Prosa y poesía.
Alejandro Schleh
Cementerio de vacas, huesos blancos, carroña,
zumbido de moscas,
cáscara seca en la bosta reciente.
Silencio de siesta.
Una trama a lo lejos,
en aquel horizonte enmarcado en la escena,
movimiento,
raro dibujo
de nubes oscuras ,
despereza en un trueno
de lejana tormenta.
Que está seco el pasto, el rastrojo,
que el arroyo reseco aquí en Lobería.
Reseco,
sediento su lecho de tosca.
Rondábamos los
trece, catorce años escasos, cuando con Ricardo partimos desde la estación de
Constitución; todavía el tren paraba en Lobería. Era mi primer viaje sólo al
campo acompañado por un amigo del barrio de San Telmo. Del pueblo, a dedo en
una chatita hasta la calle de entrada. Una travesía de alrededor de cinco
leguas de barro escuchando el característico ruido de ese automóvil que era el
típico de los motores continental de bajas revoluciones que equipaban los
clásicos Ford “A” de cuatro cilindros, durante la cual, respiré profundo los
diferentes olores de los eucaliptus mojados a la salida del pueblo, más allá
los de las distintas flores silvestres y zorrinos lejanos mezclados con tierra
mojada.
La chatita Ford
tenía el piso de madera lleno de agujeros y buena parte del barro que
levantaban sus ruedas traseras entraba saltando por entre las rendijas de las
tablas. A través de ellas se veía el camino pasar, el barro negro, los charcos
de agua a lo largo de las huellas de las camionetas o tractores en los bajos
pantanosos.
Doblamos por la
curva del para siempre cerrado almacén Tome y Traiga al final del Boulevard que
pasa por el frente de la Municipalidad de Lobería. Cruzamos el arroyo
Las Mostazas. Seguimos por lo de Lahore -que era el otro almacén de ramos
generales desactivado y con frontón para pelota vasca en el costado- por lo de
Murdach, por el pequeño colegio primario, por La Vigilancia, hasta que
apareció el esperado disco clavado en un poste de una esquina. Indicaba que en
algunos pocos, tres kilómetros adentro por esa calle angosta, llegaríamos
a La Curtida; único campo de la zona cuyo nombre aparece en las cartas del
Instituto Geográfico Militar debido, decían, a la existencia de un mojón indicativo
del nivel del mar que nunca pude encontrar y nadie supo indicarme dónde estaba
clavado......
El potrero de Rosas
Separado del monte por un pequeño conjunto de corrales para encerrar hacienda se extendía un potrero de cerca de setenta, ochenta hectáreas, cruzado por un arroyo que se secaba cada tanto en alguna época del año en algunos tramos de su recorrido.
Era un potrero agreste, nada trabajado, en el que asomaban pedazos y cascotes de tosca. Con mi hermano, lo habíamos bautizado “el potrero de Rosas” pues imaginábamos que ese, acaso, hubiese sido el paisaje visualizado por nuestro admirado Restaurador de las Leyes en su expedición al desierto si es que anduvo por allí alguna vez. Así, virgen. Era el diminuto paraíso de la fauna autóctona y refugio. Abundaban las liebres, las vizcachas, los teros con sus nidos por el suelo, los pequeños roedores, las cuevas de zorro, las nutrias en el arroyo poblado de mojarritas, los peludos, y las víboras de variados tamaños. Y así como aceptaba esta diversidad de vida, por no haber sido modificado por la mano del hombre, el potrero era asiento del cementerio de las vacas. Se depositaba en un sector destinado a ese efecto, a campo abierto como es la costumbre, cuanto animal muriese dentro de la propiedad: caballos, vacas, perros, ovejas.
Este cementerio llamó la atención de Ricardo y tuvo la idea de volver a Buenos Aires cargando algunas osamentas como recuerdo.
