol’ ha estado siempre ligado a nombres potentes de la historia de la literatura, empezando por Bukowski, Truman Capote o Dostoievski. Es evidente que no todos los escritores han sido ni son alcohólicos pero, tampoco es baladí pensar que más libros de los que imaginamos nacieron en la barra de algún bar inmundo, en alguna fiesta donde el whisky seguramente corría a borbotones o en las mentes divagadoras y enturbiadas por la resaca del domingo. El escritor Antonio Jiménez Morato publica 'Mezclados y agitados' (Debolsillo), una animada guía de los gustos espirituosos de Roberto Bolaño a Javier Tomeo, pasando por Fernando Pessoa o Dorothy Parker, donde reúne entre copas y letras a escritores brillantes o aburridos, ebrios o abstemios, y sus cócteles favoritos o más afines. Todo ello acompañado de la receta de cada uno de los combinados con los que exceder la fiesta más allá de la lectura.
Gabriel García Márquez, por citar a alguno de los 39 literatos que incluye la publicación, era un incondicional de un combinado cuya receta exacta el Nobel nunca ha hecho pública, pero sí se sabe que incluía ron, y que le recordaba “al olor de la guayaba podrida”. Morato ha adjudicado al colombiano el Añejo highball (el pelotazo añejo, en lengua profana), que consiste básicamente en ron añejo, coraçao, zumo de lima y unas gotas de Angostura. Todo ello servido en un vaso alto con mucho hielo.
Las narraciones de John Cheever están íntimamente relacionadas con Nueva York, donde vivió el americano. “Cheever bebía casi de todo, pero sin duda el vodka, la ginebra y el wisky eran sus licores más habituales. Y el manhattan está basado en el whisky”, cuenta el autor del libro. Pero la adjudicación de este cóctel a Cheever, explica Morato, se debe sobre todo a que como él mismo explicó, “de no ser por los dos que su madre se tomó una noche durante un banquete, sus padres no le habrían concebido, ya que eran una pareja en la que el deseo había muerto hacía tiempo. …Alguna vez Cheever dijo que el desafecto de su padre fue una de las razones que lo empujó al alcohol”.
Quien también se confesó alcohólico en sus memorias fue el realizador genial Luis Buñuel: “Toda mi vida ha habido veces en las que he bebido hasta caerme; pero casi siempre se trata de un ritual delicado que no te lleva a la auténtica borrachera, sino a una especie de beatitud, de tranquilo bienestar, acaso semejante a una droga ligera. En algo que me ayuda a vivir y trabajar”. Según el autor de Mezclados y agitados, el aragonés era un verdadero aficionado, (incluso le llega a calificar hooligan) del Martini. “Se tomaba cuatro o cinco diarios”. Y él mismo explicó cómo preparaba sus cócteles en casa. La receta, como ya se imaginarán, está en los libros. Y concretamente en este.
A lo largo de las 255 páginas del libro, Morato empareja así a cada escritor con su bebida más afín, ya sea por adicción o por uso social: Alejo Carpentier con el Daiquiri; a Marguerite Duras con el Negroni; a Julián Herbert con el Kamikaze; Tommas Mann con el Bellini; Juan Rulfo con el Margarita; William Faulkner y el Julepe de menta; Mario Vargas Llosa y el Chilcano; Julio Cortázar y el Cubalibre; Truman Capote y el Destornillador; Josefina Vicens y el tequila macho; Fernando Pessoa y el Porto flip; Jaime Gil de Biedma y el Sol y sombra; Hemingway y el Papa doble o Javier Tomeo y el café irlandés.

Es recomendable, eso sí, comer antes de leer, no vaya a ser que el calimocho de Fogwill les siente mal al estómago. Salud.









miércoles, 21 de noviembre de 2012

¡ ESCANDALO !


