sábado, 3 de noviembre de 2012

MILITANCIA III




Olvido y Perdón

Alejandro Schleh













Aprendí, de tanto oír por las unidades básicas y en la facultad, que vivíamos una época de dictadura. Y veía a Stalin y a Hitler en mi cabeza, y a Carlitos Chaplin disfrazado de este último mirando el globo terráqueo, aquellos sí eran dictadores. No recuerdo bien quién era el presidente, en aquel momento del país y del tornado, porque fueron  varios los gobiernos militares con ese sesgo  totalitario que se fueron sucediendo en nuestro país, y tengo el listado de ellos mezclado en mi cabeza. Y porque aunque hay quienes propician un hoy con “ni olvido ni perdón”, yo tengo mala memoria para recordar, así que para eso conmigo mejor no cuenten. Ya olvidé todo, pero puedo nombrar a Uriburu,Lanusse, Videla y Galtieri; es algo. Y relativo a perdonar: me enseñaron a hacerlo aunque hoy suene anacrónico, y dudo además de si esa acción es muy humana por lo que no representa para nadie el más mínimo esfuerzo no hacerlo. Eso más bien queda relegado a los santos y la gente buena por demás. El olvido y el perdón suelen mezclarse en una sola cosa,  y por más que se quiera no perdonar cuando la memoria falla es un problema, se olvida el objeto del perdón. Los sabios judíos pusieron un día para ello y entonces se salvan así los que perdonaron y los que tienen mala memoria y olvidaron qué cosa no querían perdonar. Ellos perdonan a todo el mundo y tienen solucionados sus asuntos. Y hacen después lo que se les antoja.
  




Pintadas



Debieron haber soportado un duro castigo los centinelas. Cuando nos vieron desde arriba y vinieron a aprehendernos ya habíamos terminado prácticamente todas las pintadas correspondientes a los casi cien metros de largo de la pared que daba sobre Avenida  Alcorta. El cuartel ocupaba algo más de una manzana.
Se ve que las casillas de vigilancia instaladas en las alturas estaban sobre nuestras cabezas y les costó vernos; asomaban en voladizo como balcones mínimos sobre la vereda. De paredes de mampostería y ventanas con blindex eran sostenidas por sendos fierros oblicuos incrustados en la pared un metro debajo de su piso. Deben haber estado durmiendo y uno de ellos, -habría por lo menos tres, uno por caseta- debió haber despertado y descubierto el espectáculo de las leyendas que decían Perón o Muerte, o el símbolo de la Juventud Peronista, o Montoneros o algo así por el estilo. No recuerdo absolutamente nada de lo que escribimos. Habíamos salido con los muchachos de la Unidad Básica con la intención de pintar cuanto se pudiese y siempre sospeché que los que nos indicaron  ese objetivo sabían bien lo que nos estaban mandando hacer. En realidad lo sabían del todo y no me importaba nada. Se trataba de pintar las paredes de un cuartel; las paredes escondidas tras grandes árboles del Comando de Remonta y Veterinaria. Llegamos al lugar del hecho en la parte de atrás de una camioneta que desapareció luego que hubiésemos bajado los tachos de pintura, pinceles, y nosotros mismos. Mientras el más importante de nosotros supervisaba el operativo parado sobre la avenida a unos diez metros del cordón y desviando los automovilistas hacia el centro de la calzada, pintarrajeamos con grandes letreros las paredes.