Subimos al tren de regreso con unas cuatro bolsas –de esas de arpillera que se usaban en aquella época para embolsar cuanto se cosechaba- llenas de paleontólogos, nombre que le dábamos a los cráneos de caballo, de vacas, y de toros huampudos. Había sido ocurrencia de Ricardo llamarlos de esa manera mientras esperábamos el tren en la estación, tras un cambio de ideas que tuvimos acerca de la paleontología y Florentino Ameghino. Nos hacía mucha gracia esa palabra -hoy no me doy cuenta por qué- pero el asunto es que cuando subimos al vagón debimos abordarlo con todos los paleontólogos a cuestas desternillándonos de risa. Agregaba motivo para la hilaridad sentirse observados por los pasajeros que nos veían cargar todo ese incómodo equipaje, por cuya parte superior asomaba irremediablemente algún cuerno. A duras penas entraban más de dos osamentas por bolsa. La tercera, cuando entraba, era de caballo, larga y afinada, lo que facilitaba el embalaje. La enorme cantidad de espacio libre que dejaban estos enormes pedazos de hueso era completado con fémures y tabas.
Otras veces que volví al campo también regresé a la ciudad con recuerdos óseos variados, especialmente osamentas, que fui acumulando en el galpón de casa. Nunca sospeché que un día tendría semejante colección de huesos. La liquidé en dos domingos en la Feria de San Telmo.
De Lobería ( Fragmento)
La Plaza Dorrego
De Lobería ( Fragmento)
Fue
un placer para mi visitar el Teatro San Martín pasando por cada uno de los
pisos y controlar los halls verificando que los sillones y mesas ratonas y
demás mobiliario provisto por Six-Serie, la fábrica de muebles de la cual papá
había sido socio, estaban todos en su lugar tal como fueron ubicados el día de
la inauguración.
El recuerdo que tengo es el de haber entrado al edificio por las
puertas de la avenida Corrientes. Este debe ser erróneo, puesto que con los
años constaté que al sector de oficinas del complejo se accede por la calle
Sarmiento.
Ya
en el piso correspondiente fui rápidamente atendido por el Arq. Peña*, el mismo
que dio impulso en 1968 y presidiö hasta no hace tanto ( año 2006) el
Museo de la
Ciudad.
L e expliqué el motivo de mi presencia. Le
comenté que estaba haciendo artesanías en metal y para demostrarlo deposité
sobre su escritorio algunas muestras de pulseras y colgantes, trabajadas en
aluminio repujado, y luego de llenar una pequeña solicitud me fue otorgado un
puesto en la
Feria de San Telmo sobre la cortada
paralela a la calle Defensa. Fuí entonces uno de los primeros
adjudicatarios de aquellos puestos, pues llegué a las oficinas de Peña cuando
estaba recién confeccionado el plano de la plaza con la incipiente división. Los
puestos se adjudicaban de una manera muy clara y democrática y creo que hoy se
sigue manejando todo ese tema con absoluta transparencia aunque debió
instaurarse un sistema de sorteos para las renovaciones debido a la gran
demanda.
Quedaban pocos lugares libres así que me consideré y fui muy afortunado.
L
Quedaban pocos lugares libres así que me consideré y fui muy afortunado.
El
Domingo siguiente me presente allí con no me acuerdo quien, si mi primo o
alguno de mis hermanos, y nos pusimos a vender artesanías y algunas tabas y
osamentas traídas del campo.
El
boom fueron los huesos. Para el mediodía no habíamos vendido ninguna artesanía
pero debimos ir hasta la casa de Perú en busca de más osamentas, fémures y
tabas. Por suerte al depósito lo teníamos cerca.
En ese y el fin de semana siguiente liquidamos todos los huesos que eran bastantes.
Deje de ir a la feria por algún motivo inexplicable y misterioso. Creo que no me interesaba ser comerciante y permanecer quieto en un lugar.
