Empresa y empresarios. Éxitos y quebrantos *
Alejandro Schleh
Pedro cursaba primer año de Agronomía
en la
UBA y no sé como se las arreglaba para llegar puntualmente todas las
mañanas, desde la localidad distante de la provincia de Buenos Aires donde
vivía, hasta aquel porteño Villa Crespo de calles empedradas, todo el tiempo
que duró su empleo, mes, mes y medio, hasta que un día dijo basta. Trabajaba
desde las siete de la mañana hasta las doce, una del mediodía, hora en que,
habitualmente, salía para la facultad. Era tan puntual como trabajador. Durante
el tiempo que estuvo empleado, su primer actividad de la mañana, consistió en
despertarme diariamente golpeando con suavidad la ventana –yo dormía en una de
las casillas de madera del fondo, frente a la higuera- al tiempo que emitía un
maternal “Buen día Pa!”,“Hola Pa!”, “Despertate Pa!”, luego de lo cual se oían
sus carcajadas del otro lado. Pedro siempre estaba contento. Aún algo dormido,
pero ya con las neuronas aptas para firmar cheques, lo acompañaba al patio de
adelante y le abría la puerta del taller, luego de lo cual, yo me retiraba a
tomar un desayuno. Al rato caería Piyi con su panza pensando en algún asado
para el mediodía y en los amigos que vendrían. Luego Alberto, nuestro cuarto
socio, que se hacía presente sólo para contar los bolsones de papel y mirar la
facturación. Siempre sospechó que le podíamos estar robando. Era el socio que
nunca trabajaba pues estaba empleado en un banco, sólo hacía alguna papelería
de vez en cuando. Por último, a las cansadas, a eso de las tres de la tarde,
llegaría Julio con su cigarrillo encendido y su Coca Cola, una cosa en cada
mano, con algún plan para reestructurar la empresa para lo cual debíamos
reunirnos a discutir por la noche en su casa o en la de Alberto, a comer unas
pizzas. Una empresa naciente pasible de ser reestructurada; más o menos como el
país este, que desde que nació estamos reconstruyendo.
Había, ahí si, mucho para discutir y con seguridad, debíamos tomar
alguna determinación luego de los quebrantos.
Alberto decía y repetía y remachaba:
“Estamos quebrados”, cosa que en su ausencia era la muletilla de todos para
imitarlo y reírnos hasta el cansancio. Llegamos
a la conclusión, entre pizzas y millones de cigarrillos, que debíamos abandonar
el conventillo de Lerma utilizando, ya que a la fuerza terminaríamos siendo
deudores morosos de la
Papelera Hispano Argentina,
la única herramienta que teníamos a mano, que era la que nos quedaba, su
mismo dinero.
Todas
esas elucubraciones que terminarían siendo un hecho para el escándalo, de
ninguna manera serían una estafa. Los chicos buenos nunca estafan a nadie
porque no tienen ninguna maldad ni capacidad para ello, es por eso que son
chicos e inocentes, para eso, por lo mismo. Estábamos despertando al mundo;
rondábamos el rango que va de los veintitrés a veintisiete años, éramos púberes
adolescentes que fumaban.
Sería
sólo una travesura que nos generaba un divertimento anticipado pensarlo y, que
después de lo de Godoy, había comenzado a dar vueltas por las cabezas de
algunos de manera insistente, ya que anticipábamos que sería muy difícil seguir
cumpliendo con las obligaciones sin renunciar al emprendimiento, y fue por eso
que, cuando recibimos aquella remesa de papel que fue la última, yo no firmé
como de costumbre, quien era a cuyo nombre se emitían las facturas, sino Piyi,
que rubricó con un garabato nunca antes visto, la conformidad y la aceptación
de haber recibido aquellas bobinas, la última remesa de la Hispano Argentina.
Habían venido enormes esa vez. Todas cercanas a los cuatrocientos kilos.
Abandonamos Lerma, vecinos de
conventillo, Sufra, tíos monolíticos, y comenzamos la nueva vida empresarial
Se
acercaba meteóricamente la nueva época de la empresa. Nuevas energías, un
universo de nuevas sensaciones empresariales nos abría un mundo de
posibilidades. Y un nuevo status: tendríamos galpón propio, aunque sin
chimeneas ni techos en escalera, galpón al fin, basta de conventillos en
barrios de medio pelo. Nuevos empleados y nuevos proveedores de papel.