Los generales y las faldas

 18 NOV 2012


PIEDRA DE TOQUE. Petraeus ha sido un gran militar con una hoja de servicios impecable, pero en esta civilización del espectáculo pura y dura será recordado en el futuro por una furtiva aventura sexual







La CIA, el FBI y los más altos jerarcas militares de los Estados Unidos están descubriendo sólo ahora lo que cualquier lector de literatura ha sabido desde siempre: que una amante celosa es de temer y puede provocar grandes catástrofes.
Estos son, hasta ahora, los hechos conocidos del extraordinario culebrón que remece al país más poderoso de la tierra. La señora Jill Kelley, una vistosa morena, esposa de un respetado cardiólogo de Tampa (Florida), empezó a recibir hace algunos meses unos e-mails anónimos amenazantes, acusándola de coquetear con el general David H. Petraeus, jefe de la Agencia Central de Inteligencia y el militar más condecorado, distinguido y admirado del país. Uno de los e-mails responsabilizaba a la señora Kelley de haber “tocado” al general por debajo de la mesa. Alarmada con este hostigamiento, la señora Kelley alertó a un agente del FBI, que era su amigo y que, sea dicho de paso, acostumbraba enviarle fotos cibernéticas con el pecho desnudo y luciendo sus bíceps. El agente informó a sus jefes y el FBI inició una investigación a resultas de la cual descubrió que la anónima fuente de los e-mails era la señora Paula Broadwell, también esposa de médico, madre de dos hijos, antigua reina de belleza, campeona deportiva en la Academia Militar de West Point, con una maestría en Harvard y autora de una ditirámbica biografía del general Petraeus.
Interrogada por los agentes del FBI, Paula reconoció los hechos y entregó su ordenador a los investigadores. En él estos descubrieron documentos clasificados relativos a la seguridad nacional y abundantes e-mails del general Petraeus a Mrs. Broadwell de, señala el informe, “exaltada sexualidad”. La dama en cuestión negó que hubiera recibido esos documentos secretos del jefe de la CIA, pero reconoció que ambos habían sido amantes. Los investigadores entrevistaron al general quien, negando también categóricamente haber suministrado información confidencial a su biógrafa, admitió el adulterio. (Paula Broadwell viajó seis veces a Afganistán, documentándose para su biografía, cuando el general Petraeus era allí el jefe militar de todas las fuerzas de la OTAN). Aunque no se haya podido probar falla alguna en el ejercicio de sus funciones como consecuencia de su relación con Paula Broadwell, el general Petraeus renunció a su cargo, el Presidente Obama aceptó su renuncia y, de la noche a la mañana, una de las figuras más prestigiosas de Estados Unidos y poco menos que un ídolo para los oficiales y reclutas de sus Fuerzas Armadas, quedó desacreditado, bañado en la mugre de la prensa escandalosa y, probablemente, con un serio contencioso conyugal por resolver.
Los países de tradición puritana exigen a las figuras públicas ejemplos de virtud en su vida privada
Esta es sólo una de las ramas de la historia. Porque ésta se bifurca, a partir de su punto de partida, es decir, de Mrs. Jill Kelley, la que recibía los anónimos belicosos de la amante celosa. Cuando los investigadores del FBI la entrevistaron, Jill accedió a entregarles su ordenador, y, allí, aquellos se encontraron un tesoro chismográfico-sexual de proporciones ciclópeas: decenas de miles de e-mails de picante retórica enviados a Jill nada menos que por el general John Allen, que desde hace año y medio sucedió al general Petraeus como Comandante en Jefe de las fuerzas militares en Afganistán y a quien el Gobierno de Estados Unidos había propuesto para ser el próximo comandante supremo de la OTAN (esta propuesta ha sido suspendida a raíz del escándalo). El Ministerio de Defensa, que investiga estos e-mails, los califica provisionalmente de “indebidos e impropios”.