Nos rodearon sin que nos diésemos cuenta –tan ensimismados estábamos con los pinceles- y debimos  poner las manos contra la pared donde nos palparon de armas y luego nos arrearon en fila india caminando al compás del sonido de sus borceguíes contra el asfalto –ellos también avanzaban en fila india- marchando, obedeciendo las voces de mando de los oficiales que separados de nosotros y de los efectivos represores por escasos metros, marchaban también marcial y devotamente, mientras controlaban el riesgoso operativo que nos condujo hasta el interior del regimiento. La puerta de acceso era una pequeñísima puertita de madera incluida en un enorme portón de tablitas oblicuas encastradas a lo largo unas en otras, pintada de un violeta pálido y neutralizado de grises que servía para, estando abierto, pasar con los hombres en sus cabalgaduras. Una vez adentro sobre un empedrado irregular, entre gritos y alardes extemporáneos de sonidos guturales, nos dejaron allí parados nuevamente contra otra pared, las palmas de las manos en alto contra ella. Varios efectivos nos apuntaban con sus ametralladoras. Ante la más mínima oportunidad que se daba, Juan alardeaba de su formación militar de la que estaba orgulloso pues decía que era subteniente, respondía a cada oficial o suboficial, según el grado que por las visibles jinetas le correspondía. Si mayor, no teniente, si mi cabo. Hubo un grito-ladrido de mando militar impartiendo la orden de que diésemos media vuelta y de mirar la pared pasásemos a la posición de mirarlos a ellos. Habrá sido para algún interrogatorio, el armado de una lista con nuestros nombres creo recordar.  La media vuelta de los ocho, nueve compañeros fue la por todos esperada, de lo más tranquila, civil y pausada, la de algunos fue desidiosa y de mala gana y educación, con meneos de cabeza, como puteando, en cámara lenta. La de Juan, extemporánea y llamativa, sobresaltó a nuestros guardianes. En realidad parecía que les estaba tomando el pelo. Con un grito que no sé qué decía mientras giraba por el aire dio su media vuelta provocando un leve estremecimiento en la tropa que nos custodiaba con sus ametralladoras listas. Pensé que del susto nos fusilarían en ese momento. Había sido ya lo de Trelew y el cántico “Ya van a ver, ya van a ver, cuando venguemos los muertos de Trelew” se oía en las manifestaciones. Cuando dio esa media vuelta atlética y escandalosamente marcial, imprevista, mientras giraba su cuerpo por el aire, en esos segundos, sonó en mis oídos la voz del pueblo cantando “Ya van a ver, ya van a ver, cuando venguemos los muertos de Remonta y Veterinaria”. No rimaba, pero ese no era momento para rimas.

Dieron parte a la policía y fuimos transportados esposados y en varios patrulleros hasta la comisaría de Julián Álvarez y Charcas. Nos soltaron pasadas las tres, cuatro horas, que duró el interrogatorio. Salía uno del calabozo y entraba otro al recinto donde éramos examinados por gente apenas letrada. Así fue aquella sesión de preguntas y respuestas, rotativa. Cuando tocó mi turno –ya estaba cansado de estar parado -son mugrientos y con piojos los calabozos, así que de sentarse nada, menos de acostarse- me relajé sobre una silla y debí explicar la, para ellos pintoresca, extraña situación de que los norteamericanos a veces pintamos Viva Perón en las paredes de los cuarteles. Al rato nos dejaron ir a todos cuando ya amanecía.


Así fue

En Mayo, “el Tio” Cámpora, ganaría las elecciones y dejaría en libertad a todos los combatientes que habían matado semejantes, contradiciendo las leyes divinas y del hombre mismo anotadas en las tablas de los desiertos y en los documentos importantes escritos con la pluma de la justicia terrenal. Así que los fieles de la balanza marcarían un desnivel al ritmo de los tamboriles y los bombos que sonarían en Villa Devoto los días futuros. Cientos de delincuentes comunes aprovechando la situación, conseguirían también, la libertad ese día. Los primeros volverían a poner bombas y ajusticiar matando. Confiscarían armas compradas con dineros del pueblo a policías, asaltarían instituciones en busca de fondos; los soldados comen, invertirían en comer con esa plata, entre otras cosas, podrían comprar huevos, salamines, fruta, dulce de leche, facturas en invierno, y pagar el gas para abrigarse con la calefacción. Como una salida laboral ser héroe combatiente. Los segundos, escaparían para insistir en robar y asesinar de manera lisa y llana sin los atenuantes que los altos principios proporcionan a los extremistas. Robarían relojes, autos, bancos, lo que viniese a mano, lo normal. Aquellos, pondrían balas de distintos calibres en las espaldas de los enemigos al servicio del dudoso sentido heroico de la vida y del pueblo ignorante de vanguardias y foquismos, matando a traición, lejos de cualquier sentido de racionalidad y autocrítica. Y los delincuentes vulgares y sin principios elevados, venderían los relojes robados y desarmarían los autos para comprar docenas de huevos y kilos de papas para hacer tortillas, mermeladas para agregar a las rodajas de pan untadas con manteca. Más terrenales los últimos que los primeros, de una manera u otra, se las arreglarían para comer por la vía esa de la violencia aquí en la Tierra todos ellos. 



