Conoceríamos a Borzzone de Papelera Santa Isabel. Y a Sirio de Papelera San
Martín; el oficial de policía retirado que leía nuestras conciencias y nos
repetía que quienes se metían con él con fines inconfesables terminaban tirados
en una zanja. Y a los jerarcas de la enorme Papelera Jujuy SA que fabricaba el
famoso papel Sanidad que aparecía en la publicidad la televisión mostrando
nenes rubios limpiándose la cola.En las últimas semanas de Lerma las corridas al banco
eran casi diarias.
Llegábamos entonces muy asiduamente a cubrir cheques a
la carrera.
La papelera de
Borzzone fue nuestro primer y principal proveedor de tissue para convertir a
papel higiénico en esa segunda etapa. Llegábamos a su planta de General Pacheco
a bordo del Internacional 1938 de cuatro velocidades y motor continental
adquirido a poco de mudar nuestra pequeña convertidora desde Capital Federal, a
Caseros, provincia de Buenos Aires. Optamos por colocar su tanque de nafta en
el techo, lo más barato y sencillo: la bomba de nafta había dejado de funcionar
y de esta manera ella bajaba por gravedad. Con ese móvil llegábamos a lo de
Borzzone, con las cuatro cubiertas recapadas abandonando pedazos de caucho por
el camino. Un pequeño camión, cuya caja llenábamos generalmente hasta la mitad
con papel de diario que los vecinos de Villa Pineral venían a vendernos para
hacerse de algunas monedas. El cargamento se pesaba y era parte del pago de las
enormes bobinas de papel tissue verde agua cuyo saldo restante cancelábamos con
cheques de clientes con vencimiento a futuro. Entonces no existían los cheques
de pago diferido de modo que siempre había que recordar, a quien los recibiera,
que no fuesen depositados antes de la fecha indicada pues no tendrían fondos o
dejarían sin ellos a otros dados con fecha anterior.
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Fue total nuestro quebranto y no tuvimos otra, ni mejor
salida de aquel brete, que endosar aquel desbarajuste económico-financiero a
nuestro más importante proveedor de papel tissue en aquel momento: papelera
Hispano Argentina. Hoy desaparecida, tenía su fábrica en Mataderos sobre la Av. Larrazbal.
Quizá el gordo Galicia tuvo razón cuando haciéndose el gracioso nos tildó de
cómplices. Al menos lo fuimos para aquella papelera del barrio de Mataderos, y
es de esperar que su desaparición y el despido de todos sus obreros y empleados
administrativos no haya sido culpa nuestra.
El gordo nunca volvió a la Argentina pero en España
debe haber pasado desapercibido, más en Galicia, pues creo recordar que
Rodríguez era su apellido. Roberto Rodríguez su nombre completo. Aunque Roberto
no sé si suena tan gallego
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Y qué pasaba por la cabeza del inspector de CASFEC,
que una vez instalados en el galpón de Caseros en Villa Pineral nos visitaba
cada tanto para ver si hacíamos los aportes correspondientes a los pocos
empleados que teníamos, nunca supimos. Quería saber si cumplíamos con nuestros
deberes. ¿Pero qué creía? ¿Que además de estar generando fuentes de trabajo
según nuestras luces lo permitían, nos sobraba la plata para contribuciones y
aportes que iban a parar seguro a algún barril sin fondo? ¿No veía ese inspector
que nuestra fábrica era esa menesunda interactiva cuando parado en medio
de aquellos papeles amontonados por el piso miraba a nuestras empleadas
cantar al son de la música de la radio mientras envolvían los rollos de setenta
y cuatro o cuarenta y ocho metros? ¿No veía que La
Choni , La
Mita , y aquella negrita llamativa cuyo nombre no recuerdo,
pero que vivía cerca, en el barrio del FONAVI sobre la
Av. San Martín de Caseros, que Ana Claro, todas chicas
cuyas madres se habían apersonado a la empresa para verificar nuestra seriedad,
trabajaban y bailaban al son de la música y estaban contentas? ¿No veía que
Roberto, el empleado del labio leporino, les cantaba canciones de Sandro? ¿Y
que creía que cantaba bien? ¿Y que se grababa a sí mismo y feliz se escuchaba y
se hacía escuchar por los demás? ¿Y que en el patio de atrás, al aire
libre, se estaba haciendo un asado? ¿Y que todos, empleados y dueños se la pasaban yendo a comprar Coca
Cola y a veces cerveza y todo era una fiesta? ¿Y que el resto de los socios no
estábamos de acuerdo con el ejemplo dado a los asalariados, Julito
tomando sol? ¿Qué era eso de levantarse tarde despertado por un empleado que
había saltado la medianera y desayunar Coca Cola con cigarrillo tirado en una
reposera en pijama de pantalón corto? ¿No veía el inspector de CASFEC todo eso?