El general John Allen, un marine lleno de condecoraciones y de guerras a cuestas, ha negado haber tenido jamás relaciones adúlteras con la señora Kelley y sus amigos y defensores alegan que el general lo más que se permitía, en estos intercambios cibernéticos con Jill, eran picardías verbales. Esto, si es verdad, en vez de exonerarlo, agrava su culpa y demuestra que, aunque no sea un adúltero, sí es, sin la menor duda, un cacaseno. Porque, según The New York Times de esta mañana (14 de noviembre), el número de páginas de los textos requisados de la computadora de la señora Jill Kelley que proceden del general Allen oscila entre “20 mil a 30 mil páginas”. Yo me paso la vida escribiendo y sé el tiempo que toma redactar una página. Para borronear de 20 a 30 mil el general Allen, aunque escribiera con la velocidad del viento que se atribuye a Alexander Dumas, debe haber dedicado varias horas diarias de los 16 meses que lleva en Afganistán. ¡Y lo hacía sólo para matar el tiempo y provocar sonrisas y algún sonrojo a una dama a la que ni siquiera amaba! No me extraña que la guerra en Afganistán ande como anda, que cada día los fanáticos talibanes cometan atentados más exitosos. Pero lo que es desolador es que a diario caigan víctimas de esos horrores tantos jóvenes soldados enviados allí por los Estados Unidos y sus aliados a defender unas ideas y unos valores que ciertos jerarcas militares parecen tomar muy poco en serio.
La sociedad vomita insidia, pero también somete al sistema a una autocrítica despiadada
Siempre me ha impresionado en los países de tradición protestante y puritana, como Inglaterra y Estados Unidos, la exigencia de que las figuras públicas no sólo cumplan con sus deberes oficiales sino, además, sean en su vida privada ejemplos de virtud. Escándalos como el que protagonizó el Presidente Clinton con la famosa becaria de la Casa Blanca, que estuvo a punto de ser depuesto por ello de su cargo, serían poco menos que imposibles en la mayor parte de los países europeos y no se diga en los latinoamericanos, donde se suele diferenciar claramente la vida privada de los políticos de su actuación pública. A menos que la incontinencia y los desafueros del personaje repercutan directamente en su función oficial, aquella se respeta y presidentes, ministros, parlamentarios, generales, alcaldes lucen a veces a sus amantes con total desenfado puesto que, ante cierto público machista, ese exhibicionismo, en vez de desprestigiarlos, los prestigia. Pero ahora, gracias a la gran revolución audiovisual y cibernética, lo privado ya no existe, en todo caso nadie lo respeta, y transgredirlo es un deporte que practican a diario los medios de comunicación ante un público que ávidamente se lo exige. Desde que estalló este escándalo, las televisiones, las radios, los periódicos y no se digan las redes sociales explotan lo ocurrido de una manera incesante y frenética, hasta la náusea. Esto es la civilización del espectáculo cruda y dura, vomitando insidia a raudales por supuesto, pero, también, hay que reconocerlo, sometiendo al sistema a una autocrítica despiadada, implacable, mostrando la fragilidad que esconde detrás de su aplastante poderío, y cómo las miserias y debilidades humanas encuentran siempre la manera de enquistarse en los reductos que parecen mejor defendidos contra ellas.
¿Qué conclusiones sacar de esta historia? Que ella tiene para rato y que mucha gente sacará buen partido del interés enorme que despierta en el gran público. Habrá libros, números especiales de revistas, programas de televisión y películas que la aprovechen. Es seguro que la biografía del general David H. Petraeus escrita por Paula Broadwell entrará en las listas de libros más vendidos y acaso la haga rica. Apuesto que Jill Kelley será tentada por algún editor oportunista para que escriba su propia versión de la historia (que ni siquiera tendrá que escribir ella misma, pues lo hará por ella un polígrafo profesional que la aderezará con todos los condimentos adecuados para que parezca —sólo parezca— más pecaminosa y grave de lo que fue). Si el libro tiene éxito, servirá para que el señor y la señora Kelley amorticen sus deudas, pues una de las cosas que este escándalo ha sacado a la luz, es que los negocios de la pareja están al borde de la ruina. Probablemente el general John Allen se quedará sin el formidable nombramiento que iba a convertirlo en el comandante supremo de la OTAN. Su caso no me apena para nada y no creo que las fuerzas militares del mundo libre perderían con él a un gran estratega. En cambio, el caso del general Petraeus sí es trágico. Ha sido un gran militar, con una hoja de servicios impecable y que consiguió algo que parecía imposible: darle la vuelta a la guerra de Irak en la última etapa y permitir que Estados Unidos saliera de esa trampa diabólica si no victorioso, por lo menos airoso. Un “error de juicio” que duró cuatro meses lo ha hundido en la ignominia y, si es recordado en el futuro, no lo será por todas las guerras en que se jugó la vida, ni por las heridas que recibió, ni por las vidas que ayudó a salvar, sino por una furtiva aventura sexual.

