Oremos… por un presupuesto divino
Dibujo: Pablo Temes.
El tema de la semana es el
presupuesto, más silencioso que otros pero más determinante. La seguridad y las
bravuconadas de nuevos funcionarios son fuegos de artificio en una sociedad
donde la violencia y las fuerzas del orden están fuera de control. Los pases y
las alianzas de una clase política deteriorada poco interesan. Los anuncios de
golpes de Estado y maniobras destituyentes acentúan este deterioro.
Lo que vale son los números. El
documento financiero del Gobierno prevé para 2014 un crecimiento del 6,3%, una
inflación del 10%, un gasto del 18% con una recaudación del 27% del PBI, un
saldo comercial favorable de 10 mil millones de dólares, un dólar a 6,30 pesos
y una tasa de inversión del 20%.
Sería un milagro si se hiciera
realidad sin un nuevo 2001, con todo el país cortado y paralizado. ¿Por qué no
esperarlo –el milagro, no el 2001– si, como se anticipa, el papa Francisco nos
visita el año que viene? ¿Qué podemos pedirle los argentinos? Para comenzar,
que rece por nosotros para que luego de un año de una inflación del 25% o más
el gremio de los docentes acepte, para bajar el índice 15 puntos, un aumento
salarial anual del 11%, UPCN lo mismo, que haya un incremento menor para los
jubilados, exigua actualización de los planes sociales, reducción en la
asignación por hijo, y que el Ministerio de Trabajo convenza a todas las CGT y
CTA de que la lucha contra la inflación merece un sacrificio patriótico aunque
fuere en nombre del Señor. Una restricción que debería coordinarse con una
quita gradual de subsidios y aumentos en el transporte y los servicios para
equilibrar las cuentas públicas. Son medidas realistas que, al decir de los
economistas, equilibran el desbalance de los precios relativos.
Hay epopeyas que tienen sus
antecedentes. En el Antiguo Testamento hay un libro, Los Números, escrito
durante el cautiverio de otro pueblo elegido, que demuestra la importancia de
lo cuantitativo.
Para que la realidad encaje en el
presupuesto, ¿acaso es un ruego desmedido para un papa argentino solicitarle
con humildad que nos ayude con el milagro de un acontecimiento sobrenatural?
¿Cómo podríamos retribuirle? ¿Con goles de Martín Cauteruccio? ¿Con otro mate?
Voy a decir algo nuevo que poco tiene que ver con lo que sucedió esta semana,
porque se repite todas las semanas desde hace décadas; diría que es un
pensamiento revolucionario: la Argentina tiene problemas estructurales. Así es,
con un agregado: el capitalismo nacional tiene problemas estructurales e
históricos. Busca altas rentabilidades, es cortoplacista, fuga divisas y evade
impuestos. Es así desde tiempos inmemoriales, y para sus personeros no hay
gobierno que les venga bien.
Para que nadie se dé cuenta de
esta realidad, los dirigentes de las cámaras empresariales siempre dicen que no
hay inversión de riesgo porque no hay confianza, pero, a pesar de sus quejas,
los líderes del mercado, los empresarios amigos, no han perdido la fe, claro,
si nada cambia y todo sigue igual.
¿Acaso hemos olvidado que entre
los primeros fondos buitre participaban argentinos en el momento en que Menem
privatizó las empresas estatales al aceptar a precio nominal bonos de deuda que
se compraban al 15% de su valor? Doble regalo, ya que poco tiempo después los
mismos capitalistas las revendieron a sus socios extranjeros.
Por lo general, el Estado
argentino colabora con esta política. Como si le gustara. Lejos de revertir
este proceso, lo profundiza. Desde 2008, en el comienzo de la segunda fase del
kirchnerismo, la estatización de las AFJP, de Aerolíneas y de YPF, y la guerra
contra la Mesa de Enlace y el grupo Clarín, entonaron las almas de casi todos
los argentinos, y mientras cantábamos las estrofas que dicen “juremos con
gloria”, se iban los dólares, de a miles de millones, y cuando terminaba el
himno, antes de cantar “morir”, pusimos el cepo.
Es una victoria, que le dicen,
frente a todos y todas.
El resultado es que,
desdichadamente, este gobierno no nos ha liberado. Somos tan poco soberanos
como siempre. Elaboraron un relato que se excedió en entusiasmo militante.
Dicen que nos dejan un país mejor del que recibieron. Nadie lo duda. El
problema es la extrema vulnerabilidad de las conquistas logradas. No sólo no
nos han liberado, sino que dejan el país en una total dependencia de factores
externos. Somos habitantes de un territorio que desconoce su integración al
mercado mundial con discursos de corte chavista que profetizan, si no el fin
del capitalismo, al menos una agonía terminal. Pero antes de que desaparezca el
mundo tal como es, nuestro país pende de un hilo de lo que hagan potencias
financieras, económicas y políticas. Una sentencia en Nueva York, una sequía,
un nuevo rumbo comercial en China, una fuerte recesión en Brasil, una crisis
petrolera, y el mazo hecho un castillito frágil, naipe sobre naipe, se cae al
piso con millones de argentinos asistidos y mejorados detrás. Entonces, el país
que entregarán no es mejor que el que recibieron sino igual. Y dos veces igual
en el desastre es todavía peor.
Es cierto que tenemos menos deuda
en dólares –y quieran Dios y la Corte Suprema de los Estados Unidos que las
cosas no cambien– después del default. También es una verdad que las
consultoras internacionales, tan desacreditadas, siguen siendo fuentes de
consulta, y que un triple C como calificación hace que las tasas a las que nos
puedan prestar cierren definitivamente las posibilidades de financiación de
obras de infraestructura. No es consuelo que la enorme deuda interestatal en
pesos pueda solventarse con la impresión de billetes devaluados. Es una bomba
de tiempo.
Hay gente que aún cree que las
deudas no se pagan sin castigo, o que las paga Dios o la Casa de la Moneda. No
es así; alguien puso plata real en el Banco Nación, en el Central y en la Anses
para que financien el Tesoro, que no es divino.
No se puede jugar con los
números. Desde Pitágoras se sabe que el orden cósmico es numérico y que los
misticismos, desde el hermético hasta la Cábala, los respetan con veneración.
Los custodios de la santa verdad
y de los pensamientos que la expresan protegen nuestras almas de la blasfemia y
de las trampas del lenguaje. Para salva+-guardar su pureza, la Santa Iglesia
tiene un índice de libros prohibidos, el Index –en latín, Index librorum
prohibitorum et expurgatorum–, por el que únicamente las palabras benditas
están permitidas.
Oremos para que no sólo las
palabras sino los números estén con nosotros, Dios salve al Indec… perdón… me
equivoqué por una letra.
Diario Perfil 22/09/ 2013
* Tomás Abraham es un filósofo y escritor argentino nacido
en Timisoara, Rumania, en 1946.
Sus padres emigraron a la Argentina en 1948 cuando Tomás tenía un año y medio de
edad. Pasó su adolescencia en Buenos Aires , siendo
militante de izquierda, y ante los sucesos de la Noche de los Bastones Largos,
Abraham decidió dejar el país. Luego viajó a Francia y participó en la rebelión
de los estudiantes en el Mayo Francés de 1968.
Se graduó en Filosofía (maestría, Vincennes, 1972) y en Sociología
(maestría, Sorbonne, 1972). Pasó un tiempo viviendo en Japón
y regresó a Argentina en 1972.. Como catedrático, Abraham
ha trabajado en distintos institutos educativos y universidades del país y del mundo. De Wikipedia