¿Tan poco olfato tenía que venía a inspeccionarnos justo a nosotros para ver si
habíamos hecho los aportes? Un día le dije que no viniera más a visitarnos, más
o menos, que no fuera estúpido y que se fuera a inspeccionar a otro lado. Nunca
más apareció ni labró ningún acta además de la que ya había labrado en una
oportunidad y dejamos colgada de un clavo que asomaba inmenso de la pared de
ladrillo como si fuese un diploma. Se ve que nuestra planta le quedaba a
mano en sus recorridas por el barrio y cada tanto golpeaba nuestra puerta.
Cuando llamó la que terminó siendo la última vez, le grite desde el otro lado
que no había nadie y me preguntó si yo era entonces un fantasma. Un destello de
buen humor. Lo espié y vi cómo se alejaba. De espaldas, con su gran portafolios
cargado de intimaciones.
Nunca le insinuamos
ningún tipo de arreglo como sí hicimos con el inspector de la municipalidad de
Caseros. Venía a inspeccionar las instalaciones. Se fue contento con unas cajas
de leche en polvo que conservábamos del caso Godoy. Las pasó a buscar un sábado
por la tarde con un amigo y las cargó en un rastrojero. No eran tantas. Se
había vendido por unas pocas cajas de leche en polvo de marca desconocida
próximas a vencer.
A ese pequeño, humilde departamentito con baño externo
distante ocho metros y adosado al galpón ubicado a cincuenta de Plaza Pineral,
en el modesto barrio residencial poblado de emprendedores y fabriquitas y
talleres de todo tipo, Caseros, provincia de Buenos Aires, fueron a parar la
cama de plaza y media y el fastuoso ropero con marquetería que habían
pertenecido a Cornelio de Saavedra y sus
descendientes. Muebles rescatados de la mansión colonial de la familia antes
que pasara a ser el museo, en el parque que lleva su nombre al borde de la Avenida General
Paz. Y el sillón donde el Príncipe de Gales apoyo el trasero en su primer
visita a la Argentina ,
cuando era sólo duque de Windsor y los Cucullu Saavedra fueron sus anfitriones
en el teatro Opera que muchos años después vendieron a Clemente Lococo. Cosas
de la familia de Julito.
Dicen que la
Argentina es grande, pero el asunto es que está inserta en un
mundo chico –qué chico es el mundo- y pasa que los príncipes apoyan a veces sus
traseros en los mismos lugares en que lo hace la gente del montón. Gente del
montón que fabrica papel higiénico, que no es poca cosa. Debimos haber firmado
aquel sillón histórico y haberle clavado una
plaquita conmemorativa de bronce. “En este sillón se sentaron los
descendientes de Don Hernando Arias de Saavedra, “alias” Hernandarias, Don
Cornelio Saavedra, presidente de la Primera Junta de gobierno Patrio -el que dijo que
“hacia falta tanta agua para apagar tanto fuego”, el Duque de Windsor devenido
Príncipe de Gales, La Choni ,
La Mita ,...Roberto,
el del labio leporino que cantaba las canciones de Sandro…y así. Nosotros...”
* De 'Un asunto de Papel Higiénico'.
Fragmento
Fragmento
esta divertido esto...jaj ja lo vengo siguiendo ; es que la historia comienza en mi barrio de villa Crespo. Miss Musa Encantada...te repito:estos fabricantes del papel habran pasado por alli mas o menos para cuando yo andaba por los veinte años....J. A, Villanueva GRACIAS !!!
ResponderEliminarGracias J.A. Es una pena que en este blog no pueda publicar completa esta historia, es rica e interesante, no solo para los del barrio o la época.
ResponderEliminarHe pensado, veré si se puede o como se hace, publicarla entera en un apéndice. Será parte de un libro, pero mientras tanto ...
entiendo...la vamos recibiendo en capítulos...segui asi con tu blog...parece una revista, esta muy bueno. J.A.V.
ResponderEliminarA la fresca....conque esas teníamos no? ..Ja ! Ja! se escaparon...¡¡ Chantas !! ¡ Me encantó ! E.W.
ResponderEliminarBuenos Muchachos...
ResponderEliminarSaludos de la tía Adelma....R.
Buenos muchachos de verdad R. trabajadores y empresarios.
ResponderEliminarMis cariños a la tía !