Diario El País. España

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2012.
© Mario Vargas Llosa, 2012.

lunes, 19 de noviembre de 2012

MARCA DE AGUA






Del amor y sus circunstancias.*

Alejandro Schleh


'De todo aquello indescriptible, inenarrable, me resta el documento sonoro huelleando mi alma en indeleble marca, como la de agua en los papeles importantes, la del viaje en avioneta y otras más, la del amor por fin hallado.'













Los otros días, yendo en bicicleta, me crucé con Daiana. En la esquina dónde suele cartonear, allí estaba, parada trabajando. Sólo se le veían desde lejos parte de su torso y su cabeza sobresaliendo detrás del contenedor de los residuos. Siempre brillante y producida llamando mi atención. Reluciente, en medio de las parvas de basura, sus pecas y su pelo color cobre y sus hoyuelos, los aros grandes pendiendo de sus orejas; los destellos de la elegancia natural el atractivo. Como de costumbre, su nombre tatuado en la parte baja de la espalda. 
Me acerqué y escuchó con interés. Le expliqué que no me conocía, que mi nombre era Marco y que desde hacía mucho tiempo la admiraba en silencio cada vez que la veía. Que había servido de inspiración para mi autobiografía de fantasía y le había cambiado el Daiana por un  Daisy. Que le llevaría una copia de mi cuento autobiográfico, que era una de las heroínas de mi historia, que por favor me permitiese fotografiarla para sumar su imagen a mi libro. También, que había sido una de mis musas.
Después de mirarme fijamente por unos segundos me preguntó si yo estaba loco, que qué me pasaba. Dijo que sabía que me llamaba Marco, que ella me conocía de tiempo atrás. Y muy bien. Agregó que no me hiciera el tarado ni el vivo; que esos que estaban mas allá eran sus hermanos, que me retirara, de lo contrario se encargarían de mí. Y que yo era un viejo de mierda y que además de darme una paliza se quedarían con mi bicicleta. Sólo atiné a repetirle que había escrito una parte breve de la historia de mi vida, casi todo cuento de ficción, y que ella aparecía nombrada.
Me fui pedaleando lentamente en la simulación de irme silbando bajito y tranquilo, cuando en rigor, estaba un poco nervioso y confundido.
Aturdido es el estado a que el incidente me llevó; no he podido recomponer mi historia desde ese día en que todo comenzó a mezclárseme en una ilusión. Sucede, que no sé de verdad si estoy en una vida pasada o en ésta que hoy me toca. Si son lo mismo o algo diferente, si qué y quién soy yo: si uno de mis personajes o el mismo Marco que les habla. El que desde el cielo bajó con algunas marcas, como las de agua en los billetes en su alma; las mismas que a su muerte llevó y aún persisten diáfanas.
Tampoco, si alguna extraordinaria paramnesia me aqueja como rara resaca del influjo; o fue el golpe en la cabeza que un mes de Marzo de un año del Señor, me desconectó de la realidad y me sumió en un estado de inconsciencia acaso permanente. Que historia. Si soy mis cuentos.
Para ser sincero, no lo sé a eso como tampoco sé muchas otras cosas más. De la vida,  ni que es, ni que cosa la ilusión; ni qué nada. 
A tiempo estoy, escapado, como extraviado acaso de una conjetura de una quimera incierta y vacilante de algún alucinado escribidor, de una fascinación o desvarío, de decir lo que sigue y recrearme en este mundo material al escribir: Yo, Marco Antonio Denegri Peñaloza, Marco, declaro solemnemente que todo lo que aquí digo es verdad, y lo que no, todo ficción verdadera; nada mas sencillo que jurar cosas así, digo, cosas así por el estilo. Sobre un vuelo y el vuelo del amor y sus marcas que a uno lo siguen, hasta y desde el cielo. Y sobre esto último del amor, del mío, aunque mi familia lo desdiga, declaro a Lisa Starks legítima heredera de mis derechos de autor.
Musa fiel, ha estado siempre junto a mí, apoyándome en todo, desde lo real y tangible, lo virtual y tangible, que es esto último lo me interesa recalcar; la tangibilidad de lo virtual entre otras cosas.
De los numerosos personajes que transitan por las calles y de los que rondan los espejos de la mente, no es ella uno más, no importa de dónde la saqué ni dónde vive. No hay metáfora que pueda dibujar la idea y dar un valor a esta realidad. Es como viene dada; ella en mí. Desdibujada con las imprimaciones virtuales, éstas con la primera. Entiéndase. Sería desdecirme ensayar explicaciones; como que todo esta teñido con todo, nos guste o no, desentrañable. No hay gráfica ni rodeo eufemístico que ampare y de cobijo a la descripción.