Lo transferí a un amigo de un amigo de mi hermana, 'el loco Cáceres ', que bien puesto tenia el apodo. Era común encontrarlo enla
Recoleta en los actos de homenaje a
Facundo Quiroga haciendo lío y tirando panfletos y bombas de estruendo, hasta
que llegaba la policía y se producían el desbande. Yo ya sabía que se trataba
de un personaje especial así que fue de mucho interés para mi tener la pequeña
reunión de
transferencia en el domicilio de sus padres en Callao y Lavalle. Nada más
lejano del arte, la artesanía y los anticuarios, al menos en ese
entonces, que el loco Cáceres. No creo que haya prosperado en ese emprendimiento
y nunca supe que pretendió vender ni que fue de su vida. Quizá fue
solo transferir por dinero el permiso que yo le había regalado,
era una simple tarjeta con algún membrete oficial y mi nombre
en alguna parte.
En ese y el fin de semana siguiente liquidamos todos los huesos que eran bastantes.
Deje de ir a la feria por algún motivo inexplicable y misterioso. Creo que no me interesaba ser comerciante y permanecer quieto en un lugar.
Lo transferí a un amigo de un amigo de mi hermana, 'el loco Cáceres ', que bien puesto tenia el apodo. Era común encontrarlo en
Puesto de sifones antiguos, hoy. Feria de San Telmo
Plaza Dorrego
* Arquitecto José María Peña
Se dedica a la investigación de la arquitectura y el patrimonio desde 1959. Fue el creador del Museo de la Ciudad y la primera ordenanza municipal que reconoció y otorgó protección al Casco Histórico de Buenos Aires. Creó la Feria de los Domingos en la Plaza Dorrego y es considerado por muchos el padrino de San Telmo, donde también es vecino y sigue desempeñando su labor de difusión, estudio y asesoramiento después de medio siglo.
Nuestro homenaje
yo de nuevo: Marta Britos; es mi segunda intervencion con comentario en este blog..
ResponderEliminarasí como he seguido de atenta las distintas publicaciones de La Musa Encantada, con la misma atencion segui el relato del título "Tiempo y Paisaje". Se mezcla mucho lo subjetivo con lo objetivo y documental.. por lo que resulta doblemente interesante. Parecen parrafos distintos extraidos de "cuentos separados" que encajan como una continuidad. Y eso no es trabajo del autor seguramente. Es por eso que en vez de hablar del escritor quiero por este medio agradecer el trabajo creativo de Musa Encantada, que escudada en ese nombre, desde el anonimato, dia a dia me procura distraccion, un momento ameno, con su trabajo silencioso...quizá hasta saca algunas cuestiones áridas de las narraciones, que uno también pasaría por alto..agregandole dinamismo a los textos.
gracias por el blog; Marta.
Gracias Marta ! No deja de sorprenderme tu comentario ( tu perspicacia) que agradezco de nuevo. Hay un trabajo de edición naturalmente, pero estos textos me lo hacen fácil, se prestan para obtener el resultado. Es una pequeña muestra de un trabajo mucho más amplio y rico. De mi parte agradezco al autor que me permite presentarlo así, de una nueva forma. Porque esto que ves como resultado es nada más que la elección un poco arbitraria de mi parte. Me alegro y me congratulo que te gustara.
ResponderEliminarMucha nostalgia Miss Musa, pero de la buena. Me gustó desde la poesía en su sencilla pero poderosa elocuencia, a lo curioso de ese cuento o historia adolescente. Me pegó en alma ese recuerdo de la Feria de San Telmo, nuestro Rastro... Muy bueno todo, incluso el homenaje a ese gran hombre, el arquitecto Peña. L.Salas.
ResponderEliminarEs lo que me propongo L. Salas, rescatar buenos textos y también por supuesto, recordar a esos hombres, nuestro invaluable patrimonio. Gracias, espero verte con otros comentarios. Bienvenido al blog.
EliminarHizo muchísimo el Arq Peña en favor del barrio.
ResponderEliminarMarta
Me alegro que así lo sientas Marta, gracias!
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