12 comentarios:

  1. Gracias Miss Musa Encantada por tenerme siempre presente en tu blog. No sé si lo he dicho antes; que no sé si no es demasiado. La experiencia arriba relatada no es cuento inventado (tengo poca imaginación para hacerlo), fue algo que realmente me pasó en un momento en que, siempre desde cierto escepticismo, se me dió por militar en ese partido político. Era una época en que no era raro que todos estuviésemos comprometidos con algo....hablo de la gente joven. El que no militaba en el partido Comunista era peronista a secas, peronista montonero , de la JUP o radical...era muy común eso. Fue un tiempito nomás en que me dedique a estar involucrado...luego de ello comence con mi epoca de emprendimientos varios...GRACIAS por todo.

    Alejandro Schleh

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    1. Gracias Alejandro por este texto, que como los anteriores de tu autoría enriquece el blog.
      Creo que la palabra ' militancia' tan presente hoy entre los argentinos genera elogios desmesurados, preguntas, comparaciones, dudas, controversia y hasta rechazo. Aquella militancia más artesanal digamos, fue la reacción natural a tiempos políticos difíciles, presentes en toda Latinoamérica y formó parte de la historia social de casi todo el continente. Esta crónica que muestra en clave de fino humor los hechos y circunstancias de una época, refleja no solo la idealista juventud, sino los otros y no menos realistas hechos trágicos que la acompañaron. Y que a veces, casi siempre, olvidamos.
      Una vez más, gracias.

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  2. por más que el autor diga que ha participado desde adentro se lo ve como mirando desde fuera...como si no fuese protagonista...se lo ve tirando una onda contra el peronismo y los movimientos populares...un tufo reaccionario en su fondo...bien escrito..no deja de darme un poco de asco....Ricardo.

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    1. Tal vez el autor Ricardo, quiso alejarse para ver todo desde una mejor perspectiva. Tampoco veo ese tufo reaccionario ni esa mala onda hacia los movimientos populares...veo todo lo contrario, un realista relato con humor y autocrítica.
      Pero bienvenida tu mirada, aunque creo que lo del asco es un poco demasiado. Pensalo.
      Gracias.

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  3. de acuerdo con Ricardo...más facho imposible...Anonimo Veneciano.

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    1. Esa es un frase pre-hecha, esa lo de facho, para desacreditar al otro Anónimo Veneciano. Muy usada por unos y por otros hoy no quiere decir absolutamente nada. ¿ No te parece? Fijate y volvemos a conversarlo.
      Gracias por tu opinión aunque sea un ex abrupto fácil.

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  4. me parece que esto no es cuestión de fachos o no...No creo haya una critica velada a nada. Es directo y claro. Acepto una postura esceptica de A.S.; cínica en el ultimo párrafo que seguramente molesta a muchos. También creo en su honestidad y en que realmente así como ha escrito es como cree que son o fueron los acontecimientos. antes que nada creo que es honesto y eso es lo que rescato y a mí, lo que mas me importa. Además es llevadero y agrega diversidad al blog.... Enriqueta Funes.

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    1. Excelente mirada Enriqueta, un buen análisis desapasionado y claro. Nos hemos acostumbrado a que todo se vuelva blanco o negro y no vemos los matices propios de toda experiencia humana y su relato.
      Muchas gracias aportaste lo que tal vez faltaba, sentido común, ese extraño sentido que perdimos por alguna parte.

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  5. hola, soy Marta Britos, no sé porque dicen que hay cinismo; yo veo solamente ironía en la última parte.

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  6. Enriqueta habla de postura escéptica, cínica en el último párrafo. NO veo cinismo, si ironía o tal vez sarcasmo. Ya ves Marta cuanto hay ahí para ir analizando

    Bienvenida al blog Marta y gracias !

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  7. Ingenuos o no por lo menos no eran pagos.R.

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  8. Era auténtica militancia y supongo que muchos otros, aún hoy, siguen sus ideales.
    Gracias R.!

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