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Estuve a punto de pedirle que parara el motor y me dejara bajar. Su hermano había muerto unos años atrás en un accidente, pero la certeza de que ese vuelo, justo el mío, en ese avión algo destartalado, sería uno más de los tantos sin consecuencias nefastas, me hizo callar. Mis miedos eran acaso infundados y propios de un cobarde. Nada sucedería; no tendríamos un accidente como el del hermano y el no sufriría ningún ataque al corazón durante el vuelo. El día tiene veinticuatro horas y en los cuarenta minutos que podría durar el viaje nada sucedería con su salud. Sería demasiada mala suerte.
El Vizcacha soltó el freno y empezamos a corretear. Parecía que se desarmaría en esa carrera aquella avioneta. Seguramente más de un tornillo debió haberse aflojado con el traquetear sobre la despareja pista de tierra.
Recién cuando se separó del suelo fue que me tranquilicé y olvidé que un rato antes, aquel piloto experto al que le faltaban algunos de sus dientes amarillos, curado uno o dos años atrás de un infarto, había estado tomando abundante vino durante el tiempo que duró el asado y fumado algunos cigarrillos. Desalineado y divertido, era uno de los placeres del Vizcacha sacarnos a pasear en su avioneta fumigadora de más de cuatrocientos caballos. Esa potencia le permitía tomar altura de inmediato y hacernos pasar algún susto bajando en picada; sobrevolar el sorgo de alepo que aquí y allá crecía formando islas por arriba del sorgo doméstico. Sus panojas cosquillearon y golpearon la panza del avión. Desde esa escasa distancia del suelo, enfilados directamente hacia algún árbol, salimos disparados súbitamente hacia el cielo de un golpe de su mano. Giramos en ángulo pronunciado, ángulo de kamikaze, y alcanzamos los ochocientos, mil metros, desde donde apreciamos la redondez de la tierra.
Fue ése el momento de aquel día fresco, cristalino y luminoso, en que tuve la sensación de estar volando como un pájaro por los aires del cielo, válgame decir, celestial, en que las alas de los ángeles fueron las nuestras también. Separados de las leyes de la física y los ruidos mecánicos de la ingeniería, pudimos apreciar los vaivenes del avión sensible a los cambios de fuerza del viento lateral. Sus alados extremos alternaban los puntos de mayor altura con el balanceo que tenía al fuselaje como eje; agrandándose el espacio azul y blanco, achicándose la tierra, y al revés. Encendido el motor, regresados al paseo verosímil sustentado por las chapas de aluminio y los remaches tecnológicos, el Vizcacha ubicó la avioneta enfilando la cabecera.
Prendió un cigarrillo y mientras se preparaba para el aterrizaje, dándose vuelta nos dijo alguna cosa, un chiste debió haber sido, pues luego de decirlo se rió. Nos reímos. Roque y yo viajábamos apretados uno al lado del otro detrás de él. Yo, fingiendo temor y nerviosismo –cosa que a él le hacía gracia pero que en ese momento yo no sentía para nada- le pedí que por favor mirara para adelante, tal como se le pide a quienes conducen un auto, que no fuera que tuviésemos un accidente. Respondió con una carcajada.
Mi compañero de asiento abrió por un momento la ventanilla corrediza y apoyó el brazo sacando el codo hacia afuera, como si estuviera viajando en un colectivo por la ciudad.

Así fue, que aquella noche de aquel día histórico para mí, de piruetas que no olvidaré con aquel avión fumigador, tardé en conciliar el sueño y dormirme.
De espaldas sobre la cama, con las manos detrás de la cabeza casi a la altura de la nuca, satisfecho por lo vivido, se me cruzaban las imágenes y las sensaciones diversas de aquella experiencia.
Los diferentes colores de los lotes en el campo, los tanques australianos, las aguadas y molinos, los cascos con sus casas, los racimos de árboles agrupados que cuando el desmonte habían sido dejados ex-profeso formando cejas, los caminitos marrones de las vacas recortando las praderas. Todo veía y oía cerrando los ojos. Nuestra conversación alegre. El golpeteo del sorgo de Alepo cosquilleando la panza del avión. El característico y sordo de la hélice enroscando el aire. Me venía el ruido del motor. Sobre todo, aun hoy, el silencio del espacio al apagarlo. Que era el de la brisa. El que oyen los pájaros. La sensación de ser una gaviota; de navegar por el invisible océano sin agua que nos daba sustento.
Tardé en dormirme reviviendo aquel paseo. Lo hice pensando que debajo del asiento en que me mi cuerpo descansaba, una fina chapa de apenas quizá dos milímetros de espesor, me había estado separando de la nada.


*de ' La marca' Cuento.

( Fragmento)